Relato erótico

Golfeando en el parque

Charo
2 de octubre del 2020

Estaban en el parque besándose con su amante y celebrando las fiestas de la ciudad. Se les acercó un amigo y su pareja se lo presentó. Se conocían desde hacía muchos años y habían salido de juerga en múltiples ocasiones.

Susana – Gerona
Eran las fiestas de la ciudad y la mujer de mi amante había tenido que ir a ver a sus padres a un pueblo cercano a la ciudad. Como ella no estaba, el último día de oficina quedamos en aprovechar y salir los dos solos.
Por la noche, después de cenar en un romántico lugar, estábamos contemplando fuegos artificiales en un parque, abrazados y con su mano izquierda repasando mis nalgas por encima del pantalón. Yo llevaba un pantalón ajustado de lycra, así que podía notar como sus dedos jugaban sobre mi carne. También llevaba, como le gusta a él, y me pide constantemente cuando quedamos, una blusa lo más ajustada y escotada posible, para que pueda recrearse en mis grandes pechos en todo momento. Los dos sabíamos como acabaría todo, lo único que estaba por ver, era donde y como daríamos rienda suelta a nuestra pasión. Su mujer en casa, mis padres en la mía, pero siempre encontrábamos la solución.
Pero esa noche algo diferente ocurrió. Como he comentado su mano se recreaba sobre mis nalgas. Estaba lleno de gente, pero no es nada raro que una pareja se acaricie. Además, entre tanto gentío era casi imposible encontrarnos con alguien conocido. Pero no fue el caso. Alguien, a quien yo no conocía, se puso a hablar con él, que desde el momento en que lo reconoció apartó la mano de mis posaderas y le habló algo violentado. Era evidente que eran amigos, ya que mirándome, le preguntó con mala intención por su mujer. Al final mi amante nos presentó. A mí como compañera de trabajo y muy amiga suya, y a él como el amigo más sinvergüenza y pendón que conocía. La verdad es que desde el principio no desmereció esa descripción.
Me desnudaba con la mirada, recreándose en mi escote y dejando ir comentarios en los que no ponía en duda que éramos amantes.
Tras finalizar el espectáculo pirotécnico, nos fuimos los tres a tomar unas copas en un local cercano. Nos sentamos en una mesa en un rincón oscuro y nos pedimos la primera ronda. Fue un rato muy divertido. Los dos eran, no solo desvergonzados sino, igual de simpáticos y divertidos y con las mismas sonrisas socarronas, sobretodo cuando perdían la mirada en mis curvas con todo el descaro del mundo. El tema de conversación derivó pronto en el sexo.
Me estuvo contando ciertas hazañas de mi “compañero” y este a la vez del amigo. Ante sus constantes insinuaciones hacía rato que ambos habíamos reconocido que nuestra relación era algo más que la de amigos y ahora no solo la conversación era más amena y atrevida, sino que volvía a acariciarme por debajo de la mesa sin tapujos, como si estuviésemos solos.

Al final la conversación se centró en mi persona. Primero en mis atributos físicos, hablando sin cortarse un pelo, sobretodo, de mis pechos, a los que no quitaba el ojo su amigo. Después empezaron a hablar de mis capacidades en la cama. Parecía mentira que estuviese allí oyendo hablar de lo bien que hago las mamadas o lo ardiente que puedo llegar a ser en la cama. Y no solo sin cabrearme por escuchar todas mis intimidades de alcoba, sino excitándome con ello. También estuvieron hablando de nuestras aventuras sexuales. Le contó aquella vez que tanto le había gustado o aquella otra en que casi nos pillan. Vamos, contándole todas nuestras intimidades como estoy haciendo yo ahora. Además estaba aquella mano, que jugueteando bajo la mesa por la parte interior de mis muslos, me estaba poniendo a cien. Y bien que lo notaba el amigo, que veía con sonrisa pícara como se clavaban mis pezones en la blusa.
En un momento en que el amigo se había ido al lavabo, mi amante me insinuó la posibilidad de montar un trío con su amigo. No era la primera vez que me lo proponía, pero hasta ahora solo se había hablado de terceras personas anónimas y siempre lo había rehusado. Ahora esa tercera persona estaba a mi lado, excitado, contemplando mi propia excitación. Y además, había buena química con este. Me gustaba. Así que sin llegar a decirle que sí, no me negué, dejando que los acontecimientos dictasen lo que tuviese que pasar.
Tras la segunda copa decidimos cambiar de aires. Mientras Joaquín, mi amante, se quedaba en el lavabo, su amigo y yo salimos a la calle. Como el local estaba lleno, salí yo delante y, como para no perderme, se cogió a mi cintura con las dos manos, restregándose contra mi trasero cada vez que me tenía que parar para dejar paso a alguien, como algo totalmente fortuito. Aunque el duro bulto que notaba apoyarse contra mí no era nada fortuito. Pero de igual forma que cuando empecé a tontear con Joaquín, ahora tampoco me molestaba el descarado interés de su amigo por mis curvas y por acostarse conmigo.
Luego en la calle, mientras esperábamos, estuvo piropeándome, alabando mis curvas, diciendo lo mucho que le excitaban las mujeres como yo, perdiendo la mirada por mi escote y dejando alguna mano juguetona sobre mi cintura. El estaba notando mi excitación y eso sin duda lo animaba más. Al final, cuando ya estábamos los tres otra vez, propuso ir a su casa a tomar algo. Su mujer estaba en el pueblo, pues sí, él también estaba casado y era tan poco fiel como su amigo, y podíamos disponer de toda su casa. Sin pensárnoslo más, cogimos mi coche y nos dirigimos sin falta allí.
Ya en el trayecto a su casa íbamos los tres abrazados, la mano de Joaquín sobre mi cintura y la de su amigo al otro lado, pero algo más abajo. Los dos me estaban acariciando, la mano de Joaquín subía hasta mi seno izquierdo y lo pellizcaba juguetón, mientras su amigo prefería acariciar mis nalgas.

Empecé a recibir besos de los dos, en mi cara, en mi cuello y en mi escote. Mis manos, en su cintura desde el principio, bajaron y empecé a acariciarles las nalgas.
En el ascensor, los dos se frotaron contra mí, uno por delante y otro por detrás. Mi blusa estaba desabrochada, Joaquín me besaba uno de los pechos, su amigo, desde atrás acariciaba y pellizcaba mi otro pezón, sacándome el pecho del sujetador. Notaba el duro bulto de Joaquín restregándose sobre mi vientre y el de su amigo sobre mis nalgas. Entre achuchones intentaba acariciarle la bragueta por encima del pantalón, tanto a uno como a otro. Estaba lanzada.
Entramos en su casa. La blusa saltó antes incluso de cerrar la puerta. Joaquín me desabrochó el sujetador, lo lanzó al suelo y me puse a bailar para ambos.
Mis pechos se bamboleaban, hipnotizando a ambos, sobre todo a su amigo, que no dejaba de hacerme reír con sus comentarios groseros y sus piropos a mi delantera. Me acerqué a él, rodeando su cabeza con mis brazos y su cara no tardó en hundirse entre mis pechos y su lengua a jugar con mis pezones. Mi mirada se cruzó con la de Joaquín, nos sonreímos. Mientras su amigo se recreaba con mi delantera, él se estaba desnudando. Me gusta ver cuando su pene erecto salta como un resorte al quitarse los calzoncillos. Ahora era su amigo el que acababa de desnudarse. Él, mientras tanto, me quitaba los pantalones y su lengua recorría mis nalgas, mis muslos a medida que bajaba los pantalones por ellos. Luego repitió con mi tanga.
Al desnudarme me llevaron a la habitación y me tumbaron sobre la cama. Mis manos buscaban sus tiesas vergas. Sus lenguas recorrían todo mi cuerpo y notaba el rastro de saliva en cada poro de mi cuerpo. Sus lenguas y sus dedos me emborrachaban de placer, hundiéndose en mi, acariciando mi clítoris. De vez en cuando uno de ellos me acercaba su polla a la cara, lo frotaba sobre mí y yo me introducía aquel falo en la boca, lo humedecía con mi lengua y lo succionaba con mis labios. Al final no resistí y me corrí con sus sabias atenciones con rapidez. Ni Joaquín me había visto llegar al clímax con tanta celeridad.
Fue entonces cuando el amigo me poseyó por primera vez. Tal y como estaba, con las piernas abiertas, entró en mí con facilidad. Estaba empapada y el sonido de nuestros fluidos al chocar nuestras caderas me ponía más frenética todavía, acompañando sus movimientos de cadera alzando las mías al ritmo que me marcaba. Luego nos dimos la vuelta y quedé sobre él, con los pechos rozándole la cara. Ahora podía lamerlos, mordisquearlos, atraerme contra él y hundir su cara en ellos. Ahora era él quien acompañaba mis movimientos de cadera, alzando las suyas y penetrándome totalmente. En unos segundos Joaquín se puso a mi lado con su polla acariciando mi cara, y mientras cabalgaba a su amigo empecé a besárselo y a lamerlo como a él le gusta, lentamente y humedeciéndola al máximo con mí saliva, recreándome en toda su extensión. El, por su parte, empezó a acariciarme el ano. Introducía un dedo, poco a poco, para volver a sacarlo y me di cuenta de que en la mano tenía un frasco de vaselina.

Sus dedos empezaban a prepararme. No era la primera vez ni mucho menos que le ofrecía mis posaderas, pero evidentemente nunca con otro hombre en mi vagina.
Y me estaba gustando lo que me hacían. Todavía no me había penetrado y ya me corrí solo con el juego de sus dedos, sin olvidar la participación de su amigo.
Empezó a abrirse camino con su verga. Unos espasmos de placer me recorrieron a medida que profundizaba con su herramienta. Mis pezones estaban a punto de estallar y para colmo el amigo me los lamía y mordisqueaba. Lo que siguió fue una auténtica oleada de placer. En mi vida imaginé llegar a tal punto de excitación y placer. Los dos me penetraban con autentico frenesí. Notaba sus pollas moviéndose cerca uno del otro. Friccionando todas mis fuentes de placer. Notaba la humedad de sus labios y sus lenguas, que me recorrían golosamente. Sus manos aferrando mis turgentes curvas. Y me volví a correr. Los orgasmos me recorrían constantemente, los estremecimientos de placer me hacían entrar en trance. Al final se corrieron y apenas si pude percatarme de su éxtasis. Solo noté como su ritmo disminuía y sus penetraciones eran más lentas e intensas y luego como se detenían. Primero uno y luego el otro dejaron de bombear en mi coño y en mi ano.
Destrozados de placer nos tendimos a descansar sobre la cama, yo tumbada entre los dos. Joaquín me besaba la boca, acariciando con su mano mi empapada entrepierna, examinando hasta que punto había llegado mi gozo, mientras su amigo seguía prendado de mis senos, los acariciaba mientras su lengua recorría mi cuello, desde la oreja hasta los hombros. Los dos me dedicaban lindezas al oído, diciéndome lo maravillosa que era, lo buena que estaba y demás piropos que se les ocurrían. Fue ahora, tranquilamente, rodeada y atendida por mis dos amantes, cuando pude recrearme y disfrutar del momento pasado, del festín de orgasmos que me habían brindado ese par de tunantes.
Aquí acabó la fiesta. Al menos para uno. Joaquín se marchaba a su casa. Se nos había hecho tardísimo y estaba preocupado por si su mujer llegaba antes que él. ¡Como nos reímos mientras se vestía!. Pobrecito, seguro que no había podido dejar de pensar en su mujer en toda la noche. ¡Que falsos son los hombres! Y estos dos más que ninguno.
Cuanto me habían hecho disfrutar con su desvergüenza. Su amigo y yo nos quedamos un poco más. Ambos queríamos conocernos más a fondo. Bueno, más a fondo, con más intimidad, con más tranquilidad, sin las maravillosas interferencias cabe decir, de una tercera persona.

Al siguiente día de trabajo, evidentemente tuve que dar un detallado informe de lo que había pasado desde que él se marchó. Y luego, al acabar la jornada, tuvo que recuperar el trabajo que había dejado a su amigo. Por último, después del placer de esta primera experiencia con dos hombres, no he hecho ascos de sus propuestas, bueno, solo tres veces más, de hacerlo con otros hombres. Eso sí, siempre que me hayan gustado los pretendientes.
Besos, querida amiga.

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