Relato erótico

Fuego en el cuerpo

Charo
23 de enero del 2020

Fue a pasar el fin de semana con su novia y decidieron ir a la nieve. Les gustaba el esquí y alquilaron una casita en plena montaña. Fuera de la casa hacía frío, pero sus calientes cuerpos podían fundir la nieve.

Javier – Huesca
Amiga Charo, la luna llena iluminaba a los lados del camino, un sinfín de nevados pinos que se extendían en un precioso bosque. Entre ellos, poco más adelante, se distinguía la luz de la cabaña de madera y piedra donde estábamos pasando el fin de semana. Habíamos decidido dejarla encendida y el efecto era precioso.
Al entrar en la cabaña, la temperatura cambió para ofrecernos un recibimiento cálido, proveniente de una buena calefacción. Cerramos la puerta, amortiguando el ruido de un aullador viento que parecía querer entrar con nosotros también.
La estancia, sumamente acogedora, estaba decorada con muebles de madera rústica y tapices y alfombras con motivos montañeses. Todo ello, indirectamente, iluminado por la luz de una lámpara de pie, que estaba en una esquina del salón-comedor.
Nos sacamos las botas y ropa de abrigo y Natalia se dirigió al dormitorio, según dijo, a dejar su bolso y las llaves. Cuando al rato apareció en la sala de estar llevando en una bandeja dos copas de champán, yo me afanaba en encender un agradable fuego que comenzaba a chisporrotear en la chimenea. Descalzo y vestido con una ajustada camiseta y unos viejos vaqueros, colocaba los cortos y gruesos troncos en el lugar adecuado.
– Hola, cariño -oí la voz de Natalia que me abrazaba por detrás- ¡Que calorcito más agradable! – añadió mientras yo, apretado por el abrazo de Natalia, acababa de colocar el protector frente a la chimenea.
Sin volverme, me dediqué unos instantes a comprobar mi obra, mientras, las manos de Natalia se paseaban sobre mi camiseta, por las costillas, abdomen, y pecho una y otra vez.
– ¿Ha quedado bien? – le pregunté algo orgulloso de mi trabajo, mirando al fuego.
– ¡Ajá! – afirmó Natalia mientras metía sus manos en los bolsillos delanteros de mis vaqueros.
– Chachi – añadí yo.
Como respuesta, obtuve de Natalia una serie lenta y cálida de besos que ascendieron desde la parte posterior de mi cuello hasta el lóbulo de mi oreja derecha. En cada uno de los besos, Natalia pudo notar, teniendo las manos donde las tenía, como mi polla iba desperezándose como si pasase de un agradable sueño a un no menos agradable despertar.
Al poco rato me giré sonriente hacia Natalia por primera vez desde que esta había entrado en el salón y mis ojos y mi boca se abrieron con agradable sorpresa al mirarla.

Iba enfundada en un corto y tremendamente sexy camisón de raso color crudo, unos delgadísimos tirantes lo mantenían sobre sus delicados hombros y era tan fino y suave que revelaba todo el grosor de sus pezones.
– ¡Ostras! – exclamé.
Sin darme tiempo de nada, me agarró de la camiseta, atrayéndome hacia ella estaba con su lengua, metida en mi boca y jugando a moverse en mil direcciones. Cálida. Húmeda. La mano de Natalia agarraba mi nuca, pegando su rostro al mío, sus gordas tetas a mi pecho y su sexo sintiendo la dureza del mío. Mis manos se deslizaban ahora por su culo, cubierto con las braguitas, para subir por su espalda y bajar nuevamente a su culo.
Tras unos minutos ronroneando, Natalia agarró mi camiseta y me la sacó de un tirón, empujándome después hacia la alfombra, donde quedé tumbado, boca arriba, junto a la chimenea. A continuación Natalia, se colocó de pie a horcajadas, encima de mí, con los pies a la altura de mis caderas, recogiéndose, coqueta, la rubia melena mirando hacia el techo.
Nuevamente mis ojos se desorbitaron al ver un nuevo componente del “espectáculo”. Natalia lucía unas brevísimas braguitas que unían la parte anterior con la posterior, con poco más que unos hilos laterales. No fue eso, sin embargo, lo que hizo surgir las primeras gotas de líquido pre seminal en la punta del sonrojado capullo de mi polla. Las blancas braguitas de Natalia, en realidad eran casi transparentes. Salvo las costuras, el resto de la tela permitía percibir perfectamente el oscuro vello de su coño. Pero no pude ver más detalles pues Natalia volvió a caer sobre mí.
De rodillas se aplicó en seguir besándome y comiéndome las orejas, mientras que yo, gimiendo de placer, me iba despojando de mis pantalones y lo que yo dejé a la vista tampoco estaba mal. O al menos eso fue lo que debió pensar Natalia, que se retiró hacia mis pies para contemplar mi cuerpo. Los blancos calzoncillos ajustados que llevaba presentaban una marcada deformidad palpitante. Entonces Natalia, cogiendo mis pies, calientes, se los introdujo bajo el camisón y así pudo jugar con sus pezones, cada vez más duros, mientras me dirigía miradas cargadas de una mezcla de picardía y sensualidad.
Al final me puse de pie frente a ella, que seguía arrodillada, y le saqué el camisón. Natalia me chupeteó varios dedos de una mano mientras me acariciaba las nalgas para, con un movimiento experto y repentino, introducir los dedos de ambas manos en la parte interior de la cintura del calzoncillo y dejarme absolutamente desnudo, bajándome de un tirón la ropa íntima.
Mi polla, encabritada, saltó de su escondrijo y dejó colgando un hilo de humedad que reflejaba mi grado de excitación.

Natalia, sacando la lengua, lo recogió y así, con una mano entrelazada en una de las mías y con la otra agarrándome el culo, Natalia se dedicó a acariciar con su lengua mi miembro, aplicándole pequeños mordisquitos en los lados, recreándose en pasearse desde la punta a la base y volver, pero sin introducírsela en ningún momento.
En la habitación se oía el fuego chisporroteante pero también se oía el contacto de la lengua de Natalia con mi durísima polla, pero sobre todo se me oía a mí, gemir diciendo:
– ¡Aaah… sí, cariño… sí…!.
El espectáculo tenía que ser verdaderamente excitante. Yo de pie, los ojos cerrados, la cabeza erguida y la boca entreabierta emitiendo sonidos de placer. Ella de rodillas, su sensual boca impregnada de los jugos de mi verga entremezclados con su propia saliva, moviendo la lengua, aplicada, en el órgano palpitante que tan bien conocía.
Cogí por las axilas a Natalia y la coloqué en un sillón de orejas. Hice que Natalia pasara una pierna por cada uno de los brazos del sillón, quedando sentada y completamente abierta. Besándola en los labios, en el cuello y las orejas, fui bajando poco a poco hacia las tetas y el ombligo obligándola a abandonar las suaves y dulces caricias que ella me estaba prodigando en los cojones.
Sin despojarla de las delgadísimas y ahora mojadas bragas, planté mi boca frente al coño de Natalia y el deseo hizo que mi lengua, mis besos y mis mordisquitos hicieran el resto. Natalia exclamaba una y otra vez:
– ¡Javier, no pares… sigue, mi amor… sigue… oooh…!
Lo tenía muy claro que deseaba seguir tanto o más que ella y ver a Natalia tan cachonda me ponía aún más, tanto que, si de un tirón no le llegó a quitar las bragas, probablemente hubiera intentado meterle la polla con ellas puestas. La boca de Natalia lanzó un gemido al sentirse penetrada, follada por mí y agarró con las dos manos mi culo para marcarme un ritmo de vaivenes de polla, que harían correrse al instante al más pintado. Y es que Natalia, cuando se pone a follar me enloquece.
Estuvimos follando un rato en el sillón, yo con los brazos apoyados en los del sillón y Natalia con sus manos en mi culo, en mi espalda, en mi cabeza o, la muy cabrona, acariciándose las tetas para excitarme aún más.
Al cabo de un rato Natalia se salió de mí y me hizo poner boca abajo, en la alfombra.
De pronto, cayó un tronco de la chimenea, Natalia se ocupó de acercarse gateando a colocarlo adecuadamente. Me deleité en mirar su potente culo y los carnosos labios que sobresalían entre sus muslos, rodeados por una generosa mata de vello y no pude evitar aprovecharme de dar satisfacción a un culo y un coño que, de frente, me decían bésame, fóllame.

Y así lo hice. Mientras Natalia permanecía a cuatro patas, a una distancia considerable del fuego, yo me dediqué a besarle todo lo largo y ancho de sus nalgas para, finalmente, ensartar otra vez mi polla dentro de ella, aderezada la acción por un gritito de satisfacción por parte de mi chica. El coño de Natalia, era una auténtica pista de patinaje para mi dedo, que resbalaba, otorgando excitación allá por donde pasaba.
A los gemidos entrelazados de ambos, a los gritos de placer, se juntaron los movimientos pélvicos de ambos en señal de éxtasis.
Natalia se corrió agitando sus generosas caderas a la vez que volvía la cara para colmar y ser colmada de besos. Sin dejar de besarme fui yo, esta vez, el que se vio empujado al sillón para ser objeto de una profunda y deliciosa mamada. Mi polla pasó a ser chupada y meneada alternativamente por la mano experta de Natalia, que con mirada maliciosa, se deleitaba mirando mi cara de satisfacción, mientras me hacía la paja del siglo.
La mano de Natalia jugaba a coger con fuerza mi verga en un rítmico sube y baja para pasar a emplear solo dos dedos, en forma de anillo, alrededor de la base del capullo, acariciar éste con la punta de los dedos y volver nuevamente a apresarla en toda su longitud, haciéndome en todo momento, sentirme en otro planeta. Un planeta llamado “Hiperplacer”
Cuando mi cuerpo y mi cara dieron muestras de que me iba a correr, Natalia dudó entre volver a introducirse el miembro en la boca o apartarse. Continuo
con el vaivén de su mano y el resultado fue que mi leche, salió con tanta fuerza que fue a parar a la cara de mi chica.
Poco a poco nos fuimos encontrando nuevamente tumbados ante la chimenea pero esta vez tapamos nuestros cuerpos, entrelazados, con una manta.

La ventana dejaba que la luna, envidiosa, se asomase a mirarnos y nosotros, por nuestra parte, nos mirábamos el uno al otro, cada uno con su copa al lado, de la cual alternábamos pequeños sorbos con amorosos besos que auguraban un nuevo anticiclón dentro de poco.
Un saludo de nuestra parte para todos los lectores.

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