Relato erótico

Flechazo

Charo
11 de noviembre del 2018

Estaba en una discoteca tomando una copa y la vio bailando en la pista, era una preciosidad. Ella, también lo miró y cuando se cansó de bailar se sentó a su lado. Hablaron, bromearon y…

Miguel – Málaga
Me llamo Miguel, tengo 33 años, soltero y según dice, bastante atractivo. Lo que voy a contar ocurrió este verano pasado mientras me encontraba en una discoteca. Llevaba yo un rato mirando a aquella chica. Bailaba sola en medio de la pista de manera sensual, contorneando su cuerpo al ritmo del tecno, merengue o la salsa que iban sonando. Llevaba un vestido amarillo que destacaba sus formas, insinuaba sus pechos, marcando sus pezones, y su precioso y redondo trasero. También lucía el vestido un pronunciado escote en la espalda, dejándosela descubierta hasta casi llegar, peligrosamente, al principio de la raja de su culo. Llevaba unas sandalias, de esas que se trenzan a lo largo de su pierna, dejando ver sus hermosos y cuidados dedos.
Empecé a creer que ella bailaba para mí, que esa hermosa hembra morena, de un exuberante cabello rizado de color azabache, se me estaba insinuando. Una sonrisa y el brillo de sus ojos negros parecían afirmármelo. Pero ella no se acercaba. Sólo bailaba. Y yo la miraba. Terminó una canción y ella se sentó a mi lado de manera casual. Al tenerla así tan cerca, no pude evitar girarme hacia ella para disfrutar de cada parte del cuerpo de esa mujer. Ante mi insistente mirada, ella también se giró y me preguntó:
-¿Qué miras?
-Te miro a ti, disfruto viendo tu cuerpo – le dije sin cortarme.
-Seguro que te gustaría hacer algo más, además de mirar – me soltó de pronto, sin dejar de sonreír.
Acerqué mi silla a la de ella, mirándola firmemente a los ojos y poniendo una de mis manos en su rodilla, le dije:
– Lo deseo con ansía.
Sonrió nuevamente y me contestó:
– No tan rápido… lo bueno se hace esperar. ¿Cómo te llamas?
Le di mi nombre y ella el suyo. María. Me dijo que desde que me vio entrar, yo le había llamado a atención y que poco después decidió que quería que yo me la follara. Al acabar de decirme eso se levantó, empezó a caminar y girándose, me dijo:
– ¿A qué esperas? Sígueme.

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La seguí. Era evidente que ella tenía el control. Se montó en un coche, rojo que ya habría querido para mí. Al entrar me dijo que el coche era de sus padres y que, aunque ella vivía sola, a veces lo usaba. Íbamos, según me dijo, a su casa. Le puse la mano en el muslo y la empecé a acariciar, estaba demasiado caliente y algo tenía que hacer. Pero ella me paró en seco diciéndome:
– Tienes que aguantar las ganas.
Me pareció eterno el tiempo que tardamos en llegar a su casa. Nada más entrar, se giró y me puso contra la puerta. Mientras con una mano me desabrochaba el pantalón, con la otra me acariciaba las nalgas y me besaba apasionadamente por primera vez. Empezó a agarrar mi erecto palo, ya fuera del pantalón, y lo acariciaba con la palma de la mano. Me agarraba las bolas y las apretaba suavemente. Aquello me gustaba. Agarré sus nalgas, las apreté y la giré ahora yo a ella, dejándola contra la puerta.
Le quité el vestido y empecé a besar su cuello mientras que con una de mis manos le acariciaba las tetas. Ella ya me había quitado los pantalones y los calzoncillos. Jugué con mi lengua en su sexo caliente. Lo chupé y la lamí alternativamente. Paré un momento para que lo deseara aún más y continué con más deseo y pasión. Sorbí la humedad de su coño que mi lengua continuaba recorriendo de arriba a abajo. Paré nuevamente para acariciarla suavemente con la yema de los dedos, en pequeños círculos. Acerqué mi cara nuevamente a su dulce cueva pero esta vez para olerla, para sentir su olor de mujer, cada vez más caliente.
Subí más allá de su chocho y empecé a besarle el vientre. Pequeños besos, cortos que alterné en diversas partes. Comencé a acariciar su ombligo con mi lengua y bajé nuevamente hacia su monte de Venus trazando una línea con la saliva de mi lengua. Quería sus nalgas y cuando se lo hice saber, ella se giró en silencio. Se las agarré con ambas manos y se las sobé. Las juntaba y separaba. Introducía mi dedo índice entre ellas para recorrerla.
Mi lengua se metía entre sus nalgas y terminaba nuevamente en su coño. Volví a bajar y subir varias veces más. Su chocho ya no estaba húmedo, sino mojado.
-¡Cómeme el coño! – me pedía entre gemidos – ¡Hazme correr con tu boca!
No me hice de rogar. Ella misma separó sus labios mayores y yo empecé a jugar con su sobresaliente clítoris.

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Arqueaba su cuerpo, y mientras le chupaba introducía dos dedos en su ya mojada cueva. Los movía a su ritmo, la masajeaba por dentro. La verdad es que yo estaba a mil. Mi erección dolía de lo dura y grande que la tenía. Ella me presionaba con sus manos, para que no parara. Mi lengua estaba ahora hurgando la entrada de su coño hasta que no aguantó más y se produjo el estallido de sus jugos en mi boca, pero yo no paré. Decidí prolongarle el placer un rato más. Miré con gusto su cara de satisfacción. Empecé a besar todo su vientre, subí hasta sus pechos y le dediqué otro rato a sus pezones. Pero ella quería más. Agarró con fuerza mi polla y lo estiró hacia ella, hacia su coño, diciéndome:
– ¡Te quiero dentro de mí!
– No, todavía no, quiero hacerte sufrir un ratito más – le contesté.
Pero ella, diciéndome que era malo, me giró poniéndome contra las sabanas. Mantenía agarrada mi polla y me besaba y lamía el pecho, chupando y mordisqueando mis tetillas. Eso me excitaba y lubricaba un poco más mi polla. Respiré profundo, quería evitar acabar pronto. María llevó su boca a mis cojones y empezó a jugar con ellos con su lengua. Le dije que parara, que no quería acabar fuera de ella. Sonrió maliciosamente y con su mano dirigió mi polla hacia su deseada entrada. Pero no se lo metió dentro aún. Prefería torturarme, como yo había hecho con ella. Me la movía de arriba a abajo entre los húmedos labios de su almeja pero cuando menos me lo esperaba, se la metió dejándose caer.
Empezó a moverse con fuerza, con energía, como si quisiera que mi miembro le llegara hasta la garganta. Mis manos sostenían sus nalgas, sin parar de acariciarlas. Parecía poseída por el placer. Realmente me estaba follando. Gozando y haciéndome gozar. Le metí uno mis dedos por el culo, pero quería estar más activo. Le di la vuelta y ahora era yo el que estaba encima de María. Quería que yo fuera más rápido, que la reventara, me decía, metiendo un dedo en mi culo. Mi cuerpo estaba sudado pero gozando y sin poder aguantar más, estallé en sus entrañas, llenándola toda de semen. Ella, inmediatamente, se corrió conmigo pero mi pene siguió follándola unos instantes más, por inercia, acompañándola en su placer. Me quedé sobre ella unos minutos, dándonos un prolongado y largo beso en el que se entrecruzaban nuestras lenguas y nuestra saliva. Dormitamos un rato abrazados, ella sobre mi pecho, hasta que me despertó su boca y su lengua jugando con mi polla que María empezó a chupar, a lamer, a mamar con dedicación.
Jugaba nuevamente con mis huevos, mordisqueando con suavidad la escasa piel que los rodeaba. Lamía toda mi verga, posando sus labios sobre la punta, que castigaba con su lengua. Mi polla estaba dura nuevamente. Lista para otro combate.

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– Te quiero nuevamente dentro de mí – dijo María dejando de chuparme la polla.
Se bajó de la cama. Se arrodilló y se puso a cuatro patas. Alzó su culo, sus nalgas, mostrándomelas con lascivia, dejando ver también su hinchado coño. Entré en su cueva nuevamente y empecé a cabalgarla.
– No, no aquí… – me dijo de pronto – ¡Te quiero en mi culo!
Le saqué mi rabo, me agaché y empecé, con mi lengua, a acariciarle el ano. Se lo besaba y le introducía la lengua ligeramente.
Con mi dedo índice le empecé a acariciar la entrada. Le metí un dedo. Acariciándola hacia adentro y circularmente. Luego dos y hasta tres dedos.
– ¡Te quiero dentro ya! – exclamó, llena de deseo.
Era como una orden, que obedecí sacando mis dedos e introduciendo un par de veces más mi polla en su coño para lubrificarlo. Acerqué la punta de mi verga a la entrada de su ano y lentamente se lo empecé a introducir.
– ¡Más, quiero toda tu polla dentro de mí! – gritaba ella.
Se la metí hasta el fondo. Ella gritaba y me decía que no parase. Empecé a cabalgarla con mayor rapidez, mientras sentía mi polla arder por el calor de la fricción con su culo. Cuando no aguanté más y se lo dije, me contestó que quería toda mi leche dentro. Que quería sentirla estallar nuevamente. Estallé con menos profusión que antes y solo me salí de su cuerpo cuando ya había avanzado mi flacidez y mi leche empezaba a caer por entre sus nalgas.
– Tengo que agradecer la enculada que me acabas de hacer – me dijo María
– Soy yo el que tiene que agradecerte el haber gozado tanto con ella – le contesté.

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– Entonces el agradecimiento es mutuo – añadió empezando a chupar mi polla nuevamente pero poniendo esta vez en mi cara su coño para ser saboreado y degustado otra vez por mí.
Así estuvimos por varios minutos mamándonos en un indescriptible 69.
Cuando me corrí en su boca, ella chupó y lamió con fruición, tragándose mi semen. Ella también se corrió en mi boca, en un poderoso orgasmo.
Exhaustos nos quedamos dormidos. A la mañana siguiente cuando nos despertamos, me vestí y al despedirnos me dijo:
– Llámame… tengo una hermana que estaría deseosa a follar contigo.
Pero esa es una historia que ya contaré en otra ocasión.

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