Relato erótico
Secretaria “traviesa”
Trabaja de secretaria y su jefe es un cuarentón muy atractivo. Es una persona comprensiva y de trato muy agradable. Las pasadas Navidades les invitó a cenar a todos para celebrar la buena marcha de la empresa y el buen trabajo de todos. Dice que cuando bebe un poco más de la cuenta, se vuelve una chica traviesa y aquel día lo hizo.
Mónica – Granada
Quiero contaros una experiencia que tuve el año pasado. Me llamo Mónica, tengo 29 años y trabajo en un despacho de asesoría fiscal. El jefe tiene dos secretarias, yo y otra chica que también lleva la contabilidad. Se llama Ricardo, tiene cuarenta años y es un hombre muy atractivo.
El trato con él es muy bueno y como jefe es estupendo, nunca pone problemas cuando le pides permiso o cuando a veces se te pegan las sabanas y llegas tarde.
Las pasadas navidades nos invitó a comer para celebrar que el año había sido muy bueno y que habíamos trabajado mucho.
Yo, que casi nunca bebo, ese día lo hice más de la cuenta y cuando ya nos despedíamos, Ricardo, amablemente se ofreció llevarme a casa. Aunque insistí en marcharme en taxi, me metió en su coche donde me quedé amodorrada. Cuando paró el coche y me desperté, quedé desconcertada pues nos hallábamos en un garaje y me di cuenta que me había llevado a su casa. Al preguntarle el por qué me había llevado hasta allí me contestó que le caía muy bien y deseaba que conociera a su mujer, pues le había hablado de mí y ella tenía curiosidad por conocerme y aunque me extrañó esa contestación, opuse muy poca resistencia pues en ese momento no estaba para luchas.
Arriba nos esperaba su mujer, la encantadora Amanda. Entramos al salón y en ese momento me sentí un poco mareada, entre los dos me llevaron al salón y me tumbaron en el sofá. Estuvimos hablando un rato pero poco a poco la conversación se iba haciendo más picante y la verdad, es que yo en ningún momento me sentí incómoda, ya que cuando bebo más de la cuenta, me excito con facilidad.
Supongo que ellos se dieron cuenta de mi excitación ya que al cabo de un rato, con la excusa de que estuviera más cómoda, me quitaron los zapatos, me desabrocharon la blusa y la falda y me quitaron las medias, en ningún momento me resistí, era una nueva experiencia que me hacía sentir muy bien y ellos dándose cuenta de la situación, empezaron a acariciarme el cuerpo.
Era una sensación maravillosa; me sentía relajada y a gusto. Los dedos de Ricardo bajaron delicadamente los tirantes del sujetador, luego liberó mis turgentes tetas del resto de la prenda y se entretuvo jugando con mis crecidos pezones, acariciándolos y tirando de ellos. Mientras tanto las manos de Amanda me acariciaban los muslos. Abrí las piernas para que esas caricias fueran más profundas. Los dedos de Amanda sólo me rozaban, eran como plumas; me puso la carne de gallina. Cuando llegaba a mi húmedo sexo lo evitaba pasando a acariciarme el vientre y a jugar con los pelitos del pubis.
Yo me moría de ganas de que tocara mis abultados y mojados labios o mi clítoris, pero lo retrasaba intencionadamente para que lo deseara más. Mi placer cada vez iba a más y mis ojos se mantenían cerrados cuando sentí algo ardiente y palpitante que me tocaba las tetas y me acariciaba los tiesos pezones.
Cuando abrí los ojos vi la polla de Ricardo a escasos centímetros de mi boca; el glande era rojo, desafiante y palpitante. Con un gesto involuntario me relamí, luego lo cogí con ambas manos y le obligué a dármela toda. Mis ardientes labios arroparon la tranca hasta que rozaron sus duros cojones.
Acaricié su glande con la lengua y le arañé suavemente con mis dientes el duro mástil. Él se agitaba gimiendo de placer. Mientras yo me entretenía con el rabo de Ricardo, Amanda hacía otro tanto con mi chorreante almeja. Había separado los pétalos de mi rosa con sus dedos y con su lengua recorría toda mi raja, presionando mi botoncito lujurioso. De vez en cuando hundía su lengua en mi ardorosa vagina. Cuando me corrí, una convulsión de placer recorrió todo mi cuerpo haciéndome gemir y suspirar. Entonces se levantaron y me abandonaron un instante para desnudarse.
Mientras se quitaban la ropa, yo me desembaracé del resto de la mía y me eché boca abajo en la alfombra. No sé como Amanda consiguió deslizarse bajo mi cuerpo, pero lo hizo y siguió lamiéndome el sexo, hundiendo sus dedos en él. Yo me retorcía como una posesa, gozando como nunca. Mientras estábamos disfrutando en el suelo, Ricardo nos observaba con la polla tiesa, como si no pudiera decidirse. Ambas deseábamos su ardiente tranca. Al fin se decidió por Amanda. Ella había conseguido deslizarse del todo y yo tenía ante mí un brillante y depilado coño rojo como la grana que pedía a gritos una lengua tersa que calmara sus ardores.
En su jugosa fruta metió Ricardo su enorme polla. Yo lamía a la vez el abultadísimo clítoris de Amanda y el insaciable cipote de Ricardo que entraba y salía partiéndola por la mitad. La triple corrida fue fenomenal. Sorbí con avidez el sobrante de leche que escapaba del coño de Amanda y nos quedamos abrazados unos sobre otros. Ricardo se levantó y dijo que tenía que ir a la cocina un momento, regresando al momento con toda su polla cubierta de un montón de nata. Amanda y yo nos peleamos como gatas para comérnoslo. Cuando volvió a tener su enorme polla preparada se tumbó y me dijo que me sentara encima de ella.
Caí de un golpe subiendo al séptimo cielo al instante. Era una antorcha que me ardía y me rompía. Subía y bajaba como si en ello me fuera la vida. Amanda mientras se acariciaba obscenamente ante nuestros ojos, se levantó y cogió de un frutero que había en una mesita un plátano y se lo hundió en las entrañas hasta lo más hondo. Me volví a correr pero sin descabalgar, pues quería que me inundara con su leche. Entonces Amanda se sacó el plátano lubrificado de su vagina, se acerco a mi culo y me lo fue metiendo poco a poco. Yo sentía un placer enorme, tenía la polla de Ricardo en el coño y el plátano que me estaba metiendo en el culo, era un placer constante, no podía imaginar que mi cuerpo pudiera sentir tanta excitación. Otra vez me corrí justo cuando Ricardo eyaculaba ferozmente dentro de mí.
La magnífica orgía terminó ahí. Estábamos rendidos, descansamos un rato extasiados y me vestí lentamente mientras ellos intentaban justificar lo ocurrido, pero yo les tranquilicé diciéndoles que no se preocuparan pues me había gustado mucho y me habían dado un placer tremendo. Me fui a mi casa y dormí durante un día entero. El lunes siguiente nos comportamos en el trabajo como yo esperaba, es decir, como si nada hubiera ocurrido pero en un momento en que estaba sola, el jefe me dijo si quería pasar el fin de semana con ellos. No hace falta decir que acepté ¿verdad?
Un beso para todos.