Relato erótico
Es bueno saber idiomas
Vino a España, concretamente a Barcelona, para terminar un proyecto de unos seis meses y después debía volver a su país. Alquiló un apartamento y vio que a poca distancia había una academia de idiomas. Pensó que sería bueno aprender nuestro idioma y se apunto a las clases. En cuanto vio al profesor, la atracción fue mutua.
Margaret – Barcelona
Cuando llegue a la ciudad prácticamente no conocía a nadie. Solo tenía un contacto laboral con el que iba a negociar en los próximos seis meses que estuviera en el país. Eso no me parecía un problema significante ya que iba por trabajo, pero lo que me preocupaba era no dominar el idioma y cada vez que me hablaban sentía que no entendía nada.
Mi oficio es escribir y por lo general lo hago en soledad, esa es una ventaja, pero me gusta hablar con la gente, es parte de mi naturaleza extrovertida y curiosa, como también es mi forma de buscar información para escribir.
Los primeros días fueron los más difíciles, estaba sola, pero rápidamente me fui adaptando a la rutina de vivir en una cultura diferente. A la semana de llegar me mude del hotel a un pequeño estudio en una de las zonas más concurridas y animadas de la ciudad. El ver mucha gente caminando por allí, sentirme parte del paisaje me daba independencia para trabajar y terminar rápido mi proyecto. El barrio era pintoresco, entramado de pequeñas y encantadoras callejuelas ambientadas con iglesias que se perdían entre restaurantes y bares que brindaban buenas opciones a la hora de la cena. Recordé eso de rezar, comer, amar, pero ¿amar a quien?
Ahora no importaba, estaba feliz con este cambio, pero necesitaba algo más: aprender la lengua de donde estaba. Así fue como conocí a mi profesor de idiomas.
Me inscribí en un curso para residentes extranjeros que brindaba una universidad cercana a donde yo estaba viviendo. La primera clase, cuando entré vi que la mayoría de los estudiantes eran muy jóvenes y parecían conocerse entre ellos. Así que fui directo a sentarme en una silla al final del aula, tratando de pasar desapercibida, cuando entró el profesor y todos hicieron silencio, saludo y se quedó mirándome.
Creo que no encajaba en aquel grupo, claro yo tendría su edad o un poco más, pero estaba ahí para aprender y no para enseñar.
Al terminar la clase me acerque para presentarme, no había dicho ni dos palabras cuando pregunto de donde era, por mí acento, dijo. Resulto que conocía mi tierra y le había gustado mucho, además de que hablaba muy bien mi idioma. Me sentí aliviada, de no tener que esforzarme tanto para mantener un dialogo con él.
Era un hombre varonil y de fina estampa. Enseguida me sentí atrapada con la calidez de su presencia y un millón de pequeños detalles comenzaron a saltar a mi vista.
La expresión de su rostro, el lenguaje de su cuerpo y la sutil tonalidad de su voz me fue envolviendo, mientras hablaba y comentaba sobre el curso. Hubo un contacto visual inmediato entre los dos, aunque las dos primeras semanas tuvimos pocos acercamientos, note que me miraba de una forma diferente al resto de los alumnos.
Las mujeres sabemos darnos cuenta de eso. Sientes que recorren tu cuerpo con solo una mirada y es una energía que te provoca muchas sensaciones y eso sucedía cada vez que pasaba cerca de mí y su perfume con el mío parecían zambullirse uno dentro del otro buscando descubrir la esencia íntima de nuestras almas.
No sabía cuándo iba acabar esa tensión sexual entre los dos. Hasta que un sábado por la mañana estaba sentada en un bar desayunado y lo vi pasar.
– ¡Profesor! – dije llamándolo.
– ¡Hola! – dijo al verme y su rostro se ilumino en una hermosa sonrisa.
Se acercó a mí y me levante para saludarlo, puse mis manos sobre sus brazos y mi pecho rozo el suyo, mientras estampe un beso efusivo en su mejilla. Se sorprendió, quizás no era una costumbre habitual para él.
– Mi alumna favorita… ¿qué hace por aquí? -dijo-
– Vivo a unos metros de aquí. ¿Y usted?
-También. Aunque nunca te vi y mira que ando mucho por estas calles.
– Es que salgo muy poco, con mi trabajo. Pero, ¿por qué no se sienta a desayunar conmigo, me acompaña?
– Claro que si, encantado.
Tuvimos una charla distendida y divertida. Pero había algo que afloraba todo el tiempo entre nosotros como un encantamiento que no me dejaba quitar mis ojos de él imaginando como sería un encuentro intimo entre los dos. De pronto dijo:
-¿Y qué haces además de trabajar?
– No mucho- conteste – no conozco a nadie en esta ciudad, estoy sola y no es fácil si apenas se hablar su idioma. – dije.
– Si te entiendo. Pero eres muy guapa, si yo no estuviera comprometido te invitaba a salir. -dijo-
Oh! Pensé para mí, me está seduciendo y dije:
-Pero puedo invitarlo yo a usted, por lo menos a cenar… Claro ¿si lo dejan?
Me miro con picardía y respondió
-Sí me dejan. Pero no es ético que un profesor tenga una cita con su alumna.
– Aunque puede hacer una excepción conmigo, soy un huésped en la ciudad, sin nadie conocido – dije – y este fin de semana no tengo planes. Podríamos ir a cenar y enseñarme el glamour de la villa esta noche. Claro ¿si quieres?
Me dijo que él también estaba solo ese día, Así que aceptó.
– Lo espero entonces a las siete ¿está bien? -mientras anotaba mi dirección en una servilleta de papel y se la ponía en la mano, él, con un suave movimiento la acaricio y me dijo:
-Esta vez romperé mis reglas.
Si que las rompería. Era lo que deseaba y por fin esta noche sucedería.
Esa tarde fue interminable para mí. Me prepare dos horas antes. Me sentía como una adolescente en su primera salida. Con mi mente fantaseando, oí que llamaban al timbre. Era él que había llegado puntualmente.
Baje las escaleras rápido antes que se arrepienta, pensé.
Me había puesto un vestido sexy pero discreto que realzaba mis formas, como diciéndole que yo era el postre, y creo que el mensaje lo recibió por la expresión fascinada de su cara cuando me vio y solo dijo:
– Deslumbrante, bellísima.
La cena fue un deleite y el vino hechicero hizo su efecto sobre nosotros y la magia de la noche nos fue envolviendo sin darnos cuenta en un embrujo amoroso que nos quemaba la piel de ansias.
Salimos del restaurante sin decir palabra, nos llevaban las ganas de sentirnos y así nuestros cuerpos comenzaron una danza de abrazos y arrumacos mientras los besos se adueñaron de nosotros llenándonos con la lujuria.
Las escaleras de mi casa parecían interminables, en cada escalón su cuerpo se pegaba al mío como un imán y nuestros sexos ardían hinchados de gozo.
Al abrir la puerta, sus manos y las mías quitaron la ropa molesta que se interponía a las caricias y nuestra piel se fundió en el calor de la pasión. Besos y mas besos como si fuera la última vez que lo hacíamos.
Mi cuerpo termino tendido sobre la mesa de la sala, mientras él con avidez abrió mis muslos para sorber de mi manantial llevándome al éxtasis en solo unos segundos.
Sus ojos disfrutaban de verme así entregada y no dejo un minuto de tocarme y de besarme. Continúo insistentemente en mantenerme así hasta hacerme correr dos veces.
Cuando volví en mí lo bese intensamente y mis manos lo llenaron de caricias hasta coger su polla entre mis dedos y su respiración se entrecorto pidiéndome una buena mamada.
Lo lleve hasta mi cama sin dejar de acariciarlo, para dejarlo acostado mirando el espectáculo de verme devorar su polla con pasión. Fue un deleite saborearlo lentamente de punta a punta hasta dejarlo al límite de sus fuerzas. Pero quería sentirlo dentro de mí antes de que se corriera.
No hay nada más placentero que montar un hombre en su plenitud.
Con suavidad fui disfrutando el juego de sentirlo restregar su miembro en la humedad de mi sexo hasta perderse en mi interior produciéndome una intensa contracción que me obligo a mover meciéndome al ritmo alocado de mi corazón desbordado de erotismo y sus ojos brillaban bajo la imagen de mi cuerpo y de mis senos dibujados por sus manos.
Me sentía embriagada con el sabor de su piel y no podía parar de moverme al sentir los espasmos, uno tras otro que parecía interminable. Acariciaba mi espalda, mientras susurraba palabras a mi oído en su idioma que endulzaron mi alma, para volver a encender mi sexo y esta vez poseerme en una arremetida intensa que nos envolvió en un sudor lujurioso, y que acabo llenando mi cuerpo con su delicioso néctar.
Esa noche probamos las mieles de la pasión prohibida. Y sabíamos que el amanecer no apagaría lo que habíamos comenzado. Desde ese día, fuimos más que un profesor y su alumna. Añadiré algo, al final conseguí un puesto de trabajo en la ciudad y me quedé a vivir aquí, mejoré con el idioma y con el sexo.
Besos para todos.