Relato erótico
Era pura rutina
Eran amigos desde hacía mucho tiempo y solían salir los fines de semana. Iban a cenar y a tomar una copa. Siempre hacían lo mismo y las salidas ya no eran tan divertidas. La rutina se había apoderado de ellos.
Vicente – Cantabria
Nieves y su esposo Agustín eran nuestros amigos desde hacía años. Compartíamos las reuniones de los sábados, salíamos juntos a bailar o comer y nos visitábamos regularmente. Nuestra relación era rutinaria como puede serlo una relación de amistad entre parejas casadas de profesionales. Rutinarias y hasta aburridas. Nos juntábamos los sábados en casa de ellos o en la nuestra, bebíamos moderadamente, charlábamos o veíamos vídeos y nos acostábamos tarde. Un día, que habíamos bebido más de la cuenta, Agustín propuso como una broma que si en vez de ver una película de las normales veíamos una película porno que había conseguido. Tanto Eva, mi mujer, como yo veíamos algunas de vez en cuando, pero nunca lo habíamos hecho con otras personas. La bebida y el aburrimiento nos impulsaron a aceptar y los cuatro nos tiramos en la gran cama de Agustín y este puso un vídeo hard porno.
Pronto cesaron las risas y los comentarios jocosos. Los cuatro mirábamos las imágenes y se sentía una tensión palpable entre nosotros. De reojo capté un leve movimiento y disimuladamente observé que Nieves tenía la mano entre sus piernas y se apretaba el chocho a través del pantalón. Agustín tenía un tremendo bulto que revelaba su erección. Empecé a sentirme más nervioso y confuso y Eva también hasta que, en un momento, mi mujer se levantó y diciendo que era muy tarde, cortó el curso extraño de la reunión y nos retiramos. Pero aunque ninguno lo mencionó, aquella noche había resultado excitante y al volver a casa hicimos el amor apasionadamente. Mientras yo penetraba a mi mujer, ella me susurraba al oído:
– ¿Has visto… has visto a Nieves…? ¡Se estaba masturbando delante de nosotros!
Nuestras reuniones ahora estaban cargadas de expectativas. Yo empecé a mirar a Nieves con otros ojos. Y las miradas de Agustín a las piernas de Eva eran más que elocuentes.
Cuando una noche Agustín propuso que jugáramos a los dados y que el que ganará podía pedir al perdedor que hiciera lo que se le antojara, aceptamos.
Nieves perdió la primera partida y Agustín ganó.
– Sácate el pantalón y muéstranos las nalgas – le pidió a su mujer.
Ella se fue al baño a quitarse la prenda. Yo estaba atónito y excitado. No lo podía creer. Eva se pasaba la lengua por los labios nerviosamente. Nieves volvió, cubriéndose con una larga bata que le llegaba casi a las rodillas, se volvió de espaldas y se la levantó.
– ¡Oooh…!
Mi exclamación ahogada se escuchó claramente. Las nalgas de Nieves eran blancas y perfectamente proporcionadas, sus muslos suaves y tersos, la línea muy fina ya que no había perdido pese a los dos hijos. Ella era pequeña y delgada, 1’50m y sin embargo sus curvas eran armoniosas y sugerentes.
Una braguita transparente destacaba aún más su erotismo. Una braguita con una reveladora mancha húmeda entre sus piernas. Yo y Eva estábamos absortos hasta que Agustín me tocó el brazo diciéndome:
– ¿Por qué no vamos arriba, a los dormitorios…?
Asentí, aún demasiado confuso para poder hablar. Ellos subieron delante, tocándose y abrazados. Una vez en el dormitorio de huéspedes se tiraron en la cama.
– Mejor… mejor nos vamos… – dije.
– Apaga la luz y quedaros… bueno, si queréis… – contestó él.
Apagué la luz y una semi penumbra invadió el cuarto. A la tenue luz que se colaba por la puerta, pude ver como él se quitaba la ropa. ¡Iban a hacerlo allí mismo! ¡Delante de nosotros! El gemido de Eva me hizo volver la vista hacia ella. Me apretó la mano y la llevó contra su chochito.
– ¡Hagámoslo… hagámoslo aquí… en la misma habitación… ahora mismo…! – me dijo suplicante.
Nos desnudamos rápidamente y nos tiramos en la alfombra. Un grito ronco de Nieves nos hizo mirarla para ver el instante preciso en que era penetrada por Agustín. Eva me animaba con impaciencia y no la hice esperar. Estaba tremendamente mojada y entré en ella fácilmente. Pronto el ruido de cuerpos, gemidos y jadeos llenó el cuarto y la excitación me hizo correr rápidamente. Nuestros amigos continuaban copulando violentamente. Tomé a mi mujer de la mano y nos retiramos a nuestro dormitorio. Eva se echó boca arriba y cerró los ojos intentando calmarse.
– Se la ha follado delante de nosotros, ¿te das cuenta? ¡Lo hicieron en nuestra cara! – me dijo.
Era evidente que aún estaba excitada. Después de un rato se levantó y entró en el baño del dormitorio. Mientras la esperaba, Agustín entró en el cuarto. Totalmente desnudo y con la polla semi erecta, se sentó a mi lado y me preguntó si siempre lo hacíamos tan rápido. Antes que pudiera contestar se abrió la puerta. Eva regresaba del baño. Vaciló un instante al ver a Agustín desnudo en nuestro lecho matrimonial pero luego se acercó y se sentó en la cama. Ahora mi mujer y mi amigo se miraban con intensidad a los ojos. Nadie hablaba. Sin dejar de mirarla él me dijo:
– Vete a ver a Nieves… anda… vete.
No sabía qué actitud tomar. Me sentía excluido. Entre los dos había una clara comunicación, intensa y electrizante. Me levanté aún vacilante y vi a Nieves hacerme señas desde fuera. Estaba también desnuda y su cuerpito revelaba formas que aún me quitan el sueño. Caminé dubitativo mirando a Nieves, y a Eva y Agustín, que seguían mirándose sin hablar. Finalmente Nieves me tomó de la mano y me sacó de la habitación.
Yo me volví a ver hacia adentro y ella me abrazó por la cintura pegando su pubis húmedo y pegajoso contra mis nalgas desnudas.
– Hace tiempo que Agustín desea a tu mujer. ¿No lo habías notado? – me dijo – Mejor no los mires, él se la va a follar, ¿sabes?
Me aparté y cerré los ojos.
– ¿Quieres hacérmelo, verdad… quieres follarme en mi propia cama, en las narices de mi marido? – oí decir a Eva – ¿Y crees que yo… que yo voy a dejarme… así como así…?
– Sí – dijo Agustín – Creo que tú deseas más que yo que te lo haga, creo que Vicente no te hizo acabar y que estás caliente, creo que mejor dejemos de hablar… ¡Tócame la verga… vamos, chúpala… chupa los jugos de mi mujer… aaaaah… así… chúpalaaa…!
Los sonidos de succión y los jadeos de mi mujer eran claramente audibles. ¡Le estaba chupando la polla! De pronto sentí una succión en mi propio miembro. ¡Nieves estaba arrodillada mamándomela! Su preciosa boquita engullía mi polla haciéndomela endurecer nuevamente.
A continuación se levantó y me besó metiéndome la lengua entre los labios.
– Se va a tirar a tu mujer… ¿No quieres tirarte a la suya? – susurró mientras nos alejábamos hacia el cuarto de huéspedes.
Entonces alcancé a oír a Eva gritar:
– ¡Me la has metido… me estás follando en mi propia cama de matrimonio pero, sí, hazlo… hazlo…!
Luego Nieves me arrastró a la cama tocándome y acariciándome. Era una mujer hermosa. Su entrepierna estaba increíblemente mojada.
– ¡Vamos… penétrame… vamos…! – me decía al oído.
Aún nos llegaban los ruidos, jadeos y frases entrecortadas del otro cuarto. Crujidos de cama y violento choque de cuerpos nos indicaban más un combate que un acto sexual.
– Agustín es así, un animal, pero tú eres más suave, más dulce… vamos, fóllame – insistía Nieves.
Finalmente olvidé a Agustín. Olvidé a mi mujer y penetré la pequeña y lubricada vagina de Nieves. Así iniciamos nuestros encuentros de intercambio y que ya seguiré contando.
Un saludo de los cuatro.