Relato erótico
Entre clase y clase
Todo empezó con un comentario en broma sobre el profesor y acabó de una forma que se esperaba. Les dio tanto morbo que lo han repetido alguna que otra vez.
Gustavo – Córdoba
Yo siempre había sido un chico discreto, que pensaba en mis cosas, sin ganas de meterme con nadie, aunque últimamente estaba un poco más, digamos descontrolado. Aquella mañana se presentaba como cualquier mañana de martes, aburrida a más no poder. No era por ser la primera hora, sino por culpa del profesor que era excesivamente aburrido, así que decidí evadirme. A mi lado estaba ella, una preciosa morena de piel tostada y una mirada que hacía que todo mi cuerpo se estremeciera de placer. Decidí… escribirle algo en su mesa.
– Que aburrido es este pavo ¿no?”
– Si, escribió ella mientras me sonreía.
Estuvimos como una media hora escribiendo en la mesa y riendo, al poco rato las miradas eran constantes, y el contenido de nuestros mensajes cada vez más picante. Así, entre juegos y miradas llegó la segunda hora, normalmente entre las clases solemos salir al pasillo a desahogarnos pero aquel día ella y yo nos quedamos sentados y hablando. Y así, como disimuladamente, ella empezó a acariciar mi pierna, fue una sensación que me excitó en extremo, jamás me había pasado por una simple caricia. La miré, ella me sonreía, así que durante la siguiente clase seguimos igual que en la primera mientras surgían caricias ocasionales, cuando de golpe ella me susurró al oído:
-Tócame.
Sin pensármelo dos veces, y respirando agitadamente, alargué mi mano y con fuerza apreté su muslo, ella empezó a respirar agitadamente, como yo. Lentamente fui acariciándole la pierna, y subiendo hasta su chocho. Lo palpé, por encima del pantalón, y gimió disimuladamente. Estaba caliente y obviamente yo también estaba muy excitado, mi polla estaba a punto de reventar. Llevé su mano a mi entrepierna y noté como ella la apretaba y la recorría con su mano. En parte me preocupaba la atención de la clase en nuestra actividad, pero el profesor estaba de espaldas y nuestros compañeros cada uno estaban con sus apuntes. Yo no podía más e intenté meterle la mano dentro del pantalón, pero ella me la apartó sonrojada y me dijo que esperara. Su voz estaba agitada y dicho en susurros todo ello me excitó aun más. Y así hasta que acabó la clase. Al recoger ella se rezagó y me dijo:
-Vamos al cuarto de materiales.
Como un muñeco la seguí y cuando entramos, ya no pude evitarlo más. La cogí del brazo, la enderecé y la besé sin más. Aquél beso húmedo, caliente, su lengua jugaba dentro de mi boca, como si bailara. Al separarnos ella me cogió, y mientras me chupaba el cuello, me iba tocando. Noté como succionaba, y ella supo que me gustaba por la reacción de mi rabo. No sabía cómo reaccionar, así que dejé que ella hiciera lo que quería. Metió su mano en mis pantalones y empezó a pelármela. Me encantaba, lo hacía fuerte, con ganas. Yo no podía más y le susurré al oído:
-Chúpamela.
En cuanto se lo dije, se arrodilló, y mirándome con una sonrisa pícara, se metió mi polla en la boca. Al principió la chupaba lentamente, mientras jugaba con mis huevos, al ver mi cara de satisfacción, empezó a mamarla más rápido, y más fuerte. Entonces cogí su cabeza y presioné contra mi polla, se la metí hasta la garganta, ella se puso roja y se le llenaron los ojos de lágrimas.
La avisé que estaba a punto de correrme, y sacándosela, toda llena de su saliva, me dijo que lo hiciera sobre su cara. Tan solo decirme eso me corrí, la mejor corrida de mi vida, y su cara llena de mi leche caliente y espesa. Yo estaba muy excitado y mi erección era aun potente. La levanté y la llevé sobre una mesa que había por allí. La empecé a desnudar. Primero la parte de arriba, le quité la camiseta que llevaba y seguidamente dejé libres sus tetas. Tenía un canalillo precioso, sin poder evitarlo empecé a mordisquearle los pezones, ella soltó un gemido. Fui bajando, por la barriga, sin prisa, besando y acariciando con mis labios todo su vientre. Mientras con mi boca la besaba con mis manos le iba quitando el pantalón, y así lentamente llegué a sus braguitas. Las baje mordiéndolas con la boca, dejando al descubierto su coñito. Poco a poco comencé a tocarle, primero por fuera lentamente y después introduje dos dedos. Tenía esos dos dedos dentro de su coño húmedo y ardiente. Los movía, rápido y ella se retorcía de placer. Los saqué, estaba deseando lamer su coño, pero ella impaciente me exigió que se la metiera.
Obedecí, me moría por penetrarla, aunque estaba nervioso. Ella, sobre la mesa, se abrió de piernas. Agarré mi polla para así tener una mayor precisión, ella me metía prisa, y finalmente se la metí. Me había agarrado con las piernas y notaba como poco a poco llegaba al éxtasis. Notaba como cada vez iba más deprisa, aunque constantemente cambiaba su ritmo. Al final sus movimientos mostraban como espasmos, sus acometidas contra mí eran cada vez más fuertes, y al final gritando cada vez más, se corrió.
Por unos momentos quedó en un estado de trance, entonces aproveché para darle la vuelta, aun no estaba satisfecho y me quedaban energías, me había puesto muy cachondo.
La puse a cuatro patas, me quede mirando su culo, simplemente extraordinario. La azoté, ella soltó un gritito pero no me dijo que parara. Ahora me tocaba a mí marcar el ritmo. Sobre aquella mesa, conmigo dándole por el culo, los dos sudando cada vez más, extasiados, de repente escuchamos un ruido. ¿Cuánto rato había pasado? ¿Ya era hora de ir a clase?
No sabíamos si parar o no, pero tras el cristal traslúcido pudimos ver dibujada la figura del conserje, que al parecer estaba dando una ronda para ver si alguien no estaba en clase. En cuanto desapareció su silueta seguí con lo mío. Mientras ella ahogaba chillidos y gemidos yo la agarraba fuerte por la cintura, besaba su espalda y mordía su cuello, ese cuello que tanto me gusta, tan largo y terso, suave como la seda. Disfrutaba marcándola, de éste modo la hacía mía, era de mi propiedad y nadie lo podría dudar al verla después de nuestro escarceo. De nuevo noté como empezaba a correrme, así que la saqué y lo hice sobre su espalda. La cubrí toda de leche, a ella le encantaba. Y allí estábamos los dos, desnudos sobre la mesa, sudando como cerdos. Ella me miró con aquella mirada de zorra que le había descubierto aquél día.
-¿Ha estado bien, no? – dijo
-¡Joder! – dije yo.
Tristemente las únicas palabras que se me ocurrieron fueron aquellas, aunque no hacían falta más. Fue una lástima el no tener más tiempo, pero aunque ambos deseábamos seguir y la excitación de ser pillados nos encantaba, también tuvimos miedo. Sin prisas decidimos vestirnos y arreglar un poco aquella el cuartito, ella se había limpiado la cara, que pena me dio…
Fuimos los primeros en llegar a la clase. A los pocos minutos empezaron a llegar nuestros compañeros. Fue un día estupendo y lo mejor es que a aquella situación le cogimos el gusto, en la mayoría de las clases nos dedicábamos a calentarnos mutuamente, pero eso ya sería otra historia.
Un saludo para todos de nuestra parte.