Relato erótico
Es bueno distraerse
Se había separado de su marido recientemente y no tenia ánimos para salir, ni a cenar con unas amigas. En el trabajo le decían que debía distraerse y aquel domingo su dosis de aburrimiento era insoportable. Al final se arregló y fue a una discoteca
Cristina – Pamplona
Tenía 26 años y hacia al menos seis meses que me había separado del que había sido mi marido. En esos seis meses me harté de escuchar como la gente me decía que saliese y me divirtiera, que aun era muy joven y bonita, que tendría oportunidad de conocer a algún hombre, volver a casarme y ser feliz, pero yo ya entonces sabía que no me hacía falta volver a casarme para ser feliz.
Recuerdo que fue un domingo por la noche cuando, cansada de estar aburrida en casa, decidí salir a disfrutar un poco de mí más que merecida libertad. Toda la vida he sido muy coqueta, me gusta arreglarme para salir, pero a mi ex eso no le gustaba y quizás por eso, esa noche, quise darme el gustazo de ir como siempre había deseado hacerlo, por lo que elegí el vestido de entre todos los que tenía que sin duda menos gracia le hubiera hecho a mi ex. Me lo había comprado en un arrebato tres meses antes, pero aun no lo había estrenado. Era un vestido de noche negro que dejaba desnuda casi toda mi espalda, terminado en una ceñida minifalda semi abierta por un lateral. Tras varias pruebas, me puse unas medias hasta poco más de medio muslo y unos zapatos negros. Naturalmente pasé de llevar sujetador ya que llevaba desnuda la espalda, así que de ropa interior solo me puse unas braguitas tanga negras, más que nada para que no se me marcaran las costuras sobre la ceñida minifalda.
Aun sin mí ex a mi lado, salí de casa dudando de mi aspecto, pero por las miradas que me echaba por el retrovisor, el taxista que me recogió, adiviné que estaba bastante aceptable. El taxista me dejó a la puerta de una discoteca que conocía de oídas y ya antes de entrar me di cuenta de que no habría mucha gente, pues al día siguiente era día laborable. Ya en la puerta dudé, pero la sonrisa del portero despejó mis dudas y entré con decisión. Ciertamente no había mucha gente, pero enseguida lo agradecí pues te podías mover con libertad hacia las barras.
Situándome en la barra que se encontraba más cerca de la pista de baile, me tomé tres copas una detrás de otra, rechazando varias invitaciones para beber acompañada o bailar. Algo más que entonada por las copas, oí sonar una pegadiza canción de ese año y me lancé a la pista de baile, donde tardé bien poco es estar rodeada de sonrientes chicos que me miraban con descaro, comenzando a recibir piropos por todas partes, hablando así con varios chicos, los más lanzados.
En un momento dado, no sé por qué, miré hacia una de las barras y mi mirada se cruzó con la de un hombre, pues pasaría o rondaría los 38años. Recuerdo que no era especialmente atractivo, pero su mirada, clavada sobre mí, me cautivó y excitó. Yo seguí bailando y charlando con algunos de los chicos que me rodeaban, pero no podía evitar mirar hacia el grupo del tío de la barra y el siempre me pillaba mirándole, hasta que una vez que me pilló, me sonrió en la distancia y yo, tampoco sé por qué, le devolví la sonrisa, aunque de inmediato me puse colorada y me dirigí a toda prisa hacia la barra contraria donde él se encontraba. Estaba casi vacía y en la semioscuridad, pero me hacía falta beber algo.
Tras servirme y pagar la copa a un sonriente y guapo camarero, me giré mirando hacia la pista de baile, quedándome de piedra al ver como aquel hombre se había colocado a mi lado, sentado sobre un alto taburete. De reojo le vi como me miraba detenidamente el culo y las piernas, viéndole hacer un gesto de aprobación. Pensé que lo mejor sería irme hacia la pista de baile y de un trago me terminé mi copa, pero no me moví de allí, y cuando nerviosamente giré la cabeza, sus ojos se clavaron sobre los míos, notando entonces el contacto de sus dedos sobre mi mano al cogerme mi vacía copa diciéndome:
– ¡Tómate otra copa conmigo!.
Su voz no me pedía que me quedara, me pareció más bien como si me lo estuviera mandando. De nuevo quise irme, pero me quedé allí, quieta, a su lado, esperando una nueva copa.
Apenas me tendió la copa, sentí como posaba una de sus grandes manos a mi derecha, sobre mi cintura para, tirando levemente de mí con firmeza, acercar mi cuerpo al suyo, y al estar él sentado, mi cuerpo quedó entre sus piernas. Yo quería apartarme, pero no lo hice y de repente di un respingo al sentir como desplazaba su mano desde mi cintura hasta mi desnuda espalda.
– ¡Tienes la piel muy suave! – me susurró al oído segundos antes de comenzar a recorrer mi espalda con su mano, sintiendo un inmediato y placentero escalofrió que me erizo el vello de todo el cuerpo.
De nuevo le miré de reojo para, desviando la mirada, dar nerviosamente un largo trago a mi copa acabándola antes de volver a mirarle a los ojos fijamente mientras posaba mi vaso sobre la barra. Esta vez él tampoco apartó la mirada y más por ésta que por su caricia, sentí como mi sexo se humedecía con rapidez.
Apenas aparté la mirada, cerró su mano sobre mi cintura y me colocó con firmeza de espaldas a él, entre sus separadas piernas. Hice ademán de dar un paso hacia adelante, pero él me retuvo cerrando sus piernas sobre mi cuerpo al mismo tiempo que metía sus manos bajo el vestido, aprovechándose de la semioscuridad que nos envolvía para deslizarlas desde mi espalda hasta mis pechos. Yo no solo no insistí en alejarme, si no que cerré mis manos sobre sus rodillas mientras sentía como me acariciaba con ambas manos los pechos, notando como mis pezones se ponían duros como rocas apenas comenzó a acariciármelos entre sus dedos. Acabé ladeando la cabeza y ofrecerle mi boca, ahogándose en su garganta mis primeros placenteros suspiros mientras me morreaba apasionadamente.
No sé exactamente cuanto tiempo pasamos así, quizá fueron segundos, quizá minutos, no lo sé, lo cierto es que cuando apartó su boca de la mía, noté como sus manos abandonaban mis pechos, con una me retiró el pelo ladeándomelo antes de comenzar a mordisquearme la nuca, volviendo a meterla de inmediato bajo el vestido para seguir acariciándome uno de mis pechos mientras que con la otra comenzó a acariciarme el culo por encima del vestido, notando con claridad como la deslizaba lentamente bajo la minifalda.
Yo ya estaba muy excitada cuando noté su mano en la cara interior de uno de mis muslos. Mirando a la gente que bailaba frente a mí en la pista pensé en detenerle, en hacer que parara, sin embargo me di cuenta de que en realidad estaba separando ya las piernas, deseando que me acariciara más íntimamente.
Dejó de morderme la nuca cuando, notando como sus dedos llegaban hasta mi entrepierna, me recosté hacia atrás, notando junto a una de mis orejas su cálido aliento mientras sentía, cada vez mas excitada, como dos de sus dedos se posaban sobre la efímera y fina tela de mis braguitas tanga, siguiendo el trayecto de la tela en sentido ascendente entre mis nalgas.
– ¡Me gusta tu culo!- me susurro al oído antes de lamerme la oreja haciendo que me estremeciera de placer.
Sin embargo lo mejor estaba por llegar. Sentí sus dedos descendiendo lentamente aun sobre la tela y repentinamente un ahogado y largo gemido broto de mi garganta cuando presionó sus dedos sobre la tela, hundiendo tanto los dedos como la tela en mi sexo al mismo tiempo que me pellizcaba con rudeza el erecto pezón que seguía entre sus dedos.
A duras penas pude contener mis gemidos cuando, apartando la tela del tanga, deslizó toda su mano entre mis piernas, me separó obscenamente los labios del coño y sin dejar de presionar, comenzó a deslizar sin descanso sus dedos a través de mi encharcado sexo, encontrándome repentinamente con que había dejado de acariciarme el pecho y colocando su mano bajo mi barbilla, me acariciaba los labios, restregándome contra ellos la saliva que comenzaba a escapar por la comisura de mis labios, escuchando como me susurraba:
– ¡Te vas a correr ya!- apenas unos pocos segundos antes de que efectivamente, tensándose mi cuerpo como un arco, me corriera espasmódicamente, tapándome con su mano la boca para acallar mis gemidos de placer.
Sin embargo no me dejó recuperar y siguió acariciándome, ahora, y tras meterme un dedo por el culo, restregándome con el resto de sus dedos desde mi ano hasta el clítoris, consiguiendo así que me corriera tres veces más en apenas unos pocos minutos.
– ¡Ahora te voy a joder!- me susurró haciéndome incorporar y seguirle hacia los aseos con paso aun indeciso.
Apenas entramos en los aseos masculinos, tiró de mí hacia uno de los reservados vacíos para hacerme entrar primero, ponerme de cara a la taza del aseo, desnudar mis pechos, levantarme la minifalda y arrancarme las bragas de dos fuertes tirones antes de hacerme inclinar hacia delante, cerrando mis manos sobre la tapa del wc y escuchando el ruido de su cremallera al bajarse mientras separaba las piernas. Jadeé de excitación al sentir como restregaba su polla contra mi sexo y el jadeo se convirtió en gemido al notar como me metía apenas la punta, gemido que se convirtió en alarido de placer cuando, agarrándose con firmeza a mis caderas, me la metió casi entera de un solo empujón que me hizo correr de inmediato, doblándoseme las piernas al ser estas incapaces de sostenerme.
Pero él no me dejó caer y no solo eso, si no que aprovechándose de mi más que vulnerable situación, sacó su polla de mi sexo y separándome las nalgas, me metió, haciéndome sollozar de dolor, un par de centímetros de su gruesa polla por el culo. Yo intenté apartarme, gritar, pero él, se aferró a mis caderas y siguió, sentía dolor, pero la situación me estaba gustando.
No pudieron ser más de un par de minutos, pero a mi se me hizo eterno hasta que se detuvo, notando sus cojones contra mis nalgas.
Se quedo inmóvil dentro de mí durante unos pocos minutos, notando como me soltaba el pelo y llevaba su mano hasta mi entrepierna, comenzando entonces a acariciarme el clítoris, para a los pocos segundos comenzar a sodomizarme lentamente y para mi sorpresa, apenas hubo unos pocos segundos de diferencia entre el termino del dolor y el comienzo del placer, placer que aumentó con el ritmo y la fuerza de sus embestidas, placer que me hizo primero sollozar y luego gritar de gusto, placer que me llevó a pedirle que se moviera más rápido, placer que me llevó a orinarme de gusto mientras me corría sintiendo como su corrida me abrasaba las entrañas.
Esa noche y otras más que algún día contaré, las pasé con el hombre que me rompió el culo y al que le debo ser como soy en la actualidad.
Besos.