Relato erótico

Fantasía brutal

Charo
2 de febrero del 2020

Había fantaseado con una “violación programada”, pero no encontraban al hombre adecuado. Aquella tarde, y en el bar que solían ir estaba el tío adecuado. Lo conocían de vista. Le hizo la propuesta y él aceptó sin pensárselo.

Eduardo – MADRID
Tantas vueltas le di a esa idea que al final se convirtió en una obsesión. Mi novia, Ester, en manos de otro hombre. Cuanto más humillante y salvaje fuese la escena más excitante resultaba. No me atrevía a decírselo, siendo ella una chica responsable y poco dada a las extravagancias. Pero yo no podía más. Tenía que buscar la forma de hacer realidad esta fantasía.
Di muchas vueltas hasta encontrar al sujeto que buscaba. Cuanto más desagradable fuese el elemento más me excitaría verle con ella. Alguien que nunca hubiese disfrutado de una hembra tan excepcional. Ester tenía 27 años y no exagero al decir que es preciosa, vamos, una auténtica Venus. Su pelo suave, largo, color castaño claro y muy liso. Sus ojos verdes, grandes y vivos, con unos labios que parecían dibujados con acuarela y un cuerpo que más parecía un pastel. Los pechos, talla 90, muy firmes, con unos pezones grandes y sonrosados. Su cintura estrecha, su culo hermoso y una discreta entrepierna que siempre trataba de ocultar. Tenía y tiene, la piel más perfumada y blanca que conozco, por eso su amante debía ser la antítesis. Pero tardé varias semanas en encontrar al perfecto “follador”.
Lo encontré en una cervecería próxima a mi casa, era peón en una obra cercana y acudía todos los días a comer con varios compañeros. Se llamaba Juan tan alto como yo, pero mucho más corpulento y muy, muy feo. Grotesco incluso. Con unos labios enormes, dientes roñosos, descolocados y enmarcados por una barba rizada, siempre a medio crecer. Su piel era áspera, como curtida y sus uñas sucias por el trabajo. Le contraté en mi casa para algunas chapuzas y un día, de pasada, le presenté a mi novia. Ella mostró cierto desprecio, siendo como era, algo clasista. Cuando se marchó le pregunté por ella, y me dijo que le parecía muy bonita, un bombón, aunque algo estirada. Parte del juego estaba preparado.
Mi novia y yo teníamos un lugar estupendo, en una apartada vaguada de un pinar cercano a Madrid. Allí acudíamos desde hace unos años y nunca encontramos a nadie. Nos gustaban los juegos y más de una vez la había atado para hacerle el amor. Así que le propuse repetir, prometiendo que iba a ser lo más excitante de su vida.
-¿Te gustaría follarte a mi novia verdad?-, le pregunté al muchacho mientras trabajaba en el jardín.
– No, es tu novia, solo te dije que es muy guapa – hablaba con cierta vergüenza.
– Pues yo quiero que lo hagas. Me gustaría que lo hicieses, incluso soy capaz de pagarte por ello.
-¿Lo dices en serio?

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– Ya lo creo que sí. Te la pondré en bandeja y podrás hacer lo que quieras con ella… todo lo que quieras.
– ¿Cómo puedo rechazarlo… cuando…? Estoy impaciente.
Sería el próximo sábado, solo pensar en ello me excitaba inmensamente. Esa semana quedé con ella como lo hacíamos normalmente, pero no podía evitar verla de diferente manera. No se esperaba lo que vendría encima.
Llegó el sábado. Quedé con él a las siete de la tarde. Era verano y teníamos luz hasta las 10 de la noche. Ella también estaba excitada. Aquellos juegos en los que la dominaba siempre le habían gustado. Entramos en el bosque charlando de cosas sin importancia. Una vez en el lugar lo dispuse todo. Ella llevaría tan solo unas bragas blancas y un sujetador. Tapé sus ojos con una venda. Ella temblaba de excitación. Después le até las manos a la espalda con una buena soga, la puse de rodillas y le di un beso en la boca.
Estábamos muy calientes y la espera todavía la iba a excitar más. Me alejé unos cinco metros, apoyándome sobre un árbol. A las 7 y cuarto llegó Juan con camiseta de tirantes y pantalón corto. Nuca me había parecido tan grande. Cuando la vio medio desnuda y de rodillas en mitad del bosque, abrió mucho los ojos y me sonrió malévolo.
-¿De verdad quieres hacerlo? – dijo en voz baja.
Era mi última oportunidad. Quizás ver a semejante individuo sobre mi novia no merecía la pena y podía enfurecerme. Pero ya era tarde, no podía echarme atrás.
– Es toda tuya, haz lo que te plazca, tan solo te pido que no la beses, no digas una palabra… ah y no me mires.
– Bien, pero no quiero que te arrepientas y me cortes la faena.
– No lo haré.
Juan no quiso esperar más y se acercó a ella con paso firme. Cuando Ester le oyó, levantó la cabeza y se puso más erguida. Se mordía el labio inferior, estaba impaciente. Juan se acercó a pocos centímetros, colocando su pelvis muy cerca de esa linda boca que tantas veces había besado. Yo la observaba con paciencia, quería disfrutar del momento, su momento. El estaba de pie con una preciosidad arrodillada a sus pies. Dio varias vueltas estudiando la jugada. Observó cómo sus pechos palpitaban, luego dio la vuelta contemplando su culo apoyado en los gemelos y los pies desnudos sobre la broza del pinar. Estando ahí detrás, la cogió por la nuca bruscamente y la puso de pie. Después paseó sus dedos por el borde de sujetador, se metió una mano en el bolsillo y sacó una mellada navaja. La metió entre las dos copas del sujetador y lo cortó. Los pechos saltaron libres. Juan apartó el sujetador y dejó sus tetas totalmente al descubierto observándolas con deleite.

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Sus ojos se abrieron ante el panorama, no tenía prisa y seguro que nunca había visto nada tan bello. Al poco rato empezó a amasar sus pechos con descaro. Los estrujaba como yo nunca lo había hecho, pellizcando con cierto sadismo los pezones. No tardó en colocar sus labios y succionando con avidez. Los lamía como si fuesen helados y se los metía en la boca. Ella gemía, retorciéndose de placer. Juan parecía disfrutar con el sabor de esas increíbles tetas. Sus dedos no tardaron un deslizarse hacia el coño. Pude ver como los introdujo por debajo de las bragas y empezó a pasearlos por el vello púbico. No tardó demasiado en bajar un poco, introduciéndolos entre las piernas sin llegar a penetrarla.
Ella gimió con más fuerza. Juan sacó los dedos y los olió. Estaban totalmente húmedos, como sus muslos. Volvió a sacar la navaja del bolsillo y cortó los laterales de las bragas. Después se las arrancó, tirándolas junto a mí. Ya estaba totalmente desnuda y su sexo esperaba ser ocupado cuanto antes. Pero aún le quedaba un rato.
Yo nunca había estado tan excitado. Pero por otra parte deseaba que algo interrumpiese la escena. Impedir que humillase a mi novia. Hasta ese momento ya había sido suficientemente interesante, pero ya no había marcha atrás.
Juan apoyó sus manos en los hombros de Ester y la puso de rodillas ante él. Quería un completo, que ella se la chupase. Pero antes se fue a su espalda y le desató las manos. Ella permanecía quieta, colocando los brazos delante y cubriéndose el sexo. Juan se puso en frente. Aún estaba totalmente vestido y cada vez más impaciente. De pronto se bajó la cremallera y rebuscó por el orificio. Su polla estaba a reventar, así que tuvo que bajarse los pantalones y los calzoncillos. Por aquello de los tópicos y siendo Juan un tío bastante corpulento, pensé que el aparato sería impresionante y lo cierto es que lo era, aunque no tanto como me había imaginado. Cerca de 20 centímetros pero muy gordo. Parecía, eso si, mucho más brutal. Gruesas venas le recorrían y parecía mucho más ancho de lo normal.
En la punta un glande enorme y sonrosado. En la base una inmensa mata de pelo. Ella se mojó los labios, presintiendo impaciente el momento de la mamada. Juan cogió su polla y se la apoyó en la mejilla invitándola a jugar. Ester no esperó mucho. La cogió con dos manos y empezó a darle besos de abajo a arriba.
En ese instante ella ya notó que ese no era mí aparato. Olía diferente, era más hosco y más grueso. Por eso titubeó, pero la excitación podía más, así que de los besos pasó a los lametones. Aún pequeños y tímidos. Así es como me lo hacía siempre, pero Juan no era yo y quería correrse cuanto antes. Mientras lamía la agarró de la nuca y le metió la mitad de la polla en la boca. Sin contemplaciones. Él la movía arriba y abajo y ella se dejaba hacer. Ester le puso una mano en el culo y otra en los testículos, masajeándolos con cierta habilidad. Pero quería sentir el calor humano así que se arrimó, apoyando su pecho sobre los muslos y restregándose. Verla tan blanca, enroscada en las piernas de aquel gañán es una imagen que no olvidaré.
Juan no podía esperar más. De pronto paró y empezó a correrse dentro de la boca. Ella se sorprendió aún más, pues yo nunca lo había hecho. Pero agarró el pene y siguió moviéndolo hasta que salió de la boca y con él borbotones de semen caliente y muy blanco. La leche salía en cantidad, como nunca lo había imaginado, salpicando su cara y resbalando por los pechos.
Juan gruñía mientras le ordeñaban. Ella no podía estar más excitada con el baño de semen y empezó a restregarse la viscosidad por todo el cuerpo, sacando la lengua y saboreándolo con absoluto deleite. Nuca pensé en verla así, tan seria, tan estirada y ahora saboreando la leche caliente de un desconocido y frotándosela por todo el cuerpo. Así tuvo su primer orgasmo sin siquiera tocarse el coño. Después quedó tendida con las piernas abiertas y totalmente desnuda sobre la broza de los pinos.
Pero a Juan no le había parecido suficiente, así que no tardó en agarrarle las tetas y comenzar de nuevo el masaje. Poco le importó que estuvieran llenas de semen. Las estrujaba con avidez con una mano mientras con la otra buscaba su coño. Ella parecía dispuesta, así que abrió las piernas y cogió las manos del hombre, conduciéndolas y apretándolas contra su piel. Las manos de Juan eran ásperas y muy grandes así que no debía caber ninguna duda, aquel no era su novio. Pero poco importaba a decir verdad. Ester se incorporó un poco mientras él la manoseaba.

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Ella gimió cuando entró el primer dedo y agarrándole la polla, empezó a meneársela. Juan se puso de rodillas, le había gustado la boca de mi novia así que se la volvió a poner en los labios. Ella lamía de una forma que yo nunca habría imaginado, casi diría que con hambre. Cuando la polla estuvo dura como la piedra y húmeda con la saliva de Ester, ésta se tendió, invitando a la penetración. Juan se echó encima sin demasiado cuidado y la clavó con rapidez.
Ester gemía con fuerza, sabiendo quizás que yo estaba cerca y que con ello haría aún más grande mi cornamenta. Él empezó a embestir con furia, la mordía el cuello y agarraba su culo con fuerza. Los orgasmos no tardaron en llegar. Primero los de ella. Sonoros y seguidos. Después el de Juan, que parecía rugir mientras inundaba a mi novia con un nuevo baño de semen.
Ella respiraba como si le faltaba el aire. La venda de los ojos se le había movido y vio por unos segundos al hombre que la estaba follando de semejante manera, pero Ester se colocó de nuevo la venda como si nunca hubiera visto a nadie. Cogió la cabeza de Juan por la nuca y le besó con ganas. Un beso largo, lúbrico y apasionado.
– Ha sido fantástico, quiero más – dijo ella.
Pero poco le interesaban a Juan los besos, y más sabiendo que podía hacer cuanto quisiese y no contestó. Se puso de rodillas, la observó con detenimiento y de pronto le dio la vuelta. Ella se quedó boca abajo, con su cuerpo desnudo sobre la tierra. Pero no parecía importarle. El culo era el gran protagonista. Tan blanco, tan redondo y apetecible.
Toda una provocación.
Juan no iba a dejar pasar la oportunidad de sodomizarla. Un orificio tan delicioso, que yo nunca había llegado a conocer. Para ella era la primera vez, para él no. El hombre metió dos dedos en su coño utilizando sus propios líquidos para lubricar tan estrecho agujero. Una vez conseguido introdujo esos mismos dedos en el ano, dilatándolo y preparándolo para la penetración. Ella se dejaba hacer y volvía a gemir, sin atisbo de dolor alguno. La polla de Juan no tardo en llegar. La colocó sobre el ano y la empujó lentamente hacia el interior. Mientras con una de sus manos abría los cachetes del culo, con fuerza, arañándolos. Esta vez le costó un poco más. Ella se tocaba por delante y consiguió su gran orgasmo. Pero a Juan, tras aquel par de corridas increíbles, parecía no quedarle más leche. Fue su tercera y última corrida y Juan se quedó tumbado encima de ella, en silencio, con su polla aún dentro del culo de mi novia.
– Me ha dolido un poco – dijo entonces ella – pero ha sido fantástico. Aún tengo tu sabor en la boca, dame más… hazme lo que quieras.
Juan abrió mucho los ojos y entonces me miró con cara de sorpresa. La había penetrado por sus tres agujeros y los tres estaban ahora húmedos con su esperma. La había sobado y chupado todo el cuerpo y ella quería más. Se levantó lentamente, dejándola desnuda boca abajo, me volvió a mirar, se subió lo pantalones y se marchó de allí.
He tratado de evitar aquel bar y nunca más lo he visto, pero aquel fue el momento más excitante de mi vida. Mientras ellos follaban me masturbé tres veces. Y he de decir algo en mi favor. Cuando él se fue, cogí a Ester, que aún tenía los ojos tapados, y repetimos la jugada desde el principio.
Saludos de los dos.

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