Relato erótico

Entrevista completa

Charo
25 de junio del 2019

Tenía que ir a una entrevista de trabajo y se vistió un poco provocativa. Cuando entró en aquel despacho le gustó lo que vio. Era un hombre alto, atractivo y de unos cuarenta años. Fue una entrevista “completa”.

Mónica – LA CORUÑA
Pienso que a más de alguno le ha sucedido y ha contado lo que voy a relatar, pero nunca en mi vida pensé tener una experiencia de este tipo, tampoco la buscaba, pero sucedió, si bien fue muy agradable es algo que espero nunca más me suceda, aunque en el fondo no sé si pienso eso.
Mi nombre verdadero es Mónica, vivo en La Coruña, soy morena, pelo negro liso corte melena, mis medidas son 90-60-91, mi estatura 1,67, no tengo mala figura, no me considero espectacular pero no negaré que los hombres me miran al pasar y me tiran piropos, a veces suaves y simpáticos, otras veces algo subidos de tono. Mi estado civil es casada, y mi edad actual son 30 años. Me considero una mujer alegre, simpática, positiva pero seria para mis cosas.
Sexualmente, aunque me cueste decirlo, soy muy apasionada por no decir muy caliente, para mí en la cama o en el sexo, cuando uno se entrega a alguien se da en cuerpo y alma. Por lo tanto, para mí no hay límites salvo la muerte, en el sexo me están empezando a gustar las cosas fuertes, un poquito sádicas. Como todos tengo mis fantasías y una de ellas es tener sexo con más de un hombre, dos o más, no es algo que me desespere hacerlo, ni tampoco lo busco, pero si se dan las condiciones creo que no me negaría. Mi único dilema es si participa mi marido o no, porque imagino debe ser excitante hacerlo con otros hombres sin que él lo sepa y te exploten sin compasión. Solo de imaginarlo se me moja el coño. Para terminar mi presentación, me gusta vestir y verme bien, abuso de la ropa pequeña, ajustada y algo transparente.
Todo empezó por mi necesidad laboral que me llevó a una de las tantas entrevistas que tuve para obtener algún puesto de trabajo. Eran cerca de las seis de la tarde, cuando fui a dicha entrevista. El entrevistador era un hombre alto, de 1,80 o algo más, complexión fuerte de piel morena, unos ojos claros preciosos, con una mirada que seducía a cualquier mujer, súper simpático y alegre, con unos 40 años de edad, aproximadamente. La entrevista empezó como todas, mi presentación y por parte de él, de la empresa y las necesidades de contratar personal. A medida que se iba desarrollando la entrevista el hombre, que estaba sentado detrás del escritorio, se levantó y se puso delante de mí, sentándose sobre su escritorio. Yo sentí una sensación extraña que no puedo describir, y como estaba sentada mi vista quedó a la altura de su pantalón, cuando él apoyo su trasero sobre el escritorio. Era difícil poder mirarlo a los ojos porque al bajar la vista chocaba con su pantalón, el cual a todo esto se notaba que guardaba algo interesante debajo de él, aunque lo que guardaba no me preocupaba mayormente, me incomodaba que estuviera a la altura de mis ojos.
En un momento él me pidió mi mano, me la envolvió con sus grandes manos y me dijo que me calmase, que estuviese tranquila, que las entrevistas eran así. No me molestaba la entrevista, le iba a decir, sino que me molestaba lo que estaba a la altura de mis ojos, y que era su bragueta.

En eso que seguimos conversando con una de mis manos en sus manos y no quiero aseverar si fue intencional o no, pero de pronto hizo que mi mano se apoyase a la altura de su miembro. Me asusté y la quise sacar pero la dejé porque me agradaba como notaba su polla, parecía gruesa y grande. Aunque algunos no me crean solo había tenido sexo con mi marido hasta ese momento.
El hombre siguió conversando como si nada, pero en cambio yo me dediqué a sentir su pollón bajo mi mano. A todo esto ya no sabía que le respondía porque estaba mi mente en lo que tenía bajo mi mano. Él actuaba en forma normal, natural como si nada pasara, pero para mí no era lo mismo, estaba algo nerviosa pero también me gustaba lo que sentía bajo mi mano.
De pronto se levantó y me dio rabia que lo hiciera, pero a la vez también me gustó porque cuando se puso de pie, mi mano recorrió afortunadamente gran parte de ese paquete que guardaba bajo ese pantalón, lo que me hizo pensar de qué tamaño era realmente. Dio unas vueltas alrededor de su oficina hasta que se me acercó, se puso detrás de mí y en eso sentí sus manos en mis hombros, diciéndome:
– Estás tensa Mónica, déjame hacerte algo de masaje.
¿Como no iba a estar tensa, ni en mis momentos más lujuriosos se me había dado en pensar en una polla tan como la de él? Sus manos se empezaron a mover hábilmente entre mi nuca, mi cuello y mi espalda, su masaje era placentero y relajador, me gustaba su destreza. Ese día recuerdo perfectamente que yo llevaba una blusa, una mini a menos de medio muslo y zapatos de tacón, debajo un sujetador de encaje de media copa y un tanga hilo dental pequeñito como a mi me gustan, bien chiquitos, también de encaje, muy bonito y coqueto.
El hombre, que seguía con su masaje, me estaba originando una oleada de relajación y excitación que no puedo describir a pesar del tiempo que ha pasado. Era exquisito sentir sus movimientos en mi nuca, mi cuello y mis hombros, hasta que sentí que sus manos se iban hacia mis pechos. Lo iba a detener pero su forma como me masajeaba me seducían, hasta ese momento no se me había pasado por la mente que todo podía terminar como fue, pero sus hábiles manos me daban un placer sin igual, por lo que dejé que cogiese mis pechos con su manos y me los apretara con fuerza pero suavemente sobre la ropa una y otra vez. Luego sus manos soltaron mis tetas y empezó abrir mi blusa, desabrochando tres botones, me la abrió y dejó mi sujetador y mis pechos a la vista, metió sus manos por dentro del sujetador, sacó mis tetas y volvió nuevamente a masajearme.
El placer era exquisito, ahora agarraba mis pechos con fuerza, los apretaba entre sus manos y me salió un gemido como respuesta a su apretón. Entonces cogió mis pezones y tiró de ellos hasta causarme un pequeño escozor de dolor, el cual más que molestarme me agradó. El hombre me tenía semi desnuda a su disposición y yo no hacía nada para detenerlo y creo que nunca se me pasó por la mente hacer eso.

A todo esto la entrevista había pasado a otro ámbito con su masaje. Se detuvo, se dio la vuelta y se puso delante de mí, me miró a los ojos, acercó su boca a la mía y nos besamos unos segundos.
Mi reacción fue instintiva, no quiero decir que lo quería besar o sí, bueno no sé, pero su forma de besar era maravillosa, el hombre sabía hacer sentir un gran beso en la boca. Mientras nos besábamos me sacó la blusa de entre la mini, y después de besarnos, terminó de desabrochar la blusa y me la sacó, me quitó el sujetador y yo, roja de vergüenza y excitación, estaba con todo mi torso desnudo a su vista. Cogió mis pechos, los apretó con más fuerza que las otras veces, y yo gemí de placer, dándose cuenta de que el dolor bien dado me agradaba. En eso tiró de mi pezón con fuerza pero apretándolo sintiendo el doble de dolor, mientras de su boca solo salían palabras que alaban mi belleza, aunque me hubiera gustado que me dijera cosas más fuertes en ese instante, pero él me hacía derretir de placer con su forma de actuar.
Cuando sentí su boca en mis pechos besándolos, pasando su lengua, mordiéndolos, apretando el pezón con sus dientes de una manera que nunca me lo había hecho mi esposo, casi pierdo el equilibrio por el placer ocasionado. Mientras su boca se divertía con mis pechos una de sus manos manoseaba mi culo, de una manera como si me quisiera arrancármelo, apretaba cada nalgas con una fuerza que me hacia levantarme de punta. De pronto paró, me dio la vuelta, se arrodilló y me empezó a desabrochar y bajar el cierre de la mini, cayendo esta al suelo de un tirón. No sé si será eso lo que dijo pero su expresión fue:
– ¡Tienes un culo divino! – agregando – Tienes un lindo culo, me gusta como la braguita se pierde en tu raja y como sale arriba solo el hilito que lo cruza, ya que tus nalgas se lo tragan entero.
Me empezó a amasar las nalgas. Sabía lo que hacía, me dio unas buenas nalgadas que mas que dolerme me gustaban esos golpes secos, fuertes y llenos que chocaban con mis redondas y rollizas nalgas. De pronto, se puso de pie y me dijo al oído:
– Siempre he pensado que las que usan ese tipo de braguitas tan diminutas son unas golfas – y cuando me dio la vuelta y vio la forma de mi tanga por delante, comentó –

No tengo duda de que eres una golfa, que tanga tan bonito, me gusta lo chiquito que es, soy fetichista y me encanta las braguitas.
Empezó a tocarme por el contorno de mi tanga hasta llegar a mi entrepierna y me manoseó tan suave y tan delicadamente que me hizo templar. Era tan exquisito lo que me hacía que me obligó a abrirme de piernas, luego se puso de pie y me dijo otra vez acercándose a mi oído:
– ¿Eres muy golfa verdad? ¡Como estás de mojadita!
Yo le respondí que nunca había hecho eso, pero él se rió y en voz baja me dijo:
– No te creo, todas las dicen lo mismo y apuesto que te ofreces al primero que te habla.
Si bien su comentario me dolió algo, pensé que quizá era cierto lo que él decía y yo no me había dado cuenta. La calentura que tenía creo que en parte me delataba también. El me estaba ofendiendo, pero a la vez me hacía tener una excitación como pocas veces la había tenido.
Me ordenó que me arrodillara, se me acercó y quedé con mi cara a la altura de su polla, e hice lo que corresponde hacer en esa posición, le bajé el pantalón después de desabrochárselo y bajarle el cierre. Ahora veía perfectamente, a través de su calzoncillo, su gran polla, era grande y cuando le bajé su calzoncillo, no cabía duda de que era grande, pero muy grande. No quiero mentir pero ese tronco debía medir más de 20 cms, cuando está en toda su erección, y de hecho cuando lo agarré con mis dos manos, no solo la cabeza quedaba afuera de ellas.
Cogí su masculinidad semi erecta con mis manos, me excitaba lo grueso de su tronco y lo grande de su cabeza, me asustaba pero me gustaba, se notaba que era poderoso y potente, ojalá mi marido tuviera ese pedazo de carne. Me acerqué a su cabeza, le di un beso, otro y otro, luego saqué la lengua y se la empecé a pasar por ese gordo capullo que cada vez me gustaba más, mientras mis manos lo manoseaban a lo largo de toda su extensión hasta sus grandes huevos, que estaban llenos de leche.
El hombre, mientras yo empezaba hacer mi trabajo, se desnudó y me empezó a tratar como a mi me gusta, con palabras fuertes y obscenas. Yo seguía pasando mi lengua por esa cabeza hasta que abrí mi boca golosa todo lo que pude y me metí todo esa enorme glande, luego la cerré y moví la lengua como pude, sintiendo un temblor del hombre. Después de eso, todo fue un espectáculo, verlo a él como se movía por consecuencia de mi trabajo. Se la chupé, me metí todo lo que pude en la boca varias veces, le comí los huevos y el estaba casi loco y desesperado, hasta que se corrió en mi boca. No puedo mentir ni exagerar las cosas, pero él tenía una gran cantidad leche guardada, e hice algo que nunca había hecho en mi vida, me tomé toda su leche. Era espesa, de olor fuerte pero no desagradable. Después de eso, me dediqué a limpiar su verga que, a todo esto, tenía el tanga todo mojado por la gran cantidad de líquido que salía de mi coño hambriento, porque estaba tan excitada que solo quería una buena visita.
Cuando terminé de limpiar su polla, no sé si es común en un hombre de su edad, pero él ya estaba de nuevo listo, con su miembro tieso, duro, e incluso lo vi más grande. Debo ser sincera, si bien sabía que el único destino de esa polla ahora era mi coño, me asusté, y se dio cuenta de eso y me dijo:
– No creo que te asustes, quien sabe cuántas pollas te has comido, sigo pensando que eres un putón caliente.

Nunca había estado con otro hombre que no fuera mi esposo y este hombre no me creía. Entonces, me hizo levantar, me sacó el tanga, se sentó en la silla, con su tronco en la mano y me dijo:
– Ven siéntate solita, quiero ver lo viciosa que eres.
Estaba asustada porque su polla era muy grande, pero también me excitaba la idea de sentirla dentro de mi coño. Al ver que dudaba, él tiró de mi mano y me acercó, abrí mis piernas, sentí la cabeza de su polla sobre mi raja, separé mis labios y me empecé a sentar y lancé un fuerte grito, pero me dijo que lo hiciera tranquila, pues nadie me iba a oír. Volví a empujar y sentí que me estaba clavando una estaca enorme. El rió y me dijo:
– Eso es putita, ¿ves como te lo puedes comer todo solita?
Cuando sentí toda su cabeza dentro de mi y como me iba abriendo, me dio la impresión que mi coño quería devorarlo y comer cada vez más ese pedazo de polla, y yo también. Cuando tragué hasta la base de su tronco, le dije
– ¡Creo que me lo ha tragado todo!
El se rió en tono irónico y me dijo:
– Venga, cabalga.
Me ordenó subir y bajar, y lo hice despacio. Me empezaba a acostumbrar, y era muy placentero, me gustaba como me sentí y como lo sentía, me llenaba, me costaba moverme, pero daba gusto. El no dejaba de insultarme, me manoseaba y maltrataba mis pechos, también utilizaba su boca, los besaba, los mordía y entre tantas cosas juntas no pude más y gocé de mi primer orgasmo gritando, desesperada, incluso lloré. No sé cuánto tiempo más estuve sobre ese garrote hasta que él me ordenó parar, me sacó la verga, se levantó, me ordenó sentarme en su escritorio, me levantó las piernas, miró mi coño y me dijo… bueno, pienso que me he alargado demasiado, así que continuaré con mi relato en una próxima carta.
Besos a todos

Tenía que ir a una entrevista de trabajo y se vistió un poco provocativa. Cuando entró en aquel despacho le gustó lo que vio. Era un hombre alto, atractivo y de unos cuarenta años. Fue una entrevista “completa”.

Mónica – LA CORUÑA
Pienso que a más de alguno le ha sucedido y ha contado lo que voy a relatar, pero nunca en mi vida pensé tener una experiencia de este tipo, tampoco la buscaba, pero sucedió, si bien fue muy agradable es algo que espero nunca más me suceda, aunque en el fondo no sé si pienso eso.
Mi nombre verdadero es Mónica, vivo en La Coruña, soy morena, pelo negro liso corte melena, mis medidas son 90-60-91, mi estatura 1,67, no tengo mala figura, no me considero espectacular pero no negaré que los hombres me miran al pasar y me tiran piropos, a veces suaves y simpáticos, otras veces algo subidos de tono. Mi estado civil es casada, y mi edad actual son 30 años. Me considero una mujer alegre, simpática, positiva pero seria para mis cosas.
Sexualmente, aunque me cueste decirlo, soy muy apasionada por no decir muy caliente, para mí en la cama o en el sexo, cuando uno se entrega a alguien se da en cuerpo y alma. Por lo tanto, para mí no hay límites salvo la muerte, en el sexo me están empezando a gustar las cosas fuertes, un poquito sádicas. Como todos tengo mis fantasías y una de ellas es tener sexo con más de un hombre, dos o más, no es algo que me desespere hacerlo, ni tampoco lo busco, pero si se dan las condiciones creo que no me negaría. Mi único dilema es si participa mi marido o no, porque imagino debe ser excitante hacerlo con otros hombres sin que él lo sepa y te exploten sin compasión. Solo de imaginarlo se me moja el coño. Para terminar mi presentación, me gusta vestir y verme bien, abuso de la ropa pequeña, ajustada y algo transparente.
Todo empezó por mi necesidad laboral que me llevó a una de las tantas entrevistas que tuve para obtener algún puesto de trabajo. Eran cerca de las seis de la tarde, cuando fui a dicha entrevista. El entrevistador era un hombre alto, de 1,80 o algo más, complexión fuerte de piel morena, unos ojos claros preciosos, con una mirada que seducía a cualquier mujer, súper simpático y alegre, con unos 40 años de edad, aproximadamente. La entrevista empezó como todas, mi presentación y por parte de él, de la empresa y las necesidades de contratar personal. A medida que se iba desarrollando la entrevista el hombre, que estaba sentado detrás del escritorio, se levantó y se puso delante de mí, sentándose sobre su escritorio. Yo sentí una sensación extraña que no puedo describir, y como estaba sentada mi vista quedó a la altura de su pantalón, cuando él apoyo su trasero sobre el escritorio. Era difícil poder mirarlo a los ojos porque al bajar la vista chocaba con su pantalón, el cual a todo esto se notaba que guardaba algo interesante debajo de él, aunque lo que guardaba no me preocupaba mayormente, me incomodaba que estuviera a la altura de mis ojos.
En un momento él me pidió mi mano, me la envolvió con sus grandes manos y me dijo que me calmase, que estuviese tranquila, que las entrevistas eran así. No me molestaba la entrevista, le iba a decir, sino que me molestaba lo que estaba a la altura de mis ojos, y que era su bragueta. En eso que seguimos conversando con una de mis manos en sus manos y no quiero aseverar si fue intencional o no, pero de pronto hizo que mi mano se apoyase a la altura de su miembro. Me asusté y la quise sacar pero la dejé porque me agradaba como notaba su polla, parecía gruesa y grande. Aunque algunos no me crean solo había tenido sexo con mi marido hasta ese momento.
El hombre siguió conversando como si nada, pero en cambio yo me dediqué a sentir su pollón bajo mi mano. A todo esto ya no sabía que le respondía porque estaba mi mente en lo que tenía bajo mi mano. Él actuaba en forma normal, natural como si nada pasara, pero para mí no era lo mismo, estaba algo nerviosa pero también me gustaba lo que sentía bajo mi mano.
De pronto se levantó y me dio rabia que lo hiciera, pero a la vez también me gustó porque cuando se puso de pie, mi mano recorrió afortunadamente gran parte de ese paquete que guardaba bajo ese pantalón, lo que me hizo pensar de qué tamaño era realmente. Dio unas vueltas alrededor de su oficina hasta que se me acercó, se puso detrás de mí y en eso sentí sus manos en mis hombros, diciéndome:
– Estás tensa Mónica, déjame hacerte algo de masaje.
¿Como no iba a estar tensa, ni en mis momentos más lujuriosos se me había dado en pensar en una polla tan como la de él? Sus manos se empezaron a mover hábilmente entre mi nuca, mi cuello y mi espalda, su masaje era placentero y relajador, me gustaba su destreza. Ese día recuerdo perfectamente que yo llevaba una blusa, una mini a menos de medio muslo y zapatos de tacón, debajo un sujetador de encaje de media copa y un tanga hilo dental pequeñito como a mi me gustan, bien chiquitos, también de encaje, muy bonito y coqueto.
El hombre, que seguía con su masaje, me estaba originando una oleada de relajación y excitación que no puedo describir a pesar del tiempo que ha pasado. Era exquisito sentir sus movimientos en mi nuca, mi cuello y mis hombros, hasta que sentí que sus manos se iban hacia mis pechos. Lo iba a detener pero su forma como me masajeaba me seducían, hasta ese momento no se me había pasado por la mente que todo podía terminar como fue, pero sus hábiles manos me daban un placer sin igual, por lo que dejé que cogiese mis pechos con su manos y me los apretara con fuerza pero suavemente sobre la ropa una y otra vez. Luego sus manos soltaron mis tetas y empezó abrir mi blusa, desabrochando tres botones, me la abrió y dejó mi sujetador y mis pechos a la vista, metió sus manos por dentro del sujetador, sacó mis tetas y volvió nuevamente a masajearme.
El placer era exquisito, ahora agarraba mis pechos con fuerza, los apretaba entre sus manos y me salió un gemido como respuesta a su apretón. Entonces cogió mis pezones y tiró de ellos hasta causarme un pequeño escozor de dolor, el cual más que molestarme me agradó. El hombre me tenía semi desnuda a su disposición y yo no hacía nada para detenerlo y creo que nunca se me pasó por la mente hacer eso.
A todo esto la entrevista había pasado a otro ámbito con su masaje. Se detuvo, se dio la vuelta y se puso delante de mí, me miró a los ojos, acercó su boca a la mía y nos besamos unos segundos.

Mi reacción fue instintiva, no quiero decir que lo quería besar o sí, bueno no sé, pero su forma de besar era maravillosa, el hombre sabía hacer sentir un gran beso en la boca. Mientras nos besábamos me sacó la blusa de entre la mini, y después de besarnos, terminó de desabrochar la blusa y me la sacó, me quitó el sujetador y yo, roja de vergüenza y excitación, estaba con todo mi torso desnudo a su vista. Cogió mis pechos, los apretó con más fuerza que las otras veces, y yo gemí de placer, dándose cuenta de que el dolor bien dado me agradaba. En eso tiró de mi pezón con fuerza pero apretándolo sintiendo el doble de dolor, mientras de su boca solo salían palabras que alaban mi belleza, aunque me hubiera gustado que me dijera cosas más fuertes en ese instante, pero él me hacía derretir de placer con su forma de actuar.
Cuando sentí su boca en mis pechos besándolos, pasando su lengua, mordiéndolos, apretando el pezón con sus dientes de una manera que nunca me lo había hecho mi esposo, casi pierdo el equilibrio por el placer ocasionado. Mientras su boca se divertía con mis pechos una de sus manos manoseaba mi culo, de una manera como si me quisiera arrancármelo, apretaba cada nalgas con una fuerza que me hacia levantarme de punta. De pronto paró, me dio la vuelta, se arrodilló y me empezó a desabrochar y bajar el cierre de la mini, cayendo esta al suelo de un tirón. No sé si será eso lo que dijo pero su expresión fue:
– ¡Tienes un culo divino! – agregando – Tienes un lindo culo, me gusta como la braguita se pierde en tu raja y como sale arriba solo el hilito que lo cruza, ya que tus nalgas se lo tragan entero.
Me empezó a amasar las nalgas. Sabía lo que hacía, me dio unas buenas nalgadas que mas que dolerme me gustaban esos golpes secos, fuertes y llenos que chocaban con mis redondas y rollizas nalgas. De pronto, se puso de pie y me dijo al oído:
– Siempre he pensado que las que usan ese tipo de braguitas tan diminutas son unas golfas – y cuando me dio la vuelta y vio la forma de mi tanga por delante, comentó – No tengo duda de que eres una golfa, que tanga tan bonito, me gusta lo chiquito que es, soy fetichista y me encanta las braguitas.
Empezó a tocarme por el contorno de mi tanga hasta llegar a mi entrepierna y me manoseó tan suave y tan delicadamente que me hizo templar. Era tan exquisito lo que me hacía que me obligó a abrirme de piernas, luego se puso de pie y me dijo otra vez acercándose a mi oído:
– ¿Eres muy golfa verdad? ¡Como estás de mojadita!
Yo le respondí que nunca había hecho eso, pero él se rió y en voz baja me dijo:
– No te creo, todas las dicen lo mismo y apuesto que te ofreces al primero que te habla.
Si bien su comentario me dolió algo, pensé que quizá era cierto lo que él decía y yo no me había dado cuenta. La calentura que tenía creo que en parte me delataba también. El me estaba ofendiendo, pero a la vez me hacía tener una excitación como pocas veces la había tenido.

Me ordenó que me arrodillara, se me acercó y quedé con mi cara a la altura de su polla, e hice lo que corresponde hacer en esa posición, le bajé el pantalón después de desabrochárselo y bajarle el cierre. Ahora veía perfectamente, a través de su calzoncillo, su gran polla, era grande y cuando le bajé su calzoncillo, no cabía duda de que era grande, pero muy grande. No quiero mentir pero ese tronco debía medir más de 20 cms, cuando está en toda su erección, y de hecho cuando lo agarré con mis dos manos, no solo la cabeza quedaba afuera de ellas.
Cogí su masculinidad semi erecta con mis manos, me excitaba lo grueso de su tronco y lo grande de su cabeza, me asustaba pero me gustaba, se notaba que era poderoso y potente, ojalá mi marido tuviera ese pedazo de carne. Me acerqué a su cabeza, le di un beso, otro y otro, luego saqué la lengua y se la empecé a pasar por ese gordo capullo que cada vez me gustaba más, mientras mis manos lo manoseaban a lo largo de toda su extensión hasta sus grandes huevos, que estaban llenos de leche.
El hombre, mientras yo empezaba hacer mi trabajo, se desnudó y me empezó a tratar como a mi me gusta, con palabras fuertes y obscenas. Yo seguía pasando mi lengua por esa cabeza hasta que abrí mi boca golosa todo lo que pude y me metí todo esa enorme glande, luego la cerré y moví la lengua como pude, sintiendo un temblor del hombre. Después de eso, todo fue un espectáculo, verlo a él como se movía por consecuencia de mi trabajo. Se la chupé, me metí todo lo que pude en la boca varias veces, le comí los huevos y el estaba casi loco y desesperado, hasta que se corrió en mi boca. No puedo mentir ni exagerar las cosas, pero él tenía una gran cantidad leche guardada, e hice algo que nunca había hecho en mi vida, me tomé toda su leche. Era espesa, de olor fuerte pero no desagradable. Después de eso, me dediqué a limpiar su verga que, a todo esto, tenía el tanga todo mojado por la gran cantidad de líquido que salía de mi coño hambriento, porque estaba tan excitada que solo quería una buena visita.
Cuando terminé de limpiar su polla, no sé si es común en un hombre de su edad, pero él ya estaba de nuevo listo, con su miembro tieso, duro, e incluso lo vi más grande. Debo ser sincera, si bien sabía que el único destino de esa polla ahora era mi coño, me asusté, y se dio cuenta de eso y me dijo:
– No creo que te asustes, quien sabe cuántas pollas te has comido, sigo pensando que eres un putón caliente.
Nunca había estado con otro hombre que no fuera mi esposo y este hombre no me creía. Entonces, me hizo levantar, me sacó el tanga, se sentó en la silla, con su tronco en la mano y me dijo:
– Ven siéntate solita, quiero ver lo viciosa que eres.
Estaba asustada porque su polla era muy grande, pero también me excitaba la idea de sentirla dentro de mi coño. Al ver que dudaba, él tiró de mi mano y me acercó, abrí mis piernas, sentí la cabeza de su polla sobre mi raja, separé mis labios y me empecé a sentar y lancé un fuerte grito, pero me dijo que lo hiciera tranquila, pues nadie me iba a oír. Volví a empujar y sentí que me estaba clavando una estaca enorme. El rió y me dijo:
– Eso es putita, ¿ves como te lo puedes comer todo solita?
Cuando sentí toda su cabeza dentro de mi y como me iba abriendo, me dio la impresión que mi coño quería devorarlo y comer cada vez más ese pedazo de polla, y yo también. Cuando tragué hasta la base de su tronco, le dije
– ¡Creo que me lo ha tragado todo!
El se rió en tono irónico y me dijo:
– Venga, cabalga.
Me ordenó subir y bajar, y lo hice despacio. Me empezaba a acostumbrar, y era muy placentero, me gustaba como me sentí y como lo sentía, me llenaba, me costaba moverme, pero daba gusto. El no dejaba de insultarme, me manoseaba y maltrataba mis pechos, también utilizaba su boca, los besaba, los mordía y entre tantas cosas juntas no pude más y gocé de mi primer orgasmo gritando, desesperada, incluso lloré. No sé cuánto tiempo más estuve sobre ese garrote hasta que él me ordenó parar, me sacó la verga, se levantó, me ordenó sentarme en su escritorio, me levantó las piernas, miró mi coño y me dijo… bueno, pienso que me he alargado demasiado, así que continuaré con mi relato en una próxima carta.
Besos a todos

Nunca había estado con otro hombre que no fuera mi esposo y este hombre no me creía. Entonces, me hizo levantar, me sacó el tanga, se sentó en la silla, con su tronco en la mano y me dijo:
– Ven siéntate solita, quiero ver lo viciosa que eres.
Estaba asustada porque su polla era muy grande, pero también me excitaba la idea de sentirla dentro de mi coño. Al ver que dudaba, él tiró de mi mano y me acercó, abrí mis piernas, sentí la cabeza de su polla sobre mi raja, separé mis labios y me empecé a sentar y lancé un fuerte grito, pero me dijo que lo hiciera tranquila, pues nadie me iba a oír. Volví a empujar y sentí que me estaba clavando una estaca enorme. El rió y me dijo:
– Eso es putita, ¿ves como te lo puedes comer todo solita?
Cuando sentí toda su cabeza dentro de mi y como me iba abriendo, me dio la impresión que mi coño quería devorarlo y comer cada vez más ese pedazo de polla, y yo también. Cuando tragué hasta la base de su tronco, le dije
– ¡Creo que me lo ha tragado todo!
El se rió en tono irónico y me dijo:
– Venga, cabalga.
Me ordenó subir y bajar, y lo hice despacio. Me empezaba a acostumbrar, y era muy placentero, me gustaba como me sentí y como lo sentía, me llenaba, me costaba moverme, pero daba gusto. El no dejaba de insultarme, me manoseaba y maltrataba mis pechos, también utilizaba su boca, los besaba, los mordía y entre tantas cosas juntas no pude más y gocé de mi primer orgasmo gritando, desesperada, incluso lloré. No sé cuánto tiempo más estuve sobre ese garrote hasta que él me ordenó parar, me sacó la verga, se levantó, me ordenó sentarme en su escritorio, me levantó las piernas, miró mi coño y me dijo… bueno, pienso que me he alargado demasiado, así que continuaré con mi relato en una próxima carta.
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