Relato erótico

Estaba planeado

Charo
6 de diciembre del 2019

Siempre le ha quedado la duda de si su marido lo había planeado todo. Fueron a recoger a unos clientes al aeropuerto y, uno de ellos, le llamó la atención. En cuanto lo vio, coqueteó con él y se dio cuenta que a él también le gustaba. Lo demás vino rodado.

Reme – La Rioja

El tablero de avisos del aeropuerto anunció la llegada del vuelo. En la sala de espera, estaba sentada al lado de Julio, mi marido, con una sensación de cansancio y a la vez incertidumbre por conocer a los empresarios que llegarían en ese avión. Al día siguiente, tendrían una serie de reuniones con las que culminaría un convenio con la organización en la que hacía más de 10 años, trabajaba mi marido. Me había pedido que lo acompañara y aunque me sentía bastante cansada por el trabajo, sin dudarlo acepté, pues sé que le gusta que lo acompañe en los momentos de especial interés. También me dice que es muy placentero lucir a una mujer tan atractiva.
Para acudir, me puse un vestido color azul, liso, corto y unas medias que me cubrían hasta medio muslo, destacaban las formas y la suavidad de mis piernas. Los zapatos de tacón y descubiertos, mostraban mis delicados pies, que lucían espléndidamente cuando caminaba y sentada, cruzaba las piernas. Finalmente, decidí no ponerme sujetador, ya que no me gusta que se marque en el vestido, por tanto, mis pechos se adivinaban desnudos por debajo de la delgada tela del vestido y mis pezones se notaban a través del vestido.
Los pasajeros empezaban a desfilar con sus maletas en el pasillo de recepción. Al encontrarse con sus respectivos comités de bienvenida, algunos besaban a sus parejas, los niños corrían a recibir a sus padres, personajes de todo tipo y presencia llenaban el recinto. Julio me cogió de la mano y fuimos a buscar a nuestros invitados, despertando un brillo de deseo en dos hombres de mediana edad, que no perdieron la oportunidad de observar mis piernas, cuando el vestido se me subió casi hasta las bragas al levantarme del asiento. Los empresarios, resultaron ser dos hombres elegantes, que con seguridad se nos acercaron cuando reconocieron a Julio.
Noté que Víctor era evidentemente el jefe y su acompañante Javier, resultó ser su colaborador y consejero en cuestiones de contratos e inversiones. El primero, un hombre maduro cincuentón, elegante y educado. El segundo, de no más de 35 años. Mentiría si no reconociera que Javier me causó un tremendo impacto, me pareció el hombre más atractivo que había visto en mucho tiempo; alto, cuerpo atlético, pero sin exageraciones, manos varoniles, evidentemente se notaba que practicaba algún deporte, por sus movimientos ágiles y armónicos.
Cuando me miró, sentí que un fluido eléctrico atravesaba todo mi cuerpo, fue una corriente de mutua atracción. No puede ser, Reme, la mujer segura de sí misma, acostumbrada a manejar todo tipo de situaciones, ahora experimentaba sensaciones de vulnerabilidad. Julio me presentó, como complacido del efecto que evidentemente les había causado.

– Es un verdadero placer, permíteme decir con todo respeto, que eres una mujer muy hermosa. Nunca imaginé que íbamos a tener la oportunidad de conocer a la mujer de Julio, ya me habían comentado que eras muy guapa, sin embargo, creo que quienes me lo dijeron se quedaron por debajo de la realidad – indicó Víctor.
Diciendo esto, Javier me cogió ligeramente la mano, sosteniéndola segundos más de lo esperado. Julio me cogió de la cintura y empezamos a caminar hacia el parking, hacían comentarios con Víctor sobre los detalles del trabajo. Javier caminaba un paso atrás, miré hacia él y me encontré con su atractiva sonrisa y un guiño de ojo. Pensé que era un hombre encantador. Julio y Víctor estaban tan ensimismados en su conversación, que sugerí que ellos fueran delante del coche y que Javier y yo viajaríamos en el asiento trasero. Javier se adelantó a abrirme la puerta y de manera natural me introduje en el coche, dejando que el vestido se me subiera tanto, que se ofrecieron mis piernas desnudas a la mirada atónita de mi nuevo amigo. Al sentarme me fue imposible bajar suficientemente el vestido, por lo que decidí, cruzar mis piernas y seguir con el espectáculo. En ese momento Javier comentó:
– Julio, permíteme decirte lo espectacular que son las mujeres que puedes uno encontrar en esta ciudad.
Entendí el comentario, por la pícara mirada que me dirigía cuando lo hacía. Javier continuó:
– Además, ese color azul me encanta. Como me gustaría descubrir lo que hay más allá.
– Claro Javier, haremos todo lo posible para que lo disfrutes -comentó mi marido.
Era evidente que Javier se había percatado que mis bragas eran de color azul y ese comentario, en realidad, me lo dirigía a mí; “que deliciosa osadía”, pensé. Nos dirigimos al hotel en donde se hospedarían. Mientras tanto, continuaron los comentarios sobre las cualidades de la ciudad, sus problemas y la diferencia de vida en relación con la capital.
Javier, no perdía la oportunidad de tocar como por descuido, mis manos, brazos y en algún momento, mis piernas. En una de las ocasiones, al rozar levemente con su mano la piel de mis muslos, donde terminaba mi media y surgía mi rosada piel. Noté que Javier tenía su pene erecto. En ese momento también me percaté, que mi chocho estaba humedeciendo mis bragas.

También, estaba sintiendo pequeñas pulsaciones de placer en mi clítoris. ¡Estaba muy excitada!
Llegamos al hotel. De nuevo, al bajar y ya sin recato alguno, ofrecí un espectáculo superior de mis piernas y bragas húmedas. En ese momento me di cuenta, que no solo había sido presenciado por Javier, sino también por Julio; además del mozo y el guardia del hotel. De verdad, ahora me sentía esa mujer deseada que disfruta su femineidad con plenitud.
Nos despedimos de ellos y sentí una profunda frustración. Julio no los invitó a ningún lugar y así, sin más, regresamos a casa. Definitivamente, me había excitado ese hombre, sentía mi corazón acelerado y mi sexo húmedo, tenía la necesidad de hacer el amor, hubiera hecho cualquier cosa por ser penetrada por el hermoso pene que se adivinaba a través del pantalón de Javier. Sin embargo, nadie dijo nada y me quedé con esa fea sensación de estar excitada y no poder hacer nada por evitarlo. Crucé mis piernas y empecé a mover una de ellas suavemente, adelante, atrás, más y más. Sentí que ese movimiento estimulaba mi clítoris, que lo sentía dilatado, turgente.
– ¿Qué te parecieron los empresarios, cariño?
Me preguntó Julio, sacándome de mi abstracción.
– Me parecieron amables, educados e inteligentes. ¿Cuánto tiempo estarán en la ciudad?
Expresé con una voz tenue y excitada.
– Mañana tendremos las reuniones y pasado mañana temprano, regresarán a la ciudad -aclaró.
– Por cierto, ¿no es ese el portafolios de Javier? -dijo esto, al percatarse de que había olvidado las partidas y notas en el coche.
– Si creo que sí, ¿no querrás llevárselo ahora?
Apuré el esperanzador comentario.
– No cariño, mañana lo llevaré a la oficina, no creo que hoy lo necesite -expresó, restándole importancia al olvido.
Antes de llegar a casa me sorprendió otro comentario de Julio. Al día siguiente, Julio se vistió y salió a su oficina. Yo permanecí en la cama, la verdad es que el recuerdo de Javier seguía provocándome reacciones de excitación, decidí masturbarme pensando en lo vivido el día anterior. Me bajé las bragas, mojé con mi saliva mi dedo y suavemente me empecé a frotar el clítoris.

Dejé escapar unos gemidos de placer, curvando mi espalda y moviendo hacia arriba mis caderas. Mi mano se movía con rapidez, humedeciendo mi chocho, introduciendo la punta en mi suave caverna, sorprendentemente lubricada. Definitivamente, ese hombre me había excitado como nunca, necesitaba tener orgasmos, había tenido sueños húmedos, estaba caliente, muy caliente… Entrecerraba los ojos, mi respiración era superficial, rápida, mi corazón estaba a mil, sudaba, mi cabello revuelto cubría mi cara, mis pezones erectos, la aureola que los rodea, me parecía que crecía más y más. Estaba por sentir la llegada de mi primer orgasmo cuando sonó el teléfono. No quería contestar, estaba llegando al clímax con esa deliciosa masturbación, pensando en Javier, el teléfono insistía. Cogí el auricular con mi mano izquierda, mientras que con los dedos de la derecha continuaban frotando mi sexo.
– Hola cariño, ¿recuerdas las notas y facturas que olvidó Javier? Ahora fui yo quien las olvidó -dijo con expresión de apurado.
– ¿En serio?
Comenté, recogiendo los flujos de mi vagina para humedecerme el clítoris.
– ¿Qué haces? Suenas como si estuvieras…
– Estoy haciendo ejercicio ¿qué creías?
Mis caderas empezaban a temblar con la anticipación del orgasmo.
– Oye Reme, Javier acaba de salir en taxi para casa, por favor, ¿puedes buscar esas notas y tenerlas listas para cuando llegue?
– Claro, las tendré listas para dárselas.
Comenté, sintiendo deliciosamente un orgasmo. En ese momento dejé de masturbarme, la casualidad me había dado la oportunidad de completar el deseo inconcluso del día anterior, no sin un poco de remordimiento por sentir tales pasiones con alguien que no es mi esposo y descaradamente frente a él.
Me duché y me arreglé rápidamente, me puse el portaligas para unas medias negras, me puse unas braguitas transparentes y un top de encaje que alcanzaba a cubrir mis pezones. Arreglé mi cara, me pinté los párpados, mis ojos, mejillas y me pinté los labios de color rojo. En ese momento escuché el timbre, me coloqué una bata y me dispuse a bajar. Abrí la puerta, él se adelantó y me dio un beso en la mejilla, al cual respondí con un atrevido ronroneo.

– Disculpa Reme, me dijo Julio que ibas a tener listas las notas para entregármelas. Como sabes, nos son muy necesarias para la reunión.
– ¿En serio quieres que te las dé? -respondí con coquetería.
Javier se acercó, me cogió por la cintura y me dijo:
– ¿Creíste que fue un accidente lo del olvido de las notas?
Nos besamos largamente, su boca se fundió en la mía, hurgando con su lengua y mezclando nuestras salivas. Me acarició con ternura mi espalda, cintura y nalgas.
– Eres la mujer más hermosa que he conocido, me excitas, que bien hueles. ¿Qué tienes debajo de esa bata?
Me abrí la bata y le mostré a Javier el esplendor de mi cuerpo, me acerqué lentamente con mi bata abierta y con movimientos felinos. Ante esta visión se quedó sin habla y de manera titubeante comentó:
– Envidio profundamente a Julio, daría todo lo que poseo por hacerte mi mujer -comentó con voz grave, varonil.
– No hagamos fantasías, disfrutemos el momento. Ahora puedes imaginar que soy tu mujer o lo que quieras. Quiero ser tuya, goza mi cuerpo que tiembla por ti.
Lo cogí de la mano y lo atraje escaleras arriba, a mi habitación. Mientras ascendíamos, me besaba y me acariciaba. Como un poseído, no hacía más que decirme lo guapa que era, que estaba muy excitado desde el día anterior, que no había dormido pensando en mí. Llegamos a la habitación, me cogió en sus brazos y me echo en la cama. El olor de Julio y mío se mezclaba en las sábanas.
Me besó cada centímetro de mi cuerpo, me quitó la bata y con sus dientes arrancó mi top y mis bragas. Se deleitó chupándome las tetas, mordisqueándome los pezones. Deliciosamente llegó a mi vientre, se detuvo una eternidad en mi clítoris, me lo chupó, lo tomó entre sus labios y chupó y chupó, friccionando además con su lengua de arriba a abajo. Sentí que iba a estallar de placer, no recordaba haber sentido sensación tan intensa. Estábamos como poseídos, mi cuerpo se retorcía denotando el ansia de tal disfrute sexual.

Metía su lengua en mi chocho, sentía que mi humedad era tal, que se mezclaban mis fluidos con la saliva de Javier. Percibí la llegada del primer orgasmo. Grité fuerte sin preocuparme que alguien pudiese escuchar. No paré de sentir una multitud de orgasmos que hacían temblar todo mi cuerpo, sin apenas calmar mi excitación.
Con mi cuerpo desnudo, me coloqué encima de Javier. Sentía su cuerpo varonil y empecé a besar su cuello, sus brazos, mi lengua lamía cada milímetro de su anatomía, sentía su temblor cuando mis pechos desnudos tocaban su pecho, su pene estaba que explotaba cuando lo rozaba con mi pubis. Bajé y bajé con lentitud y él, desesperado, no dejaba de gruñir de placer, tocando mi suave piel, tersa, femenina, mi cintura, mis turgentes nalgas…
Me chupaba, me besaba, desesperadamente buscaba incrementar su placer. Cogí su polla erecta, pensé que no serían menos de 21cm. Pasé mi lengua por toda esa verga, y por fin la introduje en mi boca. Mis labios estimulaban la cabeza de su tremenda verga, hinchada y caliente. Chupé y chupé. Notaba que crecía y crecía, hasta que no pudo más y explotó dentro de mi boca. Sentí los chorros de semen dentro de mí, tragándome una buena cantidad; me salpicó la cara, mis labios, mis párpados, mi pelo. Estaba llena de su leche caliente. De nuevo le mamé ese enorme pene y lo chupé más y más. Me metió su dedo en el ano, gritábamos de placer y nuestros orgasmos se mezclaron.
Nos besamos, nuestros fluidos eran cada vez más evidentes, las sábanas y la cama que formaba parte de la intimidad de mi matrimonio, ahora contenía los fluidos de mi infidelidad. Le supliqué que me la metiera. De nuevo erecto el pene, se lo volví a chupar mientras él me chupaba mi coño, en la posición 69. Se colocó encima de mí, se puso un condón, me abrió las piernas y me introdujo en mi vagina su poderoso instrumento. Grité desesperadamente, mientras le colocaba mis piernas en su espalda, ofreciéndole mi sexo abierto. Sentía un infinito placer que me llegaba a cada parte de mi cuerpo, nunca había sentido que mi chocho se llenara de una polla tan increíble. La sensación de placer me producía la necesidad de curvar mi espalda, de mover para adelante y para atrás mis caderas, para hacer que la polla de Javier se me metiera más profundamente en el chocho y saliera, solo para arremeter en la siguiente introducción. Con mis manos me sostenía las tetas para que no se movieran tanto durante la tremenda follada que estaba gozando. Mis jugos cubrían su polla, la cual brillaba cada vez que salía de mi vagina. En eso, sonó el teléfono insistiendo, contesté.
– Hola mi amor, ¿llegó Javier?
– Si querido, ahora está aquí- dije con voz excitada.
– ¿Todavía estás haciendo ejercicio?
– Si, todavía.
Al darse cuenta Javier de quién estaba al teléfono, quiso sacarme su polla, lo cogí por las caderas.
– Oye, ¿ya le has dado lo que te pedí?
– Si querido, en este momento se lo estoy dando.

Javier me seguía follando, yo sentía cercano mi orgasmo y el suyo. Vaya situación. En ese momento sentí que no podía más, iba a tener mi enésimo orgasmo.
Me despedí diciéndole que ya se iba, y solo colgar grité al sentir el orgasmo. Seguimos follando hasta saciarnos. El ambiente olía a sexo. Nos vestimos y nos despedimos, dejando saciados nuestros deseos. Siempre me ha quedado la duda de si mi marido lo había planeado todo.
Un beso

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