Relato erótico

Fue una locura

Charo
17 de septiembre del 2019

Cuando decidieron ir a un club de intercambio nunca se imaginaron que sería tan placentero. Ellos, ya eran imaginativos pero, aquel día, superaron las expectativas.

Marisol – Valencia

Jaime y yo formamos un matrimonio joven, entrados en la treintena, y pese a llevar bastantes años juntos, seguimos manteniendo una buena relación basada en la amistad, el compañerismo y la pasión. Nuestras relaciones sexuales siempre han sido una gozada de compenetración, por lo que no hemos necesitado otras experiencias fuera de la pareja, ni siquiera en los momentos bajos. Hacemos el amor al menos una vez al día y no siempre en la cama. De lo bien que nos lo pasamos podrían hablar los vecinos, aunque ahora con los niños es más complicado perder la cabeza y dar rienda suelta a los instintos. Por eso aprovechamos cuando están fuera, para lo cual a mí me gusta ir sin braguitas, siempre lista para volver loco a Jaime que está deseando subirme la minifalda, agarrarme por el culo y follarme contra el sofá o la cocina.
A menudo nos gusta darle un poco de morbo a lo nuestro, ya sabéis, lo típico. Ver películas porno, hacednos fotos con la polaroid o grabarnos en vídeo, pero también nos gusta follar en situaciones límite con la emoción del peligro a ser sorprendidos, en la playa o en el campo, en los probadores de unos grandes almacenes, en los jardines públicos…
Ni la edad, ni los hijos, ni nuestras responsabilidades laborales nos han curado de estas locuras, al contrario, cada vez nos seduce más el morbo, el juego y la fantasía. A veces, cuando estamos jodiendo, nos imaginamos historias y orgías en las que participamos los dos. Hay una fantasía mía que siempre pone a cien a Jaime. Yo estoy desnuda, tumbada en una playa solitaria y se acercan dos jóvenes que me comen toda y me dan polla hasta la saciedad, vienen más parejas que se van sumando hasta que toda la playa es una orgía.
Este verano nos decidimos y fuimos a un pub liberal de los que abundan en la costa donde veraneamos, un local de intercambios en cuya puerta ya sentimos la emoción y el frenesí de todos nuestros deseos.
Habíamos cenado en un restaurante cercano, una cena romántica, de esas de velas y música de fondo, en la que Jaime no paraba de hacerme la boca agua porque jugaba, bajo el mantel, con su pie entre mis muslos y como habréis imaginado, sin bragas de por medio, terminó con el pie empapado. Nuestra conversación era cada vez más picante y yo me moría de ganas de ser follada a tope. Al llegar al local me puse un poco nerviosa, incluso temí ver a algún conocido, pero ya íbamos muy alegres por el vino y el deseo. La relaciones públicas nos introdujo con exquisita amabilidad y con la mayor normalidad nos enseñó el pub y todas las estancias.

Cuando nos sentamos a tomar una copa, ya más relajados, vimos a nuestro alrededor varias parejas, una de ellas muy atractiva. Enseguida cruzamos nuestras miradas.
Nosotros también estamos bastante potables. Jaime es un morenazo con unos preciosos ojos verdes y yo, que me llamo Marisol, iba verdaderamente despampanante, con mi cabellera rubia suelta y un ajustado y liviano vestido rojo de tirantes. Cuando volvió la relaciones públicas para preguntarnos si todo iba bien, le dijimos si aquella pareja eran clientes habituales y si nos los podía presentar. Nos dijo que sí y pronto estábamos tomándonos una copa y charlando juntos. Se llamaban Vicente y Elena, estaban casados y eran realmente divertidos. A los dos les gustaba el deporte y se notaba por sus cuerpos que estaban para mojar. Incluso, tengo que reconocerlo, me gustó Elena, morena y guapísima, con la que congenié enseguida. Vicente y Jaime fueron derivando su conversación hacia nosotras y empezaron a bromear sobre lo mucho que nos gustaba la marcha y lo bien que lo hacíamos en la cama.
-¿En la cama solo? – dijo Elena.
Enseguida estábamos hablando de nuestras posturas favoritas y de nuestras fantasías. La conversación iba subiendo de tono, entre risas, roces…
-Como sigamos así, mi marido va a reventar la cremallera -dije, entre risas de todos.
-Es cierto -añadió Elena que ni se lo pensó para palparle el paquete a Jaime.
-De lo que no hay peligro es de que tú mojes las bragas, porque no llevas – respondió mi marido.
-¿Será verdad? -preguntó Vicente al tiempo que me subía el vestido para comprobarlo.
Separé las piernas, dejando a la vista mi coño.
-Esto se está desmadrando demasiado y yo, como soy muy formalita, me voy a bailar como una buena chica. ¿Te vienes, Jaime? -dijo Elena mientas se llevaba a mi marido a la pista.
Yo me quedé hablando con Vicente, que me dijo que había constatado que yo era rubia auténtica por el color de los pelos de mi coño y yo le contesté que no me pensaba ir esa noche sin comprobar si él era moreno auténtico. Nuestras parejas, mientras tanto, estaban ya magreándose al son de una música lenta. En un momento dado Elena, que se dejaba sobar las tetas por mi marido, le bajó la cremallera y le agarró la polla.
-Nosotros vamos con retraso – le dije a Vicente.
-Pues ya sabes donde agarrarte -me dijo mientras me tomaba la mano y me la llevaba a su bulto que estaba pidiendo guerra – ¿O prefieres bailar?
-No, creo que lo que hay que hacer es llevarnos a aquellos dos al jacuzzi, antes de que empiecen con “otro baile”- dije yo.

Pronto estábamos los cuatro desnudos, disfrutando del burbujeo. Realmente Vicente y Elena estaban buenísimos. Él tenía un culo de locura y su polla, que apuntaban bien alto, era casi más grande que la de Jaime. Elena tenía unos pechos grandes y redondos, con unos pezones largos y oscuros que realmente llamaban la atención, y el sexo lo llevaba depilado del todo.
– Esta noche nos vamos a poner las botas -me dijo Jaime al oído y se puso a besarme apasionadamente.
Mientras me besaba, Vicente y Elena se acercaron. Ella le agarró la tranca a mi marido y Vicente comenzó a tocarme las tetas y luego el culo, hasta que poco a poco pasó a mi raja y comenzó a juguetear con mi clítoris metiéndome el dedo en la vagina. Jaime y yo seguíamos dándonos lengua como locos y yo estaba ya que me corría. Para descansar, me separé de mi marido y me dirigí a Vicente, al que tomé su instrumento con una mano, mientras me agarraba a su culo con la otra. Eché un vistazo y Elena ya estaba comiéndole la polla a Jaime, que se había sentado en el borde del jacuzzi y tenía en sus tetas donde agarrarse también.
-Ya está bien de que nosotros siempre vayamos rezagados -me dijo Vicente mientras me cogía por la cintura, me sentaba al lado de mi marido y se ponía a comerme de arriba hasta abajo.
Al poco de llegar a mi coño, ya no aguanté más y me corrí estrepitosamente. Sin perder tiempo, Vicente se la clavó a su esposa por detrás, mientras ella seguía comiéndosela a Jaime como quien tiene hambre de semanas. Elena acabó corriéndose como una loca y al oírla, mi marido no aguantó más y le llenó la boca de semen. Rápidamente me lancé con el ánimo de pillar algo, acerqué la boca y mi lengua y en la polla de Jaime, me encontré con la lengua de Elena, en la que pude saborear aquel jugo. Mientras nos dábamos la lengua y nos tocábamos mutuamente los pechos, Vicente me introdujo su tranca y creí que iba a desmayarme de gusto. Era inmensa, muy gruesa y se movía como una máquina.
Entretanto, mi marido acercó su lengua a las nuestras y nos besamos los tres a la vez, mientras Vicente seguía embistiéndome como un toro salvaje. Volví a correrme de nuevo y me revolví a tiempo para que Vicente se corriera en mi boca. No nos habíamos dado cuenta que otras parejas habían entrado en el jacuzzi, a las que habíamos puesto a cien.
Allí ya no cabíamos tantos, era demasiada jodienda para un jacuzzi.

Así que nos fuimos los cuatro a una cama redonda, en un cuarto contiguo, donde había otras parejas haciendo de todo. Aunque me acababa de secar, ver a tanta gente en una orgía sin límites, hizo que me mojara de nuevo rápidamente. Mientras nos hacíamos sitio en el colchón, iba hablando con Elena, que me dijo que era la primera vez que besaba a una mujer y que, mientras lo hacía, había deseado saborear mi sexo. Le contesté que la noche era muy larga.
Dicho y hecho, enseguida estábamos en acción. Nada más sentir la lengua de Elena en mi entrepierna, me puse cachondísima y le dije que aquello había que hacerlo del todo bien y girándome, comenzamos un 69 que estaba en su apogeo cuando nuestros marido vinieron con unas copas. Al vernos, Jaime y Vicente se empalmaron rápidamente y comenzaron a masturbarse a nuestro lado, a meternos mano y a animarnos.
-Cariño – me decía Jaime – cómele el coño a esta putona que enseguida me la voy a follar yo.
Al rato estábamos los cuatro follando. Nosotras a cuatro patas nos dábamos la lengua con frenesí, mientras Vicente me volvía a follar y mi marido hacía lo propio con Elena. A partir de ahí los jadeos fueron en aumento y cambiamos varias veces de pareja. Por un rato follamos con nuestros maridos respectivos que, al final, se corrieron a la vez sobre nuestras tetas, que nos limpiamos la una a la otra a base de lengua. Yo ya había perdido la cuenta de mis corridas, estaba cansada pero seguía cachondísima. Mi marido estaba reponiéndose y Vicente se fue al aseo. Mientras Elena encendía un pitillo, me dediqué a disfrutar viendo a las otras parejas de al lado. Me dio envidia ver a una mujer que era poseída por dos jóvenes, uno por la vagina y otro por el ano, mientras ella le comía la polla a un tercero. Comencé a masturbarme y al verme Elena, sin decirme nada, se acercó, puso su coño pegado al mío y comenzamos a restregar nuestros labios y nuestros clítoris. Nuestros jadeos animaron a Jaime y a Vicente, que nos metieron sus trancas en nuestras bocas mientras continuábamos disfrutando del roce de nuestros coños. Entonces Elena le dijo a mi marido:
-Quiero que me metas tu pollaza por el culo, que me voy a correr como una zorra.
Yo me puse a cuatro patas y le dije a Vicente que me follara hasta llenarme el coño de leche. Realmente estaba siendo una noche inolvidable y yo estaba como una perra en celo. Por eso no dudé en acercar mi boca hasta uno de los chicos de al lado y comerle su polla sin mediar palabra.
Se acercaron los otros dos chicos y mientras me sobaban las tetas, se pajeaban. Yo seguía disfrutando de las embestidas de Vicente y ya puestos, me puse a contentar a los tres chicos, que fueron turnando sus pollas en mi boca. Oí como se corrían Jaime y Elena, que estaban alucinando con la visión. Vicente se corrió dentro de mí.

Al final, ellos tres estaban exhaustos y adormilados pero yo no paré hasta que aquellos otros tres mozos se corrieron sobre mí. Nos hubiéramos quedado durmiendo un día entero, así que decidimos irnos antes de que amaneciera y refrescarnos en la playa.
Nos bañamos desnudos los cuatro y coincidimos en que era una pena no proseguir la fiesta en la playa, así que quedamos para el sábado próximo para pasar la noche en una cala apartada que conocían ellos. Nos preguntaron que si podían invitar a otra pareja a pasar la velada y aceptamos. Pero eso ya es otra historia que os contaré otro día, porque desde hace un rato tengo a mi marido con su lengua entre mis labios inferiores y voy a tener que… ¡oooh…!
Besos

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