Relato erótico

Estaba cachonda y no podía más

Charo
11 de febrero del 2019

Estaba insatisfecha sexualmente, cansada de insinuárselo a su marido y de que este ni se enterara. No podía más y se le ocurrió poner un anuncio en la Revista Clima. El resultado fue lo que nos cuenta.

Remedios – Córdoba
Estaba harta, completamente harta de enviarle señales a mi marido para que se diera cuenta de que necesitaba sexo, hasta que decidí que ya que él parecía feliz sin sexo, me buscaría mis fuentes de placer en otro lugar que no fuera mi casa. En el fondo, él mismo decía siempre que si en casa no encuentras lo que buscas, mejor buscarlo fuera. Pues bien, así lo hice.
Puse un anuncio en la revista Clima, la cual conocía porque mi marido solía comprarla cada semana.”Casada insatisfecha busca hombre dulce pero apasionado para saciar su apetito” Así conocí a Ernesto. Empezamos una conversación telefónica que fue subiendo de tono cada vez más, hasta que me convenció para quedar al día siguiente.
No contaba con los nervios que, desde que colgué, me comían viva, acompañados de una creciente excitación que me llevaron a masturbarme como una loca esa noche, aprovechando que mi marido llegaba tarde.
Al día siguiente esperé que él se fuera, y me vestí con ropa formal pero sensual: falda negra hasta la rodilla, que marcaba mi culo e incluso
dejaba adivinar el liguero que llevaba debajo, una camisa blanca, sin sostén, aún sabiendo que mis grandes pechos iban a su antojo, zapatos de tacón y sin braguitas. Accesible totalmente
Habíamos quedado para tomar un café, era una excusa para comprobar si nos gustábamos. Y si, al verme ya noté como tragaba saliva, era un hombre alto, moreno y de aspecto algo hippie, pero se veía limpio y con esa mirada de deseo que siempre me ha gustado en un hombre, mezcla de admiración y ganas de follar. Nos sentamos tan cerca que podía sentir el calor de su pierna en la mía, y creo que él veía perfectamente mis pezones rozando la camisa acompañando mi respiración.
Sin darme tiempo a reaccionar, su mano se coló entre mis muslos, aprovechando que la mesa estaba tapada por un mantel que nos protegía bastante de miradas indiscretas. Para no ser menos, una de mis manos se fue directa a comprobar si su entrepierna era de mi agrado. Estaba bien dotado, pero yo quería más que un magreo de estudiantes en un bar.
Salimos andando, con cara de circunstancias y una calentura increíble, hacia el hotel más cercano. Ni recuerdo quien pidió la habitación,
solo sé que de golpe me encontré en un ascensor, subiendo al piso 10 y
aprovechando el trayecto para saborear un morreo tremendamente experto de mi nuevo amigo, mientras sus manos me apretaban contra él para que notara su dura polla.

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No sé cómo llegamos vestidos a la habitación, pero justo al cerrar la puerta me empujó contra la pared, me subió la falda hasta la cintura, levantó una de mis piernas para abrirme el coño y sin mediar ni un beso se sacó la polla del pantalón y me la clavó de un solo golpe certero. No era lo que yo esperaba, pero ya era tarde, me estaba follando como un loco mientras de su boca escapaban frases y gemidos. No duro ni dos minutos, se corrió sin más.
Me separé de él bruscamente, y salí pitando hacia el baño para llorar y lavarme. ¡Que decepción! dejé escapar unos cuantos lagrimones, me limpié el semen que resbalaba por mis piernas y volví a salir, para encontrarme con un hombre totalmente distinto, en su mirada había un arrepentimiento profundo.
No dejó que me fuera, y cuando insistí me arrastró hasta la cama, cogió su cinturón y me ató las dos manos al cabecero. Entonces sí me asusté de verdad, aunque siempre había tenido fantasías pero, eso era
demasiado real. Mirándome me dijo:
-Escúchame, preciosa, ahora voy a hacer que me perdones mi falta de educación, solo te he atado para que me des la oportunidad de demostrarte que puedo hacerte gozar como nadie.
¡Menudo gilipollas! Mi calentura casi se había esfumado, y estaba cabreada, pero no podía hacer nada. Y tampoco me resistí, la verdad, el daño ya estaba hecho.
Empezó a pasar su lengua suavemente por mi cuello, mientras me desabrochaba la camisa. Nunca me habían chupado los pechos como lo hizo él, con una mezcla de dulzura y salvajismo que me puso los pezones como piedras. Mientras, sus manos bajaban por mi cintura para desabrochar la falda que acabó en el suelo.
Esa lengua era una maravilla, me abrió completamente de piernas, puso una almohada debajo de mi culo y se dedicó a darme lengüetazos
largos y lentos una y otra vez, esquivando mi clítoris hasta que me volví loca:
– ¡Por favor, no pares, chúpame toda, por favor, sigue, harás que me corra en tu boca, cabrón!
Con los labios cogió mi clítoris, y aprovechó para meterme dos dedos en el coño mojado a más no poder, y el pulgar de esa misma mano en el agujero cerrado de mi culo. Entonces sí me volví totalmente loca, me corría sin poder dominarme, y mi cuerpo se movía para clavarme esos dedos profundamente, mientras él se bebía todos mis orgasmos como un sediento en el desierto.
Levantó su cabeza, me miró largamente, y vi que su polla estaba enorme. Entonces me desató y dijo:
-¿Quieres marcharte?

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-Por supuesto que no, quiero que me folles hasta que se me pasé todo el hambre que tengo acumulada.
Me puse a cuatro patas sobre la cama, ofreciéndole mi coño totalmente abierto, y esta vez me la metió suavemente, pero no paró hasta que sus huevos tocaron mi cuerpo. Y se movía largamente, sacando casi toda la polla y volviéndola a meter, así estuvo más de diez minutos, mientras su mano me tocaba el clítoris y yo volvía a correrme.
-Fóllame, fóllame más, haz que grite. ¡Córrete, lléname de leche!
Pero no se quería correr en mi coño. Me dejó sola sobre la cama, y se sentó en un sillón, haciéndome gestos para que fuera allí. Su polla
era un poema, dura como una piedra, mojada de mis jugos, con una cabeza grande, como a mí me gustan. Me arrodillé frente a él, haciendo el gesto para chupársela, pero no me dejó:
-Quiero tu culo, quiero que te sientes aquí, enterrarme hasta el fondo.
Nunca me habían follado por el culo, pero estaba excitada, y ese hombre follaba de maravilla. Metió una mano en mi coño y aprovechó la
humedad para introducir un dedo en mi culo, mientras con la otra mano castigaba mi rojo clítoris. Al primer dedo siguió otro, y después un tercero, mientras yo no resistía la tentación y le chupaba la roja cabeza de su polla, sin que él me permitiera tragármela entera. No quería correrse en otra parte que no fuera mi virgen culo.
Me hizo sentar sobre él, poner los pies sobre los brazos del sillón, y cogiéndome por el culo me levantó un poco, dirigiendo su tensa polla
justo hasta apoyar la entrada de mi ojete sobre ella.
-Por favor, cuidado, por favor, me va a doler, es demasiado grande. Solo metió la punta, esa gorda cabezota roja, y era un suplicio. Yo intentaba levantarme, pero no podía.
Ernesto, con paciencia, se quedó en esa postura hasta que mi culo se acostumbró, ya había pasado casi lo peor, y poco a poco fue soltándome
para que se me clavara su tieso aparato aprovechando mi propio peso.
-¡Basta, me estas partiendo!
Me dolía, me dolía mucho, pero poco a poco entró toda, increíble, hasta que me quedé totalmente sentada sobre él. Mi culo me ardía, pero la sensación de tener ese palo rígido y caliente dentro de mí me excitó. Nos quedamos quietos, para que me acostumbrara a la sensación, y empezó a masturbarme con una mano, hasta que yo misma necesité moverme

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-Oh cielooooo, siiiii, me gusta tu polla, te gusta follar mi culo, ¿verdad?
Le repetía mil cosas con voz cachonda mientras subía y bajaba sobre su polla, hasta que me corrí como una fiera, creo que fue el orgasmo más fuerte que he sentido en mi vida, y él no pudo soportarlo:
-Siiiiiii, me estoy corriendo en tu culo, toma mi leche, toma, toma…
Nos quedamos desmadejados en el sillón, y me besó dulcemente el cuello, la espalda, acariciándome con gestos agradecidos, mientras yo pensaba que sería capaz de dejar a mi marido por un amante así.
Pero no hizo falta, aunque eso es otra historia, que ya os
contaré otro día.

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