Relato erótico

Experimentado “maestro”

Charo
17 de mayo del 2020

Era muy joven y su vecino ya maduro le enseñó lo que era el sexo. No el sexo rápido que ofrecen algunos jovencitos, sino un sexo satisfactorio y adictivo.

Marta – BARCELONA
Hola a todos los fanáticos de CLIMA, mi nombre es Marta, tengo 25 años y soy de Barcelona. Tenía 20 años, era una chica feliz, sin complicaciones, una buena familia, buenos amigos, ningún problema económico. Me sentía dando pasos a ciegas, todo lo que descubrí era resultado de prueba y error, con más desaciertos que aciertos, así es como aprendí un día después de bañarme, lo placentero que puede ser tocarse ciertas partes, o como comprendí que las cosas con paciencia se dilatan.
Como sabéis, durante la semana yo vivía en un internado para chicas, y los fines de semana los pasaba en casa sola con mis padres. Era principio de primavera y mis padres celebraban el aniversario de casados. Las cosas no marchaban bien para ellos, y mi madre pensó que un viaje juntos sería buen remedio para la pareja. El tema es que ella no quería dejarme sola, pero ante mi insistencia accedió a dejarme pero con una condición, que nuestro vecino, don Francisco conservara una llave y pudiera controlar mis idas y venidas. Yo accedí, después de todo solo sería un fin de semana, ya que el lunes volvería al internado.
Don Francisco era un vecino viudo que vivía en la casa contigua a la nuestra. Era un hombre mayor, de unos 60 ó 65 años, al que yo conocía desde pequeña y ante la ausencia de abuelos trataba como tal. Don Francisco era un hombre muy elegante que había enviudado hacía unos 5 ó 6 años. El siempre se portó conmigo en forma muy correcta.
Esa noche solo me había metido en la cama con una camisa que apenas me llegaba a las nalgas, unas bragas y sin sujetador. Eran como las 11 de la mañana y yo aun seguía dormida.
Mientras yo dormía, lo más placidamente en la cama de mis padres, don Francisco entró en la casa para cumplir con su encargo, sin haberme yo enterado. Al despertarme encontré a don Francisco parado en la puerta del cuarto de mis padres observándome. Al verme reaccionar, intentó sin éxito, hacerse el desentendido, y yo intenté, con la misma poca suerte, cubrirme con las sábanas. Ante lo embarazoso de la situación, Francisco intentó dejar atrás el mal momento tratando de hacer como que nada hubiera ocurrido:
– Hola Marta, vine a ver como estabas y si necesitabas algo – dijo aun nervioso y sin mirarme a los ojos.
– Gracias, está todo bien, gracias por preocuparte – le contesté.
– Perdóname, pero he estado llamando la puerta, tú no respondías y he decido usar la llave que tu madre me dejó.
Realmente no había oído el sonido de la puerta, pero eso no era lo que me preocupaba. ¿Habría estado mucho tiempo observándome dormir y qué habría visto de mí?

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Don Francisco se retiró de la puerta de la habitación y yo pude coger mi ropa y vestirme. Luego me encontré con el en la sala, donde me esperaba. Lo noté nervioso, distinto a otras veces, se lo veía pensativo, como perturbado, pensé que era una sensación mía por los nervios de la circunstancia pasada unos minutos antes. Don Francisco me invitó a comer a su casa esa noche, yo acepté y luego se fue.
Yo pasé toda la tarde pensando en lo que había ocurrido, nunca había estado con tan poca ropa ante un hombre. Me preguntaba si él pensaría si era atractiva o no, si me vería como una mujer o una niña, si sentiría atraído por mi, etc. Cerca de las 8 de la noche comencé a prepararme para ir a su casa. Terminé de preparar unos pastelitos que pensaba llevar a titulo de postre y me dirigí a mi cuarto para vestirme, pero aquí surgió un grandísimo problema.
Ahora voy a relatar mi físico en esa época, en ese momento yo no lo sabía, pero hoy viendo fotos y haciendo memoria, me doy cuenta de que era una chica muy bonita. Mi pelo era castaño oscuro, ojos negros y una cara redonda con una nariz pequeñita. Tenía unas largas piernas que terminaban en lo que era, y con orgullo aun es, un culo perfecto, sin duda el mejor de mis atributos. Años más tarde, con más confianza y fuera del ojo conservador de mis padres, incluso participe en concursos de bikini y con mi culo gané varias veces. También tenía un vientre plano y unos pechos que no eran muy grandes, pero que sí tenían buena forma y firmeza.
Al llegar, todos mis nervios y dudas se esfumaron al instante. El estaba muy alegre, tenía toda su casa iluminada y con música fuerte, algo anticuada, pero bonita. Inmediatamente me invitó a la mesa y comenzó a contar historias de cuando mis padres eran jóvenes, y los dos nos reímos con ganas. Yo nuevamente me sentía su nieta e internamente me reprochaba por todas las estupideces que había pensado durante todo el día. Comimos con ganas. Realmente don Francisco cocinaba muy bien. El me preguntó qué quería yo beber, a lo que le respondí agua, trayendo una botella de agua y una de vino tinto.

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Eran ya cerca de las 12 de la noche y yo me sentía algo cansada, don Francisco seguía con su parloteo y se veían en él los efectos del alcohol. Había dejado de lado los temas festivos y alegres, y con un tono algo más dulce y pausado, me daba consejos sobre la vida, que si bien me procuraban algo de ternura, también me aburrían. Después de soportar unos minutos de esa charla paternalista decidí que era hora de marcharme. Don Francisco estaba visiblemente borracho y yo con ganas de disfrutar de alguna otra manera un sábado por la noche, por lo que simulando cansancio, le dije que me retiraba a mi casa a dormir. Don Francisco, señalando su cuarto, me pidió que lo llevase hasta allí, el pobre no dejaba de repetir lo avergonzado que se sentía de tan patético espectáculo. Ya en la cama, con los ojos cerrados y las manos agarradas sobre su pecho, don Francisco no paraba de pedirme disculpas y de decirme lo arrepentido que se sentía por hacerme pasar este momento.
Yo realmente estaba incómoda, pero también sentí algo de pena por ese viejo que tanto me había cuidado. Le pregunté si necesitaba algo más, y él solo me pidió que le sacara los zapatos y que después podía marcharme. Cumplí con su deseo y luego besé su mejilla como despedida. Me di la vuelta y comencé mi camino hacia la puerta, pero antes de abandonar la habitación sentí un sollozó a mi espalda. Nunca había visto llorar a un hombre de su edad, y la verdad, me partió el alma. Volví hacia la habitación y me senté en la cama junto a él, comenzando a acariciar su frente.
Don Francisco paulatinamente, dejaba de llorar, secó sus lagrimas con la manga de su camisa y cuando yo menos lo esperaba, su vieja mano se posó en mi muslo. En un primer momento me sobresalté, pero pensé que era ocasional, o quizás un gesto de afecto, pero inmediatamente después Don Francisco lentamente subió su mano por mi muslo en dirección a mi virgen entrepierna. Al notar que su mano iba más allá de mi falda, me levanté súbitamente. Don Francisco, se incorporó en la cama quedando sentado, me rogó que no me fuera y lo escuchara unos segundos. Yo estaba asustada, confundida, pero me quedé allí de pie, clavada en su mirada, escuchando sus palabras:
– Mira Marta, hace 6 años enviudé. Desde entonces nunca volví a estar con una mujer, ni siquiera ver una desnuda. Eso no había sido un problema para mí, pero hoy a la mañana al verte dormir, y perdona, pero ver la forma de tu coño y tus piernas desnudas, me han excitado como hace años nada lo lograba. Ahora siento que estoy viejo, voy a morir y no quiero hacerlo sin antes ver por última vez una mujer desnuda. ¿Podrías hacer ese favor a este viejo que tanto te quiso siempre?
No sabía qué hacer, no recuerdo si fueron 2 ó 3 segundos, pero sí estoy segura que para mí se prolongaron una eternidad.
Quede solo con mi ropa interior frente a Francisco quien me miraba sin pestañar y con la respiración agitada. Yo no sabía bien qué hacer, solo puse mis manos en mi espalda y miraba el suelo esperando que él me dijera que podía vestirme. Creo pasaron 2 ó 3 minutos en que el silencio de apoderó de la habitación y luego don Francisco dijo:

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– Sabes que me estás haciendo feliz, pero si has llegado hasta aquí ¿por qué no un poco más?
Yo me sentía incomoda, pero también me sentía poderosa. Un hombre, me observaba, me deseaba, me rogaba poder compartir mi cuerpo con él. Realmente me sentía mujer por primera vez en mi vida, y así fue que me desnudé completamente ante él. Entonces me pidió que caminara de un lado al otro de la habitación, y lo hice. Me pidió que me pusiera de espaldas a él apoyando mis manos sobre la pared con mi espalda inclinada y todo mi culo a su vista, y lo hice. Luego me pidió que me acostara en la cama con las piernas abiertas, y lo hice. Cada cosa que hacía era seguida con atención y comentarios de Francisco.
Una vez que yo estaba acostada en la cama, Francisco sacó su polla. Había visto alguna, pero ahora no viene al caso. Estaba semi dura, pero aun así tenía un muy buen tamaño, creo que cerca de unos 15 cm. No podía dejar de mirarla, don Francisco adivinó mi sorpresa y sonrió mientras se masturbaba cerca de mi rostro.
– ¿Es la primera que ves, no? – me dijo – ¿No quieres sentirla?
– Sí – contesté sin pensar.
Cogí su polla con mi mano y don Francisco, aun vestido y con la polla fuera del pantalón, se recostó en la cama y me dejó hacer. Estaba caliente y podía sentir su palpitar en la palma de mi mano, pero lo que más me llamó la atención y me gustó, fue su penetrante olor, el aroma a hombre que aun hoy me enciende. Tenía su polla en mi mano y me dediqué a mirarla e intenté moverla como él lo estaba haciendo, algo que agradeció con una sonrisa.
Estuve acariciándolo unos minutos escuchando sus gemidos y comentarios calientes. Y sin que nada él me pidiera, yo sola no pude contener un natural impulso de introducírmela en la boca. Desde aquel día, mi fascinación por el sexo oral no ha dejado de crecer, pero por muchas causas creo que esa vez fue especial. Sin saber bien que hacía, bajé mi rostro a su entrepierna y lo besé. Su líquido preseminal me supo a salado y el verlo echar su cabeza para atrás con placer, me llevó a introducírmelo en mi boca. Mi inexperiencia hizo que lo introdujera todo de una sola vez, lo que me produjo arcadas, pero no me desanimé. Seguí lamiendo su enorme polla como si se tratara de un helado o un dulce, no sabía como hacerlo, pero me encanta hacerlo.
Don Francisco cogió mi cabeza con fuerza y me la empujó hacia sus testículos. Yo no quería hacerlo pero su presión sobre mi cabeza no cedía y tuve que introducirme sus testículos en mi boca. Francisco presionaba con fuerza sobre mi cabeza, primero me asusté, pero poco a poco me gustaba que me diese ordenes. Me imagino que se dio cuenta, porque me dijo:
– ¡De aquí no te vas sin lamerme el ano!

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A estas alturas, yo tenía una mezcla de confusión, culpa y excitación, por lo que bajé más mi boca y mi lengua buscando su ano. ¿Qué sentía yo? Mi cuello era un nudo, mi pecho ardía en forma nueva para mí y mi entrepierna era un mar de jugos. Lamí su ano, aun cuando la presión de sus manos sobre mi cabeza había cedido varios minutos antes. Mientras lo lamía no podía dejar de imaginar como se vería la imagen de una chica de 20 años lamiendo a un hombre de 66 y que pensarían mis amigas si me vieran. Subí más mi cabeza y volví a chupar su polla. Mientras la chupaba mi mano buscaba y jugaba con sus testículos y en ese momento sentí como su polla se contraía y don Francisco volvía a agarrar con fuerza mi cabeza mientras su polla largaba chorros de leche. Su semen inundó mi boca. Luego retiró sus manos, yo me levanté e intenté tragar aquello que tenía en mi boca mientras sentía que parte de ese líquido viscoso chorreaba por la comisura de mis labios.
– Marta, no sabes lo feliz que me has hecho, te lo agradeceré toda mi vida, pero yo no seré egoísta contigo.
Su polla estaba ahora totalmente flácida, y a su edad eso no era cosa extraña. No tenía idea qué haría de mí. Me pidió que me acostara nuevamente y abriera mis piernas.
– Ves estos dedos, este secreto te lo regalo yo a ti y te acompañara hasta que mueras.
De forma delicada comenzó a acariciar mi ya hinchado clítoris con sus toscos dedos. Una vibración subió por todo mi cuerpo, la sensación fue tan fuerte que hasta perdí la audición por unos segundos. Luego se lengua buscó mi entrepierna y mientras él lamía aquel lugar inexplorado, aquel hombre me hizo un regalo hermoso, un orgasmo que nunca olvidaré.
Quedamos los dos desnudos, unos minutos en la cama, en silencio, sin hablar. Luego, igualmente en silencio, me vestí y me largué sin decir nada. El estaba dormido con una hermosa sonrisa en su cara. Durante tres años, hasta su muerte, visité a don Francisco y le di la misma felicidad que aquella noche.
Gracias don Francisco, gracias por ser mi primer maestro.
Saludos a todos los lectores

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