Relato erótico
Fue una buena idea
Le contó a una amiga que llevaba más de cuatro meses sin relaciones sexuales. Le sugirió que tenía que ir a un centro de masajes, al que iba ella. Le dijo que saldría muy relajada. Se lo pensó mucho, pero al final pidió hora y fue.
Sofía – MADRID
Soy bonita de cara, culito precioso, muchas tetas, quizá demasiadas, 1,65 de estatura y me considero atractiva, pero siempre fui muy conservadora y vergonzosa, pero lo peor es que, quizá por esa timidez, ya llevaba cuatro meses sin sexo.
Una de mis mejores amigas, Gloria, llevaba tiempo recomendándome asistir a una sesión de masajes.
– No solo te hace bien al cuerpo, sino que te relaja la mente también – me decía.
– Me da vergüenza ponerme en pelotas delante de un tipo que no conozco – le contestaba yo.
– Pues te quedas en ropa interior, tonta… venga, hazme caso, llámalos – insistía ella-
pasándome el número de teléfono.
En fin, de vez en cuando hay quedarse algún gustito, pensé y unos masajes me iban a ir muy bien, así que llamé por teléfono y reservé un turno. Llegué al centro, me atendió una mujer de unos 40 años aproximadamente, muy elegante la señora, me hizo tomar asiento y comenzó a llenar una ficha con sus preguntas.
Me pareció muy atento y serio todo ese protocolo, motivo por el cual me quedé tranquila. Parecía un lugar muy formal.
– Toma asiento en la salita – me dijo la señora – que enseguida te atiende el profesor.
¿Profesor?, pensé yo, ¿profesor de qué? En todo caso sería un “kinesiólogo” o algo así, pues no sabía muy bien como se llamaban esos técnicos del masaje. En fin. La mujer entró en el gabinete o privado, o como se llame y tardo como un minuto en aparecer, abrió la puerta y me invitó a pasar.
El lugar era muy acogedor, había una camilla, con toallas blancas perfectamente dobladas sobre ella, un biombo, una mesita con muchas cremas, música muy suave, luz tenue. En verdad muy cálido aquel lugar.
– Bueno Sofía – me dijo ella – ya puedes sacarte la ropa, la cuelgas y te acuestas boca abajo en la camilla.
Comencé a sacarme la ropa y mientras lo hacia ella añadió:
– Sácatela toda, por favor, y te colocas esta toalla. – ¿La ropa interior también? – pregunte.
– Sí, toda – repitió – toda.
– Perdón… – insistí muy sorprendida – ¿Pero hace falta sacármelo todo?
– Te explico – me dijo entonces – Vas a hacerte masajes reductores, y con prendas puestas por más pequeñas que sean, entorpecen la labor del masajista, ya estás cubierta con una toalla y no olvides que es un profesional, quédate tranquila, siempre es así.
Mucho no me tranquilizó, pero le hice caso. Me saqué el tanga y la braga y rápidamente me coloqué la toalla, enroscándomela por encima de mis grandes pechos, pero la verdad que por abajo, apenas tapaba mi culo y mi coñito.
Ella se retiró y yo me acosté boca abajo sobre la camilla como me había dicho, cerré bastante mis piernas, pues me daba cuenta que por ahí se me podía ver todo. Que vergüenza. Puse mis manos bajo mi cabeza e intenté relajarme. Pasaron como dos minutos y oí abrirse la puerta.
– Hola Sofía, ¿cómo estás? Espero que estés cómoda pero si no es así, me lo dices… ¿vale?
– Hola, muchas gracias – atiné a decir mientras elevaba mi cabeza suavemente para ver quien había entrado.
Era un hombre de unos 50 años, alto, delgado, atractivo, pero su aspecto me dejó tranquila, pues parecía un profesional. Subió un poco más la música y se colocó crema en las manos comenzando a masajearme los pies hasta que, de pronto, me dijo:
– Abre un poquito las piernas, por favor.
Las abrí un poquito pues pensé que si no lo hacía no podría masajear bien mis tobillos y gemelos. Que tonta que soy, pensé en ese momento, en vez de relajarme y disfrutar del masaje, estoy todo el tiempo a la defensiva. Me relajé completamente y me dispuse a disfrutar del masaje. Sus manos se sentían muy bien, se notaba que sabía mucho.
Entonces se puso a un costado de la camilla y comenzó a masajearme una pierna con ambas manos, pasándolas por mi gemelo y llegando hasta mis femorales, pero frenaba justo antes de tocar mi glúteo. Esa sensación me gustaba, pero supuse que es normal. Luego pasó a la otra pierna y realizó lo mismo. Yo tenía los ojos cerrados, estaba muy relajada, y no voy a mentir, un poquito me gustaba esa sensación de estar tan cerca de tocar mi culo con sus manos.
– ¿Te hago un masaje reductor en los glúteos? – me preguntó.
– Sí claro – respondí, bastante sorprendida.
– Bueno, con permiso – me dijo mientras con ambas manos levantaba la toalla hasta mi cintura.
¡Que sensación! Sentí mucha vergüenza y excitación también. Tenía todo mi culo al aire y el hombre también podía observar con todo lujo de detalle, mi sexo. Comenzó a masajearme los glúteos, hacia un lado hacia el otro, lo hacia rápidamente, luego suave y sinceramente me encantaba sentir esas manos en mis nalgas, me estaba comenzando a humedecer y eso me avergonzaba, pues el podía ver claramente toda mi intimidad.
– Abre un poquito más las piernas, Sofía – me dijo nuevamente.
Yo obedecí y las abrí bastante. Entonces comenzó a masajear el costado interno de mis muslos. Subía su mano por la nalga, luego la bajaba y lo repetía. Rozó un par de veces muy suavemente mis labios vaginales. Cerré los ojos y apreté un poquito los labios. Sin quererlo estaba terriblemente caliente.
– Con tu permiso, Sofía, tengo que masajear tu cintura y espalda – dijo.
Comenzó a enrollar la toalla y entonces me preguntó:
– ¿Quieres que te la saque o tienes frío?
– No, no… sácala… no hay problema le dije.
Me sacó la toalla y la acomodo a un costado. Ahí estaba yo, completamente desnuda, ante la mirada de un hombre que ni conocía y encima me tocaba. Pensé en un momento:
– ¿Qué estoy haciendo? No soy yo.
Me masajeó la cintura, luego toda la espalda y cuello también. Estaba muy excitada, me calentaba estar desnuda y totalmente entregada a una persona que ni el rostro alcanzaba a ver.
– Bueno, Sofía, date la vuelta, por favor – me dijo con su suave voz.
Que vergüenza sentí en ese momento, pero me di la vuelta, apoyé mi cabeza, mis brazos al costado y cerré los ojos. Me daba mucho pudor mirarlo a la cara. De nuevo me pidió que abriera un poco las piernas y comenzaba a masajeármelas cuando oí que golpeaban la puerta y esta se abría.
– Permiso – reconocí la voz de su secretaria.
– Pasa, pasa – dijo el sin dejar de masajearme.
Ella se acercó al lado de la camilla mientras yo mantenía los ojos cerrados pero espiaba un poquito oyéndola decir:
– Llamó la señora, aquí un apellido, y bla, bla, bla…
No presté atención a lo que hablaban pero me sentía muy rara, desnuda frente a un hombre y esta mujer. Tenía todo mi coño al descubierto, mis pechos también…
Ella se retiró enseguida y el seguía masajeando acercándose a la parte interior de mis muslos…
– Abre más, por favor – insistió.
Abrí las piernas lo más que podía tratando de que no me salieran de la camilla. Realmente estaba muy excitada y ya a esta altura muy mojada. Lo espiaba con mis ojos semi cerrados y su mirada estaba atenta hacia donde masajeaba, a milímetros de mi coño. Estaba muy mojada, en el ir y venir de sus manos me rozaba la vagina y él giraba su cabeza para observarme hasta que, sin darme cuenta, en el estado de calentura que me encontraba, lancé un gemido, cortito pero que se oyó claramente.
Enseguida me arrepentí pero ya estaba hecho. Lo espíe y vi que tenía una leve sonrisa. De repente sentí una mano en mi teta y la otra que comenzaba a acariciar mi vagina. Me quedé inmóvil, muda, no pude decir palabra pues en realidad era lo que quería, pero me asustaba la situación.
– Quédate tranquila, preciosa – me dijo él.
Solo sonreí pero sin abrir mis ojos. Una de sus manos tocaba mis dos pechos, acariciaba un pezón, luego otro, tomaba la teta con su mano y la apretaba suavemente. Su otra mano acariciaba con mucha maestría mi coño, con los dedos abría mis labios, otro dedo acariciaba mi clítoris, hacia pequeños círculos e introducía un dedo también. Yo estaba muy, pero muy mojada y me entregué totalmente, comenzando a gemir. Estaba en el paraíso.
De pronto oí la puerta abrir nuevamente y con los ojos semi cerrados vi a la secretaria entrar. No entendía nada, pero mi grado de excitación era tremendo. Ella se colocó detrás de mí y apoyando sus manos en mi cabeza, acariciándola suavemente, me preguntó muy dulcemente:
– ¿Quieres que me quede?
No sabia que decir pero me daba cierta pena decirle que se fuera así que le contesté con un apagado:
– Quédate…
Ella se incorporó y sentí como sus dos manos se apoyan en mis tetas, sacando el profesor la de él que utilizó junto a la otra para pajearme de una forma hermosa hasta que una de sus manos comenzó a tocarme el agujero del ano, y estaba yo tan mojada, que aprovechó mi flujo para introducirme todo un dedo rápidamente.
Yo estaba que me moría, que explotaba, mis piernas no estaban ya sobre la camilla, las tenía plegadas como esperando a que alguien me penetrara. La mujer no dejaba de masajearme las tetas, diciéndome:
– Estáte tranquila, que todo esto es seguro, usamos preservativo.
Yo no entendía nada, pero estaba tranquila. El profesor se giró hacia un lado en busca de algo y la señora, sin dejar de tocarme, fue bajando sus manos por mi cuerpo, acariciándome la barriga, el ombligo, hasta llegar a mi vagina. Yo no podía entender como soportaba todo eso. En mi vida me había podido imaginar a una mujer tocándome un pelo y ahí estaba ella con sus dos manos en mi coño y culo hasta que, rápidamente apoyó sus brazos y manos en mis piernas, recostó su torso hacia la camilla y sentí como su lengua tocaba mi coño. Yo estaba a punto de correrme, me encontraba en un éxtasis total, liberada de prejuicio alguno.
Ella me lamía de una manera extraordinaria, estaba muy mojada, ella se tragaba todos mis jugos y también me lamía el ano. Era demasiado. Entonces oí un ruido, giré levemente los ojos y vi como el profe, ya sin pantalones, se estaba colocando un preservativo en su pene, que no era muy largo pero sí ancho.
Creo, que me estoy alargando mucho así que continuaré con mi experiencia en una próxima carta
Muchos besos hasta entonces.