Relato erótico

Follar por necesidad

Charo
25 de enero del 2019

Estaba solo en casa y de pronto apareció una amiga de su hija. Le dijo que subía a la habitación a esperarla. Lo llamó pidiéndole que si podía ir un momento que quería preguntarle una cosa. Lo hizo y…

Francisco H. – BARCELONA
Sonó el timbre varias veces. No se cuántas porque estaba durmiendo, pero la insistencia me despertó.
Miré la hora: las ocho de la noche. Hacia dos horas que dormía vestido en el sillón frente al televisor encendido. Al llegar a casa no estaba ni mi mujer ni mi hija Y ahora, viendo la hora, me preocupé.
Fui hasta la puerta. Era Lisa, la mejor amiga de Sonia, mi hija. Ella se encargó de tranquilizarme, diciéndome que había hablado con Sonia y que llegarían en una hora.
Lisa era como de la familia. Frecuentaba la casa desde hace años, ahora tenía 20 como Sonia por lo cual, al entrar, fue directamente hacia la planta alta, donde estaban los dormitorios, a esperar a Sonia.
Volví a acomodarme en el sillón para dormitar un rato más y estaba quedándome dormido cuando Lisa me llamó.
– Francisco, ¿puedes subir?
No sé porqué pero acudí rápidamente. Cuando entré en la habitación de Sonia, Lisa estaba parada frente al espejo, se había quitado la ropa, permaneciendo en tanga y sujetador, y estaba de espaldas a la puerta.
Verla así no me sorprendió en lo más mínimo, desde el punto de vista sexual, pues como dije antes, la conocía desde hace años, había pasado mucho tiempo con nosotros e incluso, había compartido, vacaciones. Pero sí me sorprendió su desparpajo para presentarse de esa manera, algo que nunca había sucedido. La gran confianza que existía entre nosotros, aún no había alcanzado para minimizar aquella situación.
Al darse vuelta, algún gesto mío le advirtió de mi sorpresa, porque rápidamente corrigió:
– No tengas miedo –dijo sonriendo con extrema picardía – me acosan dos problemas graves y tú me puedes echar una mano.

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Me senté en el borde de la cama de Sonia y fingí serenidad.
– ¿Qué te pasa?- pregunté.
– Mi novio, David, dice que estoy gorda y no quiere que me ponga esto – aseguró mostrándome un vestido fucsia que tenía en una mano mientras se dirigía hacia mí. Permanecí en silencio hasta que se detuvo a medio metro de la cama.
– ¿Te parezco gorda? – insistió.
En ese momento sentí una especie de click en el cerebro, lo cual me permitió mirarla como mujer. De ninguna manera estaba gorda. Lisa, descalza como estaba, mediría un metro sesenta. Si bien su cuerpo no era el de una modelo top, estaba realmente muy bien proporcionado. Al estar tan cerca, pude ver a través de la tela blanca del corpiño, el diámetro de la parte más oscura de sus tetas, que además, eran de proporciones abundantes y se mantenían erguidas.
Rápidamente descendí con la mirada y me detuve en su vientre chato que se movía agitado por la respiración y continué hacia abajo. El tanga, blanco también, dejaba ver que su sexo estaba depilado y las piernas, sin ser gordas, se dibujaban robustas. No obstante tenían buena forma y altura. Casi adivinando que ya la había observado de frente, giró ofreciéndome la espalda e insistió:
– ¿Te parece a ti que yo estoy gorda?
– Claro que no – respondí de inmediato.
– Bueno, pues él, me dice que soy una culona y que, con este vestido tan ajustado, voy a parecer una golfilla.

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Traté de convencerla de alguna manera echándole la culpa a las nuevas tendencias que dicen que las mujeres deben ser esqueléticas y me levanté añadiendo:
– Lo único que puedo decirte es que si tú quieres usar ese vestido, te lo pongas, le guste a David o no.
Sin tiempo a reaccionar, Lisa saltó hasta abrazarme.
-Te quiero Francisco, eres un ídolo – repitió varias veces.
Su reacción, tan intempestiva como natural, me dejó sin aire. Instintivamente la abracé, pero mis manos hicieron contacto con un cuerpo casi desnudo y el perfume que emanaba de su cabello rubio inundó mis neuronas de forma letal. Traté de poner la mente en blanco, pero ella volvió a golpear cuando estampó en mi rostro un beso húmedo y sonoro.
Aquella situación empezó a preocuparme. Pensé, qué dirían Sonia y mi mujer si entraban en aquel momento, pero más me preocupó darme cuenta que podía tener una erección. Sentí mucha vergüenza por la naturalidad del comportamiento de Lisa, lo cual indicaba, que cualquier reacción de mi parte, podría parecerle abominable. Pero a pesar del esfuerzo no pude evitar la erección. Sentí crecer la polla lentamente y traté de irme, pero Lisa volvió a sorprenderme.
– Perdóname – musitó con su vocecita ronca – a veces me olvido que ya no soy una nenita.
Ahora estaba frente de mí, mirándome desde abajo, pues yo era como quince centímetros más alto, con mucha picardía simulando vergüenza.

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– No entiendo – dije algo confundido.
– Por esto – aseguró, apoyando su mano derecha en mi sexo casi duro.
En ese momento sentí las dos sensaciones térmicas más terribles que experimenté en mi vida. Primero un calor invadió mi cuerpo como si me hubiera alcanzado la onda expansiva de una bomba y luego, casi de inmediato, un sudor frío que me llevó a tiritar. Mientras tanto Lisa, que no había quitado la mano de mi sexo, comenzó a moverla lentamente con movimientos circulares, al tiempo que sonreía y me derretía con sus ojos celestes. No pude evitar todo lo que vino después. La osadía de Lisa en grado extremo, no me dejó lugar para escapar de lo que, más tarde supe, estuvo totalmente planeado.
Como para no darme tiempo a reaccionar, Lisa se apoderó de mi boca y ofreció la suya de manera intensa. Tomó la iniciativa en todo sentido. Su boca era dulce, exageradamente dulce y su lengua inquieta como pocas. En un momento, quise adueñarme de la situación pero no me lo permitió.
– Déjame a mi Francisco, este momento lo vengo planeando desde hace más de dos años.
– Es una locura Lisa…
– Es mi locura y mi placer… siempre me diste todos los gustos, ¿por qué no este también?
Lentamente me quito el pantalón y nos tendimos en la cama. Nos besamos durante un buen rato, mientras no paraba de tocarme la polla, que ya estaba dura como un garrote. Pronto ella se quitó el tanga y se subió encima de mi en la típica posición del sesenta y nueve, comenzando a chuparme la verga suavemente con gran destreza y yo a lamerle el coño que estaba húmedo y sabroso. Sentía sus tetas tibias rozándome en el vientre y me desesperé por darle todo el placer que quisiera. Lisa se metió mi verga en la boca y acarició mis huevos de manera sincronizada, hasta que ella comenzó a tener orgasmos y sus jugos a bajar sin pausa. El clítoris de Lisa creció infinitamente y lo chupé con alevosía hasta que ella dijo basta. Su olor me excitaba como a una fiera y no pude contener el polvazo que lancé en su boca y que ella tragó en su totalidad, pero continuó mamando como una obsesa, aun después de haber extraído la totalidad el semen, hasta que se detuvo y se incorporó. Yo permanecí tendido sobre la cama y ella de pie junto a mi.
– ¿Tú también piensas que soy culona? – insistió.
La acerqué hacia la cama y me quede mirándola un instante. La veía desde abajo y sus tetas eran perfectas. Me senté en el borde de la cama y la cogí de las nalgas.
– Ese idiota no sabe nada – le juré.
Muy despacio, Lisa se arrodilló hasta quedar ambos a la misma altura.
– Si yo te digo que te amo vas a pensar que estoy loca, ¿verdad?

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– Pues… sí.
– Piensa lo que quieras, pero contigo tengo un complejo de Edipo incurable… ¿entiendes?, no quiero que esto termine nunca, menos ahora que lo conseguí.
Volvimos a besarnos con desesperación y Lisa se encargó de que, en pocos minutos, la polla recuperara su tamaño mejor. Esta vez, continuando con su decisión de manejar la situación, se subió a horcajadas sobre mi y lentamente se incrustó la verga en el coño.
Ahora estaba de frente a mí. Me miraba con excesiva ternura y se movía tan lento que el movimiento circular de su pelvis era apenas perceptible. Suficiente para mantener la erección de la verga.
– Tócame las tetas bien despacio – me rogó cerrando los ojos y echando levemente su cabeza hacia atrás.
Apoyé una palma en cada teta y las recorrí suavemente. Eran tibias y los pezones comenzaron a endurecerse. Me di cuenta que gozaba de una forma diferente y que se había aislado completamente del mundo. Estaba teniendo orgasmos de forma silenciosa. Apenas su respiración agitada y suaves gemidos daban cuenta del placer que estaba teniendo. En determinado momento arqueó su cuerpo un poco mas, gimió casi desesperadamente y cayó sobre mi cuerpo.
Nos besamos con locura y su lengua me pareció una serpiente enloquecida mientras su cuerpo iba y venía sobre mi polla. En el momento de acabar ambos, sentí el fuego de sus entrañas correr por la verga hacia mi cuerpo y me mordió la boca hasta quedar casi desvanecida.
Nunca más tuvimos un polvo como aquel. Desde aquella vez pasaron tres años. Hace dos que Lisa se casó con David y ella sigue frecuentando mi casa, pero al menos una vez cada dos semanas, nos encontramos en un apartamento que alquilé al efecto. Es una relación distinta, hemos hablado muchas veces acerca de ello, y siempre llegamos a la misma conclusión: follaremos mientras sintamos esta necesidad.
Saludos de los dos.

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