Relato erótico
Sorpresa, sorpresa
Le gustaba desde hacia tiempo y gracias a un congreso que montó la empresa tendrían la oportunidad de pasar el fin de semana juntos. Todo lo que ocurrió, fue una verdadera sorpresa para ella.
Elvira – BARCELONA
Fernando, trabaja conmigo y me gustaba hacía tiempo. Yo tonteaba con él cada vez que podía y la verdad es que no parecía molestarle en absoluto mi actitud.
Un día que se me hizo tarde y tenía el coche en el taller él se ofreció a acercarme a casa. Durante el trayecto la conversación estuvo plagada de insinuaciones por parte de los dos, pero también de risas, lo que le daba a todo un aire muy relajado y divertido. Justo antes de bajarme del coche me plantó un beso en la boca con toda la naturalidad del mundo y se despidió sin darme tiempo a reaccionar.
Al día siguiente llegué al trabajo con el corazón desbocado, pero él no dio muestras de que hubiese pasado absolutamente nada, y así transcurrió toda una semana a lo largo de la cuál yo fui perdiendo la esperanza de que ese beso hubiese significado la promesa de algo más. Precisamente por eso la sorpresa fue enorme cuando, una mañana entró en mi despacho, cerró la puerta, se acercó a mí y comenzó a besarme mientras recorría todo mi cuerpo con sus manos. Creí que iba a poseerme allí mismo, y me hubiera gustado, la verdad, pero no, no lo hizo, paró de repente, me dio un azote sonriendo y me dijo:
– Nos vamos a ir juntos de viaje ¿lo sabías?
Aquella misma tarde nos lo dijeron. Iba a celebrarse una conferencia a la que sería conveniente que asistiésemos. Íbamos cinco en total: dos chicos de otro departamento, su jefa, que sería ponente en la conferencia, y nosotros dos. Pasé todo el fin de semana en un estado de excitación constante. El lunes el viaje se me hizo muy largo y aburrido. Y la decepción final fue comprobar, al llegar al hotel, que compartiría habitación con Lucía, así no habría forma de conseguir un rato a solas con Fernando.
Tras una mañana densa, fuimos a comer y acabamos haciendo planes para la noche.
Lucía quería dar los últimos retoques a su comparecencia del día siguiente, los otros dos chicos tenían planeado que nos fuésemos de juerga después de cenar, pero Fernando se desmarcó y, delante de todos, me invitó a una cena romántica. Me puse colorada como un tomate y pude ver las miradas de sorpresa que intercambiaron nuestros compañeros, pero acepté.
Cuando esa tarde llegué a la habitación Lucía no estaba, y me metí en la ducha. Empezaba a notar los nervios típicos previos a una cita y para relajarme comencé a masturbarme bajo el chorro del agua. Sentir el agua caliente correr por mi piel mientras me acariciaba, me imaginaba lo que pasaría esa noche y me puso a mil. Estaba a punto de emplearme a fondo cuando oí ruido en la habitación y al momento llamaron a la puerta del baño.
– Elvira, ¿estás ahí? – preguntó Lucía.
Contesté y me quedé a medias en mi placer, totalmente cortada por la presencia de Lucía tras la puerta. Lucía y yo nunca habíamos tenido demasiado trato, no por nada, simplemente no coincidimos en el trabajo. A mí me parecía una mujer inteligente, amable y con buen gusto, me caía bien. Acabé de ducharme, y salí para vestirme.
La habitación estaba en penumbra, pero distinguí a Lucía en el suelo, de rodillas pero erguida, los muslos separados, la cabeza gacha y el pelo suelto. Lucía es rubia y tiene el pelo largo y liso, pero siempre lo lleva recogido de alguna forma. Me quedé paralizada, algo pasaba, pero no atinaba a descubrir lo que era.
– Lucía, ¿estás bien?
Como respuesta Lucía se levantó y la pude ver mejor, estaba medio desnuda, con un tanga y unas botas de tacón alto que le llegaban hasta mitad del muslo, de cintura para arriba sólo vestía una especie de correa negra al cuello. Daba un respeto terrible, pero estaba guapísima. Se acercó hasta mí y suavemente me quitó la toalla, dejándome completamente denuda y casi ni me di cuenta, tal era mi sorpresa.
– Estás muy guapa Elvira – me susurró al oído.
– Lucía, perdona, no sé cómo decirte esto, pero… me parece que te estás equivocando – acerté a susurrar yo también.
– Ahora no me llamo Lucía – dijo un poco más alto, como si quisiese que la oyese alguien más, y luego casi pegada a mi oído añadió –- No le hagas enfadar conmigo hoy.
Desconcertada por sus palabras miré alrededor. En un rincón de la habitación, sentado en una butaca adiviné la silueta de Fernando. Ahora sí que estaba descolocada por completo.
– ¿Es un juego? – pregunté, más que nada para reaccionar de alguna forma y sentirme menos estúpida.
Fernando se levantó y vino hacia mí.
– Me gustas mucho Elvira, pero quiero que me conozcas tal como soy, no quiero ocultarte nada, luego tú decides si me aceptas o no. Lucía – señalando a Lucía, que había dado un paso atrás y agachado la cabeza al acercarse él – es parte de lo que te quiero mostrar de mí lo representa Lucía, por eso está aquí.
Cogió una correa y la enganchó en el collar que Lucía llevaba al cuello, luego la llevó hasta el rincón donde había estado él sentado, hizo que se arrodillase y enroscó su correa en la pata de una mesita.
Fernando se me acercó, pasó sus manos por mi cintura y empezó a rozar levemente mis hombros con sus labios, deslizó un tirante de mi sujetador hasta que bajó por mi brazo, besó mi escote y la parte de mis pechos que quedaban al descubierto. Empecé a recuperar la excitación, olvidada a causa de la insólita situación. Iba bajando con sus besos por mi abdomen, por mi ombligo, por mis caderas, mientras sus manos acariciaban dulcemente mi espalda y mis muslos. Al darme cuenta de que pasaba por alto las zonas de mi piel tapadas empezó a estorbarme la poca ropa que llevaba. Me dejé llevar por la pasión que me estaba encendiendo y le obligué a subir hasta mis labios, le besé apasionadamente y él respondió agarrando mi pelo y arqueando mi cabeza hacia atrás mientras se hacía dueño de mi boca.
Sin perder ni la más mínima concentración en el beso delicioso con el que me estaba haciendo derretir, metió una de sus manos bajo mi sujetador y dejó al descubierto uno de mis pechos que, si ya estaba excitado antes, se convirtió en una tortura de exquisita sensibilidad al ser expuesto así. Lamió mis labios, que no querían separarse de los suyos y seguidamente empezó a pasar su lengua por el pezón que había quedado al descubierto mientras acariciaba mi otro pecho. Si no llega a bajar él los tirantes de mi sujetador para dejar mis tetas al aire me lo hubiese arrancado yo misma. Pasaba de un pezón a otro besando, mordisqueando y lamiendo, sus manos acariciaban y masajeaban, mis pezones competían por conseguir su atención, mi cuerpo entero quería más.
– Me estás matando de gusto – dije con voz entrecortada por los suspiros que me provocaba.
– Ahora quiero que seas buena chica y hagas lo que te diga. Te prometo que no vas a participar en esto, no es eso lo que quiero de ti, sólo quiero que lo veas, es más fácil que explicarlo.
Me guió hasta una silla y me sentó en Lucía, cogió los zapatos que yo había preparado para nuestra cena y me calzó, yo estaba tensa por sus palabras y excitada por su presencia. Se puso a mi espalda y comenzó a atarme las manos al respaldo de la silla, iba a negarme pero me dijo:
– No te asustes, puedes deshacer el nudo simplemente tirando de aquí, prueba – y puso en mi mano el extremo de una soga.
Mis manos quedaron libres con un solo tirón. Volvió a atarlas. Luego ató mis tobillos, cada uno a una pata de la silla.
– Me gusta verte así, medio desnuda, tan nerviosa y excitada, estás preciosa.
De encima de la mesa cogió algo, una especie de pala lisa, no supe lo que era hasta que golpeó la palma de su mano abierta, entonces intuí que era un instrumento para azotar.
Él lo acarició levemente antes de comenzar a azota a Lucia. Se le veía totalmente concentrado en cada golpe que daba. Lucía emitía cortos y leves sonidos cada vez que recibía un azote y seguidamente daba las gracias y recitaba una especie de letanía de sometimiento a Fernando. Yo estaba atónita.
No sabría decir cuanto tiempo pasó ni cuantos azotes le dio. Cuando acabó, el culo de Lucía estaba rojo y debía de estar ardiendo. Él le dio un besito en cada una de sus nalgas y acarició su cara en un gesto de aprobación.
– No quiero notar ni que estás aquí – oí que le decía.
Vino hasta donde yo estaba y se arrodilló delante de mí. Apoyó su frente sobre mi pubis y comenzó a mover su cabeza de un lado a otro y de arriba abajo presionando cada vez un poco más sobre mí. Yo quería arrancarme el tanga, agarrar su cabeza y hundirla en mí, pero el juego de estar atada me estaba dando muchísimo morbo; me puse a forcejear con las cuerdas y eso le excitó mucho, su respiración le delató.
Desató mis piernas y me quitó el tanga y el sujetador, los zapatos me los dejó puestos. Me abrazó para desatar mis manos y me puso de rodillas.
No hizo falta que dijera nada, le desabroché el pantalón y le desnudé de cintura para abajo. Tenía una erección desafiante ante mí, no me hice de rogar, le comí la polla de una forma dulcísima, mirándole a los ojos, con movimientos lentos y largos, él no podía evitar emitir suspiros de placer con los ojos entreabiertos. Cuando le resultó difícil controlar el movimiento de sus caderas, me hizo parar, me llevó a la cama en brazos, se acabó de desnudar y se tumbó sobre mí. Me penetró mientras me besaba. Me corrí en poco tiempo, me corrí dos veces casi seguidas, me estaba volviendo loca su peso sobre mí inmovilizándome, sus besos imparables por toda mi cara y los dichosos zapatos de aguja en mis pies. Hubiese seguido así siempre, pero él quiso cambiar.
Con cuidado giramos sobre un costado y quedé encima de Fernando y empecé a moverme. Casi sin separarme de él al principio y poco a poco cogiendo ritmo. Cuando le avisé de que no podía más e iba a correrme de nuevo, me agarró de las caderas intentando meterse más dentro aún, más fuerte, más rápido. Estaba yo acabando mi orgasmo cuando llegó el suyo y me volvió a contagiar de placer.
Han pasado ya muchos meses desde esa primera vez. Fernando y yo somos novios ahora. Lucía es parte de su vida, pues renunciar a Lucía sería amputar parte de su ser, y yo lo he aceptado. Sé que me quiere. He asistido a sesiones de las suyas, a sus humillaciones, castigos y premios. He visto marcas sobre su piel resultantes de sesiones a las que no he querido asistir. Nada de eso me importaba. Pero hoy después de hacer el amor, con Lucía en la habitación, Fernando me ha propuesto que nos casemos. No he podido evitar preguntarle:
– ¿Y qué pasa con Lucía?
– ¿Lucía? Lucía no es nadie – dijo mirándola de pasada cómo si no se acordase de su existencia.
Entonces he visto como a Lucía se le dibujaba en el rostro una sonrisa de absoluta felicidad al oír esas palabras y algo se ha despertado dentro de mí. ¿Cómo puede ser Lucía más feliz con su desprecio que yo con su amor? He sentido con todas mis fuerzas un deseo absoluto de ser Lucía. He sentido una envidia terrible de su entrega y de la dicha que le proporciona. He sentido los celos mordiendo mi corazón, celos de Lucía, celos de “nadie”
Besos para todos los lectores