Relato erótico

Encuentro casual

Charo
24 de septiembre del 2018

Desde que enviudó, no había estado con ningún hombre. Se cuida y tiene un buen cuerpo que sus amigas envidian. Conocía a su vecino desde hacía muchos años, se saludaban pero nada más. Aquel día se encontraron en el súper y…

Eugenia – Murcia
Hola, debo contarles que como mujer me da ciertos reparos en tratar de contar mis experiencias y sobre todo cuando no se trata de una jovencita sino más bien de una mujer madura como yo, de unos cuarenta y tantos, que por cosas de la vida quedé viuda hace 6 años.
Debo confesarles que durante estos años he estado sola, después de enviudar me dedique a mi familia y nada mas, aunque al pasar de los años pretendientes no han faltado, me considero una mujer afortunada, pues físicamente no me he descuidado, causando ciertas envidias en mis amigas, aunque me ruborizo de cierta manera al tratar de describirme.
Físicamente soy una mujer de complexión delgada, mis pechos no son realmente mi fuerte, son más bien pequeños, pero bien formados, mis piernas son largas, delgadas, pero bien torneadas, pero donde sí es mi fuerte son mis caderas y un culo con unas nalgas bien hechas.
Para no aburrir con tanto detalle, diré que conocí a Miguel, conocerlo más a fondo, pues somos vecinos del bloque aunque separados por cinco pisos, pero nos veíamos muy a menudo pues casi siempre llegábamos de nuestros trabajos a la misma hora, y el ascensor era motivo para saludarnos y comentar alguna novedad, pero nada más. El está casado, ya bastante mayor, muy alto, una incipiente calvicie, una barbita entrecana, pero sobretodo con una vitalidad bárbara.
Cierto día nos encontramos en el supermercado, donde muy gentil se ofreció traerme de regreso. Ese día yo vestía, como era verano, una falda muy corta, una blusa tipo top que dejaba ver mis hombros y no llevaba sujetador. Ya en el coche, durante el trayecto, vi a Miguel algo nervioso, pero noté, eso sí, que un bulto considerable asomaba por debajo de la tela de su pantalón. Eso, lejos de incomodarme, me provocó una risita maliciosa. Traté de distraerme mirando hacia fuera durante el trayecto, pero me di cuenta de que lo que había provocado a Miguel fueron mis muslos, pues la falda al ser muy corta, al sentarme, dejó al descubierto buena parte de ellos.
Llegamos a nuestro edificio, me acompañó hasta mi piso, ayudándome con los paquetes, y yo lo invité a pasar a tomar algo. En casa no había nadie, pues las niñas se habían ido a pasar ese fin de semana en casa de unas amigas en la playa. Miguel se sentó en el sofá, mientras yo traía las bebidas. Tengo por costumbre sentarme en el sofá con las piernas recogidas, así que me senté en el otro extremo del sofá, y como de costumbre recogí las piernas mostrando más muslo desnudo que en el coche.

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En el acto noté las miradas de Miguel y como movía las piernas para disimular la erección que tenía, pero al ver que yo me había dado cuanta, incómodo se disculpó por la situación. Yo me coloqué a su lado, diciéndole que lo comprendía, que no se preocupara, que es normal que eso les ocurra a los hombres y entonces, mientras lo trataba de calmar, se acercó como buscando un beso, mis palabras cesaron y entonces mis labios se entreabrieron, cerré los ojos y pude sentir como me besaba, al mismo tiempo que sus manos lentamente se posaron en mi vientre y echándome hacia atrás sus manos comenzaron a subir lentamente por debajo de la tela, hasta llegar a mis pechos.
Sus caricias eran suaves, me subió la blusa y comenzó a pasar su lengua por mis pezones que ya estaban erectos. Habían pasado años sin la compañía masculina, pero mi cuerpo respondió inmediatamente. Sus manos comenzaron a recorrer mis piernas por fuera, metiéndolas por debajo de la falda, después comenzó a recorrer y apretar suavemente por la parte interna, entonces yo las entreabrí un poco más para sentir sus manos en mi coño pues sus caricias habían surtido efecto y me sentía húmeda.
Entonces cogió una de mis manos y la colocó sobre su entrepierna. Mi cuerpo se estremeció, mi respiración se agitó pues al tocarlo sentí su cosa dura, que comencé a masajear sobre la tela, mientras que el pasaba su mano sobre mi coño haciendo a un lado el tanga para tocarme el clítoris. Me estremecí toda, sus dedos eran maravillosos, luego él se desabrochó el pantalón y se lo quitó para dejar al descubierto su virilidad, con una vigorosa erección. Al verlo desnudo me quise abalanzar, quería tocarlo, sentirlo, me quité la blusa y la falda, quedándome con el tanga puesto, por cierto pudor y además no quería que notara que la abstinencia me había afectado.
Sentados sobre el sofá no acariciamos mutuamente, yo empuñaba su miembro caliente, húmedo, pegajoso y lentamente me dejé quitar el tanga bajando hasta mi entrepierna para recorrer con su lengua mi coño, haciéndome un comentario que me hizo sonrojar, con respecto a mi coño, pues es muy carnoso y eso siempre me ha dado vergüenza, hasta colocarme una malla en el gimnasio porque se me notaba mucho. Me lamió suavemente reteniendo mi clítoris con sus labios y dándome unos pequeños tirones, haciéndome gemir, mientras producto de mi excitación, yo acariciaba mis pechos tirando de mis pezones. Su experiencia y mi ansiedad hicieron que pronto me corriera, mojando mi vagina. Fue perfecto y me dejé llevar.

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Lejos de apresurarse, me comenzó a besar los pies, siguiendo por las piernas, los vellos de mi pubis, mi vientre, mis pechos, para acabar dándome un profundo beso que correspondí, abrazándolo y acariciándole. Luego se puso de pie frente a mí, con su sexo erecto y me di cuenta de lo que quería, aunque el tamaño de su sexo me dio pavor debo confesarlo, pero lentamente me lo llevé a la boca, mis labios aprisionaron su glande, mis manos acariciaron ese cuerpo venoso, vigoroso, recorriendo sus piernas robustas. Nuevamente me encontraba excitada, lo mismo que Miguel.
Entonces me levanté, subimos las escaleras y nos dirigimos a mi dormitorio, me tendí sobre la cama, abrí mis piernas invitándolo a que me hiciera suya. Su glande al descubierto parecía reventar y mientras pasaba su cuerpo por el arco de mis piernas, las elevé un poco más, y poco a poco y sin apuros fue introduciendo su sexo en mi húmeda vagina, que se fue dilatando hasta ajustarse como un guante alrededor de ese maravilloso miembro masculino, haciéndome exhalar un quejido que salió por mi boca entreabierta.
Una vez que estuvo completamente dentro de mí, salían no quejidos sino gritos de mi boca, que inundaban toda la habitación. Disfrutaba de ese momento como una jovencita y esto lo provocaba agradablemente, haciendo que sus movimientos fueran cada vez más rápidos. Su polla golpeaba hasta el fondo de mi vagina y susurraba mi nombre con los dientes apretados cada vez que me penetraba, hasta que me hizo colocar a cuatro patas como los perritos, pues según me dijo, quería ver y sentir mi culo. Sus grandes manos se apoderaron de mis caderas, recorrieron mis gordas nalgas, atrayéndome hacia él, y sentí su miembro entrar de una sola estocada por mi húmedo coño y nuevamente comenzó a mover su pelvis, dándome muy fuerte haciendo que me corriera un par de veces.
Le pedí entonces que se tendiera, para que yo pudiera montarle, me senté encima y comencé a moverme como una posesa, mientras sus manos se posaban sobre mis pechos, apretándolos, luego bajaron por mi cintura, para cogerme por las nalgas, como abriéndolas, para ayudarme en ese movimiento de sube y baja mientras yo lo cabalgaba.
Al rato me atrajo hacia adelante y con sus manos me cogió por las nalgas y apretándolas, comenzó a embestirme muy fuerte, siempre él abajo. Sus ojos me miraban fijos, sus dientes apretados, y como gruñendo noté que se corría, sintiendo como su sexo entraba y salía cada vez más rápido, me apretó contra su cuerpo, sentí su eyaculación y su semen inundó mi coño.

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Nos quedamos quietos por un momento, luego nos besamos, y estando aún sobre él, comencé a mover mis caderas suavemente para sentir su polla, que aún conservaba su erección. Quería disfrutar hasta el último instante y nuestros cuerpos sudorosos terminaron entrelazados sobre la cama, y con la mitad de mi cuerpo sobre él, me entregué a las caricias que me prodigaba.
Esa tarde volvía a sentirme plena mujer, con mi cuerpo satisfecho, me sentía como una adolescente, y más tarde le pedí que me hiciera suya nuevamente.
Besos.

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