Relato erótico

Era feliz

Charo
21 de diciembre del 2018

Se casó hace unos dos años y está enamorada o, eso creía hasta ahora. Tras la insistencia de su marido se han cambiado de casa. A ella le parecía bien vivir en la ciudad pero, ahora no cambiaría por nada. Su vida se ha vuelto placentera y con mucho morbo.

Paula – Gerona
Si hubiese sabido lo que pasaría quizás no habría consentido en cambiarme de barrio, pero mi marido tanto insistió que al final terminé por ceder. Ahora tengo un problema, mi vida ha cambiado de una forma que no sé como arreglar, porque ya estoy profundamente comprometida.
Tengo 32 años y hace solamente dos que me casé. Mi marido tiene la misma edad. Nuestro matrimonio se ha deslizado por un tobogán de felicidades esperadas y todo lo que me imaginé cuando me casé referido a placeres íntimos, me ha llenado de satisfacciones porque ambos hemos dado rienda suelta a toda esa energía, que al menos yo, había guardado para el matrimonio, porque antes de casarme prácticamente no tenía experiencia sexual. Esto me había mantenido en una hermosa placidez espiritual hasta el día que nos cambiamos de casa.
Puse todo mi empeño en embellecer nuestro nuevo hogar y me dediqué personalmente a diseñar la decoración de cada cuarto, desde las alfombras a las cortinas. Justamente estaba arreglando las nuevas cortinas cuando a través del amplio ventanal vi a mi vecino que regaba el césped de su jardín. Era un hombre maduro, robusto, moreno y cuando nuestras miradas se encontraron me saludó con una respetuosa inclinación de cabeza. Yo respondí agitando mi mano y de alguna manera me turbé, porque quise desaparecer de la ventana y así lo hice. Siempre he tenido pudor ante las miradas directas de los hombres.
Como yo entraba y salía de la casa con los ajetreos de la mudanza, la verdad fue que volvimos a encontramos, así de mirada, pues su casa está frente a la nuestra, separadas solamente por una calle por la cual los coches prácticamente no circulan.
Cuando nos cruzábamos, sonreíamos pero no cruzábamos palabra. Por la noche le conté a mi marido lo sucedido y me dijo que ellos, nuestros vecinos, eran un matrimonio sin hijos y que le parecía que eran unas buenas personas.
Al día siguiente era lunes, y mi marido se marchó temprano a su empresa. Yo me había olvidado del vecino hasta el momento en que lo pude ver trabajando en su jardín. Ahora él no me había visto de modo que pude mirarlo con calma. Como dije, era un hombre maduro, de unos cincuenta años que se movía con agilidad entre las plantas. De pronto, al aparecer detrás de un árbol, resultamos enfrentados con la mirada y ahora él me saludó con su mano en alto, yo le respondí de la misma manera y no sé por que, seguí haciéndolo durante un rato y luego me retiré nerviosa de la ventana y me fui al cuarto de baño. Al mirarme en el espejo me vi terriblemente sonrojada y aprecié que mi pecho subía y bajaba sintiendo el peso de cada una de mis tetas agitándose en el sostén. Estaba extrañamente caliente.

No podía negarlo. Me sentí extraña toda la tarde y no me atrevía a salir al jardín por temor de verlo, pero al mismo tiempo deseaba que él me mirara y en varias oportunidades me asomé por alguna de las ventanas para espiar hacia la casa del frente.
Nunca me había pasado algo así y no sé lo que es estar enamorada porque nunca lo estuve, tampoco de mi marido por el cual siento sí respeto y una atracción física grande. Pero esto era distinto, sobre todo que yo no podía culpar para nada a mi vecino por lo que me estaba pasando, porque todo sucedía en mí. Y esto que sucedía en mí, lejos de disminuir, fue en aumento a medida que la tarde avanzaba demasiado lenta y demasiado pesada. Las palabras seducción o embrujo se me venían a la mente pero la verdad el nombre no me interesaba. Lo que estaba sintiendo era más real que cualquier palabra.
Esa tarde no preparé comida y no comí porque no tenía apetito sino mucha sed y también mucho calor. Caminaba por el interior de casa pasando de un cuarto a otro sin hacer nada, porque varias veces emprendí alguna tarea hogareña pero la abandonaba sin lograr terminarla, porque mi mente vagaba de una cosa en otra. De pronto me di cuenta que hacía casi una hora que estaba sentada junto a una ventana con la cortina algo deslizada y lo único que hacia era esperar que de alguna forma él apareciera. Mientras esperaba, a lo mejor inútilmente, sentía mi cuerpo terriblemente despierto y comencé a tocarme como nunca lo había hecho, porque jamás me había masturbado ni autosatisfecho de manera alguna. Sentía la soledad de mi casa nueva como un paraíso que me permitía ensoñarme y de pronto sentí el ruido de su automóvil y al mirar por la ventana pude ver que su mujer había salido y seguramente no volvería hasta un par de horas y él estaba ahí, solo en su casa, tan solo como yo en la mía. Entonces comencé a desear ardientemente que por alguna transmisión de pensamiento él viniera a mi casa con cualquier pretexto, y mi deseo aumentaba ante la sola idea. Ahora ya mi sexo estaba tremendamente líquido y sonaba eróticamente cuando mis dedos entraban en él. Los minutos transcurrían y él no aparecía en el jardín, ni venía a mi casa y mi desesperación aumentaba y de pronto, casi sin saber como, con la mente enfebrecida y mi cuerpo sin control, me vi atravesando la calle sin mirar a lado alguno y al instante estaba tocando a su puerta, que no se abría, pero cuando estaba a punto de desistir la puerta se abrió y él estaba sonriendo frente a mi.
Lo que sucedió enseguida ha sido lo más brutalmente excitante que me ha pasado en mi vida. Él cerró la puerta tras mi entrada y yo totalmente descontrolada, apoyada contra la puerta, levanté mi falda para que me viera, pero él no lo hizo sino que me agarró por las nalgas y en ese momento sentí su tronco ardiente entre mis muslos.

Pero fue solamente un segundo, porque con una experiencia a todas vistas me penetró sin contemplaciones hasta el fondo de mi coño, que ya era todo líquido y yo sentí el primer orgasmo de una serie de orgasmos, silenciosos al comienzo, que llenarían esos treinta minutos de peligro y de deseo desenfrenado.
Él no cambiaba de posición y yo no quería que lo hiciera porque deseaba que me dejara estampada en su puerta, que mis nalgas húmedas se esculpieran allí como muestra de nuestro encuentro y quería que me marcara y me atormentara para guardar conmigo mis dolores como un recuerdo maravilloso de esa tarde plena de deseo maldito y embriagador.
Mi sexo se adaptaba cada vez más a sus deseos como si ese fuera mi destino y cuando el final de una de sus clavadas geniales sentí como azotaba mi fondo con un derrame brutal de su verga, apreté mis muslos para guardar el líquido y viscoso tesoro y solo en ese momento él me besó. Era un beso de agradecimiento y despedida, mientras abría lentamente la puerta y sudoroso, sin dejar de sonreír, me invitaba suavemente a salir. Yo no dejaba de latir mientras atravesaba la calle mientras mi sexo se vaciaba formando ríos que descendían por mis muslos hasta mis rodillas y que me llenaban de placer al deslizarse.
No sé por qué, cuando entré en mi casa, lo primero que hice fue correr hacia un espejo y mirarme. Yo nunca había visto en una mujer esa expresión que casi desfiguraba mi rostro. Entonces murmuré en silencio para mi misma:
– Soy una gran puta.
De alguna manera me sentía satisfecha y en ese momento escuché el zumbido del automóvil de su mujer. Respiré aliviada, cinco minutos más y nos habría sorprendido. No sé porque esa sensación aumentó mi excitación. No quería pensar. Creo que no me convenía. Estaba siendo una mujer que jamás pensé que sería y debía reconocer que todo había nacido allí en mi cuerpo y en mi mente. No podía culpar a mi vecino, él nada había hecho sino que responder a mi conducta y en ese mismo momento me di cuenta que ni siquiera sabía su nombre.
Esa tarde, cuando llegó mi marido, lo recibí con esa típica actitud de las mujeres infieles. Me había embellecido casi en forma exagerada, para que él lo notara, quería que apreciara a su hembra en todo su esplendor. Me comporté de una manera descaradamente excitante con él, mientras mi sexo aun no se tranquilizaba y ya mi mente comenzaba a hacerse perversa. Pensé que total él no sabría cual era el real agente desencadenante de esos latidos. Me di cuenta que uno de los mayores placeres de la infidelidad era justamente el sadismo.
Después de la cena, puse una música adecuada en el aparato y me abracé lascivamente con él restregando mi sexo con el suyo desmesuradamente erecto. Lo besé con descaro y fui paulatinamente desnudándome como él siempre me lo había pedido y yo no lo había hecho y ahora sí quería hacerlo.

Logré excitarlo más allá de la cuenta. Él me agarró, me extendió en el sofá y me penetró violentamente, para lo cual yo estaba adecuadamente preparada desde la tarde. Nos mordíamos suavemente para ir al paroxismo y fue entonces cuando le dije que quería que me hiciera el amor contra la puerta de entrada. Sin esperar se adueñó de la idea y de mi cuerpo y me llevó a la misma posición con la cual me entregué a mi vecino y volví a sentir esos orgasmos diabólicos mientras él me clavaba haciéndome gritar de placer. Cuando acabó, me deslicé como una serpiente entre sus piernas y lo besé con pasión para que no le quedara duda alguna que era solamente suya.
Luego, abrazados nos pusimos de pie y solo en ese momento me di cuenta que el perfil de nuestros cuerpos desnudos se proyectaba nítidamente sobre la cortina de la ventana que daba frente a la casa de mi amante. Mi marido, rendido por el placer, se había retirado a la cama con la promesa que yo iría enseguida. Con todas las luces de mi casa apagadas, aun desnuda, me atreví a deslizar un poco la cortina para mirar hacia la casa de enfrente que también estaba oscura. Era pasada la medianoche. Me quedé un momento anhelante, sin saber que estaba esperando y en un momento me pareció apreciar que la luz del comedor de su casa se encendía y luego se apagaba. Mi mente ya enfebrecida, creyó ver en eso una señal y nerviosa hice lo mismo con la luz de mi casa. Esperé en silencio, encendida, anhelante, latiendo y me pareció que los minutos eran más lentos, cuando vi repetirse la señal.
Desde ese momento me invadió una maravillosa ansiedad. Me dirigí al dormitorio y me percaté que mi marido dormía profundamente, volví a mi observatorio y lo vi atravesando la calle. Mi cuerpo entero se encendió y me dirigí a la puerta, la abrí con cuidado y esperé. Mi sexo aun chorreaba pero no había tiempo de hacer nada, total pensaría que era deseo por él.
Entró y de inmediato yo lo arrastré sobre la alfombra del living. Allí había una sombra amplia donde podría ocultarse si mi marido despertaba y ahí yo lo monté. Me acomodé a su grosor y a su longitud, lo sentía como un potro loco que había asaltado mis campos y quería hacerle sentir que era yo la dueña, así me movía sobre él con la seguridad de que ahora sí estábamos rompiendo todos los moldes. El sonido de la pesada respiración de mi marido se percibía claramente y eso nos daba la seguridad como para acometer el sexo con más violencia mientras ambos nos apretábamos la boca el uno al otro para no gritar. Era algo rotundamente caliente prohibido y peligroso en medio de la noche y ambos lo estábamos disfrutando como se disfruta un pecado ya inevitable. Fuimos perdiendo el sentido en medio del placer y de pronto allí estaba yo ofreciéndole el mejor ángulo de mis nalgas y un deseo perverso me fue invadiendo que él en medio del silencio supo entender deslizando su miembro encendido entre mis nalgas y manteniendo sus manos sobre mi boca, pudo encerrar en ellas mi grito de espanto y placer al sentir como su hierro candente rompía la barrera de mi culo y se apoderaba, por vez primera para mí, de mi más secreta y promiscua intimidad.
Me vino un placer inaudito sintiendo la maestría con que me penetraba y los giros de sus movimientos que me arrancaban orgasmos desconocidos. Lo sentí entero, completo, salvaje y repetido hasta el infinito, hasta caer tumbada en el suelo en medio de un orgasmo novedoso intenso y profundo. Él acariciaba tiernamente mis nalgas mientras me lo sacaba y yo sentía como un hueco deliciosamente dilatado permanecía en mi después del abrazo y ese hueco que él me había construido, seguiría latiendo rítmica y amorosamente durante largos minutos en la noche recordándome muy íntimamente mi deliciosa infidelidad.
Solo como un placer adicional lo miré desde la ventana atravesar la calle en medio de la noche. Una luz tenue tornaba todo el ambiente exterior extrañamente hermoso. En mi casa la rítmica respiración de mi marido me daba a entender que todo había transcurrido en paz y recién me daba cuenta que hacía solo pocas horas se había completado el segundo día en mi nueva vecindad.
Besos y ya te contaré lo que ocurra.

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