Relato erótico
Fiesta después de la fiesta
Formaban una “pandilla” muy bien avenida, se conocían desde pequeños y todos tenían novio o novia. Aquel fin de semana celebraban el cumpleaños de uno de ellos y fueron a un pub del barrio. Algunos se pasaron con las copas y su novia y dos amigas le pidieron que las llevara a casa.
Mario – MADRID
Querida Charo, me llamo Mario, tengo 26 años y salgo con Laura, una morena de 24 que tiene un cuerpo de vicio. Formamos parte de una pandilla de colegas de toda la vida. Desde la guardería, casi. Todos los fines de semana salimos de copas juntos y como todas estas pandillas, nos lo pasamos bastante bien.
Pues la historia que os cuento me pasó el último fin de semana de abril. Era el cumpleaños de uno de los de la pandilla y nos reunimos en el pub de nuestro barrio. Ya sabéis como van estas cosas: regalos, bebidas, saludos, más bebidas, bailes, más bebidas… es decir, que a medianoche, bastante gente estaba con una buena curda. Entre ellas mi novia por lo que decidí que lo mejor sería llevarla a casa. Se lo dije a varios colegas y abrazándola, ya que casi se caía, me dispuse a llevármela. Fue entonces cuando se acercaron dos amigas nuestras: Amalia, 20 años, rubia con el pelo larguísimo, un buen cuerpo pero con pocas tetas para mi gusto, aunque un soberbio culazo, y Sara, 24 años como mi chica. También rubia pero el pelo corto, piel blanquísima y un cuerpazo fenomenal, con buenas tetas y buen culo, a pesar que Amalia la seguía ganando en ese tema.
Las dos iban sobrias y me pidieron si no me importaba dejarlas en su casa ya que sus respectivos novios, grandes amigos nuestros también, estaban en un estado próximo a la inconsciencia, cantando a voz en grito y abrazados entre sí, la canción de moda.
Una vez en el coche, vi como Amalia se había tomado el tema a broma pero Sara llevaba un cabreo encima que no se aguantaba. Les dije que dejaríamos primero a Laura y luego las llevaría a cada una a casa, que uno es un caballero. Así que después de un furtivo beso de mi chica, volví al coche.
– Bueno, chicas – les dije – ¿A quién dejo primero?
– ¿Por qué no vamos a mi casa, que no están mis padres? – dijo Amalia – Tomamos un café y luego llevas a Sara a su casa.
– No sé… no me apetece demasiado – dijo Sara.
Pero a mí si me apetecía así que entre los dos convencimos como pudimos a Sara y aterrizamos en casa de Amalia. Allí estábamos, sentados los tres cómodamente en el sofá del salón, con una luz suave, un café en la mano y yo entre dos preciosidades hablando de cualquier cosa.
No sé si os habréis dado cuenta pero muchas veces empiezas una conversación sobre el fútbol y la terminas sobre los zapatos. Pues eso nos pasó a nosotros. Empezamos una conversación sobre lo de esa noche.
– Mi novio es un gilipollas – decía Sara.
– Déjalo, que ellos se lo pierden – contestaba Amalia.
Llegado a un punto, empezamos a hablar de… sexo anal. Sí, sí, como os lo cuento. En condiciones normales ni se me habría ocurrido hablar con ellas de eso, bueno, con Amalia, que era la que más hablaba, porque Sara estaba enfurruñada y no decía ni pío.
– Vosotros los tíos siempre nos pedís a las chicas cosas rarísimas y reconoce, que os gustan las cosas raras.
– ¿Raras… qué llamas tú raro? – dije – Luego bien que os gustan esas cosas raras.
– ¿Qué nos gustan… el qué…?
– Por ejemplo, el sexo anal. Todas las tías sois reticentes a probarlo. Que si no os excita, que os van a hacer daño pero cuando lo probáis al 90 por ciento les encanta y sigue repitiéndolo.
– Ya, ya… muchas palabras pero eso habría que demostrarlo – me dijo Amalia con una mirada picaruela y con los ojos brillantes.
En este momento me podía haber reído y haber pasado a otro tema pero jamás sabré por qué contesté:
– Pues te lo demuestro cuando quieras.
– Chicos, ¿no creéis que os estáis pasando? – dijo Sara, un poco mosqueada ante el cariz que tomaba la situación.
– Calla, calla – dijo Amalia – Tu hablas mucho, Mario, pero…
– Te digo que te lo demuestro.
– ¿Cuando?
– Aquí y ahora mismo si quieres.
Sara flipaba en colores. Os recuerdo que todos, todos, pese a diferencias de edad éramos amigos de toda la vida. Pero todos. Novios, novias. Y allí estábamos, yo proponiendo a Amalia que le daba por el culo y ella pensándoselo. De repente una sonrisa maliciosa ilumino la cara de Amalia.
– De acuerdo – dijo – Tú me lo haces y si me gusta…
– ¿Qué?
– Te dejo que me lo hagas lo que queda de noche y si no me gusta me dejas que te meta un pepino por el culo, para que sufras lo que sufrimos.
La pobre Sara ya no aguantaba más y se levantó del sofá:
– Estáis como cabras. Yo me voy y no quiero saber nada de esto. Laura y Lucas, el novio de Amalia, son amigos míos y no sé como…
– Calla y siéntate – la cortó Amalia, volviéndola a sentar en el sillón – Necesitamos alguien imparcial que decida si me ha gustado o no.
Se quedó la pobre más planchada que un lenguado. Sentada y con cara de asombro, la misma que seguramente tenía yo cuando Amalia se quitó los zapatos y se levantó del sofá procediendo a bajarse los ajustadísimos vaqueros que llevaba y que fueron a parar al suelo. Camino que siguió su tanga blanco y mientras procedía a desabrocharse la blusa me dijo:
– No te quedes con cara de alelado y desnúdate también.
Ni que decir que mi ropa comenzó a formar un montón con la suya y en un momento me quedé en pelotas, con mi “armamento” en ristre.
– ¡Hala!… ¡Qué grande…! – dijo mientras señalaba mi polla, al tiempo que se reía.
– Bueno, yo no tengo el cacharrazo del que presumen algunos en los relatos, pero creo que estoy bien dotado.
Amalia, por una extraña razón que solo ella sabría, se había desabrochado la blusa pero no se la había quitado, de esta manera quedaba aclarada una duda que torturaba a nuestro grupo. Si usaba o no sujetador. Pues no, no usaba. Entre la blusa abierta y a pesar de sus 20 añitos, mostraba un pecho escasísimo, casi infantil, pero eso sí, con unos soberbios pezones enhiestos en toda su gloria. Y así estaba, desnuda, sin contar la blusa, con su vello púbico rubio natural. La pobre Sara se había resignado y no sabía donde meterse.
– Bueno, “experto”, tú dirás – me dijo – y recuerda que solo por el culo, nada de meterla en mi cosita y si me duele…
– Tranquila, tranquila…
Miré por la habitación para ver donde nos poníamos y me fijé en una mesa grande que tenía. Comencé a vaciarla de jarrones y tapetes y pedí a Amalia que se tumbara boca abajo en la mesa dejando las piernas fuera. – Así, de esta manera, quedaba justamente a mi altura – dije.
Disfrutando de la situación como una loca se tumbó. Yo la separé los muslos con cuidado y me arrodillé. Su soberbio culazo quedaba ahora a la altura de mi cara.
– Primero te voy a preparar un poquito – anuncié.
– Haz lo que quieras.
Allí estaba yo, separando las nalgas de una de mis mejores amigas y de mi novia. Su ojete virgen estaba allí, sonrosado, redondo, brillante. Y pasé de esperar más. Enterré mi cara entre sus cachas y le introduje mi lengua en su ojete. Le debió gustar más de lo que pensaba porque se le escapó un gemido y un suspiro. Pero yo seguí ensalivando, apretando, comiendo y llevaba un buen rato cuando oí su voz diciendo:
– Para y dame lo que me tienes que dar…venga, dame…
Me levanté. Tenía mi rabo a punto de reventar, con el glande rojo congestionado. Ella se apoyaba con sus manos en la mesa con la cabeza ligeramente girada que ya no mostraba cara de juerga o malicia. Tenía cara de vicio. Si conocierais a Amalia, que es la típica niñita que parece que nunca ha roto un plato, comprenderíais porque tenía yo los huevos a punto de reventar. Pero quería ponerla a mil. Así que usé una técnica que me salía bastante bien con Laura. Bajé su blusa hasta la cintura, dejando su espalda al aire, y apoyé la punta de mi polla en su ano. Solo apoyada. Que sintiera el contacto. Y comencé a deslizar la lengua por su columna.
– Amalia – la decía mientras lamía – ¿Lo quieres?
– ¡Sí, sí…! – repetía.
– ¿Quieres que te de?
– ¡Siiií… por favor…dame, dame! – decía casi gimoteando.
– ¿Dime…qué quieres que te de? – insistí.
– ¡Dame por el culo, cabronazo, fóllamelo, reviéntame las tripas pero no me tengas así… fóllamelo!
Para Sara, que ya había pasado el asombro al “flipamiento” total y para mi, que de Amalia lo más gordo que habíamos oído era un “jolín”, esta explosión fue un asombro. Pero uno es un caballero e hice lo que me pidió. Comencé a apretar. Por momentos notaba como su esfínter se dilataba y comenzaba a engullir mi polla. Desde ese mismo momento comenzó a jadear y a gimotear. Yo, para hacer fuerza la había agarrado de sus hombros, ya desnudos. Poco a poco su ojete iba rodeando mi pene merced a la técnica de “saca uno y mete dos”. Por fin, mis pelotas golpearon su coñazo y mi vientre, sus nalgas de piedra. Ella boqueaba como un pez, jadeaba, lloraba y se agarraba a la mesa hasta ponerse los nudillos blancos. Entonces comencé el metisaca. Su recto estaba caliente, resbaladizo como el de mi chica. Pero ella estaba casi en estado catatónico. Con el ritmo endiablado, comenzó a gemir y a jadear. Parecía que la gustaba pero tenía que quedar claro al jurado así que pregunté:
– ¿Te gusta, Amalia… te gusta?
Y la pobre, entre gemido y gemido repetía:
– ¡Sí, sí, sí, siiiiiiií…!.
Tuve que soltarle el pelo y con mis manos agarré sus dos muslos quedando como los brazos de una carretilla. En estas yo ya no oía sus gemidos, ni veía la cara de estupor de Sara. Soy un tío normal que hasta ese momento solo lo había hecho con mi chica y estaba a punto de reventar en los intestinos de otra chica. Cerré los ojos y comencé a respirar para no correrme, para aguantar un poco. El sudor me corría por la cara y resoplaba como si fuera el carbonero del infierno. Las pelotas me dolían enormemente y de repente, entre la niebla, me pareció oír la voz de Amalia diciendo:
– ¡Mario… Mario… me corro… me corro…!.
Deseos son órdenes. Me corrí y de qué manera, casi doloroso. Una señora corrida y al tiempo que me corría ella jadeaba y apretaba los dientes para no gritar. Y yo, poco a poco, iba vaciándome en ella. Un par de minutos hasta que dejé de eyacular en el recto y ella se quedó respirando pesadamente sobre la mesa. Sin separarme de ella, me tumbé en su espalda y separándole el pelo, la di un besito en la mejilla.
– Suena muy típico – dije – pero… ¿qué tal?
Me sonrió y los ojos se le animaron.
– Increíble, increíble… he perdido… ¿Tienes algo que hacer esta noche? – dijo en tono de broma.
Por fin me desacoplé de ella con un ruido de succión. Ella se levantó y tiró la blusa al montón de ropa. De repente me miró y dijo:
– Chicos, disculpadme pero tengo que vaciar lo que Jorge, el malo, ha llenado… esperadme – y se fue hacia el servicio.
Yo me senté al lado de Sara. ¿Quién me iba a decir que iba a acabar la noche al lado de Sara en pelotas?
– Supongo que estaréis contentos, ¿no?
– Vamos, vamos, no me des la charla moral. Esto solo ha sido como un masaje…
– ¿Un masaje? ¿Te has tirado a Amalia y le llamas un masaje?
– Mira. Esto no es engañar a nuestras parejas. Ha sido solo sexo.
– Ya, el mismo rollo de siempre. No sé como se lo vais a contar…
– No se lo vamos a contar, además no te hagas la estrecha que he visto que te has excitado.
– ¿Yo?
– Sí, tú y te has puesto colorada
– ¡De vergüenza!
– ¿Tú…?.Vamos, confiesa que te pica la curiosidad y te gustaría probar lo que ha provocado que Amalia pierda los papeles.
Sara me miró e hizo un gesto brusco. Creí que me iba a abofetear, pero no. Nunca terminas de conocer a las chicas. Ese gesto fue el preludio de que se despojara de su camiseta roja, de su falda vaquera y de su sujetador y bragas de algodón. Y allí estaba. Blanquísima como la leche, con los pechos bien erguidos y sus pezones duros y su pubis, completamente afeitado, sin un solo pelo. Se tumbó en el sofá y me mostró su coñito sin un pelo y abrió bien las piernas.
– Vamos, demuéstramelo… ¡Venga! – exclamó.
Y volví al ataque, con la salvedad que ahora un chocho se encontraba al alcance de mis lamidas y lamí. Entre ojete y coño la pobre Sara se revolvía como una serpiente. Su coño estaba empapadísimo y en menos de 5 minutos yo tenía un empalme considerable. Así que antes de que me lo pidiera y sin tantos preámbulos, la enculé de un solo golpe. Y no le debió doler mucho porque me rodeó con sus piernas y tirando de mí, me comenzó a besar en la boca como una posesa.
– Vaya, vaya con el jurado…
Era lo voz de Amalia, que acababa de salir del cuarto de baño y miraba con satisfacción la escena. Esta vez pudo contenerme un poco más antes de llenar como correspondía las tripas de Sara.
Y esto fue el preludio de una noche de orgía total. Amalia propuso que los tres nos fuéramos a la cama de sus padres y allí continuamos con la movida.
Para ponerme a tono las chicas comenzaron a usar sus bocas. Sara chupaba de miedo. Una vez no me dio tiempo y la llené la boca. La primera vez que hacia eso. Ella y yo. De ahí más culo. Boca. Hasta probamos los coñetes. Y sin gomas. Pero fue porque ellas me lo pidieron.
Finalmente, tras un par de horas, caímos reventados. Nos dormimos juntos. Por la mañana, a eso de las ocho, la habitación apestaba a sudor y esperma. Mis “chicas” aparecían llenas de pegotes de lefa secos. Vamos, una señora orgía. Nos duchamos, ayudamos a Amalia a limpiar un poco y por fin acompañé a Sara a su casa.
¿Y el después? Pues por lo que sé, ni una ni otra se lo comentaron a sus novios y amigos míos. Lo sé porque lo hemos repetido varias veces y esta vez, chochetes con goma. ¿Y yo? Pues os digo que en lugar de dos chicas, ahora tengo tres.
Besos y hasta otra.