Relato erótico

Encuentro esperado

Charo
28 de junio del 2020

Llegó a Miami Playa al mediodía y se dirigió a la agencia para recoger las llaves del apartamento que había alquilado para aquel fin de semana. Por fin iba a reunirse con Mónica después de cuatro meses de llamadas y mensajes vía móvil. Cuando la conoció en verano, aquella “chiquilla con aire inocente” había pretendido, según sus propias palabras, “que fueran a la playa a follar”. En las primeras llamadas surgieron inevitablemente las referencias, medio en broma medio en serio, a aquella ilusión suya no consumada y él, por su parte, se había arrepentido incluso ya al día siguiente, durante mi viaje de vuelta, sin saber del todo el por qué de no haberle dado el gusto de follarle.

Viciosillo – VIZCAYA
Con aquel excitante recuerdo rondándome en la cabeza, amiga Charo, me dirigí al apartamento, y fui en busca de Mónica. Descendí por una empinada escalinata y eché a en dirección al camping donde estaba mi amiga, a un kilómetro más o menos. Entré en el camping, me dirigí al bar y al llegar allí la vi. Estaba en una especie de plaza con sus amigos jugando con un balón. Cuando levantó la vista me reconoció y unos minutos más tarde, Mónica entró en el local, se dirigió a la mesa y se sentó. Al principio nuestra conversación fue bastante incoherente, pues ambos estábamos muy nerviosos pero pasado un rato probé a sacar un tema más “picante” para relajarla. Mónica reaccionó a las “puñaladas” y a las invitaciones y estuvimos un buen rato bromeando e intercambiando mensajes obscenos. Yo ya me había relajado tanto, que el efecto del intercambio “picante” estaba haciendo que mi miembro creciese y se endureciese por momentos pero entonces apareció un amigo de Mónica e interrumpió nuestro diálogo, porque si no hubiese tenido que salir del bar con una tremenda erección. Un poco más tarde mi amiga anunció que tenía que ir a ducharse para a continuación cenar con su familia. Nos despedimos después de quedar en ir a verme después de la cena.
Casi una hora y media horas más tarde entraba en la verja del mini-jardín, vestida con una camiseta gris con un cuello muy amplio que le quedaba bastante ceñida, lo cual daba la oportunidad de imaginar como eran sus pechos y un pantalón negro también muy ajustado, debajo los cuales pude vislumbrar, cuando tuve ocasión, el tanguita que llevaba.
Cuando entró me dio un abrazo acompañado de sendos besos en las mejillas y un tercero muy breve en los labios. Cogiéndole la mano, le llevé de vuelta a la cocina y una vez allí le ofrecí una cerveza y nos sentamos en el sofá charlando de cosas triviales. Cuando terminamos las cervezas, me levanté a por otras y al volver le pregunté si quería que las tomásemos en la habitación a la luz de las velas. Un poco nerviosa me contestó que le parecía perfecto.
Al entrar, Mónica se dirigió a la mesilla para dejar el vaso y yo me situé detrás de ella para hacer lo mismo. A la vez que dejaba el vaso, la abracé desde atrás y le besé suavemente en el cuello. Sus manos se posaron sobre las mías mientras recorrían su cintura y sus caderas, al mismo tiempo que mis labios exploraban su cuello lentamente con besos cortos y suaves. Mónica, que suspiraba y gemía cada vez más profundamente, asía mis caderas con sus manos apretándome contra su culito que, con el roce, había conseguido que mi miembro se desarrollase por completo adquiriendo tal dureza y, al mismo tiempo tal calor, que empezaba a quemarme.

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Yo acariciaba sus pechos contorneando sus endurecidos pezones por encima de la camiseta y besando, lamiendo y mordisqueando sus orejas y su cuello con suavidad y lentitud. Aquello pareció contagiar a mi chica, cuyas manos rápidamente abandonaron mi cintura y mi trasero para palpar mi entrepierna por encima de los pantalones. Incapaz de contenerme, extraje la camiseta de la cintura del pantalón y, tras obligarla a alzar los brazos, se la quité en un santiamén tirándola sobre la cama.
Me sacó el pantalón, que cayó al suelo en un instante dejando al aire mi palpitante virilidad apuntando hacia arriba a la altura de su cara. A continuación y lentamente, juntó ambas manos alrededor de mi ansioso miembro y sin dejar de mirarme, propinó un suave beso en la punta del glande. Luego, tras dedicarme una sonrisa traviesa, dio un lento lametazo de abajo arriba a lo largo del frenillo con la punta de la lengua. No pude evitar emitir un ronco gemido que pareció animar a mi jovencísima amante pues, acto seguido, recorrió con los labios entreabiertos chupando todo el miembro a ambos lados hasta que finalmente se lo introdujo en la boca.
Gustosamente me hubiera corrido en ese momento disparando mi tibio chorro en la ávida boca de Mónica, llenándosela de semen, pero tanto ella como la ocasión merecían algo más romántico, así que suavemente le aparté la cabeza de mi entrepierna y me arrodillé frente a ella con mi polla palpitando por las atenciones recibidas. Dulcemente, rodeé sus mejillas con mis manos y la atraje hacia mí posando mis labios sobre los suyos. Entretanto, sus manos buscaban otra vez mi virilidad.
Seguí recreándome en los suaves y redondeados senos de Mónica durante unos minutos. Luego me incorporé para besarla una vez y le empujé suavemente invitándola que se tumbara en la cama sin moverse del sitio. Una vez que se hubo tumbado, comencé a besar su vientre, bajando poco a poco. Entonces le separé las piernas y le besé en la entrepierna sobre el bonito y excitante tanga negro, lo qué provocó un gemido. Me desplacé y comencé a besar y lamer alternativamente parte interior de los muslos cerca de la rodilla subiendo hacia su monte de Venus. Al llegar allí, introduje un dedo índice bajo el tanga a la altura de la ingle y lo desplacé hacia un lado dejando al descubierto el coñito de Mónica, totalmente depilado a petición mía, y empapado por los jugos que emergían de su chocho.

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Entonces le separé los labios y le di una serie de lentos lametazos a lo largo de la rajita, lo que provocó nuevos gemido, esta vez más audibles. Aquello parecía volver loca a Mónica, que se agitaba gimiendo y suspirando. Yo no sabía si ella se había corrido o estaba a punto de hacerlo, pero estaba dispuesto a que lo hiciera, así que seguí deleitándola con mis caricias. Al cabo de unos minutos abandoné su coñito y fui subiendo hasta que mi miembro se situó frente a la entrada de su coñito. Poco a poco, empecé a penetrarla. Sentía cómo la punta de mi vástago era recibido. Era realmente algo muy sensual; me daba la sensación de que no era mi pene el que penetraba sino que era la vagina de mi dulce amante la que lo absorbía lentamente. La sensación de humedad era deliciosa, y contribuía a que mi miembro pareciese engordar y endurecer aún más; de hecho en ese momento era incapaz de recordar una erección como aquella. Mónica y yo seguíamos enzarzados en un apasionado beso en el que nuestras lenguas chocaban entre sí mientras jugueteaban en el interior de nuestras bocas. Cogí las manos de Mónica y se las llevé por encima de su cabeza aprisionándola al mismo tiempo que iba penetrando cada vez más en su cuerpo. Ella separó aún más las piernas para facilitar mi entrada, rodeándome con ellas; entonces empujé hasta introducir completamente mi miembro. Mónica dejo de besarme y echó la cabeza hacia atrás emitiendo un largo y profundo gemido. Yo también dejé escapar un ronco rugido de placer mientras mantenía la presión como si quisiera llegar al final de aquel húmedo y estrecho túnel que abrazaba mi virilidad. Seguí penetrándola mientras me movía en círculos para que mi hambriento y ávido pene explorara cada milímetro y cada rincón de su vagina, al principio lentamente, para ir incrementando el ritmo paulatinamente. Al cabo de un rato, mis jadeos eran cada vez más audibles y se mezclaban con nuestros gemidos y suspiros. Era imposible intentar reducir el ritmo, nuestro apetito era voraz e insaciable. Nuestros cuerpos se agitaban, perfectamente acoplados; éramos carne y ansia. Nuestras bocas besaban, lamían y mordían con avidez, desbocadas, recorriendo nuestros respectivos rostros, cuellos, pechos. El sudor impregnaba nuestros cuerpos, calientes, ardientes, húmedos, brillando irregularmente a la luz de las velas

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Al cabo de un rato sentí la inconfundible sensación que precede al clímax. Entre jadeos pregunté a Mónica si podía correrme dentro de ella y me respondió afirmativamente. Entonces me incorporé apoyándome en los brazos extendidos, eché la cabeza hacia atrás, embestí furiosamente contra el coñito de mi joven amante y me corrí descargando mi blanca y tibia esencia en su interior. Aquella sensación de placer era tan fuerte que mi cabeza se agitaba desbocada, mientras un profundo rugido que emergía de mi interior quemaba mi garganta. Lentamente recobré el control y me desplomé sobre Mónica que jadeaba, agotada al igual que yo.
Fue una historia maravillosa.
Saludos.

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