Relato erótico
Empleada ideal
La había contratado para que se ocupara de su casa. Tuvo que hacer unas obras importantes para alquilar habitaciones en verano y ella se buscó otro trabajo. Hablaban de vez en cuando y un día se la encontró en la calle, ella le preguntó que como había quedado las obras, y se lo enseñó… todo.
Carlos – Elche
Voy a contar lo que me ocurrió con la chica que tuve para la limpieza. Soy viudo desde hace ocho años y por tal motivo contraté a esta chica, que se llama Carmen para que llevara todo lo de la casa y conmigo estuvo cinco años hasta que, a primeros de diciembre pasado y con motivo de hacer yo obras en casa en vistas al próximo verano, ya que alquilo habitaciones a turistas, se tuvo que marchar hasta que acabaran las obras pero como estas se alargaron más de la cuenta, se colocó con otra familia teniendo yo que buscar otra chica, Mari. El día 22 de junio la encontré por casualidad y después de saludarnos, dijo:
-Tengo que pasar un día para ver cómo has dejado el piso, pero un día en que no esté Mari, no vaya a creer que quiero quitarle el puesto.
-Tiene los mismos días libres que tenías tú, lunes y jueves – le dije.
-Pues ya te llamaré – añadió y así quedamos.
El día 28, viernes, me llamó diciéndome que vendría el viernes por la tarde, cuando bajara un poco el calor y que, añadió riendo, preparara una buena merienda. Sobre las ocho se presentó, nos fundimos en un fuerte abrazo acompañado de sus correspondientes besos en las mejillas y le pregunté cómo era que no había venido Francisco, su marido.
-Le han contratado el taxi y se ha marchado a Cáceres para todo el mes de junio, aunque es mejor así pues lleva un tiempo que no hay quien lo aguante.
Le enseñé todo lo que habían hecho las obras pero cuando entró en el cuarto de baño nuevo se quedó deslumbrada.
-¡Que bonito! – exclamó – ¡Y qué mampara, así se puede duchar una persona con toda la comodidad del mundo!
-Pues claro – exclamé sonriendo ante su infantil asombro.
-Pero es una lástima meterse ahí sola… – dijo con ojos de pícara.
-Pues métete conmigo – añadí sin dejar de sonreír.
-No, porque tú eres un pillín – contestó y así quedó la cosa.
Nos pusimos a merendar y mientras lo hacíamos, me contó todos los pormenores del comportamiento del marido, que no la tenía atendida como debía en ningún concepto, solo cumplía en darle el dinero del que no le pedía cuentas, pero de lo demás, nada de nada. Recogimos los cacharros y los llevamos a la cocina.
-Mientras yo los lavo – le dije – haz tú el café.
Así lo hicimos, luego nos sentamos en el sofá a tomar el café y se reanudó la conversación.
-Pero en el tema sexual – le dije – te tendrá contenta…
-¿Contenta? – me contestó con ojos tristes – Paso más hambre que tú, que estás viudo, porque tú estás solo pero yo lo tengo en mi cama todas las noches y solo cuando le apetece a él, se desahoga conmigo en poco más de un minuto y ni me entero.
-¡Pobre niña! – le dije echándole el brazo por los hombros, atrayéndola hacia mí.
La besé y ella no hizo nada para apartarse sino que se apretó aún más contra mi cuerpo.
– ¿Y no te acaricia? – le pregunté con cierta malicia.
-¡Que va! – replicó.
-¿Te gustaría que te acariciara yo? – volví a preguntarle con toda la intención.
Ella permaneció en silencio. La apreté más a mí y la besé en la boca, devolviéndome ella el beso.
-No sé si hago bien… – murmuró.
-Ya que él no te hace nada – le dije – aprovecha la ocasión pues no todos los días tendrás oportunidad como la que yo te brindo para pasar una velada tan buena como la que pienso ofrecerte esta tarde si aceptas.
Empecé acariciándole la nuca, enredando mis dedos por los cabellos, morderle los lóbulos de las orejas y metiéndole la punta de mi lengua en sus oídos.
Al ver que ella no decía nada, me atreví a cogerle los pechos. Los tenía muy duros, como una roca, y los pezones tiesos. Le quité la blusa y le desabroché el sujetador. Admiré sus hermosos pechos y tras magreárselos un poco, empecé a besárselos, chupándole los duros pezones, dándole suaves mordiscos. Ella no decía nada, solo jadeaba y suspiraba cada vez más profundamente. Ya muy excitado, le metí mano por los muslos y ella me facilitó la subida, abriéndose de piernas. Cuando le cogí el coño con una mano lo encontré muy mojado. Ella lanzó un profundo suspiro, me apartó la mano y ella misma se bajó las bragas para que pudiera tocárselo directamente y con toda comodidad.
Cuando empecé a meterle los dedos, mi polla no paraba de pedirme guerra. La tenía tan dura que me dolía así que me bajé los pantalones y calzoncillos y le dije:
-Es toda tuya – y cuando me la cogió con una mano, añadí – Vámonos a la cama.
Al llegar, me dijo que me pusiera boca arriba, me cogió la polla y comenzó a besármela. Yo siempre había creído que mi verga no era muy grande, mide alrededor de 20 centímetros, pero ella, al verla y tocarla, dijo que era mucho más grande que la de su marido. Bueno, el caso es que se la metió en la boca y empezó a trabajármela de manera maravillosa hasta que no pude resistir más aquel tratamiento y le dije:
-¡Déjame que te la meta en el coño, quiero correrme!
-Antes quiero saborear la leche de un hombre – me contestó sin dejar de mamármela.
-¡Pues eso lo vas a conseguir ya mismo… oooh…! – exclamé.
Le pegué un par de culadas gritándole:
-¡Toma…aaah…traga mi leche…trágala…!
Ella tosía. Le era difícil tragarse toda mi corrida pero al final lo logró aunque parte de ella le resbalaba por la comisura de los labios.
-Tú magreo y tu leche me han sabido a gloria – me dijo abrazándome – pero esta noche será aún mejor.
-¿Pero, es que te vas a quedar esta noche conmigo?
– Si tú quieres, si.
-¡Claro que lo quiero! – exclamé encantado – Y ahora voy a ducharme.
-Yo voy contigo – dijo.
-¿No te da miedo ducharte conmigo? – dije sonriendo – Acuérdate que antes me has llamado pillín.
Por toda respuesta me dio un beso en la boca y con lengua. Cuando se desnudó y la vi en cueros, me deslumbré. ¡Que monumento, que cuerpazo!
Mi polla, al momento, se puso en posición de ataque. Le pregunté si tenía algo sin estrenar, el culo por ejemplo.
-El culo y puede decirse que también el coño – me contestó.
-Pues me gustaría metértela por el culo, para estrenarte algo -dije excitado.
-Haz lo que quieras, estoy dispuesta a todo, pues estoy pasando el mejor momento de mi vida y si sigues tratándome como espero, me vas a dejar escurrida y sin fuerzas – contestó entregada.
La puse a cuatro patas y con la ayuda del jabón y uno de mis dedos, le fui dilatando el ano. Ella gemía pero me dejaba hacer por lo que, cuando vi el agujero se abría, le metí otro dedo y al final, pensando que ya estaba bastante abierto, apoyé allí el capullo de mi polla.
-¡Por favor no aprietes tanto, me duele… no puedo más… sácala…! – me decía cuando empecé a apretar.
-Solo un poquito más y la tendrás toda dentro – le decía yo sin dejar de empujar.
Cuando entró toda la cabeza, logré meterle el resto aunque ella no cesaba de repetir:
-¡Sácala, me duele, sácala, no puedo con ella, por favor… aaah… nooo…!
La cogí del pelo, tiré para atrás y al mismo tiempo pegué un golpe de riñones y se la clavé hasta los huevos en el culo. Lanzó un grito desgarrador y comenzó a bajar el culo, por lo que le dije:
– ¡No, aguanta, que si se sale va a ser peor!
La dejé descansar un rato. Temblaba como un flan mientras yo le daba suaves palmaditas en los cachetes del culo.
Cuando se serenó un poco, le metí mano en el coño y al mismo tiempo que la enculaba, la iba masturbando hasta que, ella misma, me pidió que fuera follándola bien, que la jodiera por el culo.
Al poco rato noté que suspiraba y que empezaba a mover el culo. Entonces le cogí las tetas con las dos manos y le dije:
– ¡Voy a correrme, cariñooo…!
Así nos corrimos los dos, casi al mismo tiempo y ya más tranquilos, terminamos de ducharnos. Estuvo todo el fin de semana en casa, los dos en cueros, pues hacía mucho calor y me dio tiempo a follármela por todos los sitios, boca, culo, coño y tetas. Desde entonces viene todos los fines de semana y nos lo pasamos en grande.
Un saludo y un abrazo querida Charo.