Relato erótico
Eran simpleas conocidos
Había ido a pasar unos días a un pueblecito cerca de la costa. Salió a dar un paseo y en la mesa de al lado vio que había una pareja de su pueblo. Se saludaron y se fijó en que la mujer estaba buenísima pero la cosa no paso de aquí.
Manuel – Tarragona
Tengo 38 años y me llamo Manuel. Os voy a contar algo que me ocurrió este verano. Este año veraneé en un pueblo de Gerona cerca de la costa, donde alquilé un pequeño apartamento. Dos días después de instalarme, estaba sentado en una terraza de una cafetería tomando un refresco y vi que llegaron unos vecinos de mi pueblo que tienen un apartamento en el bloque siguiente al mío. María, que así se llama ella, tiene 35 años, pero él no sé cómo se llama. Pasaron delante de mi mesa y María me saludó con un movimiento de cabeza, el marido no se dio cuenta, pero ella le dijo algo, se giró y me saludó con la cabeza.
Mientras se alejaban, observe el cuerpo de María, era preciosa, le sentaba bien cumplir años, es alta, morena de pelo largo y ojos marrones; lucia un corto vestido blanco de tirantes que resaltaba su piel tomada por el sol. Se sentaron unas mesas más adelante a la mía y tuve la oportunidad de no perderla de vista ni un solo instante. Pude fantasear por minutos con su cuerpo y podía notar su mirada mientras reía y movía su pelo con un ligero toque de mano.
Al día siguiente, ya por la tarde, decidí ir a leer un libro al borde de la piscina del apartamento. Mientras miraba unos niños que se bañaban en la piscina pequeña, vi aparecer a María por detrás de ellos. Iba con un bolso de playa, toalla y una revista bajo el brazo. Llevaba un bikini amarillo verdoso y un pareo alrededor de la cintura. Se quitó el pareo y puso la toalla en el suelo. Ella no se dio cuenta de mi presencia, ya que los niños le llamaban la atención.
Mientras, pude observar su cuerpo esbelto, sus pechos pequeños, lo que hizo que sintiera una excitación y mi polla empezó a aumentar por momentos. Ella se acercó a la piscina, se sujetó a la escalerilla para bajar pero antes dirigió su mirada hacia donde estaba y me reconoció. Me saludó con la mano y se zambulló en el agua. Volvió a la escalerilla y subió por ella.
El agua fría hizo que sus pezones se pusieran erectos y se destacaban por debajo del bikini, que al mojarse, se hizo medio transparente, y el cual dejaba ver todo su encanto translucir. A la parte de abajo le pasaba exactamente lo mismo, pero a la vez se le introducía la tela por la rajita. Podía observar que su pubis no le abultaba, por lo que supuse que lo tenía depilado.
Mi excitación fue tan grande que mi bañador no podía soportar la presión que ejercía mi polla por salir de él, así que decidí ponerme boca abajo para ocultar, lo que en aquel momento, parecía un volcán a punto de erupción. Sin darme cuenta, escuché una voz a mi lado y al girarme pude comprobar ese escultural cuerpo visto desde abajo. ¡Que piernas, que cuerpo!
Mi corazón empezó a latir deprisa; la voz casi me sale del cuerpo para devolverle el saludo. En esto, ella se dio cuenta de mi abultado bañador y salió una sonrisa de sus labios, pero no dijo nada al respecto y me siguió hablando. Ante mi sofoco y mis nervios, mi rabo se volvió flácido y desapareció la sensación de agobio que le imponía la poca libertad de movimiento.
Se sentó a mi lado y estuvimos hablando de todo un poco; así me enteré que se había quedado sola porque su marido tuvo que volver a su casa por algún asunto urgente de los que no me dio detalles. Cuando el sol se escondió tras los edificios, el frescor se hizo presente y ante la sensación de ver que tenía intención de irse, me decidí a invitarla a una copa. Ella aceptó encantada.
Me dijo que nos veríamos en la puerta en 45 minutos ya que tenía que ducharse. Le dije que yo no podría ducharme, no había agua caliente en mi apartamento, ya que estaban arreglando la caldera. Me invitó a que me duchara en el suyo, al que yo accedí encantado y con temblorosa voz, pues me estaba poniendo nervioso de pensar qué podría ocurrir.
Subimos los dos. Se duchó ella primero mientras esperaba en el salón.
-Te toca -me dijo y entrando en una habitación, cerró y se dispuso a vestirse.
Me metí en la ducha y me enjaboné. Ni que decir tiene que cuando llegué a mis genitales se pusieron a tope, por lo que tuve que masturbarme allí mismo, tardando un minuto en ello de lo a tope que estaba. Justamente al terminar de hacerlo, oí un ruido, me asomé por la cortinilla, pero no había nadie; hubiera jurado que había alguien.
Terminé, salí al salón y vi la puerta de la habitación un poco abierta, por lo que me decidí a observar un poco y vi como María, de espaldas y en braguitas, se ponía un vestido corto. Cuando terminó, me aleje de la puerta y en voz alta le dije que me iba a cambiar, que la esperaría en la puerta de los bloques. Contesto que en media hora estaría allí. Salí y me fui rápidamente al mío a arreglarme.
Una vez abajo, esperando, llego ella, quince o veinte minutos más tarde de lo acordado. Estaba súper erótica; sencilla pero excitante. Venía con un vestido corto estampado de tirantes, sin sujetador, con el pelo suelto. Olía a perfume agradable. Nos fuimos a una heladería; tomamos, ella un ponche y yo un refresco. Estuvimos hablando un buen rato. Yo le hice un comentario sobre lo guapa que estaba y lo bien que le sentaba el vestido y ella me hablaba del color que más le favorecía y le gustaba.
Entre risas y gestos ella me preguntó el lugar más insólito donde había hecho el amor. Me dejo un poco mudo, ya que no había tenido ninguna experiencia fuera de lo normal, aunque le dije que en la cama de los padres de una amiga. Ella me contó que lo hizo en los probadores de un centro comercial.
Se hizo la hora de la cena y fuimos a cenar con vino, pues no creía justo el no complacer su deseo de una copa de vino. Durante la velada agradable, pude notar su pie desnudo recorrer mi pierna bajo la mesa en varias ocasiones. Ni que decir tiene que esa sensación hacía que me entraran escalofríos y pensara que por la noche ocurriría algo.
Terminamos de cenar, la botella de vino quedo vacía, mi mente muy caliente y con sensación de mareo de no estar acostumbrado a beber. Íbamos de retirada hacia los apartamentos, uno cerca del otro, apoyó su cabeza sobre mi hombro y la abracé.
Una vez en la puerta me puse nervioso, ella no decía nada, esperaba algo; por fin me decidí y la invité a tomar la última copa.
-Si, claro, pero mejor un café -me respondió.
Subimos a mi apartamento, la invité a sentarse mientras preparaba dos cafés. Me senté a su lado, serví las dos tazas. Al ir a coger el azúcar y ella su taza, le di un golpe en la mano sin querer y se volcó el café sobre su vestido.
-Necesito lavarlo enseguida antes de que se seque, estas manchas son difíciles de quitar, déjame algo para ponerme, un albornoz -me dijo.
-No tengo -le conteste- te puedo dejar una camisa.
– Vale, eso mismo.
Se la dejé y entró al cuarto de baño a cambiarse y lavar su vestido. Yo me tiraba de los pelos de lo torpe que había sido. Salió con la camisa puesta, una camisa que le llegaba casi a las rodillas; abrochada a medias; y como en otra ocasión, dejaba ver poco e imaginar mucho; y el vestido húmedo en la mano…
-Sécalo con el secador de pelo -le dije.
-No, tranquilo, lo saco al balcón, que con el tiempo que hace, se secará pronto.
-¿Me pones el café? -me dijo- pero en la taza esta vez -sonrío.
– Mejor ponlo tú, que yo estoy nervioso.
– No pasa nada, no te preocupes.
-No, si no estoy nervioso del vestido, estoy nervioso de verte así, con una camisa solo…
Se puso el café y alargó la mano para poder coger una de las servilletas que estaban mía. Entonces me rozó. Una sensación de escalofríos recorría mi cuerpo y supongo que en el suyo también; nos miramos fijamente a los ojos unos segundos, miró mi boca y me besó apasionadamente, pasó su boca por mi cuello, mis orejas… Se sentó sobre mí y siguió besándome. Yo la abrace, recorrí con mi mano su espalda, acaricie su cuerpo metí las manos por debajo de la camisa… ¿Dónde estaban las braguitas?
¡No las llevaba! ¿Cuando se las quitó? Pude ver que estaba depilada. Me quitó la camiseta y siguió besando mi cuerpo. Yo empecé a desabrocharle la camisa, poco a poco, mientras nos besábamos. Ella comenzó a desabrocharme el pantalón, dejó totalmente mi polla erecta a su alcance, el cual cogió con una mano y me lo acarició mientras se ponía cómoda en el suelo. Cuando lo hizo, se la introdujo toda en la boca.
Mis manos recorrían toda su espalda e intentaban alcanzar sus pechos. Con su otra mano me empujó hacia el respaldo del sofá y yo me dejé; disfrute de su mamada como nunca.
Subía y bajaba la cabeza. Se la introducía toda hasta el fondo. La sacaba de su boca y la besaba por todos lados. Me acariciaba los testículos y a la vez los mordía lentamente. Me masturbaba y otra vez a su boca. Sabía cómo hacer disfrutar. Cuando estuvo un ratito así, pensé que era mi turno y tampoco quería correrme, así que alcé su cabeza haciéndole un gesto como que viniera a mí y volvió a sentarse encima.
Cogió mi polla con la mano y se la colocó en la misma entrada de su cueva. Se dejo caer y se introdujo todo, hasta el fondo. Un gemido de placer salió de su boca mientras yo mordía sus pechos, sus pezones erectos. Se quedo sin moverse unos instantes, entonces note una presión sobre mi polla, su respiración se hacía más rápida, sus vaivenes rítmicos y sus gemidos iban en aumento, estaba teniendo un orgasmo. En esos momentos, al notar su éxtasis, me abracé a ella y la besé para impedir correrme en ese instante.
Tal y como estábamos, la sujete con fuerza y me levanté. Sin sacarla la llevé hasta la habitación. Se la fui sacando despacio, ya que seguía teniendo su vagina contraída y mi polla estaba muy bien apretada dentro de su húmedo coñito. Le besé los pechos, los absorbí, los mordisqueé, los lamí; fui bajando lentamente recurriendo con mi lengua su cuerpo. Bese sus muslos, los mordisqueé.
Mientras pasaba de un muslo a otro pasaba mi lengua rápidamente por su sexo mojado, el cual encogía de placer. Había poca luz, pero podía apreciar como estaba de mojada, como sobresalía sus labios como pidiéndome que los mordiera, besara, lamiera… y así lo hice; pase mi lengua sobre ellos, primero despacito notando su gemido a cada paso que hacía y después rápidamente hasta notar como sus manos me apretaban la cabeza contra ella para alcanzar otro orgasmo no menos placentero que el anterior.
Levantó mi cabeza tirándome del cabello, mientras ella alzaba la suya y me miraba con sonrisa en la cara y llena de deseo. Le dije que se diera la vuelta, que se prestara a ser sometida.
Así lo hizo, se puso de rodillas, alzó su culito y se la metí por ese chochito que goteaba de sus jugos. Se la introduje despacito, lentamente, hasta el fondo. Mis huevos chocaron contra su clítoris y hacía brotar suspiros de su boca. Me mantuve así, presionándome contra ella, haciéndole sentir mi pene duro en su interior. No tardó en alcanzar otro orgasmo, un orgasmo que me oprimía y no me dejaba mover, ni sacarla.
Una vez se relajó, se la fui sacando lentamente. Se la puse en la puerta de su ano y empujé. Pude escuchar un gemido de dolor:
– Sigue… no pares…
Nunca había sentido tanto placer en una mujer y más que era mi primera vez que lo hacía por detrás. Su ano apretaba mi polla tan fuerte que no recuerdo si mi orgasmo y eyaculación fue al notar el suyo o al revés.
María se dejo caer sobre la cama con una respiración de agotamiento.
Me acerque a ella y la acaricié. Le propuse una ducha, ya que la caldera ya estaría arreglada, y aceptó. En la ducha nos enjabonamos los dos, la acaricié y masturbé. Ella me lo acariciaba, lo que hizo que volverá a estar otra vez en erección.
Sin pensarlo dos veces salimos de la ducha, la cogí en brazos y la llevé a la cama otra vez. Hicimos el amor como nunca, besos, caricias, sexo… Eran sobre las 7 de la mañana cuando vi como se levantaba, se vistió, me dio un beso en un hombro y se marchó.
Al mediodía bajé a ver si la veía. Ya no la vi en todo el verano. Hace unos meses la vi con su marido, nos cruzamos, los saludé pero ellos me ignoraron, pasaron sin más de mí. Todavía recuerdo aquella noche… como si fuera un sueño.
Un saludo para todos.