Relato erótico
Estudios provechosos
Tenía que empezar la carrera y por lo tanto tenía que trasladarse a la ciudad. Su madre hablo con una amiga de la infancia que vivía en Madrid y aceptó encantada a que se alojara en su casa mientras estudiaba.
Joaquín – Madrid
Todo ocurrió cuando cumplí los 19 años. Ahora tengo 20, o sea, el año pasado. Yo no era un estudiante muy aplicado así que no pude empezar la carrera hasta esta edad. Pero para lo que yo deseaba estudiar tenía que trasladarme a Madrid y por fortuna allí había una amiga de mi madre, viuda sin hijos, que podía acogerme en su casa. Mis padres se librarían así de los gastos de una pensión y de comida ya que con sus ingresos no se lo podían permitir, al contrario que Catalina, que había quedado muy bien arreglada con lo que le dejó su difunto marido. Catalina tiene 52 años. Es una mujer muy atractiva de cara y con un cuerpo que, a pesar de tener tendencia a la gordura, se conserva muy bien ya que no repara en gastos de masajista, institutos de belleza y peluquería.
Cuando llegué a su casa, un viernes por la tarde, me abrazó y me besó efusivamente, clavándome sus gordas tetas contra el pecho y me abrazó. Luego me enseñó mi habitación diciéndome:
-Cuando hayas colocado todas tus cosas en su sitio, date una buena ducha. Te refrescará y luego iremos a dar una vuelta por ahí te enseñaré la ciudad y después te invito a cenar en un buen restaurante.
Me gustó la idea, coloqué mi ropa en el armario y luego, desnudo y envuelta la cintura con una toalla que encontré en un estante del mismo, me fui al cuarto de baño. Me metí en la bañera, abrí la ducha y estuve un buen rato gozando del agua tibia. No sé porque pero cuando me ducho, quizá al roce del agua, mi polla se me empina. Y no la tengo pequeña. En toda su erección mide más de 18 cm. y es muy gorda.
Pues bien, con la polla tiesa como un palo, se abrió la puerta. Me quedé quieto por la sorpresa. Era Catalina que, con una toalla de baño entre las manos, me decía:
– Perdona, chico, me había olvidado de la toalla.
A pesar de las prisas que me di, cuando pude reaccionar, en cubrirme la polla con las manos, ella pudo vérmela bien pues, con una sonrisa, dijo:
– ¡Vaya, que bien provisto estás las chicas deben ir locas por eso que tienes!
Sin esperar mi respuesta, que en realidad yo no tenía, salió cerrando la puerta. Estuve un rato en el baño sin atreverme a salir. Nadie me había visto nunca la polla y no había ninguna chica que estuviera loca por mí. En realidad yo era virgen del todo en las cosas del sexo. Sabía de qué iba pero jamás lo había probado.
Al final me metí en mi habitación, me vestí y, como me había prometido Catalina, salimos por ahí y luego a cenar. Me lo pasé muy bien con ella. Era una mujer muy simpática e inteligente además de, como digo, muy atractiva. Por la calle me llevaba cogido del brazo como dos novios y me gustaba ver como muchos hombres se giraban para admirarla.
Volvimos a casa temprano y como tenía todo el fin de semana por delante y no iba a la facultad hasta el lunes, propuso que mirásemos alguna película de la tele.
– Pero antes pongámonos cómodos – me dijo.
Estuve de acuerdo y ambos fuimos a nuestras respectivas habitaciones. Me puse el pijama y volví al salón, sentándome en el sofá frente a la tele. Ella tardó un poco más pero cuando lo hizo me quedé mudo de asombro.
Llevaba un corto picardías negro y transparente que desnudaba muy arriba sus gordos muslos, y debajo un conjunto de sujetador y bragas también negro. Mi polla pegó dos golpes dentro del pantalón de mi pijama y quedó tiesa y dura como una barra de hierro. Luego se sentó a mi lado. A través de la fina tela de mi pijama notaba el calor de su muslo desnudo y la presión de su rodilla contra la mía. Con el mando a distancia encendió el aparato y buscó una película hasta encontrar la que nos gustaba. En realidad le gustaba ella porque yo sabía que no iba a ver ni una sola de sus imágenes, preocupado por la excitación que me producía el cuerpo de Catalina tan cerca del mío y tan desnudo.
Al poco rato y comentando una escena, su mano se posó en mi muslo. Y se quedó allí. Un escalofrío me recorrió el cuerpo y sentí una nueva vibración en mi polla. Tuve que apretar los muslos con disimulo para intentar esconder mi erección que ya abultaba descaradamente.
De pronto, Catalina me miró, colocó su mano directamente sobre mi polla y apretándomela sonriendo, me preguntó:
– ¿Es por la película o es por mi la excitación que tienes?
– La película es de lo más normal – pude decir sin atreverme a mirarla a los ojos.
Entonces, sin soltarme la verga, me cogió con la otra mano de la barbilla y girándome la cara, me besó en la boca. Luego me dijo:
– ¿Así que te caliento? Pues a mi me ha calentado el ver eso tan gordo que te cuelga entre las piernas.
Antes de que pudiera reaccionar, ya me la había sacado fuera del pijama y
me la estaba masturbando. Yo no sabía qué hacer. Me gustaba mucho lo que me hacia pero no podía olvidar que era amiga de mi madre.
Abrí la boca para decir algo pero ella, con rapidez, volvió a pegar su boca a la mía. Su lengua entraba en mi boca, fue un morreo divino.
Mientras con una mano seguía masturbándome lentamente, con la otra comenzó a desabrocharme la chaqueta del pijama y luego los pantalones. Sus caricias en mi pecho, en mis tetillas, estómago, vientre y muslos desnudos, me hacían sentir que me moría de placer. Al poco rato estaba en pelotas al lado de Catalina, sobado a placer.
– Catalina – pude decirle entre gemidos – Me voy a correr.
– Tranquilo, te voy a hacer algo que te encantará – dijo soltando mi verga y colocándose de rodillas entre mis muslos.
Me la cogió de nuevo con una mano, sobándome los huevos con la otra y empezó a lamérmela de abajo a arriba. Mi placer era increíble pero más lo fue cuando, tragándose la mitad, empezó chupármela. No tardé nada en decirle que me iba a correr. Pensé que me la iba a soltar pero ella lo que hizo fue chuparla con más fuerza hasta que yo, sin poder aguantar más y con un profundo gemido, me corrí lanzándole a la garganta toda la carga de mis huevos.
– ¿Te ha gustado? – me preguntó sentándose de nuevo a mi lado y añadió, al decirle yo que sí – Pues tengo muchísimas más cosas que enseñarte.
Se levantó, se sacó el picardías y luego el sujetador, dejándome ver unas tetas grandes, redondas y algo caídas, pero con pezones gordos y tiesos. A continuación, despacio, se quitó la braga, dejándola deslizar por sus muslos hasta sacársela. Tenía un coño lleno de pelos negros y rizados. Se sentó de nuevo, abrió sus piernas y separándose los labios del coño con las dos manos, me dijo:
– Anda ven, arrodíllate como he hecho yo y cómeme el coño.
Yo nunca… – empecé a decir muy nervioso.
– Ya lo sé, cariño -contestó sonriendo- Ya he notado que era tu primera vez, pero te voy a enseñar.
Me coloqué como ella quería y llevé mi boca a esta raja sonrosada y muy mojada en apariencia. Primero la besé y luego, por indicación de ella, empecé a lamerla. Catalina me iba indicando donde debía hacer la lamida y donde repetirla. Aquello estaba cada vez más mojado pero no me molestaba el sabor de los jugos, al contrario. Al cabo de un buen rato de estar así, a sus pies y lamiéndole el chocho, me agarró la cabeza con las manos, apretándome la boca a su raja. Empezó a remover el coño contra mi cara y sin dejar de gemir y suspirar, me la dejó llena de abundantes líquidos. Era la primera corrida femenina que yo veía y notaba. Lo bueno es que toda esta operación me había excitado tanto que mi polla volvía estar tan tiesa y dura como antes de correrme.
– Esta es la ventaja de la juventud – dijo al vérmela – No os cuesta nada tenerla otra vez en plan guerrero. Ven, cariño, vamos a la cama que quiero que me folles con esta hermosa polla que tienes.
Cogiéndome por la polla, me arrastró hasta su habitación. Se tendió en su cama muy abierta de piernas y señalándome el coño me dijo:
– Móntame y métemela aquí con cuidado que hace mucho tiempo que no recibe visitas.
Obedecí. Subí encima de ella y cogiéndomela con una mano la llevé hasta aquella mi primera raja de mujer. Cuando entró todo el capullo noté una caliente humedad. Seguí apretando hasta que todo aquel calor envolvía mi verga.
– ¡Que gusto me das… qué bueno sentir una polla en mi coño… como me llena…! -decía entre suspiros- ¡Eso es, así cariño… ahora muévete de delante a atrás, métela y sácala despacio…. sí, así… oooh… que gusto…!.
Yo hacía todo lo que ella me indicaba sintiendo, cada vez con más profundidad, un placer que me obligaba a gemir. Con manos temblorosas yo le acariciaba y apretaba ahora los pechos, ahora el culo, sin poderme creer que no sólo sobaba a aquella mujer sino que también me la follaba. Cuando ella empezó a gritar que se corría y que acelerase el ritmo, agarré con fuerza sus gordas nalgas, apreté mi polla lo que pude contra ella y empecé un furioso metisaca que nos volvió locos a los dos.
Justo cuando sentí sus líquidos mojarme por entero la polla, me corrí lanzando por primera vez en mi vida, todo el jugo de mis huevos dentro de su chocho. Y lo más excitante era que esta mujer era una amiga de mi madre. Caí sobre ella, abrazados y besándonos. No hizo falta que me preguntara si me había gustado ya que mi actitud respondía por sí misma. Me quedé dormido a su lado y cuando, a media noche, desperté, me costó saber done estaba hasta que, al alargar la mano y tocar el cuerpo desnudo de Catalina, me vino todo lo ocurrido a la memoria.
Mi polla estaba tiesa y la metí entre los muslos de Catalina, que estaba de espaldas a mí. Ella, no sé si dormida o despierta, los separó para que mi verga encontrara fácilmente el camino de su coño. Así la penetré y agarrándola por los pechos comencé a follármela lentamente, sin prisas. Al poco rato se corrió ella llenándome, como la vez anterior, toda mi polla con sus abundantes jugos. Luego me corrí yo llenándole el chocho con mi esperma no menos abundante que sus líquidos vaginales.
Desperté de nuevo sobre las diez de la mañana. Estaba solo en la cama. Me levanté y me fui a la cocina. Allí estaba ella, completamente desnuda al igual que yo, preparando el desayuno. Nos besamos en la boca como lo que ya éramos, como dos amantes y mientras desayunábamos no parábamos de meternos mano por lo que acabé con la polla como un palo y ella cachonda perdida.
Al acabar de desayunar y mientras ella fregaba los cacharros de espaldas a mi, me acerqué y le metí mi polla contra sus nalgas, acariciándole los pechos y besándola por el cuello y los hombros. Ya no era yo aquel chico inexperto, virgen, sino un macho acabando de descubrir todo el placer que una mujer puede dar y sabiendo el poder que una polla tiene.
Catalina suspiraba dejándose magrear, entregada a mi como yo lo había estado antes a ella. Le di la vuelta y sobé sus pechos, luego pasé la lengua por los duros pezones pero cuando, excitados los dos, quise llevármela a la cama, me dijo:
– Espera, te falta una cosa para aprender. No me lo ha hecho nadie pero te lo mereces. Vas a darme por el culo.
Yo había visto en revistas porno esta manera de realizar el coito y siempre me había excitado. Ahora Catalina me ofrecía hacerlo y casi me corro sólo de oírselo decir. Debía desearlo desde hacía tiempo pues estaba preparada. De un cajón de la misma mesa de la cocina sacó un tubo. Era vaselina.
– Toma – me dijo- lubrícame bien el agujero del culo y luego haz lo mismo con tu polla. Sé que me va a doler pero cuanto menos mejor.
No puedo describir lo que sentía cuando Catalina, inclinada sobre la mesa de la cocina, me ofreció su gordo trasero y yo me entretuve en acariciarle el ano, metiéndole uno, dos e incluso tres dedos en él. Luego me llené la polla de la viscosa substancia y cuando creí que todo estaba listo, apoyé mi lubricado capullo en el no menos lubricado agujero anal de Catalina. El glande entró de golpe. Lanzó un grito. Asustado paré pero ella me dijo:
– ¡No, no pares ahora, sigue empujando, hace daño pero ya pasará. Hazme tuya también por el culo!
Volví a apretar mientras ella no cesaba de gemir pero animado por sus palabras, continué hasta que toda mi verga estuvo alojada en el estrecho agujero. Nunca pensé que aquello diera un placer tan brutal. Mi polla estaba por completo comprimida y al principio me costó bastante moverla en su interior, pero a medida que la enculaba el agujero se acoplaba a mi verga y la penetración se iba haciendo más fácil.
– ¡Acaríciame el coño, tócame la pipa! -me dijo-
Sin dejar de follármela por el culo, así lo hice y casi en el acto empezó a gritar que se corría. Me corrí con ella, mezclando nuestros gritos.
Desde este día nos convertimos en amantes. De eso ha pasado un año y los dos estamos tan enamorados como el primer día.
Dormimos juntos y follamos en cualquier rincón de la casa y en todas las posturas. Por el momento, a pesar de mi juventud y de la edad de Catalina, no me atraen las de mi edad. Estoy convencido de que ninguna de ellas podrá darme todo lo que, mi adorada amante, me da.
Besos.