Relato erótico
Fueron las circunstancias
Alquiló una habitación en una pensión que regentaba una señora mayor. Tenía varios nietos y entre ellos, una nieta guapísima, simpática y que lo tenía loquito. Tenía novio, pero a veces pasan cosas que hacen realidad nuestros “sueños”
Rafael – Palencia
Mi nombre es Rafael y tengo veintidós años. La historia que les relato ocurrió el pasado verano. Había alquilado una habitación en una pensión para estudiantes a una señora muy amable. Se llamaba Rosa, tiene varios nietos y una de ellos, es Laura. Es una chica de veinte años que está, como vulgarmente se dice, para comérsela entera. De un metro setenta de estatura, pelo rubio ceniza, ojos verdes, labios carnosos, pechos preciosos, esbelta y delgada, de buenas caderas, lindas piernas y un culo que al verlo excita a tope.
Tal vez por la coincidencia de años, o por la similitud de intereses, lo cierto es que Laura y yo hicimos buena amistad. Aunque para mí resultaba un evidente conflicto ya que no lograba ocultar del todo la atracción que me despertaba. Para colmo de males, hacía cinco años que tenía novio y el susodicho es uno de esos muchachos de los cuales es imposible no ser amigo, sumado a que juega a rugby y es capaz de levantar un coche sin esfuerzo. Así que me contentaba con admirarla a distancia y a hacerme, de vez en cuando, alguna que otra paja en su memoria.
Un día, cuando vino a visitar a su abuela, se encontró con la sorpresa de que todos habían salido, excepto yo que me había quedado porque tenía que preparar exámenes y estaba dedicado al estudio.
Comenzamos a charlar y noté que Laura estaba un poco distraída, como si hubiera algo que la preocupara.
– ¿Te pasa algo? – le pregunté – ¿Estás bien?
– No, no es nada – me respondió aunque no muy convencida.
– Vamos, Laura – le animé – Puedes contármelo…
De pronto se puso a llorar y me confesó entre lágrimas:
– Me encontré a mi novio, a Fernando, besándose con otra chica.
En un primer momento no supe qué decir. Estaba que saltaba de alegría pero, a su vez, estaba dolido por ella.
– Te habrás confundido – le dije en tono amable – A veces creemos ver cosas que no existen o confundimos situaciones.
– No, no – terció ella – Iba camino a su oficina para darle una sorpresa y almorzar juntos cuando pasé por la puerta de una confitería. Entonces vi a una pareja besándose y pensé “qué parecido es ese chico a Fernando”. Entonces él se dio la vuelta y nos quedamos mirando cara a cara. ¡Era el sinvergüenza de Fernando! Se puso pálido y trató de levantarse, pero con su cuerpo tan grandote solo consiguió derribar las mesas y las sillas. Si hubiera sido en otra situación, me hubiera desternillado de risa. Me fui de ahí lo más rápido que pude y me vine directamente. Esperaba que mi abuela estuviera para reírnos un rato y pasar el mal trago.
– Lo siento – le dije para consolarla – No puedo creer que hubiera alguien tan estúpido… quiero decir con una novia tan guapa como tú.
Nos quedamos en silencio, mientras yo me senté a su lado. Entonces ella levantó esos hermosos ojos verdes y me dijo:
-¿Te puedo pedir un favor? No lo te tomes a mal, pero ¿podrías abrazarme?
Estaba como borracho al que le regalan una botella de whisky. ¿Cómo decir que no a semejante pedido? La abracé acunándola contra mi pecho mientras ella seguía llorando. Le acaricié el pelo, la mejilla, le besé la frente, enjugué sus lágrimas.
Entonces comenzó todo. Los mimos se fueron haciendo más intensos, ella dejó de llorar y comenzó a besarme el cuello, luego me besó la mejilla pero paró un instante mientras nuestros rostros quedaron frente a frente. Me atreví y acerqué mis labios suavemente a los suyos. Esperé el bofetón, pero no, sorprendentemente ella respondió a mi beso. Entonces desaté la pasión que sentía hacia ella y nos fundimos en un beso profundo donde nuestras lenguas se buscaron, se exploraron, se conocieron y se terminaron abrazando.
Lentamente nos fuimos levantando sin separar nuestros labios y nuestras manos comenzaron a explorarse. Las suyas debajo de mi camisa, las mías debajo de su blusa. Fuimos a mi habitación y cerramos la puerta y la ventana. Volvimos a besarnos mientras mis manos sobaban sus deliciosos pechos. Comencé a desabrocharle la blusa mientras ella me sacaba la camisa. Con una mano le saqué el sujetador mientras que la otra buscaba debajo de su falda. Ella comenzó a besarme el cuello, para seguir por mi pecho y mi estómago mientras me bajaba los pantalones. Cuando me retiró el slip, mi miembro saltó libre de su prisión, bailando frente a su rostro. Lentamente comenzó a besarme el capullo y pasar la lengua desde la punta a las pelotas. Entonces ella abrió la boca tanto como pudo y de un bocado se tragó medio chipote. Luego comenzó a succionar mientras movía la cabeza suavemente hacia atrás y hacia delante. ¡Me estaba haciendo una mamada buenísima!
Cuando sentí que ya no podía más, la levanté y la volví a besar. Acto seguido, fue mi turno. En un solo movimiento le saqué la falda y la braga mientras le besaba los alrededores de sus labios vaginales y luego mordí suavemente la parte interna de sus muslos mientras ella comenzaba a gemir. Besé su coño como si se tratara de su boca mientras que con la punta de la lengua comencé a jugar con su clítoris. Esto la enloqueció de placer porque arqueó su espalda mientras que con las manos empujaba mi cabeza hacia su entrepierna. Sin previo aviso comenzó a convulsionarse entera mientras que un río de jugos salían de su chochito para entrar en mi boca. Mientras más lanzaba, más chupaba yo. Entonces salté empujándola a la cama y me coloqué encima de ella que, con su mano guió mi polla a la puerta de su calentita cueva, y yo penetré en ella con un solo movimiento.
Nuestros labios volvieron a juntarse mientras comenzamos una danza rítmica, a cada embestida podía sentir como levantaba más y más la cadera para que penetrara mejor. No contenta con eso, separó las piernas lo más que pudo y me rodeó con ellas la cintura. Mientras penetraba en ella, me dediqué a sus pechos. Nunca había probado un sabor tan agradable.
Mordisqueaba sus pezones provocando espasmos eléctricos en el cuerpo de mi amante. Llegó al orgasmo y fue tan intenso, que no pude aguantar más y toda la leche pujó por salir como si se tratara de una meada. Al principio creí que no pararía de llenarla con mi leche, hasta que comenzaron los espasmos de mi miembro. Con un gemido profundo y con los labios unidos, nos quedamos tendidos, rendidos nuestros cuerpos en un éxtasis profundo pero cuando yo iba a salir de ella, me lo impidió diciéndome:
– No salgas todavía… quiero sentirte dentro.
Seguimos besándonos hasta que mi polla comenzó a volver a su tamaño normal y por si solo se salió de donde tan agradablemente lo habían acogido. Nos quedamos abrazados sin saber muy bien qué decir pero tras de un rato, como si fuera lo más natural del mundo, ella comentó:
– Después de esta hermosa follada, lo único que faltaría sería un buen masaje.
– Ponte boca abajo – le dije por toda respuesta.
Cuando lo hizo, comencé a masajear su hermosa espalda mientras se la iba besando. Desnudos como estábamos todavía, me senté sobre sus caderas y mi polla quedó abrigada en el valle formado por sus carnosas nalgas. La vista de esto hizo que volviera a sentirme activo y el miembro se volvió a levantar presentando armas.
– Que bien lo haces – comentó mientras hacía ruiditos como de ronroneo – Es para seguir así toda la vida.
Cuando llegué a sus caderas con el masaje, me hice más atrás, le separé las piernas y mientras le masajeaba ese soberano culito, comencé a chuparle el chocho nuevamente desde atrás. Laura respondió inmediatamente con gemidos y movimientos de cadera.
– ¡Aaah… sí, así… me encanta!- comentaba mientras gemía.
Mi lengua comenzó a recorrer el trayecto de su chocho a su ano y esto pareció encenderla más. Por eso, me atreví y comencé a besarle el agujerito mientras oía sus gemidos.
– ¿Qué haces? – exclamó
.- Ya lo verás – le dije pícaramente.
Mientras le seguía besando su hermoso culo, comencé a deslizar mi lengua dentro de él y no solo no hubo resistencia, sino que sus gemidos se hicieron más profundos y sonoros. Entonces le metí la lengua lo más hondo que pude mientras sentía como sus músculos se contraían y parecían querer succionarla. Acto seguido, le metí un dedo y comencé a trabajarle el ano. Ella respondió levantando el culo y poniéndose la almohada de mi cama debajo de su pelvis. De esta forma yo tenía una excelente vista de su culo. Seguí explorando y metí otro dedo mientras le tiraba saliva desde arriba para lubricar. También fue bien recibido mientras ella comenzó a gritar:
– ¡Así, cabrón, párteme el culo, ábremelo, dame un enema!
Eso me encendió de tal forma, que saqué un poco de vaselina que siempre guardo en mi mesita de noche, y la esparcí por mi miembro que estaba duro como un tronco. Entonces retiré mis dedos y apoyé la punta de mi polla en ese agujero que estaba bastante dilatado aunque no lo suficiente. Comencé a penetrarla despacio mientras ella se aferraba con las manos a los barrotes de mi cama. En la medida que sentía que la resistencia cedía, metía otro poco.
– ¡Ay! – gritó ella de pronto y yo me detuve.
– ¿Te duele? – le pregunté -¿Quieres que pare?
– Me duele un poco – me respondió ella – En realidad es la primera vez que me lo hacen así, pero no se te ocurra parar ahora porque esto me pone a mil.
Y así continuamos. Cada vez que había resistencia o ella gritaba, yo frenaba hasta que sentía que se relajaba de nuevo y cuando quise darme cuenta, todo el miembro había quedado atrapado en su hermoso y prieto culo. Entonces la guié para que se pusiera a cuatro patas, saqué el miembro dejando solo la punta, unté con vaselina lo que quedaba afuera y volví a penetrarla suavemente. Como esta vez estaba lo suficientemente dilatada, lo disfrutó enteramente. Comencé a meterla y sacarla suavemente mientras ella comenzaba a gemir mucho más fuerte que cuando lo hicimos en posición normal.
La empujé hacia delante de forma tal que tuvo que apoyarse con las manos contra la pared. De esta forma, su espalda quedaba semi inclinada y así podía yo sobarle las tetas mientras que con otra mano le sobaba el clítoris. Esto la terminó de encender y comenzó a moverse sin parar, mientras yo sentía como mi polla era virtualmente aspirada por su culo hasta el punto que parecía que se lo iba a tragar y dejarme eunuco.
– ¡Aaaah… que enculada más viciosa! -dijo susurrando-
Por otro lado, yo llené de leche su culo de tal manera que parecía que en cualquier momento le saldrían por la boca y la nariz. Entonces le di la vuelta a Laura para que quedáramos abrazados de frente, nos miramos a los ojos y le pregunté:
– ¿Te gustó?
– Ha sido la enculada más bestial que jamás hubiera imaginado tener – fue su respuesta -Tengo ganas de salir así, tetas al aire a la calle y gritar, ¡mirad, me han partido el culo!
No pude evitar reírme y la besé. Acto seguido la miré fijamente y le dije:
– Mira, Laura, tengo que decirte que me gustas, me gustas desde la primera vez que te vi.
– Tú también me gustas – me dijo mientras me acariciaba la mejilla – Y ahora más todavía. ¿Cómo podría no quererte después de que me has follado como el mejor y encima me haces tan buenos masajes?
Hace ya siete meses que salimos juntos. Al principio, no quería contar esta historia, pero Laura me insistió para que la escribiera después de que leímos otros relatos. El sexo entre nosotros sigue siendo excelente y esperamos que siga así aún después de casados.
Un beso de parte de los dos.