Relato erótico
Fue una locura
Nos había contado en otro Relato lo que le ocurrió durante unas vacaciones románticas con su marido. Si la primera parte era caliente el final fue un desenfreno total.
Rosa – GERONA
Amiga Charo, ya te relaté la primera parte de la experiencia que, mi marido y yo pasamos durante una semana deliciosamente romántica a orilla del mar, en un pequeño hotel desde el que se podía notar la fuerza de las olas en toda su intensidad. Hablamos mucho de todo, pero lo que más nos divertía era hablar de sexo
Te conté también que fuimos a un restaurante y como un desconocido, en el lavabo de señoras, me masturbó, sin que yo pudiera hacer nada para rechazarlo y quedándose luego con mis bragas como recuerdo.
Terminaba diciendo que no me atreví a contarle lo sucedido a mi marido, porque tendría que explicar el por qué no hice nada más, y por qué me sentí excitada. Ni siquiera yo tengo explicación para lo sucedido. Pagamos la cuenta y salimos del local sin mirar a nadie. Pero la verdad es que yo tenía aún el susto en el cuerpo.
Fuimos a otro bar a tomar un café, y aproveché para coger otro tanga del coche y ponérmelo antes de que Miguel se diese cuenta. La luna llena alumbraba la noche. Apetecía dar un paseo por el mar, pero decidimos seguir viaje. Los dos nos reímos de la situación y de lo calientes que nos habíamos puesto. Comentamos que debíamos de estar locos.
Conduciendo junto a la costa se podía ver la cara de Juan iluminada por la luna. Me resultó más hermoso que nunca, y me entraron unas ganas locas de hacerle el amor en esos mismos momentos. Me solté el cinturón de seguridad, y me apoyé en su hombro. Le veía fuerte. Era la primera vez que tenía que salir en mi defensa y eso me gustó. Metí una mano dentro de su camisa. Me gustaba jugar con los pelos de su pecho, con los pectorales, con sus pezones. A él también le gustaba, y enseguida estos se endurecían ante mis caricias. Le toqué los bíceps, torneados, no muy grandes pero sí definidos. Se removió inquieto en el asiento, al tiempo que disminuía un poco la velocidad, señal inequívoca de que le estaba gustando la situación. Desabroché del todo la camisa, con tono pausado, deleitándome en la apertura de cada uno de los botones. A continuación me incliné más y le besé en el pecho. Comenzó a suspirar cuando succioné sus pezones. Con una mano le acaricié su pene por encima del pantalón.
Tal como me imaginaba, estaba totalmente empalmado. Abrió más las piernas para que pudiese tocarle con más comodidad. Comencé a besarle, poniéndole en serios apuros a la hora de conducir. Él tampoco perdía el tiempo, y su mano derecha se introdujo en la minifalda, cogiendo glotonamente mis glúteos, apretando con firmeza y jugando con las tiras de mi tanga. Teníamos suerte de que no pasase ningún coche por esa carretera, pues se hubiese extrañado de la poca velocidad a la que circulábamos.
Estaba totalmente caliente, y comencé a desabrocharle el cinturón. Tuvo que ayudarme, pues con el cinto de seguridad que todavía llevaba, me resultaba imposible la maniobra. Una vez que el cinturón dejó de ser un problema, comencé a desabrochar los botones de su pantalón. Tras apartar su tanga, introduje su polla en mi boca. Miguel dio un pequeño grito, subiendo su cadera para introducir más su miembro en mi boca. Se lo cogí con las dos manos, iniciando un suave movimiento.
Mientras tanto, su mano jugueteaba con la entrada de mi chocho, totalmente mojado y abierto, esperando ser penetrada cuanto antes. Me puse a horcajadas sobre él frotando mi pubis sobre su polla. Estaba enloqueciendo por momentos. Llegué a apartarme el tanga, e introducirme la polla hasta el fondo. Miguel no podía apartar la vista de la carretera, pues eran muchas las curvas que había que tomar. Yo le imploraba que parase en cualquier lugar, que no aguantaba más. Me levanté de encima, porque temía que tuviésemos un accidente. Mientras le chupaba la oreja, le decía lo mucho que le deseaba, que era la persona que más había amado, y que me llenaba como amante. Él tampoco se quedaba atrás, y me decía todo tipo de piropos y frases picantes, que me hacían sentir halagada y más excitada aún si cabe. Por fin encontró un lugar que le pareció apropiado para parar. Subimos con el coche hasta una pequeña elevación, que nos garantizaba una cierta intimidad de miradas indiscretas, aunque dudábamos de que nadie apareciese a esas horas por allí. Nada más detenernos, me lancé como una loba a desnudarle. Él también me iba quitando prendas mientras nos besábamos apasionadamente. En poco tiempo, los dos estábamos completamente desnudos. El calor, hizo que comenzásemos a sudar copiosamente, resbalando por nuestra piel y dando a la situación más carga erótica. Echamos hacia atrás los asientos, para que quedase más espacio en la parte delantera. Me gusta hacer el amor junto al volante. Siempre me ha gustado, y más de un amante me ha poseído así. Mientras le chupaba la polla, me puse a cuatro patas, para que pudiese trabajarme bien el coño y el culo. Solo me había penetrado una vez por detrás, pero me gustaba que me tocase la entrada del ano, incluso que me lamiera, cosa que a Miguel le encantaba.
Las maniobras en mis dos orificios estaban dando sus frutos, y notaba como me acercaba al orgasmo con rapidez. Le pedí que me penetrase de una vez. Me giró, y me tumbó de espaldas sobre los asientos delanteros. Me levantó las piernas y se quedó mirando mi coño, diciendo lo hermoso que era. En un momento que cerré los ojos, noté como me penetraba fuerte y hasta el fondo. Gemí. Siguió moviéndose fuerte y muy rápido, golpeándome la cabeza con la puerta. Con las piernas sobre sus hombros, su pene chocaba son el fondo de mi vagina, arrancándome suspiros de placer a cada envite. En esta postura, comenzó a besarme a lo largo de las piernas, hasta que llegó a los pies. Le dije que no me besase ahí, pero me respondió que le encantaba besarme en cada centímetro de mi cuerpo.
A la vez que me los besaba, realizaba un masaje que me hacía tocar el cielo. De vez en cuando descendía sus labios hasta mis pechos, succionando mis pezones hasta dejarlos duros y tiesos, todo ello sin bajar el ritmo y la fuerza de la penetración. En esas circunstancias el orgasmo no podía tardar, y llegó en medio de unos gritos que me asustaron incluso a mí. Parecía que me iba a partir en dos. Me golpeaba con la cabeza en la puerta, daba golpes al volante, tocando alguna que otra vez el claxon, y todo ello para poder aguantar los latigazos que el orgasmo me daba. Creo que perdí el sentido durante unos segundos. Le dije que se apartase un poco, porque no podía respirar. Él me miraba con una leve sonrisa en los labios, disfrutando del momento.
Siempre me ha dicho que le gusta verme cuando disfruto. Acaricié su rostro, secando las copiosas gotas de sudor que recorrían su frente, y caían en cascada sobre mis pechos. Nos decíamos hermosas palabras de amor, sintiendo nuestros cuerpos unidos. En esas estábamos cuando las luces de un coche hirieron la noche. Nos quedamos agachados, asomándonos un poco para ver donde paraban. Aparcó a pocos metros de donde nosotros estábamos, pero no nos vieron, pues estábamos en un plano superior a ellos. Se trataba de una pareja de mediana edad, que sin duda el embrujo de aquella noche les había hecho parar para amarse. Seguimos mirando como dos auténticos mirones. Era la primera vez que podíamos ver a una pareja haciendo el amor. Debían de estar muy calientes, porque las ropas volaron en un santiamén. Echaron los respaldos de los asientos hacia atrás, y se abrazaron en un fuerte beso. El hombre pronto se deslizó hasta los pechos de la mujer, devorándolos literalmente. Eran unos pechos enormes, y la cara del hombre a veces desaparecía cuando se adentraba en el canalillo. Aquella situación nos sobrecalentó. Echamos los respaldos hacia atrás, y le dije a Miguel que se tumbara. Le cogí el miembro erecto, y me lo introduje hasta la raíz, en la boca. Subía y bajaba mi cabeza con frenesí. De vez en cuando le masturbaba con la mano, para aprovechar a mirar a nuestros improvisados vecinos. Pude ver como hacían un perfecto sesenta y nueve. Era una suerte que esa noche hubiese luna llena. Los movimientos de nuestros vecinos se podían ver claramente. Miguel se rió cuando comprobó que no perdía detalle. Le seguí lamiendo la polla, metiéndole la lengua en el orificio. Esta maniobra le hacía sentir a Miguel una sensación especial, mezcla de dolor y placer, que le hacía mover sus caderas frenéticamente. En un momento dado, mi vagina rozó la palanca de cambios, produciéndome un escalofrío.
Por unos instantes pensé que otra polla estaba detrás de mí. La idea me excitó, y me imaginé a nuestro desconocido vecino penetrándome por detrás. Pocas veces había tenido esa fantasía, pero esa noche mi sensualidad estaba a flor de piel. Una loca idea se cruzó por mi mente. Volví a frotar la palanca de cambios contra mi chocho, aprovechando los movimientos de mi cuerpo mientras masturbaba a Miguel. Ese roce hacía que grandes cantidades de flujo manasen de mí, lubricándome al máximo. Me coloqué de tal manera que la palanca quedase a la entrada de mi vagina, y procedí a introducirla lentamente. A pesar de tener la vagina dilatada, costaba meter esa bola dentro de mí.
Miguel con los ojos cerrados no se percataba de la maniobra. Procedió a pasar las manos por mi nuca y a darme un suave masaje a lo largo de la columna vertebral. Las sensaciones de la penetración y del masaje me estaban llevando a la locura. Por fin la bola entró en mi coño, y entonces inicié un ligero metisaca, del que ya no podía disimular los movimientos. Miguel se dio cuenta de la jugada, y me miró con cara de sorprendido.
– ¡Esto es increíble! – atinó a decir.
Yo le comenté que no podía casi moverme y que no era como el movimiento de su polla, a pesar del tamaño. Entonces él se incorporó un poco para ver más de cerca mi chocho.
– ¡Está increíblemente dilatada! – exclamó – ¡Tengo una idea!
Entonces giró la llave de contacto y el motor del coche se puso en marcha. ¡Fue increíble! La vibración del motor se transmitía por la palanca de cambios y posteriormente al interior de mi vagina. Dejé de masturbarle para poder sujetarme con los dos brazos. Cerré los ojos y disfruté de aquel improvisado vibrador. La boca se me secaba por la respiración agitada que tenía. Miguel chupaba mis pezones, y jugueteaba con sus dedos en mi espalda. En un momento dado cogió un bote de vaselina del coche y tomó un poco con el dedo. Lo puso a la entrada de mi ano y me penetró hasta la primera falange. Después apoyó su mano en la palanca de cambios, haciendo que la vibración actuase sobre mis dos agujeros. El orgasmo fue más brutal que el anterior. Suerte que nuestros vecinos tenían la música del coche puesta, porque si no se hubiesen percatado de nuestra presencia. Mientras tenía el orgasmo abrí los ojos y miré en dirección al coche. No pude ver a nadie, y me imaginé que habrían salido a hacer el amor por los alrededores. Cuando terminó mi orgasmo, caí medio desmayada sobre Miguel. Saqué la palanca de mi vagina, sonando como si se descorchase una botella de cava. Miguel me sacó el dedo del ano y me dio:
– ¡Como me gustaría volver a penetrarte por detrás!
No le contesté y empecé a besarle por todo el cuerpo, deteniéndome en sus pezones y se los mordisqueé hasta ponerlos erectos. Con una mano le tocaba los testículos, que por lo hinchados que estaban, debían estar a punto de descargar. Cogí el bote de vaselina y me puse un poco en el dedo. Busqué la entrada de su ano y le fui penetrando. Lo tenía relajado. Al contrario que a mí, yo le había penetrado muchas veces, incluso con una zanahoria. Le encantaba que le penetrase. No es que sea homosexual, sino que siente placer, y así me lo hace ver. Por eso de vez en cuando le sodomizo, incluso con dos dedos. Con estas maniobras el pobre no podía aguantar mucho más. Cuando giré la cabeza a un lado, me sorprendí al ver dos figuras espiándonos. A pesar de estar medio escondidas, el reflejo de la luna por detrás, los delataba. Estaban desnudos. ¡Era la pareja del coche! Pude darme cuenta que el hombre sobaba los pechos de su mujer, y la otra mano iba en dirección a su sexo.
No me molestó que me espiasen. Todo lo contrario, tenía una gran carga sexual. Aceleré el ritmo de penetración a Miguel, y me bajé hacia su pene para chupárselo. Agarrándome de la nuca me dijo:
– ¡Quiero correrme en tu boca, quiero que mi semen esté dentro de ti y desaloje el de otros!
Yo sabía que se refería a otro chico con el que estuve y que dejé por Miguel. Pero le prometí que nadie más estaría dentro de mí. No estaba preparada para esto aún. Miguel me lo había pedido más de una vez, pero esa noche tampoco me tragaría su semen, aunque estuviese tan caliente como estaba.
Amiga Charo, lo que sigue te lo contaré en una próxima carta.
Besos y hasta muy pronto.