Relato erótico

Fiesta y sexo a tope

Charo
22 de julio del 2018

La conoció en la universidad, hablaron y le invitó a una fiesta que celebraban sus compañeros de estudios. Ella iría con una amiga y él se comprometió a llevar a un amigo.

Oscar – Salamanca
Mi nombre es Oscar y lo que les voy a contar sucedió hace un par de años. Estaba en el último año en la universidad y por aquel entonces conocí a una chica, no muy agradable de rostro, pero con unas tetas muy bien puestas y de muy buen tamaño, que se llamaba Paula. Estudiaba turismo y la conocí porque un día acudió a mi escuela durante un seminario de cinco días. Durante los descansos nos presentamos y poco a poco fuimos conociéndonos. Creo que no le desagradé ya que ella misma me invitó a una fiesta el fin de semana siguiente. Me comentó que nos acompañaría una amiga, Maite, por lo cual yo me comprometí a llevar un amigo.
El día indicado llegó y en un solo coche, el de mi amigo Rafael, los dos a recoger a Paula a su casa. Cuando salió, mi amigo y yo quedamos sorprendidos de lo bien que se veía. Llevaba puesta una minifalda de piel cortísima, medias negras y una blusita muy pegada al cuerpo que permitía imaginar fácilmente lo hermoso de sus pechos. Se le notaban perfectamente los pezones. Como ya he dicho, ella no era muy bonita sin embargo, no sé qué se hizo en la cara que, en verdad, estaba muy guapa. Subió al coche. Ahora tocaba pasar por Maite. Hay que decir que Rafael estaba inquieto pensando en que su acompañante no fuera tan atractiva como Paula por lo que, por el camino, me empezó a insinuar que hubiera sido mejor que él hubiera acompañado a Paula.
Bromeamos durante el trayecto y cuando llegamos por Maite, no solo Rafael estaba inquieto sino también yo, esperando verla salir y conocerla. Finalmente apareció y nos dejó con la boca abierta. ¡Que mujer! De pies a cabeza era una hermosa mujer. Bajita, 1.60, morena, de cabello muy largo, unos ojos grandes y llenos de vida, unos pechos perfectamente redondeados y duritos, una cinturita muy delgada un precioso par de nalgas dignos de morir en medio de ellas, unas piernas perfectamente formadas y unos pies pequeños muy bien arreglados. En conclusión, una chica hermosísima.
Hay que decir que ahora el que deseaba cambio de pareja era yo, sin embargo nunca me atreví a mencionarlo por caballerosidad con mi pareja. Nos encaminamos a la fiesta y desde que llegamos no paramos de bailar. Los bailes, en realidad, no tuvieron mucho de erotismo ya que el ambiente no lo permitía sin embargo, cuando me era posible, miraba de reojo a Maite, que bailaba de maravilla. Movía su cuerpecito delicadamente. En un momento en que las chicas fueron al tocador, Rafael y yo comentábamos lo buenas que estaban las chicas y que el plan sería tratar de convencerlas de ir a un hotel saliendo de la fiesta. Cuando las chicas regresaron, continuamos bebiendo y bailando hasta que yo le pregunté a Paula si no le agradaría ir a otro lugar ya que la fiesta empezaba a ponerse aburrida. Ella, de inmediato, me respondió que era una excelente idea y que había tardado mucho en proponerlo.

En ese momento dejamos de bailar y le dije a Rafael que nos fuéramos. Ellos, sin saber de qué se trataba, nos siguieron confundidos por nuestra actitud. Subimos al coche, Paula y yo atrás y Rafael y Maite delante. Rafael me preguntó qué rumbo tomar y le dije que nos llevara a la “parroquia”, que era el nombre que le dábamos al hotel al cual acudíamos los estudiantes de esa universidad. El se limitó a sonreír ya que ninguna de las chicas sabía que la “parroquia” era un lugar de placer, un mueblé. En cuanto arrancó el coche, Paula y yo nos enfrascamos en una batalla de besos apasionados, intercambiando nuestras lenguas. Mis manos empezaron a buscar sus senos y fácilmente llegué a ellos. Se los masajeaba, primero con suavidad y después con más fuerza, por encima de la ropa sin dejar de besarnos. Poco a poco la fui recostando sobre el asiento y pude meter mi mano por debajo de su blusa. Su piel estaba calentita y con un olor delicioso debido a su perfume.
Finalmente llegué a sus pezones y quedé asombrado por su tamaño y dureza. Ella empezó a jadear cuando se los apreté, mientras le besaba el cuello. Le pude quitar la blusa y desabrochar el sujetador por delante y eso me dejó ver dos enormes y hermosos pechos para mi solito. Una vez que los admiré, empecé a besarlos y recorrerlos con la lengua en todo su contorno y hasta los pezones. En el coche y a pesar del ruido de la música que había puesto mi amigo, yo solo escuchaba los jadeos de mi compañera.
– ¡Sí, así… oooh… muérdemelos… aaah…! – decía entre gemidos…
Eso me volvió loco y empecé a bajar mis manos buscando su parte baja. Sin dejar de besarle los pechos y con las manos de ella en mi cabeza, logré por fin llevar mis manos hasta su entrepierna. Llevaba puesto un liguero, cosa que a mi me excita muchísimo y después de conocerlo a través del tacto, encaminé mis dedos a su monte de Venus, el cual era impresionante ya que tenía muchísimos pelos. Para entonces ya estaba muy mojada y se podía sentir por encima de sus bragas. Paula estaba fuera de control y con suaves movimientos pegaba su pubis a mi mano y no dejaba de gemir:
– ¡Así… aaah… así… así… que rico… aaaah…!.
Para ese momento yo tenía una erección impresionante y no encontraba la forma de decirle que me la sacara. Nunca me he podido acordar del momento en que nos acomodamos. Ella estaba boca arriba, con los pies fuera de la ventanilla y yo estaba encima de ella. No le quité las bragas ni ella me tocó ni siquiera por accidente, sin embargo el cachondeo que llevábamos me tenía al borde de la eyaculación. Seguramente nuestros acompañantes se dieron cuenta de lo que estaba sucediendo pero, afortunadamente, nunca fuimos interrumpidos.
Cuando llegamos al motel, Paula se incorporó, se colocó bien sus ropas y al darse cuenta de que estábamos en un hotel, solo sonrió. Maite, al contrario, puso cara de asombro y desconcierto pero, afortunadamente, mi pareja la calmó diciéndole que no sucedería nada si ella no quería.

Para fortuna mía, el administrador del motel nos dijo que solo había una habitación disponible, lo cual nos permitió entrar a los cuatro a cambio de una propina. Una vez dentro de la habitación, Paula y yo nos dirigimos de inmediato hacia la cama mientras Rafael y Maite se quedaron sentados en una pequeña antesala. Paula se acostó y me pidió que la desnudara. Empecé por quitarle los zapatos y acariciarle los pies, momento que aprovechaba para separar sus piernas y ver su entrepierna con una mancha de humedad en sus bragas. Mis caricias siguieron por sus piernas y pude llegar hasta su liguero el cual era en verdad excitante. Bajé el cierre de la falda y la dejé solo con su blusa, bragas, medias y liguero. La coloqué boca arriba y con las nalgas en el borde de la cama, abrí sus piernas y arrodillado, empecé a besarla por encima de su braga. Ella, a pesar de la interrupción, no había perdido la excitación. Su vagina despedía un aroma delicioso. Con mis manos aparté la braguita y sin quitársela, empecé a pasar mi lengua por su raja. Esto en realidad fue un logro, considerando la mata de vello que tenía. Estaba mojadísima y gritaba:
– ¡Más… más… así… fuerte mi vida… aaaah…!.
Mi lengua había llegado a separar sus labios vaginales y con un mete y saca suave ella estaba como loca. Recuerdo que incluso llegó a decirme “te amo”, cosa que, por supuesto, nunca creí. Yo continuaba entrando y saliendo con mi lengua con más rapidez y de vez en cuando saboreaba sus jugos maravillosos, mientras con el dedo medio acariciaba el agujero de su culo, descubriendo que le excitaba muchísimo ya que cada vez que lo tocaba ella respondía con un brinco y un suspiro. Mis caricias continuaron hasta que mi dedo medio ya estaba casi por completo dentro de su ano. Ella movía sus caderas maravillosamente, como si fuera de goma. Para ese momento yo me había sacado la verga del pantalón y me estaba masturbando. Sus manos apretaban mi cabeza contra su pubis y sus movimientos se hicieron más rápidos y fuertes. Mi dedo entraba y salía de su ano con mucha facilidad ya que se había dilatado. Mi lengua seguía entrando y saliendo también de su coño y de vez en cuando le acariciaba el clítoris. En ese momento se me ocurrió morder suavemente ese botoncito.
Ella pegó un grandioso grito que casi me hace levantar y salir corriendo, de no ser porque empecé a ver como manaba de su canal vaginal un chorro que me pareció lo más hermoso visto hasta ese momento.
– ¡Aaah… así… duro… duro… métemela hasta el fondo… fóllame…!.
Nunca supe cuanto duró pero fue maravilloso ver como terminó en mi cara. Después de unos segundos, ella se relajó y yo me puse de pie frente a ella. Abrió los ojos y me dijo:
– Eres increíble, gracias por este momento.
Todo era perfecto pero ya no había terminado aún y eso me tenía ya con un dolor tremendo en los huevos. Cuando bajé mi mano para acariciarme, ella se dio cuenta, sonrió y se sentó en el borde de la cama, se acomodó frente a mi pene y empezó por besarlo en la punta.

Después jugueteó con su lengua hasta que, poco a poco, empezó a meterlo y sacarlo de su boca. Yo sentía el roce de sus dientes en cada acometida. La tomé por la nuca y le ayudé con los movimientos mientras ella, con la mano, me masturbaba. Con todo esto nunca me acordé de nuestros amigos e incluso supuse que se habrían ido ya que no se escuchaban ruidos. Estaba entonces disfrutando de la mamada cuando los vi entrar y Maite se sentó en el otro lado de la cama y nos miró sorprendida. La verdad que a estas alturas hubiera sido un grave error dejarme distraer por ese detalle, así que yo seguí pidiendo que me la chupara más.
– ¡Así… chúpamela… métetela toda…!.
Rafael me miraba pero sonrió cuando ellos empezaron a revolcarse en la cama, besándose y acariciándose. Omití mencionar que Maite vestía también una falda, aunque no era mini. En su cachondeo, la falda se le subió hasta la cadera y pude ver las hermosas piernas y el hermosísimo culo respingón, que tenía Maite.
Si ya estaba yo muy excitado por la mamada que me estaba haciendo Paula, el ver a su amiga, me puso como loco y estaba a punto de terminar cuando Paula me dijo que no quería que me corriera en su boca. Se separó y dejó de masturbarme para que durara más. Seguidamente terminó de desnudarse y se acostó en la cama con las piernas abiertas. En ese momento pude conocerla totalmente desnuda y la verdad tenía un cuerpo muy bien formado, unos pechos grandes e hinchados, con sus pezones muy tiesos y una raja muy velluda y húmeda, un poco abierta, que dejaba ver el tono rosado brillante de su interior. Yo, para entonces, ya estaba desnudo y de inmediato me puse encima de ella que, con sus manos, llevó mi polla hasta su entrada y me dijo:
– ¡Ahora sí, dale fuerte!
Muy obediente, se la metí de un solo golpe hasta que mis huevos chocaron con sus nalgas y sin dejar de mirar a la otra pareja, que ya se había desnudado y seguían con sus caricias, empecé con el vaivén de mi verga. Paula me apretaba y se movía de tal manera que de no ser porque la abrazaba, hubiera terminado en ese momento. Estuvimos jugando unos minutos para retardar mi eyaculación, mientras nos besábamos y acariciábamos muy apasionadamente, intercambiando nuestras lenguas. Ella me apretaba las nalgas y me susurraba:
– ¡Así… así, dale… tómame como tú quieras… qué bueno, que gusto me das… aaah…!.
De repente empecé a sentir su respiración más agitada y las típicas contracciones de su chocho, cerró los ojos y lanzó un largo gemido. Esto me animó a acelerar mis movimientos y empezar a arrojar un largo chorro de leche al tiempo que le gritaba:
– ¡Muévete… muévete… tómala toda… toma mi leche…!.

Es maravilloso sentir mojada la polla y notar como baja por los huevos todo el semen que arrojas junto con los jugos de ella. Nos estuvimos besando por largo rato olvidándonos de nuestros compañeros de cama hasta que, ya relajados, le ofrecí algo de beber para lo cual tuve que levantarme de la cama y servirnos.
Cuando me levanté pude ver claramente como Rafael le propinaba una buena sesión de sexo oral. Veía como le metía la lengua hasta donde podía para luego llegar con las caricias hasta su ano. Maite estaba muy excitada, jadeaba y se apretaba con mucha fuerza los pezones. Solo se le escuchaba gemir, aunque de vez en cuando, sacaba su lengua para chuparse los labios, pero con los ojos cerrados. Era una escena digna de una película porno. Con esta visión empecé a recuperar mi erección y entonces oí a Paula preguntarme:
– ¿Te apetece repetirlo?
En fin, fue una juerga maravillosa que nunca olvidaré. Cuando nos volvamos a montar otra fiesta os lo contaré.
Un beso para todos.

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