Relato erótico
Fin de trayecto
Nuestra amiga ya nos contó hace un tiempo lo que ocurrió en el tren que viajaban hacia París. Hoy sabremos como termino aquel “trayecto”.
Sara – BARCELONA
Amiga Charo, recordarás que te conté que después de unos meses de intenso trabajo conseguí organizarme unos días de vacaciones, libres de obligaciones, sin prisas, sin estrés, con todo el tiempo del mundo. Le propuse a Irene, mi pareja desde hace cinco años, que hiciéramos un viaje a París y ella no lo dudó un instante, aceptando entusiasmada. Así que como no soy muy amiga de los aviones compré dos billetes de tren en primera clase que nos iban a llevar desde Barcelona a París.
También te conté como en el compartimiento hicimos el amor y terminé diciendo que saqué los suaves dedos de Irene de mi boca y los conduje hacia el interior de mis nalgas, acercándolos poco a poco hasta la entrada de mi ano.
– Ahora me toca a mí – le susurré al oído.
Entonces coloqué su dedo más largo frente a mi oscuro agujerito y me lo metí todo dentro. El dedo resbaló hasta el fondo, repleto de saliva, frotándome con fuerza los bordes del ano, haciéndome estremecer de gusto. Irene susurraba entre gemidos, mientras yo cabalgaba sobre su dedo y ella lo giraba dentro de mí, a izquierda, derecha y cada vez que me lo hundía bien dentro mi clítoris se ponía más duro, más salido, y entonces volvía a acercar mi sexo al suyo y empezaba a frotarme contra su vulva, recorriendo los labios de su preciosa rajita hasta llegar a su clítoris y ella, al sentir mi pequeño apéndice juguetón acariciar su lindo botoncito rosado gemía y se agitaba aún más.
– Te encanta que te folle así, ¿eh? – le dije.
– Mucho, mucho… ¡oooh…! – jadeaba
Yo seguía acariciando su clítoris con mis labios menores y luego me giraba un poco para que nuestros pequeños botones volvieran a juntarse. Sentía que ella estaba vencida, dejándose follar sin condiciones, y aquello me excitaba muchísimo. Irene empezó a arañarme y pellizcarme las nalgas. Era delicioso.
Después metió su mano bajo mi coñito abierto y me penetró con dos de sus dedos. Metía y sacaba los dedos con fuerza, frotándome muy intensamente las paredes de la vagina, y al mismo tiempo mi ano se estremecía, y, como si Irene me hubiera adivinado el pensamiento, su otra mano se plantó arrogante a la entrada de mi agujero y me metió bien adentro otro par de dedos. Mi culo y mi rajita se dilataban y se contraían simultáneamente, recibiendo aquel regalo que Irene me daba por duplicado, por delante y por detrás. Una y otra vez, contenciosamente, dentro y fuera, dentro y fuera, dentro y fuera…
– ¡Oooh… mmm… así… así, así…! – farfullaba yo enloquecida.
Aquello era perfecto. Cuando estaba cerca de correrme, coloqué mi mano entre sus nalgas y le metí dos dedos en su culo. Al sentir su esfínter tan dilatado, Irene empezó a gritar de placer y a mover las caderas rítmicamente, con las piernas muy separadas y la espalda arqueada, concentrada en la sensación que le proporcionaban mis dedos.
Seguimos follándonos la una a la otra cada vez más fuerte, más rápido, más desesperadamente. Ahora ella tumbada boca arriba sobre la cama, con las piernas levantadas y flexionadas sobre la tripa, y yo a cuatro patas, sobre ella, con mi culo sobre su cara.
Mis dedos entraban y salían de su vulva rosada mientras lamía y mordisqueaba enloquecidamente su clítoris erecto, a la vez que los impacientes dedos de Irene penetraban intensa y profundamente en mi coño y yo le suplicaba, entre gemidos, que me metiera la lengua en el culo. El sesenta y nueve perfecto. Sentir su lengua ahí dentro fue algo maravilloso.
Cuando las dos estábamos ya al borde del éxtasis, me di la vuelta y me volví a colar entre sus piernas, hundiendo mi clítoris dentro de su vagina y ya no paré de frotarlo, intensamente, dentro y fuera, dentro y fuera, dentro y fuera de su delicioso coñito. Irene estaba recostada de lado, con sus dedos separando los labios de su vagina, y con la pierna levantada, para ofrecerse por entero a las caricias que mi coño y mi clítoris le proporcionaban, y yo me frotaba enloquecida entre sus piernas y entonces empezamos a gemir, a gritar, cada vez más fuerte, hasta que nos corrimos por última vez, pero esta vez nos corrimos juntas.
Fue un gran orgasmo, un largísimo y profundo orgasmo repleto de sensaciones compartidas, perdiendo la noción del tiempo y del espacio, completamente desnudas, la una fundida con la otra. No sé cuántos minutos pasaron mientras nos disolvíamos en puro placer, yo muriendo en su boca y ella en la mía, sintiendo su vagina junto a la mía, las dos temblando de excitación, jadeando, sintiendo el ritmo de nuestras contracciones, disfrutando de aquel momento perfecto que parecía haberse detenido en nuestras mentes…
Estábamos tan concentradas en nuestras sensaciones, en nuestro placer que nos costó oír que alguien llamaba a la puerta. Con desgana me levanté de la cama, me puse una bata y me fui a ver quien era:
– ¿Si? – pregunté sin abrir la puerta.
– Perdonen la molestia – dijo la voz de nuestro amable camarero – Pero sus vecinos de compartimiento se han quejado de ustedes…
Irene y yo nos miramos con una sonrisa de inmensa satisfacción. Le hice una pregunta silenciosa y ella encogiéndose de hombros me susurró:
– Abre la puerta y se lo explicamos en directo.
– ¿Estás segura? – le pregunté.
– Claro. Parece un buen tipo. Y todavía nos quedan muchas horas de viaje.
Así que le abrí la puerta y lo invité a pasar:
– Entra, así no se enterarán los otros pasajeros.
Él, sorprendido, entró en la cabina y enseguida se dio cuenta de lo que acababa de pasar. Irene seguía echada en la cama, satisfecha y lánguida. – Perdonen otra vez. Pero teníamos que atender las quejas de los otros viajeros – nos dijo algo incómodo.
– Claro, Juan. Lo entendemos perfectamente – le dije yo – ¿Ya has acabado tu turno? ¿Te apetece una copa? – añadí señalando el mini-bar.
– Sí… bueno… acabo en media hora – nos dijo.
– Pues si te apetece esa copa… ya sabes donde encontrarnos – le invitó Irene desde la cama.
– Sí, claro, me encantaría – dijo sin dudarlo un instante – En seguida vuelvo.
Tal y como dijo, tardó unos cuarenta minutos, minutos que nosotras aprovechamos para refrescarnos un poco. Volvieron a sonar unos golpes discretos en la puerta y esta vez abrimos sin dudar. Allí estaba Juan recién duchadito, con el pelo húmedo, perfectamente afeitado, con una camisa clarita, unos pantalones holgados y una inmensa sonrisa en su rostro. Pasó al departamento sin dudar y nos saludó con lo que nos parecía su habitual buen humor y simpatía. Le ofrecimos la copa y él aceptó sin dudar. Mientras charlábamos sentados en la cama de cosas sin sentido, Juan nos dijo misterioso:
– ¿Sabéis una cosa?
– ¿Qué? – preguntamos las dos casi a coro.
– Pues, hace un rato, en el comedor os estaba observando porque me parecíais dos mujeres preciosas y me quedé obnubilado con vuestro “aperitivo”.
– ¿Lo viste? – preguntó Irene encantada – Y, ¿qué te pareció?
– Solo de recordarlo me pongo a cien – nos dijo.
– ¿Ah, sí? – dijo Irene poniendo su mano muy cerca de su sexo.
– ¡Oooh… siiií…! – jadeó él
Lo cierto es que ya podíamos ver un enorme bulto en el frontal de sus pantalones. Irene rozó sus labios con su lengua sin dejar de acariciar su entrepierna. Juan no dudó un instante, se apoderó de su boca con ansia y la besó profundamente, lengua contra lengua, larga y húmeda, mientras yo observaba, un poquito apartada.
Sin mediar más palabras Irene se sentó en el borde de la cama y desabrochó su pantalón al tiempo que se lo quitaba y observaba divertida que no llevaba nada debajo.
Nos sorprendimos agradablemente al ver la descomunal verga de Juan e Irene no perdió un segundo y procedió a acariciar sus gordas bolas, las masajeaba suavemente, se embriagaba con su olor, descorría su pellejo para admirar su gorda y lisa cabeza, sus manos se aferraban a su grueso tallo mientras la punta de su lengua se posaba en su prepucio, recorría toda su extensión hasta introducirse aquel falo, momento que aproveché para desnudarlo completamente mientras Irene seguía atragantada con aquella enorme polla.
Entonces Juan se acostó en la cama con nosotras, nos arrodillamos y agachándonos sobre su verga empezamos a chupársela entre las dos. Irene me confesó mucho más tarde que nunca había visto y disfrutado de una verga tan grande y deliciosa. La veía comerse esa verga con mucho gusto y placer.
Yo no estaba acostumbrada a ver como mi chica se comía la verga de un desconocido y estaba totalmente excitada, se la introducía cada vez más profundo, su boca se adaptaba a su tamaño y cada vez introducía más en su garganta, la tragaba lo más profundo que podía hasta que me la ofreció para compartirla. Nuestras bocas recorrían esa verga en toda su extensión, chupándola alternadamente y besándonos entre nosotras. Juan gemía de gusto al sentir las dos mujeres que le chupaban la verga, luego me incorporé un poco y separando a mi chica puse su verga entre mis pechos, pajeándosela con ellas, su liquido preseminal embarraba mis pezones y Irene chupaba y se repartía comiendo mis tetas y chupando su jugosa verga.
Juan, sintiendo que estaba apunto de acabar, y no queriendo hacerlo aún, se levantó y le pidió a Irene que se acostara boca arriba, se dirigió a su sexo y comenzó a chupárselo fuerte, mordiendo su clítoris. Yo me senté sobre ella y le di a saborear mi mojado sexo, ella gemía fuerte, disfrutando de la mamada de Juan y eso hacía que hundiera más su lengua en mi coñito. Entonces Juan se puso sobre ella, tomó su verga y apuntó directamente a su chochito completamente mojado, yo me agaché sobre ella en posición del 69, quedando en primer plano viendo como Juan iba a follarse a mi chica.
Adelantándome, cogí su gruesa verga y se la chupé bien, mojándola toda con mi boca, recorriéndola con mi lengua, escupí un poco en la vulva rosada y ansiosa de Irene y con mi mano la dirigí a su sexo, él la tomó por las piernas, las colocó sobre sus hombros y la fue penetrando despacio, lentamente, pero sin detenerse e Irene gimió ahogadamente.
Podía sentir la gran polla de Juan que la clavaba, la iba llenando y cuando ella se relajó para disfrutarla, permitió que Juan la penetrara por completo, solo se detuvo al sentir sus huevos chocar contra sus nalgas. Yo empecé a chupar su clítoris para relajarla más y que se lubricara bien, mientras él dejaba su verga dentro de ella hasta que la notó lista y entonces comenzó a follarla, a bombear su polla dentro de su raja, iniciando el movimiento de vaivén, entrando y saliendo, entrando y saliendo de su vulva que ahora la recibía sin problema. La verga enorme y dura la penetraba fuerte y Juan aceleraba sus movimientos, haciéndolos más fuertes y rápidos.
Irene gritaba de placer, Juan por momentos sacaba su verga y la metía en mi boca y luego la volvía a clavar por completo en su sexo mientras Irene, gozando como una loca, empezó a comerse mi sexo que estaba totalmente mojado por la excitante visión de mi chica follada por un desconocido. Juan inició unas embestidas intensas, Irene ya totalmente excitada y a punto de explotar, no podía ni chupar mi coñito.
Sentí sus gritos anunciando su orgasmo, sus uñas se enterraron en mis nalgas, su sexo explotaba en jugos, eso hizo que Juan no aguantara más y la clavara hasta el fondo de su vagina y también explotara. Casi podía sentir como su abundante leche estaba inundando el sexo de Irene.
Juan le dio varias estocadas más hasta descargar toda su leche e Irene prolongó su orgasmo mientras él lo hacía. Besé a mi chica durante unos instantes y luego saqué la verga que la poseía y la lamí toda, chupándola y dejándola limpia de su leche y de los jugos de Irene. Ambos se levantaron y se pusieron sobre mí, me dijeron que era mi turno de gozar, entonces me acostaron y Juan lamía mi sexo y mi culito, mientras Irene se ocupaba de mis tetas. Ambos me daban mucho placer. Entonces Juan me puso a cuatro patas y me penetró desde atrás al tiempo que Irene se colocaba delante de mí, abriendo sus piernas y ofreciéndome su rasurado chochito que me puse a comérselo, mientras él me follaba de una manera salvaje, dura y fuerte.
Como la otra vez, amiga Charo, lo que sigue lo contaré en una próxima carta.
Besos de las dos.