Relato erótico
“Fiesta” hasta el final
Eran las fiestas del pueblo y los jóvenes salían hasta altas horas de la noche. Fue de marcha con su amiga, a la que conocía desde la infancia y cuando, entrada la madrugada, decidieron que irían a dormir a casa de su amiga para no separarse ya que vivían lejos la una de la otra.
Julia – Salamanca
Soy Julia, tengo 20 años, pelo negro y un cuerpo que no está nada mal, al menos eso dicen mis amigos y también alguna amiga. Por ejemplo Rut, una rubia maravillosa. Hace unos días se celebraban las fiestas de un pueblo cercano a la Sierra de Gredos, que es la envidia de quienes lo conocen. Esa noche y con motivo de los festejos populares, la juventud tiene por costumbre quedarse hasta muy tarde en los bailes y paseos. Yo, al igual que ellos, también me lo estaba pasando muy bien y más en compañía de mi amiga Rut, a la que conocía desde la infancia. Cuando nos hallábamos en lo mejor, a eso de las tres de la madrugada, me entró un sueño terrible, que ya venía acumulando desde días atrás y entonces dije a mi amiga:
– ¿Por qué no te vienes a mi casa a dormir o voy yo a la tuya?
Esta propuesta tenía una explicación. Las dos vivíamos bastante lejos una de la otra y a esas horas, no me parecía bien ir sola.
Mis padres estaban fuera y los de Rut lo mismo. Al final decidimos irnos a su casa, que era más bonita y amplia, aparte de tener otras comodidades.
Al llegar a su casa, nos quitamos el maquillaje que llevábamos encima, nos metimos en el dormitorio y yo tomé la iniciativa de desnudarme. Ella, tras observarme unos minutos, me imitó. Como yo no traía nada para ponerme, ni pijama ni camisón, me quedé así, sin nada, o sea desnuda por completo y me metí rápidamente en la cama, bajo las sábanas. Ella, tras dudarlo unos instantes, también me imitó y a pelo se estiró a mi lado. Sentía su respiración y me hizo el efecto que temblaba.
– ¿Tienes frío? – le pregunté.
– Sí, ¿por qué no me abrazas para que se me quite? – me respondió.
Obedecí en silencio y a los pocos segundos noté su respiración jadeante pegada a mí, pero no hice mucho caso, aunque la verdad es que yo ya estaba bastante nerviosa. Durante unos minutos nos mantuvimos así, pero al poco rato sentí como sus manos acariciaban mi espalda con excitante ternura. Mantuve mi silencio pero entonces sus labios empezaron a rozarme el cuerpo en distintas direcciones hasta que, entre susurros, me dijo:
– No sabes cómo he deseado este instante para poder abrazarte y besarte completamente desnudas las dos, con toda la pasión de que soy capaz.
Al acabar de pronunciar estas palabras, selló mis labios con los suyos y por unos minutos me hizo enloquecer y olvidarme de todo lo que había vivido hasta ese momento.
Nuestros labios unidos, nuestras lenguas cruzándose, jugando entre ellas hasta que, sin darme tiempo a musitar una palabra y sin esperármelo con un simple beso, por profundo que fuera, empecé a tener un orgasmo que nunca se terminaba, delicioso e inolvidable, como no lo había tenido jamás. Pero no terminó todo aquí, sino que sus manos, finas y delgadas, empezaron a hacer estragos en todo mi cuerpo mientras ella me decía:
– Tienes un cuerpo que es una preciosidad y merece ser acariciado.
Yo, claro, excitada al máximo, me dejaba hacer todo lo que mi amiga quería, hasta que una de sus manos se situó entre mis muslos, empezando a acariciarlos y cuando llegó a mi sexo, lo tocó de una manera sutil, casi imperceptiblemente, pero despidiendo electricidad sexual. Sus dedos se pasearon un rato por mi monte de Venus antes de que se agachara y fuera su lengua la que interviniera en la raja de mi húmedo coño. Con una enorme maestría tintineaba sobre mi inflamado clítoris hasta que mis orgasmos no se hicieron esperar, viniendo uno tras otro dejándome exhausta. Entonces le dije:
– Me ha gustado mucho pero, por favor, para, déjalo para otro momento… me gusta mucho pero…
Ella parecía estar en otro mundo y continuó lamiendo mi coño, sin hacerme ningún caso, cada vez con más fuerza y maestría. A partir de aquí, me entraron muchas ganas de olvidarme de mi pasividad y entrar en acción. Y tal y como lo pensé, lo hice. Me coloqué encima de ella y besé sus labios con pasión y frenesí. De ahí pasé a las orejas, al cuello, a los pechos, recreándome en sus tiesos pezones, mientras ella, gritaba de placer, bajé y mi lengua acarició sus piernas y su coño. Las dos estábamos locas de deseo. Nuestros chochos no cesaban de palpitar y ella, entre orgasmos repetidos, me dijo:
– Mientras vivas no me casaré nunca con un hombre… me has hecho la mujer más feliz del mundo… es lo más grande que me ha ocurrido en la vida…
Dormimos apenas dos horas y cuando amanecía ya estábamos las dos nuevamente sobreexcitadas con una simple mirada.
Mi amiga, aunque nunca me lo había dicho, guardaba en la mesita de noche un consolador. Me sorprendió pero, al poco rato y tras haberme llenado el cuerpo de besos y lamerme un buen rato el coño, no protesté cuando, haciéndome abrir aún más las piernas, empezó a meterme aquel falso pene en todo el chocho, haciéndome el amor con él hasta hacerme desfallecer. La mujer que no lo haya experimentado, jamás sabrá lo que es esto y el gusto que da.
Pasamos unos días deliciosos. Estábamos las dos de una forma tan alocada que una de nuestras amigas se dio cuenta y me insinuó la posibilidad de un “ménage a trois” pero nosotras no habíamos hecho más que empezar y por el momento no nos apetecía compartir con nadie nuestra felicidad sexual. Hicimos el amor en la bañera, en los diversos rincones de la casa y donde se terciaba.
El último sábado que nos permitía estar aún juntas y solas, sin nuestros padres, empecé de nuevo a besarla con furia en la boca, el cuello y las tetas. Pronto me fui para su codiciado coño y sin más miramientos, empecé a mordisquearlo. Mi amiga estaba que no podía ni respirar, pero sí decirme, jadeante:
-¡Más, querida mía, más… oooh… así, así… por favor, continua… no pares… aaah…!
Empecé a meterle la lengua en la raja del coño hasta que reventó con un orgasmo increíble. Estuve besándola todo el día, tan grande era mi felicidad por haberla encontrado y tenerla toda para mí.
Ha pasado apenas una semana y ahora mismo estoy pensando en descolgar el teléfono y decirle que venga a verme porque no puedo vivir sin ella. Quiero confesarle que su recuerdo me atrae como un imán, como si de la mejor golosina se tratase. Espero impaciente poder contar otros momentos como estos. La experiencia bien ha merecido la pena.
Un beso para todos.