Relato erótico

Fuera tabús

Charo
2 de abril del 2019

Se acercaba el cumpleaños de su marido y quería hacerle una fiesta. Una buena amiga suya le dio una idea. Podrian montar una “fiestecita” los cuatro y desmelenarse a tope.

Antonia – Cantabria
Me llamo Antonia y tengo 49 años. Era el cumpleaños de mi marido y la verdad es que estaba bastante nerviosa. Habíamos hablado con mi amiga Aurora sobre montar una fiesta de cumpleaños de mi marido, el próximo viernes. Quería una fiesta muy especial y mi amiga Aurora tiene 53. Ambas estamos casadas y tenemos unos matrimonios muy normales. Nuestros maridos nos satisfacen sexualmente y por casualidad, ambos son menores que nosotros. El mío, Ángel, tiene 58 años y Juan, marido de Aurora tiene 62. Tenemos hijos mayores que ya tienen sus propias familias, de manera que gozamos de esa libertad que da la vida a estas alturas. Pero decía que estaba nerviosa.
Aurora me había contado que una vez con su marido habían practicado un intercambio con otro matrimonio amigo y lo habían pasado muy bien y me sugería que podría ser un excelente regalo de cumpleaños para mi marido. Me hizo una confesión, ella se daba cuenta que mi marido la miraba mucho y a ella no le costaría mucho calentarlo, pues siempre lo hacía. Yo, a mi vez le conté que una noche en que estábamos súper calientes con mi marido, habíamos fantaseado que estábamos con ellos y mi marido me contó que ella lo calentaba. A mí tampoco me era indiferente Juan. Ambos matrimonios éramos muy amigos por lo tanto, teníamos mucha confianza y siempre hablábamos de temas sexuales sin tapujos. Bueno, todo esto me tenía nerviosa, pues del dicho al hecho… hay mucho trecho.
– Mira – me decía Aurora – hagámoslo como lo más natural, preparemos una fiesta para cuatro un día antes por si vienen nuestros hijos a felicitarlo y si resulta, verás que bien lo pasaremos.
– ¿Tú crees que a estas alturas de nuestras vidas podremos hacer algo así? – le preguntaba yo llena de nerviosismo, pero la verdad es que a mí me entusiasmaba la idea, mejor dicho, me calentaba.
– No me vas a decir que en tantos años de matrimonio, nunca lo has engañado…
– Sí, pero nunca lo supo y si se enteró no sé, pero hacerlo delante de él – pensé un poco y añadí – Además ¿no crees que estoy un poco gordita para pretender exhibirme.
– Mira Antonia, todos los hombres desean alguna vez en su vida compartir su mujer, con tal de follarse a la mujer de un amigo, es su mayor fantasía y no todos tienen la suerte de satisfacerla. Mi marido, por ejemplo – continuó entusiasmada Aurora – siempre está caliente con mis amigas y cuando lo hemos hecho, hemos gozado muchísimo. Y sobre lo gordita, mírame a mí, estoy igual de gordita que tú.
Al final acepté la idea y el día de la fiesta, Aurora se puso una falda sobre la rodilla, roja, delgadita y una blusa negra semitransparente que, se le notaba un sujetador rojo que apenas sostenía sus grandes tetas.

Yo me puse una faldita algo cortita para lucir mis piernas que son mi orgullo, ceñida a mi gran trasero y una blusa azul de encaje cortita, que traslucía mi sujetador también negro. Ambas habíamos comprado juntas el conjunto de ropa interior que lucíamos, ella rojo y yo negro, pensando en esta ocasión.
Mientras arreglábamos la mesa y los adornos, Juan intencionadamente pasaba por detrás de mí y me refregaba su paquete disimuladamente por mi trasero o con sus brazos me rozaba las tetas. Parecía que me estaba preparando, pero la verdad es que me estaba calentando con esto. No sé si Aurora se daba cuenta, pero se hacía la inocente. Cuando llegó mi marido lo recibimos con un “cumpleaños feliz”, aplausos y abrazos.
– Amigo – comenzó Aurora – hemos querido celebrar tu cumpleaños con una fiestecita privada entre los cuatro y ya tendrá ocasión de celebrar con más personas. ¿Qué te parece? – y terminó con un abrazo y un besito en su boca.
Cenamos, bebimos, nos reímos y nos divertimos mucho. Luego, Aurora propuso jugar al poker. Estuvimos todo de acuerdo, pero decidimos, que como adultos, sería más interesante un strip-poker. Aurora dijo que sería doble, prenda y penitencia. Comenzamos y la primera mano la perdió mi marido y quien ganaba imponía la penitencia. Ganó Aurora y dijo:
– Antonia, deberás quitar la camisa a Ángel y darle lametones a sus tetillas.
Así lo hice, dejándolo con el torso desnudo. Luego perdió Aurora y gané yo.
– Ángel – dije a mi marido – deberás quitar la blusa a Aurora y besarle los pezones.
Ángel muy eufórico se levantó y comenzó a desabrochar la blusa a nuestra amiga, quien cooperaba haciendo sobresalir sus grandes tetas que, al final, quedaron cubiertas por el sujetador rojo de media copa que dejaba la mitad al descubierto. Ángel le cogió los pechos por abajo con sus manos, levantándoselos y bajó el sujetador, dejando los pezones libres para besarlos. Los besó y lamió varias veces, pero ante las protestas y risas, tuvo que dejarlo. Volvieron a sentarse ambos.

En poco rato habíamos perdido varias prendas. Los hombres estaban solo con slip y Aurora con su sujetador y su tanga rojos. Las tetas las tenía al aire pues mi marido las había dejado descubiertas al bajar el sujetador para chuparle los pezones. Yo aún mantenía la falda, había perdido la blusa y mis tetas estaban casi desnudas pues el sujetador apenas las contenía.
La situación nos tenía bastante excitados, sobre todo a mí que tenía las bragas empapadas y una corriente eléctrica me recorría desde los pezones hasta el coño cuando veía como nuestros maridos lucían una erección que casi hacía reventar su slip.
Yo trataba de mirar el bulto de nuestro amigo, lo que no pasaba inadvertido para él, que se removía en el asiento para mostrármelo mejor. Entonces perdí yo y ganó mi marido.
– Juan, deberás sacarle las bragas a mi mujer a mi mujer y darle un beso en el coño – exclamó mi marido riendo entusiasmado.
– ¡No! – protesté yo – ¡Todavía tengo el sujetador y la falda!
– El que gana impone la penitencia – respondió Aurora – no te puedes oponer.
Sentí un escalofrío en mi cuerpo y mi coño parecía que se empapaba aún más entre un cosquilleo deliciosamente insoportable. Miré a mi marido y a Aurora y vi que ambos estaban expectantes a lo que ocurriría. Aurora me guiñó un ojo y me lanzó un beso con sus labios sonriendo lascivamente. Era una situación algo excitante y morbosa, que inundaba mi coño. Nuestro amigo se arrodilló ante mí, me sacó las bragas y empezó a lamerme las rodillas y los muslos, luego concluyó su ascenso y con su lengua, como un cuchillo, llegó a destino. Yo abrí lo más que pude mis piernas y su lengua me lamió los labios, mordisqueó los pelillos de mi coño y penetró entre ellos en busca del clítoris, que no tardó en encontrar. Su ataque casi me hizo perder los sentidos y creo que me corrí al instante en el primer orgasmo de la noche. Gemí, di grititos, me moví como una loca con esa lengua tan exquisita metida en mi ardiente coño.
– ¡Aaah… oooh… cielos… aaah…. por favor… aaay… así… así… más… más… más…. oooh…. que gusto… que gusto…!- exclamaba yo.
Mi amiga se levantó con las manos metidas entre sus piernas y se sentó en el sofá.
– Venga, amigo – dijo a mi marido – Ven por favor, hazme lo mismo que ya no puedo más – le rogó con voz entrecortada.
Mi marido no se hizo de rogar, se despojó de sus calzoncillos y fue hacia Aurora, que lo esperaba con las piernas abiertas, y pude ver de reojo que mi marido se zambullía entre las piernas de Aurora y entre gritos y jadeos de ella, le daba el mismo tratamiento que yo recibía de su marido. Era tanto el placer que yo sentía, que no me importó nada de alrededor, movía mi culo, mis caderas, me amasaba mis tetas en busca del segundo orgasmo con la lengua de mi compadre, que insaciable continuaba con ese trabajo fabuloso.

A los minutos miré hacia el sofá y mi marido estaba acostado boca arriba y Aurora sobre él a la inversa, haciendo un fenomenal 69. Entonces me desprendí de mi amigo y me acosté sobre la alfombra para imitarlos. El lo entendió y se puso en esa posición, quedando a mi alcance su preciosa polla, grande, gruesa, con una cabezota hermosa y dura como un palo.
Como pude, se la lamí y me la introduje en la boca. Era más grande que la de mi marido y me costó un poco más meterla en mi boca, pero lo logré y comencé a hacerle la mejor chupada de mi vida. Era un miembro grandioso, hermoso y caliente, como nunca me había comido. Lo disfrutaba a tope, y ya me había corrido como tres veces con la lengua de nuestro amigo, mi chocho era un charco y solo se oía el chapoteo de cuatro bocas comiendo sexo.
De pronto, noté que Juan se ponía tenso, empujó más su polla en mi boca y me lanzó andanadas de leche a la garganta que me hicieron atragantar, pero mi di maña para tragarlo todo dejando su hermosa verga limpia, mientras él tragaba y sorbía mis últimos líquidos. Quedé exhausta, miré hacia el lado y mi amiga, como una culebra herida, se retorcía sobre mi marido en medio de gemidos, gritos y espasmos, hasta quedar ambos quietos con la respiración entrecortada y abrazados.
– ¡Oh! – exclamó de pronto Aurora – Creo que nunca me había corrido tantas veces seguidas.
– Amigo – dijo Juan dirigiéndose a mi marido – Nunca me imaginé que tu mujer fueran tan buena chupándomelo, es una reina, te felicito.
– Gracias amigo – respondió Ángel – Y tu mujer es fabulosa, también es una reina chupándola.
– Bueno, quedemos en que ambas son ahora las reinas de la mamada.
– ¡Ya decía yo que tenéis que tener cuidado con las viejecitas! – añadió riendo Aurora.
– Sobre todo con estas viejecitas cuando se calientan – terminé yo riendo.
Nos levantamos los cuatro para servirnos una copa, que mucha falta nos hacía y luego, los dos maridos nos incitaron a que nos lo montáramos las dos mujeres. Miré a nuestros maridos, que expectantes observaban nuestros actos. Juan sonreía como si ya conociera esa reacción de su mujer y Ángel, mi marido, me miraba, como que me animaba. Yo estaba un poco perpleja, pero también me estaba calentando muchísimo, así que dejé a Aurora la iniciativa. Ella, con más confianza, me besó y chupó mis grandes tetas, ofreciéndome las de ella e hice lo mismo. Sus no menos grandes tetas fueron acariciadas por mis manos y comencé a chupar suavemente sus largos pezones. Era algo raro en mí, pero no me desagradaba, mientras su mano recorría ya mi bajo vientre y un dedo se introducía en mi coño, que nuevamente estaba encharcado
– ¡Que hermoso tienes el coño y estás mojadita! – exclamó Aurora.
Y continuó con su caricia, luego me hizo que yo hiciera lo mismo y nuevamente sentí que me gustaba.

La textura de su coño me agradaba, sus vellos abundantes y sus labios gruesos y mojados me estaban calentando. Entonces ella me llevó hasta el sofá, me sentó y abriéndome las piernas se fue directo a mi entrepierna y abriendo mis muslos gordos metió su cabeza entre ellos y comenzó una lamida que a los pocos minutos me hizo arrancar otro orgasmo, pero distinto, placentero y extraño. Ella me acariciaba las piernas y parte del culo, mientras yo le amasaba las tetas gimiendo y suspirando con un placer distinto, pero muy profundo. Cuando me corrí, ella retiró su boca y me besó en la mía, con sus labios mojados de mis propios jugos, sintiendo su sabor en mi paladar.
A todo esto ya los hombres estaban con sus vergas totalmente tiesas y fue mi marido el que la levantó, la cogió por detrás y le clavó su polla entre sus nalgas. Cuando Aurora se desprendió, acostó a su marido en el sofá y ella se montó sobre su polla, ensartándose en él con un grito de placer, se echó hacia adelante levantando su trasero y llamó a mi marido.
– Ángel, amigo, ven y aprovecha por meterme tu hermosa polla en mi culo, pues quiero sentirme penetrada por los dos lados mientras Antonia se repone – le dijo.
Mi marido no se hizo de rogar y puso su dura polla a la entrada del agujero de Aurora, pero yo le ayudé y con mis manos le abrí sus grandes nalgas y al rato sentía envidia de verla con la polla de su marido ensartada por su coño y ahora la de mi marido metiéndose por su gordo culo. Parecía que Aurora estaba acostumbrada a recibir visitas por detrás, pues no le costó mucho que la polla de mi marido entrara. Mi calentura aumentó y empujando a mi marido por detrás de él, me sentía que era yo la que penetraba a mi amiga por el culo. Estuvimos un rato los cuatro moviéndonos acompasadamente, cuando Aurora comenzó a lanzar grititos que se fueron transformando en gritos y quejidos, con movimientos compulsivos.
– ¡Aaah… aaah… que gusto… no puedo más… es demasiado… oooh… aaah…!
Quedó desmadejada con los ojos cerrados, mientras ambos hombres la inundaban de caliente y viscosa leche, llenándola por sus dos agujeros, en un concierto de gritos y quejidos.

Luego, ya repuestos, nos servimos otra copa y mi amiga dijo que ahora era yo la que necesitaba ese doble tratamiento y que no lo iba a olvidar.
– Antonia, por favor – me dijo – no te puedes perder eso.
Nuestros maridos estuvieron de acuerdo, pero como se habían corrido varias veces, no podían complacerla. Lo que sucedió después, lo dejaré para un siguiente relato, pues debo confesar que me he calentado tanto contando la aventura con mi amiga, que me estoy haciendo una paja muy sabrosa.
Besos y hasta pronto.

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