Relato erótico

Fiestón a lo grande

Charo
22 de junio del 2019

Los padres, de su amigo de la universidad, habían comprado una casa para trasladarse a Sevilla. La fueron a visitar y aprovechando la oportunidad decidieron montar una fiesta por todo lo grande. Los asistentes tenían que ir disfrazados y a nuestro amigo lo sedujo una “conejita”.

Paco – Sevilla

Un amigo de Cádiz llamado Gonzalo, que estudia con nosotros en Sevilla, quedó conmigo y otro compañero, para enseñarnos la casa que los padres, con ánimo de mudarse de Cádiz a Sevilla, habían comprado recientemente. ¿Cómo explicar la casa? Era enorme, con tres plantas, la casa ideal para cualquiera. Nos pusimos muy contentos porque disponíamos de una casa increíble para nosotros solos, sin problema de padres ni nada por el estilo. Así que hablando y hablando decidimos que sería bueno darle un buen bautizo y acordamos que haríamos una fiesta de disfraces. De este modo, durante la semana siguiente fuimos llamando a los coleguitas y anunciándoles que el sábado no hicieran planes porque iba a haber una fiestorra, y que había que ir obligatoriamente, disfrazado. Por supuesto, llamamos antes a las chicas y a todos los amiguetes les decíamos que si querían podían llevar amigas. El sábado, Gonzalo mi otro amigo y yo, quedamos por la mañana para acondicionar la casa a lo que se le venía encima.
Nos llevamos dos altavoces para la música, compramos bebidas con el dinero que juntamos de todo el mundo que acudía, adornamos las paredes, pusimos velas y hasta llegamos a llevarnos sillas y taburetes de nuestras casas para que los que lo desearan pudieran sentarse.
A partir de las 20,30h empezó a llegar el personal. Jamás en mi vida me he reído tanto viendo a gente disfrazada. Allí había de todo, desde el típico vampiro, el payaso, hasta el que va de momia. Y hubo gente a reventar. Afortunadamente, y por una vez, hubo más tías que tíos, y yo no conocía ni a la mitad. Aquello marchaba de puta madre, sobre todo porque la gente vino disfrazada, y creíamos que iba a fallar todo el mundo.
Al principio me pasé todo el rato presentándome a la gente que no conocía, y de paso me olvidaba un poco de la responsabilidad que tenía junto con el dueño y mi otro colega por tener cuidado de que no le pasara nada a la casa. Pero conforme iba conociendo a la gente, me iba despreocupando más y más. Sobre todo, me puse a hablar con una que iba de conejita.
Llevaba una especie de bodi de cuerpo entero blanco, ajustado, dos orejas muy grandes, unas pantuflas enormes simulando los pies de un conejo, y una especie de pompón en el trasero.

A parte del disfraz llevaba la cara pintada con unos bigotes y la nariz de rosa. Sole, que así se llamaba, estaba muy solicitada, supongo que el traje ponía cachondo a todo el mundo, pero de vez en cuando se despistaba de los buitres y se venía a hablar conmigo, lo que me dio pie a pensar que tal vez le gustaba y que aquello no podía escapárseme de las manos. Por lo tanto, le di conversación y de vez en cuando le soltaba alguna indirecta. Empezó a sonar una canción y me sacó a bailar. La tía bailaba y yo no sabía cómo seguirla, pero de pronto, en una de las partes lentas, se me acercó, me puso una mano un poco más arriba de mi trasero, tiró de mí hacia ella y comenzó a frotar su entrepierna con la mía. Noté que aquello, junto con las voces de los cabrones de mis amigos que nos vitoreaban, me ponía a cien, y pronto me vi intentando zafarme de Sole para que no notara mi paquete, que había crecido desmesuradamente.
Lo malo fue que me despegué de tan bruscamente que se quedó mirando con una cara muy rara, para mí que pensando que era un capullo. Y esa fue la impresión que di, porque aquella chavala me estaba pidiendo guerra y yo me corté.
Afortunadamente, mi colega me llamó para que lo reemplazara poniendo música. Esto me sirvió de excusa para decirle que lo sentía, pero que tenía que subir a encargarme de la música. En parte lo entendió y me dejó metiéndose entre medio de los allí presentes. Desde arriba, donde se encontraban los equipos de música (parte a la que no se podía acceder, ya que Gonzalo nos puso eso como regla número uno si queríamos hacer la fiesta, que nadie excepto nosotros tres subiera a las plantas de arriba), yo podía ver lo que pasaba abajo, por lo menos en la parte del patio. Mis ojos no hacían otra cosa que buscar a Sole, no perdía detalle de lo que hiciera. Y pronto noté que me gustaba demasiado, pero ya no había nada que hacer, pensé, porque tal y como había quedado antes… La fiesta continuaba y yo tenía que darle marcha.
Vi entonces que la gente se abría y que Sole se quedaba sola bailando, en el centro, poniendo caliente al personal, pasándose las manos por todo su cuerpo, dibujando el contorno de su silueta. En uno de sus movimientos miró hacia arriba, hacia mi posición, yo le sonreí, y entonces se acercó a uno de mis amigos y lo sacó, bailando con él tan pegada que la gente se puso a vitorear y a gritar otra vez. La única diferencia con lo de antes fue que éste no se cortó ni un pelo y sus manos lo palparon todo, desde su culo hasta sus pechos.
Pensando que la tía era una calientapollas intenté olvidarme de ella, pero no pude, y en un momento de rabia paré la música. Los dos se quedaron parados y la gente me empezó a silbar. Me asomé y les dije que lo sentía, que se había parado y que ahora lo arreglaría, que mientras fueran a tomarse algo. Asqueado de mí mismo hice que lo arreglaba y a los pocos segundos puse de nuevo la música.

Como me quedaba bastante tiempo allí arriba me recliné en la silla y me olvidé un poco de la fiesta. Subió Gonzalo al baño de arriba ya que el de abajo estaba hasta los topes, y le dije que me subiera un cubata en cuanto pudiera. El tiempo pasaba y el cubata no llegaba, así que me asomé y grité:
– Por favor, ¿alguien me puede subir un whisky con Seven up?
Al cabo de un rato alguien ponía mi cubata junto al equipo de música. Miré y allí estaba Sole, sonriéndome, me guiñó un ojo y se dio la vuelta con la intención de irse. Me armé de valor y le dije:
– ¿Te importaría hacerme compañía un rato? Aquí estoy muy solo.
– No, al contrario, me encantaría.
Se acercó y me besó. Me agarró con sus manos la cara y metió su lengua en mi boca. Yo le respondí de igual manera, mientras tanto mi mano derecha fue a su pierna y empecé a acariciarla de arriba a abajo, lentamente, sintiendo la carne que había debajo de ese bodi, y en un momento de debilidad absoluta, subí tanto la mano que llegué hasta su entrepierna y palpé los labios de su coño frotando uno de mis dedos con ellos.
– ¿Quieres tocarme el coño?
Sin hablar y sin dejar de mirarme fijamente a los ojos, se quitó su bodi delante de mí, y pude ver que debajo de este no había nada, apareció completamente desnuda ante mis ojos. Luego se sentó de nuevo en la silla, se abrió de piernas y con sus manos jugó a abrirse y tocarse su coñito.
– ¿Qué, te animas? -me preguntó.
Sin apenas creerme lo que estaba haciendo, decidí que si ella me dejaba yo no iba a ser el tonto, así que me arrodillé delante de ella y mi lengua comenzó a explorar aquella rosada cueva. Delante de mí tenía lo que de verdad me importaba en aquel momento, y no iba a despegar mi boca de tan suculento manjar. Ella, entre gemidos y pequeños gritos hablaba, pero no se qué decía pues mi atención estaba puesta exclusivamente en su cada vez más húmeda vagina. Sin despegar mi boca de su coño, me bajé la cremallera y saqué mi polla, que estaba totalmente empinada, pidiendo a gritos un poco de acción. Mi mano dio comienzo a una sesión de masturbación mientras lamía el coño de Sole, que al poco me separó la cabeza de su conejito, me la levantó hacia arriba para que la mirase a los ojos y me dijo:
– Ahora me toca a mí.
Se levantó, me hizo señas para que me sentara en la silla, y arrodillándose ante mí, me quitó los zapatos, los pantalones y los calzoncillos para, inmediatamente después, agarrar mi pollón e introducírselo poco a poco en su hermosa boquita.

No se lo llegó a tragar entero, sino que concentró todas sus labores mamarias en la cabeza de mi enhiesto pene, unas veces dándole besitos, otras pequeños toquecitos con su lengua en la puntita, o bien deslizando su lengua por todo lo que era el mástil.
Creí que iba a morirme de placer con aquella cabrona; tenía muy claro que no era ni la primera ni la quinta polla que se había comido, y tenía incluso que agarrarme a las patas de la silla para no caerme para atrás, y es que de vez en cuando me entraban unos temblores… Pero lo que de verdad me puso los vellos de punta fue cuando, sosteniendo mi verga, bajó su boca hasta mis huevos y se puso a mordisquearlos. No fue tanto la sensación como la visión, y el caso es que me corrí viéndola hacerme eso. Obviamente no me dio tiempo a avisarla y mi corrida inundó su pelo.
Sole se mosqueó porque le dejé el pelo hecho un asco, y entonces le dije que se duchara en el cuarto de baño. Sin dirigirme la palabra se metió en él, me dejó con la polla aún tiesa y con ganas de seguir. Me acordé en ese instante de que la fiesta continuaba, y gracias a Dios que la música aún seguía, pero más tarde la cambié por otra y pensé en entrar en el cuarto de baño (disponía de 45 minutos hasta se acabara la música que había seleccionado). El ruido de la ducha sonaba desde fuera. Abrí lentamente la puerta sin hacer ruido y me acerqué hasta la bañera, que tenía echada la cortina. Me desnudé entero y eché la cortina a un lado. Ella apareció desnuda y enjabonada ante mí, y mi querido miembro viril se puso tan contento que hasta noté en la mirada de Sole un poco de perplejidad. Ella no hizo nada, excepto quedarse mirando el aparato embobada, dejando que el agua cayera de la ducha hacia fuera, mojándolo todo. Me introduje en la bañera, le quité la alcachofa de las manos y entonces ella se agachó y volvió a introducirse mi polla en su cavidad bucal.
De nuevo me recorrieron cientos de placenteras emociones, pero yo no quería seguir con la mamada, quería follármela, penetrarla, que notara mis huevos golpeando sus carnes a cada embestida. Así que, salvajemente, le di la vuelta en la bañera, agarré mi herramienta y se la introduje de un golpe. La verdad es que entró sin problemas, al principio mis embestidas fueron brutales, llevando un ritmo muy rápido que a Sole parecía satisfacerle igual que a mí. De su garganta no paraban de salir gritos como:
– Así, sigue, ¡no pares!
Que me ayudaban a no disminuir el esfuerzo. Unos minutos después noté que mi pene se mojaba con un cálido líquido y Sole gritó como si la mataran. Pensando que mi compañera se estaba corriendo, a punto estuve de no irme con ella también, pero conseguí mantenerme, aunque eso sí, reduciendo mis bruscos movimientos. Llegué a colocarme totalmente encima de ella. Puse mi cara con su cara, mi tórax con su espalda, y continué, muchísimo más lento, como si no quisiera que aquello se acabara nunca y esa fuese la única forma de conseguirlo. De hecho, dejé de moverme y nos quedamos en esa posición, ella a cuatro patas en la bañera y yo encima de ella, en idéntica postura, pero sin movimiento alguno.

Al poco fue ella la que, moviendo su culito un poco para delante y un poco para atrás, consiguió que aquello volviera a recobrar vida, pero no necesitábamos nada más. Estábamos en el cielo. Nos importaba una mierda quedarnos así, con ese suave vaivén el tiempo que fuera. No nos importaba siquiera que alguien entrara en el servicio y nos viera allí.
Es más, creo que si eso hubiera pasado hubiéramos seguido tal cual. Y qué bonito fue aquello. Mientras seguíamos unidos nuestras lenguas jugaron a encontrarse. Luego dediqué mi tiempo a saborear cada palmo de su pelo, de sus hombros, de su espalda… Todo era sumamente agradecido por ella. Si hacía intento de levantarme y cambiar de posición, por si aquello llegaba a cansarla, me pedía por favor que no, y me quedaba tal como estaba. Pero todo tiene un tiempo determinado en esta vida, y a todo le llega su fin, y la típica sensación de correrme me llegó indefectiblemente. Saqué mi polla con un orgasmo brutal. Sole, al sentir mi chorro, también se corrió en medio de gritos de placer, y sentí sus uñas clavándose en mis antebrazos.
Estuvimos recuperándonos abrazados durante un rato y luego, más calmados, nos separamos, nos sentamos el uno frente al otro, y sonreímos. Desde fuera del cuarto de baño se escuchaban las voces de Gonzalo, que abrió un poco la puerta y dejó caer el bodi de Sole, sin entrar. Sole y yo nos reímos a mandíbula abierta, luego nos besamos y continuamos con nuestros juegos eróticos, la fiesta de aquella noche con los demás, ya no volvió a existir para nosotros…
Saludos para todos.

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