Relato erótico
Fue una tentación
Habían pasado un maravilloso día en la playa y decidieron volver a su casa. Sus padres seguían fuera y su novia se tumbó en la cama a descansar. Fue una tentación verla, allí tumbada y “ofrecida”.
Juan – Alicante
Todo empieza una calurosa tarde de finales de junio, que realmente se transformaría en calenturienta, cuando volvía con Sheila a mi casa tras haber estado con los amigos. La casa estaba desierta, ya que mis padres pasaban todo el día en la playa. Ella estaba cansada y acalorada tras haber pasado el día en el agua, así que tras dejar las cosas, se tumbó en perpendicular en la cama, o sea, su tronco descansaba en el colchón, mientras que sus piernas estaban ancladas por los pies al suelo. Cerró los ojos y me quedé observándola, estudiando cada centímetro de su cuerpo. Ella vio que la observaba y no me dijo nada ante mi inquisitiva mirada, ya que sus ojos no aguantaban el cansancio que sentía y no podía fijarse bien en mi rostro depredador.
Sheila mide 1’72m, sus ojos son de un tono verdoso y su pelo es castaño, rizado y con mechas. Tiene una cara preciosa, que a veces simula ingenuidad, timidez e inocencia. Pero más tarde tales pensamientos serían pasto para las llamas de la lujuria. Tiene un cuerpo precioso, con caderas marcadas y un culo tentador. Me encanta sentirlo todo contra mí y restregarme cuando sabe que lo estoy disfrutando y lo pone en pompa como invitando a cierta arma que escondo a desenfundar y ponerse en acción.
Yo soy Juan, y no me encuentro nada del otro mundo. Sheila en cambio me dice que estoy buenísimo y que le encanta mi cuerpo. Estoy delgado, aunque hago un poco de pesas para intentar compensarlo, soy moreno de pelo largo, con coleta. Mis ojos encierran la oscuridad de un abismo tan profundo como mil noches, no tengo pelo en el pecho (eso le pone mucho).
Ver así a Sheila, tumbada, me hizo notar un único y ligero movimiento en mi bañador. Fue como si un pez hubiese saltado del agua y segundos después se hubiese vuelto a adentrar en su mundo. Me fui a beber agua porque hacía mucho calor y cuando volví oí a Sheila. Su respiración era más lenta, más pesada y pausada, se había dormido.
Seguí contemplándola y me fijé en sus pechos, divinos. Era muy curioso, pues en su camiseta roja de tirantes se notaba una pequeña protuberancia en el lado izquierdo, como si se le hubiese metido algo, me acerqué un poquito sin hacer ruido y pude ver claramente como aquella “protuberancia” era su pezón izquierdo, que se notaba desde su bikini hasta el forro que era su camiseta de tirantes.
Me puse de rodillas en el suelo y me acerqué sin hacer ruido. No pude evitar la tentación y le pasé la yema del dedo índice sobre el pezón. No se despertó, pero lentamente sus piernas se abrieron. Yo estaba a su lado derecho e inmediatamente me puse entre ellas. La parte de abajo de la pieza de tirantes, la que es como una falda, se le había arremangado y desde tan aventajada posición, podía ver la parte de abajo de su bikini naranja. Su sexo emitía un hilillo de suave aroma que inmediatamente empezó a despertar el hambre de mi miembro.
Se lo acaricié con suma delicadeza, de arriba a abajo y de izquierda a derecha. De repente se despertó.
– ¿Qué haces? – me preguntó asustada.
Tenía miedo de que pudiera haberla molestado lo que estaba haciendo. Se levantó y yo me senté para pedirle disculpas.
– Lo siento, es que eres la encarnación de la tentación.
– Venga pecador, acuéstate y duerme, te despertarás menos tenso.
Esto último lo dijo recalcando mi abultado paquete con su mirada. Se fue a la cocina. Mejor no llevarle la contraria, no fuera que se enfadase. Así que hice lo que me dijo. La esperé un ratito acostado pero parecía que estaba tardando un poquillo, decidí relajarme y me dormí. Estaba en un tranquilo y apacible sueño en el que nadaba en el mar, cuando ese mar se hizo muy húmedo. Me empezaba a dar placer. De repente me desperté con la mirada perdida en el techo, noté algo muy húmedo y caliente que me oprimía y me daba un placer inmenso. Levanté la mirada y finalmente descubrí la causa, mi novia Sheila estaba de rodillas en el suelo, como anteriormente hice yo, totalmente desnuda con mi polla en su boca y mano derecha y con la otra entre sus piernas. Me guiñó un ojo y sacándose mi polla de su boca me dijo: ¡a dormir!
Eso era del todo ya imposible, me levanté de la cama y agarrándola por la cintura la tumbé bien en la cama y me puse encima. Hasta ese momento no me había dado cuenta de que yo estaba totalmente desnudo. Me revolvía frotando mi polla contra sus piernas y labios mientras que nuestras lenguas jugaban en nuestras bocas una danza mortal; sus manos acariciaban mi espalda, la apretaban y estrujaban. Mis manos la asían por la cintura, la pegaban hacia mí, acariciaban sus blancas, grandes y duras tetas, y jugueteaban con sus traviesos pezones. Me escurrí hacia abajo y le empecé a dar mordisquitos en los muslos, chupaditas con la lengua en un interminable éxodo hacia su chorreante coño.
Llegué a él e hice tentativas de chuparle el clítoris. Finalmente me lo metí todo en la boca. Lo saqué y empecé a masajearlo con la ensalivada puntita de mi lengua, estaba riquísimo. La movía de arriba a abajo, izquierda a derecha y en círculos, siempre cambiando de sentido y acompasándolo con el movimiento de sus tronco por medio de mis manos en su cintura. Empezó a gemir, me agarró más fuerte, se dobló un poco, se detuvo un momento y se corrió en mi cara, moviéndose como una loca, como una leona. Se levanto y empezó a chuparme la polla. La aparté de aquel paraíso y la tumbé abriéndola bien de piernas.
Me puse de nuevo encima de ella, Sheila agarró mi miembro y lo guió hasta su cueva, lo restregó un poco sobre el clítoris, y finalmente se lo hundió un poquito. Me fui dejando caer encima de ella, aumentando así la profundidad en que buceaba mi polla, hasta que tocó fondo.
Lo deslicé hacia atrás retrocediendo y cuando solo tenía dentro el capullo, levanté un poco mi espalda acercando más mi tronco hacia ella y apuntando hacia la parte baja de su chocho (sé que esto la pone muchísimo), extendí mis piernas hacia atrás de tal forma que era como si estuviese de pie, apoyando mis manos en el colchón. Me acarició el culo y el pecho y le contesté pegando mi culo hacia abajo, hundiendo así brutalmente mi rabo hasta el fondo. Empecé a penetrarla a un ritmo muy acelerado, hincándosela hasta el fondo y moviendo mi culito como un bailarín de merengue.
Me agarraba el pecho con fuerza y apretaba mis nalgas, rozando dos veces mi ano, lo cual no me molestó. Se corrió y en su violencia, casi me corro yo. La saqué del mar de su chocho, me tumbé en la cama y ella se colocó encima de mí, aún ambos con la respiración entrecortada. Se puso de rodillas sobre mí, mirándome la cara. Se pasó la mano por detrás y agarró mi pene.
– ¿Qué tal el orgasmo de antes? – le pregunté.
Sheila me miró sorprendida y metiéndose mi polla me dijo:
– ¡Me corrí dos veces! Una mientras me lo comías y otra mientras lo hacíamos.
Muy lentamente se metió toda mi durísima polla hasta el fondo de su coño. Allí descansó unos segundos hasta que empezó a oscilar su cuerpo de delante hacia atrás. En aquellos momentos me recordó una boya flotando en el mar… Y yo chupándole y amasando sus tetas. Empezó a cabalgarme más rápido, con su pelo por todos lados en el aire. El ruido de la cama era atronador, como nuestros gritos y gemidos. Me puso las manos en el pecho y se movía como poseída.
Se corrió, pero no paró de moverse. Instintivamente no aguantaba más tanto placer, ya me corría. Ella al darse cuenta, animada aceleró el ritmo. Tras un esfuerzo sobrehumano y un gesto de agonía, me contuve el orgasmo y ella de la excitación se volvió a correr. Llevaba 5 orgasmos.
Tras recomponerse, en breves segundos se puso de rodillas en la cama, me puse detrás de ella y me pegué a su culo. Le acaricié el clítoris con el capullo y cuando noté que estaba muy excitada, guié mi espada hasta su sexo. Se lo introduje de golpe y tras bombear dos o tres rápidas veces hasta el fondo se corrió entre gemidos gracias al calentamiento en el clítoris. Se la saqué y se la volví a meter sin dar tregua. Se la metía a un ritmo pausado, porque realmente estábamos los dos cansados. La golpeaba contra mí, agarrándola de la cintura y las caderas, apretando éstas contra mi sudoroso abdomen. Con una mano empecé a acariciarle el culo, acercándome a su pequeño agujerito. Me lubriqué el dedo en su vagina y le acaricié el ano. Se abría y cerraba como una compuerta.
Me unté el dedo en vaselina y se lo empecé a meter lentamente. Ella estaba muy excitada y se movía rápido, pidiéndome que la penetrara más rápido. Mi dedo se metió todo y empecé a meterle la polla más rápido. Ella se movía desenfrenadamente, haciendo que mi dedo entrara y saliera de su culito. Con una mano se metió todo mi dedo en su ano y puesto que puso el culo en pompa, también se metió mi polla hasta el fondo. Con un largo gemido se volvió a correr, dejándome inmóvil. Yo casi me corro.
– Sheila, cariño, estoy a punto de correrme, no puedo más.
Me besó y me miró como con cara de pena. Inocentemente me dijo:
– ¿Cómo quieres correrte mi amor?
Miré mi húmedo dedo, que tanto placer le había proporcionado y ella puso una sonrisa maliciosa. Sin decirnos nada, se tumbó de lado en la cama y se separó bien las nalgas. Yo me coloqué a su espalda y me unté la polla en vaselina. Después jugué con la vaselina en su culo, se lo lubriqué y le introduje un dedo. Le paseé mi mano izquierda bajo su cintura, para agarrarla bien y con la otra guié mi capullo hasta la entrada de su ano. Apreté lentamente mientras ella, con su mano derecha, se masturbaba el clítoris. Parecía que mi pene no iba a entrar nunca y ella se giró y me dio un morreo para tranquilizarme o no, mejor dicho. Le agarré con la mano derecha su muslo levantado (el otro lo apoyaba en la cama.) y mi otra mano agarraba su cintura como si fuese un asa. Apreté tirando de su cuerpo y entró mi capullo.
Ella gritó y yo gemí. Metí la polla hasta su mitad y la penetré despacio, tirando de su pierna y sobándole las tetas.
– Sheila, me tienes loco, no aguanto más, me voy a correr de un momento a otro, esto es demasiado.
Se movió más rápido, yo también y metiéndole toda mi polla en su culo, al fin nos corrimos los dos a la vez, gritando, gimiendo y combinando el sudor de nuestros cuerpos con el resto de fluidos. Se la saqué, nos quedamos exhaustos un buen rato en la cama hasta recuperarnos, nos duchamos y nos fuimos a cenar.
Saludos.