Relato erótico

Fin de semana redondo

Charo
20 de noviembre del 2018

Salieron a cenar con unos amigos, fueron a bailar y la noche salió redonda. Al día siguiente fueron a visitar a un amigo y acabaron de “redondear” el fin de semana.

Pedro – Zaragoza
Susana quería quedarse para ver que otros “espectáculos” ofrecía el club esa noche, aunque en realidad era para seguir bailando con Pablo, uno de nuestros amigos, pero mi oscura y significativa mirada era implacable.
Mi mujer contemplaba hipnotizada como él inclinaba su cabeza ante ella y capturaba entre sus labios, en aquel simulacro de beso, uno de aquellos deditos de manicura tan perfecta. Susana cerró los ojos por un instante sin dejar de sonreír a las caricias de Pablo.
Sentí un nudo en el estómago al ver el deseo que Pablo experimentaba por mi mujer y de pronto tuve prisa por volver a casa con mi “enamoradiza” Susana antes de que no se la follara allí. La atmósfera tensa y opresiva hacía que Susana se sintiera acalorada y le faltara el aliento al intentar mantener mi paso acelerado hacía el coche.
– ¡Menudo espectáculo has dado! – le dije y cuando llegamos a su pequeño utilitario le pregunté – ¿Puedo conducir, cariño?
– Si te apetece… creo que yo estoy un poco en el límite, me siento algo achispada por el cava y… algo más.
Sonreí y le cogí al vuelo las llaves y la “indirecta” que Susana me lanzó, a la par, por encima del capó.
– ¿Te gusta el cava, verdad amor mío? – pregunté por decir algo.
Susana se deslizó en el asiento del acompañante y con disimulada coquetería se arregló la falda algo subida.
– Normalmente no me gusta el cava pero hoy ha sido distinto… más me gustaba otra cosa… bueno, la verdad es que no sabes si te gusta hasta que lo pruebas ¿no?
Nuestras miradas se cruzaron en la oscuridad del coche y Susana contuvo la respiración al percibir la tensión que había entre los dos. La tenía tan cerca que veía la luz de la farola de la calle reflejada en sus encendidas pupilas y olía la esencia fuerte de su limpio aliento… ¡y algo más profundo!
Por un momento la miré fijamente sin sonreír, sin casi pestañear siquiera. Sentí que ella se derretía en su entrepierna como un lago. Notaba sus brazos y piernas pesados, calientes y desmayados. Entre sus muslos se había humedecido antes de tiempo y no era yo el culpable… sino Pablo.
Recorrimos dos Km. dejando atrás el club y la ciudad a nuestras espaldas. Prudentemente detuve el coche, aparqué ante una hilera de arbustos al final del camino. Mi expresión era dura, severa y la atmósfera de “marido desairado” era algo opresiva.
– Pasa detrás, Susana – le dije.

Ella parpadeó, no podía creer lo que estaba oyendo. Ni un “por favor”, ni un indicio de sugerencia, tan solo la rigidez de mi orden. Para obedecerme tuvo que inclinar el respaldo de su asiento, pero aun así le resultó difícil y tuvo que quitarse los zapatos y recogerse el vestido por encima de la cintura para poder gatear hasta el asiento trasero. Cuando lo consiguió noté que su respiración era difícil. Estaba acalorada, sudando, medio achispada, con el pelo suelto de los pasadores y cayéndole en rizos sobre la cara. Expectante, me miró con el rimel del rabillo del ojo totalmente corrido.
Como quiera que fuese y a pesar de ser doble voluminoso que ella, me las apañé para pasar con mucha agilidad y rapidez. Susana emitió un largo suspiro soltando todo el aire que tenía retenido en los pulmones y después se inclinó hacia mí. No la besé, como ella esperaba, sino que tendí mi mano para coger el vestido por la falda y subírselo como una bufanda. Luego rocé sus bragas encharcadas con los nudillos para buscar el elástico de la parte superior.
– ¡Gírate, marrana, has debido correrte al menos seis veces con él! – le grité.
Hizo lo que yo le pedía con dificultad, levantando las nalgas para que yo pudiera quitarle las bragas. Susana tenía la cara pegada a la ventanilla y yo sostenía mi polla como una estaca, con una mano. Ella tragó saliva para aclararse la garganta reseca viendo mi verga erguida como nunca. Parecía que iba a explotar.
Cuando la dejé caer sobre mí, aplastándome con sus nalgas, mis ojos debieron brillar de felicidad. Mi pene bulboso golpeó con insistencia contra las sedosas, ardientes y resbaladizas paredes del chocho y Susana bajó lentamente sus nalgas hasta tocar mi vientre mientras mi polla seguía golpeándole, como si de castigarla se tratara, el cuello de su matriz.
Susana notó como el cochecito se balanceaba acompañando los movimientos cada vez más acelerados de nuestros cuerpos y tensó sus músculos vaginales como no lo había hecho en veinte años de matrimonio de forma que me forzó a emitir un prolongado gemido de éxtasis y los consabidos chorretones de semen ardiendo en su chorreante coño incitándola a ella a alcanzar su propio orgasmo.
Se llevó la mano al clítoris como acostumbra y empezó a tocarse con un dedito, el mismo que le chupó Pablo, dándole vueltas y vueltas al compás del ritmo de sus caderas. Suspiré profundamente y a gusto al descargar mi pasión, bombeando los últimos chorros de semilla en el pozo sin fondo que tiene ella en el coñazo y le hundí los dedos en la piel cálida de su cintura y en su tripita tan tierna hasta casi hacerle daño.

Nos separamos muy despacio y la ayudé a ponerse bien el vestido y los zapatos. Susana observó con algo de sorpresa mi cambio de”temperamento” y después, al pasar de nuevo al asiento delantero, cuando notó mi mirada sobre ella, Susana sonrió.
Media hora más tarde, cuando nos metíamos en la cama, me contenté con abrazarla hasta caer dormido sin más.
La casa de Pablo en el pueblo no resultó ser como Susana esperaba, deslumbrada por el distinguido y moderno ático en la parte superior de la cochera del tractor. No esperaba encontrar una casita tan encantadora, escondida en una callejuela de un pueblo.
– Me la dejó en herencia mi abuela – explicó Pablo, pues se había dado cuenta de la curiosidad de Susana.
Estábamos allí los tres. Pablo, nos había invitado y con el pretexto de una “cacería” había dejado a su mujer en casa el fin de semana convirtiéndose en nuestro anfitrión.
Susana miró a Pablo después de cenar y los dos dieron un sorbo a sus respectivas copas después de brindar ellos solos. Susana le hablaba a Pablo de mi con cariño y afecto y a pesar de que sabía que me sentía celoso, no era precisamente esa la clase de emoción que me embargaba. Sentía curiosidad, excitación y placer, pero no envidia.
– ¡Debes tener una vista maravillosa desde tu habitación al amanecer! – exclamó Susana dirigiéndose únicamente a Pablo.
– Sí – contestó él y acercándose a Susana le puso una mano en el hombro y añadió – Y por las mañanas veo a mi pájaro que tiene una “alegría” especial.
Susana consideró la respuesta acertada. Yo me apoltroné en el sofá cubierto con una fina manta de gamuza y poco tiempo me faltó para sentir el calorcillo envolviéndome en ella, una mezcla de perfume de vino tinto y el tenue eco del cóctel de lima me hizo adormilar. Me sentía a gusto y feliz pero muy cansado y con sueño.
Cuando desperté estaba completamente estirado en el sofá, tapado con la manta. Me sentía algo tenso, pero no incómodo y con un priapismo de caballo. Me senté algo desorientado y eché un vistazo al reloj. Eran las tres de la mañana.
Disgustado conmigo mismo, me dispuse a buscar nuestra habitación intentando no hacer ruido para no despertar a nadie y entonces vi que había dos puertas, una cerrada y otra entornada. No sabría decir por qué me acerqué a esta última. Lo hice por instinto. Era la de Pablo. Estaba completamente desnudo y a pesar de estar de espaldas vi su cara reflejada en el espejo. No pude evitar fijar mi mirada en la dura tirantez de sus glúteos y deslizarla después por el resto de su cuerpo.

Pablo tenía los ojos cerrados, estaba absorto y como alelado. Y de pronto oí el ligero gemido de placer que se le escapó de entre los labios fruncidos. Entonces me quedé sin habla al darme cuenta de la razón por la que Pablo había suspirado así. Tenía las manos enmarañadas entre el pelo oscuro y sedoso de mi mujer que, igualmente desnuda por completo, estaba arrodillada a sus pies.
No se percataron de que estaban siendo observados y Susana seguía y seguía disfrutando y lamiendo el cipote de Pablo. Tenía también los ojos cerrados y su cara rebosaba placer.
Ya volveré otra vez y os contaré como termino todo.
Un abrazo.

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