Relato erótico
Encuentro a tres
Se casó con una mujer veinte años más joven que él y pronto entendió que serian más “felices” si ella tuviera un amante. Lo conoció y pronto organizaron un encuentro a tres.
Ángel – Cantabria
Enviudé hace un par de años y tenía ganas de tener compañía y recuperar mi vida sexual. Me casé con Lourdes, tiene 25 años, o sea 20 menos que yo. Era sobrina de una amiga de la infancia de mi mujer y hasta un poco antes de casarnos vivía en otra ciudad y esporádicamente venia a ver a su familia y a mi mujer.
Diríase que en vez de un matrimonio, parecíamos una hija y un padre envejecido. Al regreso de nuestra luna de miel yo llegué hecho polvo.
Como bien comprenderéis lo nuestro no fue una boda solo por amor sino más bien todo lo contrario, un casorio por interés. Pero en nada nos ha perjudicado a ninguno, todo salió a pedir de boca.
En el aeropuerto nos esperaba Víctor, el amigo de mi mujer, la mirada del cual buscó la de Lourdes y ella sonrió. De pronto se sentía ridículamente tímida después de tanta conversación poniendo las cosas claras, antes y después del viaje.
– ¿Va a venir Víctor con nosotros? – me dijo Lourdes.
Por un momento la miré sorprendido, después sonreí alegremente como si me hubiera parecido una idea premeditada y excelente.
– Naturalmente, vendrás con nosotros a casa, ¿verdad Víctor?
– Bien, yo… bueno yo…- intentó contestar él.
Víctor no sabía a ciencia cierta si yo lo sabía todo, si Lourdes me había contado todo con pelos y señales sobre sus líos anteriores. No sabía que ya me figuraba que eran amantes consumados y ahora yo tenía que hacer de “anfitrión” ocasional. Lourdes salió en su ayuda diciendo:
– Eso está hecho y ha quedado bien claro.
Los llevé a un pequeño restaurante de moda y muy tranquilo, tal como Lourdes había imaginado que haría. La mesa era lo suficientemente pequeña para que ella sintiera la presencia de los dos hombres sentados a su lado, Víctor a la izquierda y yo a su derecha, pero mientras yo conservaba mi espacio, la pierna de Víctor se apretaba contra la de Lourdes. Claro él, más joven que yo, parecía que era su marido.
Pedí una suculenta comida. Yo comí y bebí vorazmente sin embargo Lourdes, que siempre guarda su línea, sintió la oscura mirada de deseo de Víctor sobre ella después de un mes de ausencia y estuvo algo cohibida.
Víctor seguía apretando su musculosa pierna contra Lourdes y cuando ella se limpió con la servilleta, cruzaron sus miradas significativa y descaradamente. La tensión crecía entre ellos y se preguntaban si yo me habría dado cuenta. Que ingenuidad, ¿verdad? Pero no, me hice encantadora y consentidamente el inocente.
Bajo la mesa tenían los pies descalzos y entrelazados, piel contra piel. Lourdes sorbía constantemente el champán de su copa a medida que yo servía y ella era incapaz de apartar la mirada de la pernera del pantalón de Víctor, que la enorme polla tensaba el tejido formando una tienda de campaña.
Poco sorprendido, noté que la conversación se había detenido y los miraba expectante. Mis ojos debían mostrar una chispa de lujurioso divertimento. Cuando terminamos de comer, me excusé y me dirigí al servicio. En cuanto desaparecí, Víctor se inclinó hacia ella, servilleta en mano y le acarició con ella la comisura de la boca. Al aproximarse, sus ojos se reflejaron ardientes en los de Lourdes. Ella, nerviosa, pasó la lengua por los labios. La mirada de Víctor vagó por su boca siguiendo un movimiento circular, luego miró hacia sus pechos y hacia su entrepierna descubierta. Lourdes se sonrojó al darse cuenta de que la silueta de sus pezones, como vaya endurecida, era claramente visible a través del sujetador y de la fina blusa de seda.
Lourdes se movió en la silla, segura de que Víctor conocía cual era su estado, y cuando él se inclinó sobre la mesita y le presionó con el dedo pulgar en la conjunción de sus piernas, ella emitió un suspiro sofocado de entrega. La mirada de Víctor le hacía sentir escalofríos inaguantables pero él, entonces, apartó la mano del coño de mi mujer al ver que yo regresaba. Lourdes estaba acalorada y temblorosa pero se puso aún más rígida al volver a sentir la mano de Víctor en el muslo. Me miró con nerviosismo, pero yo estaba concentrado encendiéndome un purito. La mano de Víctor, oculta ahora por el mantel, subió arriba de su muslo hasta la parte superior de sus medias y entonces la punta de sus dedos empezaron a trazar pequeños, repetidos y demoledores círculos en todo el coño de mi mujer. Víctor miró a Lourdes con una cara que dejaba bien claro donde le gustaría estar: ¡en la cama, chingándosela!
Lourdes, incapaz de adivinar el significado de mi expresión, se asustó y tras pedir excusas, se levantó para ir al servicio. Una vez en el aseo, Lourdes apoyó la frente caliente contra el espejo que cubría la pared. Tenía las mejillas encendidas y los ojos le brillaban de un modo tan anormal que se sorprendía por el hecho de que yo no hubiese protestado por nada.
Antes de que volviese a la mesa “recuperada” del calentón, cogí del brazo a Víctor y le empujé hacia los servicios, diciéndole:
– Anda por ella, ¿no ves como está?
Víctor cerró la puerta a sus espaldas y la atrajo hacia sí. Lourdes reconoció al instante el aroma de él.
– ¡Víctor! – suspiró – ¡Aquí no!
Él ya le había subido la falda, corta y estrecha, y le estaba bajando las bragas de seda. Los dedos inquisidores de él se aproximaron a su chocho, muy húmedo y caliente. Lourdes, que me contó más tarde que notó que le faltaba el aliento y le fallaban las piernas, vislumbró el brillo de la sonrisa de su hombre al tiempo que él iba al encuentro de su pringosa calentura y la penetraba con los dedos, mientras con la otra manos se desabotonaba la bragueta.
Víctor puso la rodilla bajo la corva de Lourdes y le levantó su pierna a la altura de su caderas, después la sostuvo con sus manos por la cintura y entonces la penetró sin más preámbulos. La apoyó contra la puerta hundiendo la cara en sus cabellos de forma que se le soltó el moño y el pelo le cayó sobre los hombros. Estaba entregada, completamente abierta de piernas y apoyada de puntitas en el suelo. Entonces se abrazó a él y apretó la pelvis para restregar el clítoris contra la piel peluda de la parte inferior del vientre de Víctor percibiendo el momento en que él llegaba al punto de no retorno y sucumbía, liberándola de toda la presión que sentía en su interior después de un mes sin estar con él.
Ambos tuvieron sus crisis a la vez, Lourdes lanzó un gritito de placentera angustia y Víctor emitió un caudal de palabras obscenas para piropearla, que intensificaron aún más el placer de Lourdes. El se desplomó contra el cuerpecito de mi mujer y la abrazó. Ella gemía en voz baja dándole las gracias y yo jamás hubiera imaginado que el disfrute de la polla, caliente y explosiva, de Víctor volviera a hacerla sentirse tan bien. Los labios de Víctor le acariciaron, casi con ternura temblorosa, los suyos después de un largo beso.
Mientras se subía las bragas con celeridad para que no se le cayese ni una sola gota de semen y se ponía bien la falda, Lourdes quedó helada al oír que yo llamaba a la puerta. Lourdes permaneció completamente inmóvil deseando que yo me marchara. El corazón le latía aceleradamente en el pecho y la sangre le subía hasta las orejas solo de pensar que les había “descubierto”. Sin embargo Víctor apenas se detuvo un instante, siguió abrochándose la bragueta después de que ella le había dejado la polla limpia y reluciente, tras una laboriosa mamada. Después ella la ayudó dándole la mano mientras ella aún estaba arrodillada. Cuando Lourdes se puso de pie, Víctor abrió la puerta por sorpresa.
– Perdón por hacerte esperar – me dijo él con una sangre fría increíble – Ya sabes que hay cosas que no pueden demorarse.
– Ah, bueno, no importa – le dije yo – Estaba pagando la cuenta y deberíamos regresar pues Víctor, tú tendrás prisa.
Aquella tarde Víctor no volvió con nosotros a casa, se fue para la suya ya que su joven mujer regresaría a las nueve y también tenía que “cumplir”.
Acababa de despertarme cuando oí a Víctor poner la llave, que le había dado mi mujer, en la cerradura del piso. Un estremecimiento recorrió todo mi cuerpo al oír sus pasos acercándose y cuando se detuvo en la puerta de nuestra habitación aguanté la respiración. Por un lado deseaba que entrara pero por el otro esperaba que me tendría que ir de la habitación. Lourdes soltó una bocanada de aire de sus pulmones en pleno sueño todavía. Y me empalmé.
La pasión tan desproporcionada que Víctor había despertado en ella me asustaba pero debo admitir que me gustaba que él la follara más que hacerlo yo mismo. Lourdes se comportaba ahora de una manera tan placentera y condescendiente. Además cuando está con él follando de esta manera apenas la reconozco yo mismo. Tan solo con que él la acaricie con la punta de su polla en los labios del coño, le produce el más demoledor de los orgasmos y con que él le susurre con un cierto tono de voz la pone haciendo cosas que jamás hubiera podido imaginarme.
Me pongo yo mismo colorado solo de pensar en lo que ocurrió al volver del “incidente” del restaurante. El placer fortuito al sacarle yo mismo la braga y después de mi cópula rápida y salvaje sin que ella se enterase de nada. Todavía me estremezco rememorando mis dos lamidas, la de antes y después de mi gigantesca corrida. Con los ojos bien abiertos trato ahora de no dormir.
El leve ruido de abrir y cerrar la puerta, la despertó, bostezó desesperándose medio dormida y al abrir los ojos se topó en la semipenumbra con la figura de Víctor, que solo llevaba puestos los calzoncillos, así que cuando se inclinó sobre ella Lourdes olió su calor y olor limpio y masculino. El levantó la mano para acariciar sus hombros y ella, instintivamente, se incorporó y apoyó su culazo en mi cara.
Lourdes advirtió que la sangre le hervía en las venas cuando encontró la mirada lasciva y brillante y notó que Víctor apartaba el edredón. Se estremeció al sentir el aliento de Víctor en su rostro y me incrustó todo el coño en las narices. Víctor la cogió por la muñeca y levantó su brazo a la altura de la cabeza, con la otra mano le cogió la otra muñeca y las juntó de modo que ella se quedara con los brazos sobre la cabeza mientras él los sujetaba con una mano.
En aquella posición Lourdes se sentía vulnerable a pesar de que sabía que si quería podía soltarse sin dificultad, pero decidió mostrarse condescendiente restregándome todo su higo en la cara. Ante la excitación provocada por mi lengua en su raja permaneció inmóvil, a la espera de lo que Víctor le hiciera. Su cuerpo ya no estaba flácido ni relajado sino tenso y erizado y se iba a mares en mi boca. Mi lengua se detuvo en el adormilado botoncito del deseo y en cuanto lo encontré apliqué la presión necesaria para despertarlo y Lourdes abrió la boca para besar a Víctor que acarició la hinchada protuberancia con la punta de la polla, dándole vueltas y más vueltas hasta que los jugos empezaron a fluir y a rezumar.
– Abre los ojos, bonita y apriétame con el coño.
Víctor hablaba en voz baja, pero de forma autoritaria y Lourdes obedeció. La polla de Víctor repasó todos sus bajos y hasta se me clavó casi sacándome un ojo.
Lourdes, tensa como la cuerda de un arco, sintió como le temblaba todo el cuerpo cuando él la empitonó.
Fue el principio de una intensa relación a tres.
Saludos y hasta otra.