Relato erótico
Fantasía o realidad
Está casado, según él, es un tío normal. Tiene muchas fantasías en lo referente al sexo y aunque algunas no las haya vivido, las cuenta con una exactitud genial.
Miguel – Pamplona
Por mucho que lo intenté, no logré desprenderme de esa enfermiza ansiedad. Frente a la puerta, a dos centímetros escasos del pulsador, me poseyó la misma excitación que sentí la primera vez que fui de putas, yo solo, como siempre. Después de espiar brevemente tras la mirilla, una señora entreabrió la puerta y me invitó a pasar. Noté una atmósfera extraña, de tenues luces, de intimidad casi maternal. La casa era antigua, de techos altos, muy céntrica y hasta cierto punto, rancia. Tras seguirla unos metros por el pasillo de crujiente parquet, me acomodé en un pequeño recibidor. La señora, de pie frente a mí, sonrió tímidamente:
– ¿Qué servicio quieres? -preguntó con estudiada amabilidad.
Yo tenía muy claro (antes había llamado) que solo quería follar, por el precio, claro, pero me hice el ignorante y le pedí que me contara cuáles había:
– Tienes desde 50 euros, que es un completo, con un poquito de francés al principio. Una hora 100, con dos chicas 70 y si quieres algo especial, hablaríamos del precio…
No voy a negar que no valoré lo del trío, una vieja fantasía que había repetido en mi mente tantas veces. Me veía a mí mismo tumbado sobre la cama, dos mujeres de pelo largo gateaban despacio sobre las sábanas, una a cada lado. La rubia acercaba sus labios a mi ombligo, erizando la piel de mi vientre con el roce de su melena, mientras la morena me sonreía dulce pero lascivamente y pasaba su blanca mano por la parte interior de mis muslos, recorriéndolos alternativamente, hasta tocar mis huevos, hinchados, peludos, endurecidos. Entonces colocaba los dedos por debajo y los levantaba, como sopesándolos, apartaba su pelo con un movimiento de cabeza y los lamía, a veces humedeciéndolos con su lengua entera, a veces trazando formas caprichosas con la punta. Mi cuerpo notaba el estremecimiento que provocaba la tibia saliva y el aliento caliente, notaba, incluso, una agradable vibración, la que producía su ronroneo, de gusto. Mientras, la rubia había terminado de explorar mi cuerpo, deteniéndose especialmente en los pezones, que adquirieron una rugosidad femenina. Había ventilado el espacio entre la barbilla y la frente con un solo lengüetazo y entonces acorraló mis costillas con sus piernas.
Colocó decididamente su coño sobre mi vientre y se inclinó, dominante, decidida, provocativa, colocando sus enormes tetas a medio centímetro de mi cara. Aquellas tetas me hablaban, su redondez, su suavidad, su poderío… parecían suplicarme ayuda: “tócanos, chúpanos, juega con nosotras, inventa movimientos, haz que temblemos, apriétanos, exprime nuestra blandura, quiérenos, háblanos, te cuidaremos, te daremos placer y calor”. Todo mi cuerpo era corriente eléctrica.
La respiración me resultaba dificultosa, mi campo visual solo alcanzaba a distinguir los poros de piel blanquecina de sus senos, que se movían pendularmente por todo mi rostro, arrastrando la carne voluptuosa sobre mis mejillas y deteniendo una y otra vez sus pezones en mi ávida boca que olía, besaba, lamía, succionaba, mordisqueaba y volvía a besar aquellas rosadas y elásticas prominencias, como un niño hambriento, a veces con dulzura, otras con pasión, en ocasiones con inteligencia, en una orgía de olores, de sabores y sonidos. Porque la rubia gemía y suspiraba y suplicaba casi dolorosamente:
– Sí, mi amor, cómetelas, cómetelas todas, chupa, así.. me gusta, me gusta mucho -alargando las vocales y tomando aliento de golpe entre cada palabra.
Mi lengua recibía el sabor ácido de mi propia saliva impregnada en sus pezones, mi olfato se excitaba con el perfume rancio de la habitación, los restos de jabón y su propia piel, mis ojos deambulaban inquietos entre sus tetas (que tan cercanas, me parecían aún más grandes y poderosas) y su cara. La veía moverse descontroladamente. Me clavaba la mirada como diciéndome: “cabrón, me estás poniendo cachonda de verdad, así no se juega a esto” y súbitamente subía la mirada hacia el techo, estirando vertiginosamente el cuello, como queriendo descoyuntarse, y emitía un largo quejido de éxtasis. Mis tímpanos percibían aquellos placenteros lamentos y mi ronca expresión de satisfacción. Entonces me crecía, me implicaba más. Sentía pasionalmente la respuesta de aquella mujer a mis embates, me complacía en pensar que la estaba haciendo disfrutar de verdad, que estaba notando esa dimensión que hay más allá del placer sensitivo y que se dejaba llevar por ella y eso me hacía ser más poderoso, más seguro. Pero todo transcurría en un torbellino irracional y yo pensaba: “no puede ser, es una puta y está disimulando, es su trabajo, excitarme, lo habrá hecho tantas veces…”
Entonces tenía un momento de desánimo y ella empuñaba mi muñeca izquierda con firmeza y apretaba mi mano sobre su culo y el fuego revivía, porque inconscientemente yo sabía que algo de auténtico había en su actuación.
Ayudada por el empuje de mis manos, ella restregaba los húmedos labios de su coño por todo mi abdomen, dejando un penetrante rastro de flujo, como marcando territorio. Mis sentidos se estaban descarnando y mi cerebro no podía atender a tanto estímulo; iba de las tetas en mi boca al coño en mi abdomen, de mis manos en sus nalgas a mis manos en sus tetas, de sus dedos en mis pezones, a la boca de la morena, que andaba trabajándome ya la base de la polla.
Con los pechos de la rubia acosándome, no podía verla, pero cuando esta se erguía, yo aprovechaba para mirar por el costado de su cuerpo y ver a la otra trabajando mi pene torcido, que tanto me acomplejó y me acompleja.
-Tienes buena polla -había dicho la morena antes de empezar.
Cuando terminé de empalmarme con el agua caliente del bidé, la suavidad del gel espumoso y sus manos jugueteando con ella. Pero yo no le di importancia al comentario, total, era una puta y no le interesaba reírse de mí, del cliente. Pero ahora la veía y la sentía cara a cara con mi torcidilla. Parecía estar a lo suyo, recorriendo el cuerpo del pene de arriba abajo mientras acariciaba mis testículos con suavidad. Tenía los ojos cerrados, pero a veces los entreabría y me dedicaba una sonriente mirada.
Se metía la polla en la boca y la presionaba con los labios. Yo sentía como la punta tocaba ligeramente el cielo del paladar (y yo también tocaba el cielo, pero no del paladar), para quedar después en el hueco cálido y cerrado de su boca. Entonces, sin sacarla, hacía girar su lengua alrededor de mi capullo, o subía y bajaba la puntita por mi frenillo durante unos segundos eternos. Luego se salía y la miraba como preguntándose qué hacer ahora con ella. Me la meneaba con mucha inteligencia, sin llegar a dañarme y se golpeaba con ella en la lengua. Luego, sin soltarla, acercaba sus tetas y empezaba a trazar dibujos abstractos sobre ellas, repasando obsesivamente los círculos concéntricos de sus pezones, resbalando por la superficie humedecida que el semen y la saliva iban formando. Luego, como leyéndome el pensamiento, me colocó de tal manera que mi polla quedó entre sus tetazas y comenzó a masturbarme. En ese momento cerré los ojos de puro éxtasis y sentí un profundo agradecimiento. Tal vez por eso, le pedí a la rubia con un empujón de manos, que levantara un poco el culo y me entendió. Quedó, entonces, el orificio de su culo y su coño abierto al alcance de mis dedos.
La morena miraba alternativamente mi polla entre sus tetas y mis dedos en el coño de la rubia. Intuí su intención y le ofrecí esos mismos dedos resbaladizos para que los sorbiera con placer, ella aprovechaba hasta la última gota y luego pasaba la lengua por sus labios mientras yo repasaba con mis dedos los de la rubia, ya totalmente mojados. Exploraba las paredes cartilaginosas con distintos movimientos, estimulando suavemente primero y presionando un poco después, hasta que introducía el dedo corazón y lo hacía girar en pugna con su vagina absorbente. Luego buscaba el crecido clítoris y lo masturbaba por sus alrededores, sintiendo los espasmos de su vientre, el temblequeo de sus brazos y el jadeo de su aliento. Me miraba indefensa, rendida, casi asustada, pero yo ya no me complacía en mi vanidad. Entendí lo que quería y le devolví un gesto de asentimiento. Dejó su posición, salió de la cama y se acomodó en un pequeño sillón, excitada, expectante, empujando las tetas hacia su boca y lamiéndose los pezones, tocándose el coño completamente abierto, como una granada. Quedé “a solas” con la morena, que me miró pícaramente y me dijo:
– Ahora eres mío solo.
Mientras me incorporaba, analicé a las dos mujeres. Me daba la impresión de que eran bastante opuestas. La rubia era muy receptiva, más frágil, más espontánea, más insegura, pero al mismo tiempo muy entregada y honesta. La morena me pareció más inteligente y segura, más racional, entera y profesional, pero también más solitaria e introvertida. En todo caso, ambas tenían un buen fondo, muy femenino y maternal. Y ya estaba yo sentado en el borde de la cama porque allí me había colocado la morena. Frente a mí, la otra se entretenía jugando con su juguete, como esperando algo. La morena se puso detrás de mí, de rodillas y echó mano a mis hombros, masajeándolos con extraña pericia, lo cual me vino de miedo, pues rebajó tanta excitación.
Luego pegó sus tetas a mi espalda y me aplicó un masaje delicioso. Noté la suavidad de la piel y la rugosidad de sus pezones erectos, sazonado todo con un lúbrico aceite que se había aplicado en los pechos.
Así permanecimos un rato, la rubia masajeándose, la morena masajeándome y todos con los ojos cerrados. Súbitamente sentí que una mano me agarraba la mía y la encaminaba a mi entrepierna. Estaba extrañamente relajado y excitado al mismo tiempo y empecé a masturbarme como la rubia, mientras a mis espaldas seguían acariciando.
Cuando ya no sentí el masaje, cerré los ojos y no pensé en nada. Lo único que sentí fue una mano que apartaba la mía de la polla, que la agarraba desde su base y la metía lentamente en su coño, alargando la sensación de calor interior y placer de mi rabo a punto de estallar. Entre el rubor y el mareo, noté cómo las paredes vaginales presionaban mi prepucio que se deslizaba por aquellos interiores de miel, protegido y seguro. Cada movimiento iba incrementando el ritmo y la electricidad de mi cuerpo, sentía sus muslos ardientes rebotar contra los míos, separarse mientras su coño se contoneaba con mi polla dentro y volver a caer de golpe. Fijaba mi atención en sus nalgas, en el trémulo movimiento que producían al posarse bruscamente sobre mis piernas, en la raja abierta, que recorrí con mi dedo mojado hasta encontrar el orificio anal, donde empecé a activar un movimiento giratorio, sintiendo como se abría cada vez más. Mi otra mano apretaba y acariciaba sus pechos, a veces despacio, a veces sacudiendo su pezón o tirando suavemente de él, mi lengua recorría su espalda y luego me asomaba para ver a la rubia, jadeante, ansiosa, como conteniéndose.
La sangre y el semen bombeaban cada vez con más rapidez y yo sé que ella lo sentía, así que se retiró, se volvió, nos besamos, beso mi polla y se volvió a la cama. La rubia y yo quedamos frente a frente y entendí el juego. Me acerqué hacia ella, le tendí las dos manos y la ayudé a levantarse. Entonces nos abrazamos y nos besamos apasionadamente y nos acariciamos y yo volví a sentir sus tetas generosas y su corazón ardiente. El último acto daba comienzo. Tumbada sobre la cama me ofreció su coño abierto, palpitante. Sentí que me ofrecía su secreto, su ser, su alma. La morena le acariciaba el pelo y le mordía los pezones. Yo separé sus muslos y me apresté a una experiencia ansiada. Bebía de su flujo igual que antes de sus tetas, buscaba el interior casi con desesperación, como buscando su alma, como buscando la paz y adoraba su sexo, lo idolatraba, le hablaba y le mimaba y le contaba mis secretos, mis miedos con las mujeres, mi apocamiento, mis tristezas, mis debilidades… Y él me escuchaba generoso y comprensivo, me enseñaba cosas sabias, me sonreía tiernamente y me decía que no tenía que preocuparme por nada, que él estaría siempre conmigo y que yo sería feliz. Y así fue que me embargó una desconocida sensación de paz y seguridad.
Me incorporé y descubrí a las dos mujeres mirándome tiernamente. Entonces supe lo que tenía que hacer: penetré a la rubia, o me penetró ella, no sé. Lo único que recuerdo es que allí no existía nadie más que mi polla y yo. Sacudía enérgicamente mi pelvis, haciendo chocar mis huevos contra su culo, tensando la cara, apretando fuertemente sus muslos, mirando a la rubia casi descompuesta y a la morena retándome con la mirada, cada vez más, vamos, córrete, córrete. Y saqué la polla casi al mismo tiempo que las dos tocaron con la punta de la lengua mi capullo y el semen se desparramó generosa y largamente por sus bocas, por sus caras, por su pelo…
En esto pensaba yo cuando la madame me sugirió la posibilidad de un dúplex. Pero yo iba a lo que iba: un polvo y punto. Así que me pedí a Merche, una negra de tetas grandes, bastante guapa. Puede imaginarse que la realidad no tiene nada que ver con la fantasía: se desnuda, me desnudo, me lava mis partes en el bidé mientras le toco una teta colgante y bastante lacia, hago huummm y ella hum, me seco, me tumbo, me pasa las tetas por el cuerpo y por la polla, yo ya estoy empalmado, no habla, me pone el condón, me da dos lametones, se la mete, la agarro de las nalgas, se mueve, hum, hum, me lleva las manos a las tetas, se acelera, me corro, me visto y me voy.
Sin embargo, aquel día, frente a aquella puerta, volví a sentir esa angustia
de las casas de putas. Pero en esta ocasión, ella no lo era. Simplemente había leído mi último relato y me había mandado un mail, asegurando que le había encantado y que quería conocerme.
Tal vez ella hubiera pensado que, si era capaz de escribir aquello, que no sería capaz de hacer. Por eso anduve pensándome si ir o no ir. Porque se iba a encontrar con un tipo casado, de 39 tacos, más bien bajo, aunque delgado, con gafas, con la polla torcida y con una vida francamente anodina, qué desilusión. Pero yo no podía dejar pasar la oportunidad de follar con una tía sin pagar, además de mi mujer. Por eso fui, sin convicción y por eso pensé, frente a la puerta: no va a pasar nada, ni siquiera abrirá la puerta… ¿o sí?
Un abrazo.