Relato erótico

Encerrona maravillosa

Charo
24 de junio del 2020

Le gustan las maduras y, cada mañana, cuando coge el autobús para ir al trabajo se encuentra con una mujer que es su inspiración para muchas de sus pajas.

Javier – Salamanca
Me llamo Javier, tengo 22 años, vivo en Salamanca pero trabajo en un pueblo cercano por lo que, todas las mañanas y todas las noches cojo el autobús, primero para irme al trabajo y luego para regresar a mi casa ya que las comidas las hago en el mismo pueblo.
A mí, desde siempre, me han gustado las señoras maduras, de 40 a 50 años, entraditas en carnes, con buenas tetas y mejor culo. Y en el autobús me encontraba, todas las mañanas, a una señora de ese estilo. Iba muy bien arreglada pero sus manos, de dedos cortos y gruesos, demostraban que trabajaba con ellas. A veces, al sentarse, podía verle las rodillas y, con más suerte, algo de sus gordos muslos. Me ponía malo pensando como sería lo de más arriba. También a veces, si me tocaba ir de pie, procuraba colocarme a su lado y así, al estar ella sentada, podía verle por el escote la parte superior de sus tetas.
Mi comportamiento no debía pasarle inadvertido ya que, algunas veces, al encontrarnos en la parada o ya dentro del bus, me miraba y sonreía. Aunque no soy un tío muy lanzado, lo que me gustaba aquella mujer y sus sonrisas, me animaron a intentar ligármela.
Una mañana, aprovechando que nos sentamos juntos, le hablé del tiempo. Era un tema muy manido pero ella se enganchó y así estuvimos hablando hasta que llegó nuestra parada.
La acompañé un rato y así supe que se cuidaba de la limpieza de una de las oficinas que había en aquel lugar y que su marido llevaba una furgoneta de la misma empresa. Supe también que salía a las dos, la misma hora que yo, que regresaba a casa hasta el día siguiente y que su marido comía en el lugar donde se encontrara de reparto. Aproveché rápidamente para invitarla a comer y, con sorpresa por mi parte, aceptó.
Yo estaba muy nervioso mientras que ella parecía muy tranquila y cuando llegamos a los postres, tomó las riendas de la situación y me preguntó, muy directamente:
– ¿Yo te gusto, verdad? – y al decir yo que sí moviendo la cabeza, añadió – ¿Ya te has dado cuenta de que puedo ser tu madre?
– Sí, pero… no lo eres – dije.
Sonrió y por encima de la mesa, me cogió una mano acariciándomela.
– ¿Te gustaría follarme, verdad? – me soltó entonces.
Me puse colorado a tope, pero le apreté los dedos. Ella respondió el apretón y, provocándome, añadió:
– Venga, dímelo, dime qué quieres follarme.
– ¡Sí, quiero follarte, quiero estar contigo en la cama, quiero acariciar tu cuerpo, tu piel, tus tetas…! – solté de un tirón.
– Y meterme tu polla en el coño – añadió ella.
Volví a asentir con la cabeza y entonces Merche, que así se llamaba, me dijo:

– Mi marido va a estar dos días fuera por su trabajo así que, si quieres, te espero en mi casa esta noche a partir de las nueve. ¿Te va?
Naturalmente que me iba y le dije que sí. Nos despedimos con un beso que yo le iba a dar en la mejilla pero ella, girando la cara, pegó sus gordos labios a los míos. La acompañé al bus, donde me dio otro morreo bestial, y luego me fui al trabajo, con la polla más tiesa que un palo y con la cabeza hecha un lío. Pasé toda la tarde pensando en ella, en sus carnes apetitosas, en su sonrisa insinuante. A las nueve en punto llamaba yo al timbre de su casa. Me abrió. Llevaba una bata. Me hizo pasar y en la misma puerta me abrazó y, ahora los dos, nos dimos un morreo que me la puso tiesa de golpe. Mientras nos besábamos, ella pasaba su mano por mi entrepierna hasta que, bajándome la cremallera, me sacó la polla. El contacto de su mano me la enderezó aún más. Nervioso, busqué el lazo de la bata. Al deshacerlo separé la tela y con tremenda excitación, mis manos descubrieron que ella estaba desnuda.
Bajé la prenda por sus hombros y dejé que cayera al suelo. Entonces me aparté y la miré. Merche era el sueño de mi vida. Era como una bola. En ella todo era redondo y abultado. Con la punta de los dedos acaricié sus enormes tetas, los duros y ya excitados pezones y las aureolas mientras ella seguía agarrándome la polla. Sin soltármela, me llevó hasta un pequeño salón y se sentó en el sofá.
Me arrodillé a sus pies y comencé a lamerle y chuparle los pezones, luego bajé por su abultado vientre, penetré en su profundo ombligo y llegué a su peludo coño. Separó los muslos, yo aparté los negros y largos pelos, y se me ofreció la visión de un coño de labios muy gruesos de cuyo centro salía la puntita de un clítoris extraordinariamente largo.
Me fue muy fácil lamerlo y luego tragármelo para chuparlo como si fuera un dedo índice. Empezó a gemir mientras aún se abría más. Yo comía aquel conejo como un loco hasta que ella, con un largo suspiro, empezó a correrse. Aunque mi experiencia era muy corta, ya me había comido algún coño pero ninguno de ellos me había llenado la cara de tantos jugos. Aquella mujer se corría como si se estuviera meando.
Seguí lamiendo hasta dejárselo limpio y entonces me levanté pero ella no me dejó sentar pues, agarrándome con una mano del culo y con la otra la polla, empezó a lamérmela y a chupármela. Lo hacía de maravilla y mi verga no paraba de crecer entre aquellos gordezuelos labios. De pronto y haciéndome maravillas con la lengua en el capullo, fue acercando la mano que me sobaba las nalgas, hasta encontrar el agujero de mi culo. Nunca me habían tocado este punto de mi cuerpo pero la sensación que me dio fue la de un suave placer. Así estuvimos hasta que yo ya no pude resistirlo más y le dije:
– ¡Para, para que me voy a correr… para…!.
Pero ella no paró, al contrario, mamó con más fuerza y justo cuando yo empezaba a temblar, metió todo un dedo en mi ano, hasta el fondo.

Mi leche saltó con furia y mi placer fue tan increíble que tuve que apoyarme en los hombros de Merche para no caerme. Jamás pensé que un dedo, abriéndome el culo mientras me corría, pudiera multiplicar tanto mi gusto. Se tragó todo lo que yo eché e incluso me limpió la polla sin dejar de entrar y salir de mi ano con su dedo. Cuando me lo sacó me senté a su lado y nos estuvimos besando y acariciando un buen rato, logrando ella que mi verga volviera a ponerse bien tiesa y gorda.
– Ven, vamos a la cama – me dijo entonces – Tengo ganas de hacer un 69 contigo.
– ¡Pero yo quiero follarte! – exclamé.
– Y lo harás, cariño, lo harás las veces que quieras, pero tenemos toda la noche – contestó, dándome la lengua.
Ya en su habitación, se tumbó de espaldas sobre la cama. La imagen que daba era de lo más excitante. Sobé sus tetas que caían a los lados de su gordo cuerpo, chupé los pezones y, poco a poco, mientras lamía y besaba aquel cuerpo exuberante, me iba colocando encima de ella para hacerle llegar a la boca mi endurecida verga. En la posición del 69, empezamos a chupar y lamer los sexos respectivos. Merche, mientras mamaba mi polla, me acariciaba los huevos y, de nuevo, el agujero del culo. Al poco rato ella volvió a caer en un orgasmo brutal mientras me hundía el dedo en el ano y me follaba con él, agitándose entera y dejándome la cara llena de sus líquidos. Mientras se corría, yo continuaba lamiendo su coño y chupando su largo clítoris pero cuando ella, ya más calmada, continuó con la mamada de polla, no me quitó el dedo del culo sino que metió dos. La verdad es que me hizo algo de daño pero estaba tan excitado que lo aguanté hasta que el pinchazo inicial desapareció y un suave placer me fue llenando el culo.
– Me va a costar correrme – le dije al cabo de un buen rato de estar así – ¡Déjame follarte!
Merche sacó los dedos de mi ano y dejó que me diera la vuelta. Subió las piernas y me coloqué entre ellas con mi polla apuntando la encendida y mojada raja de su coño. Nada más apretar, entró entera en sus entrañas y empecé a follármela como un loco. Mi tan reciente corrida me proporcionaba un muy buen aguante, de tal manera que Merche logró correrse dos veces más antes de que yo le lanzara toda la leche, llenándole el coño por entero.
Cenamos, completamente desnudos pero yo ya no tuve fuerzas para nada más, así que nos despedimos no sin quedar hasta la mañana siguiente en el bus. Por la noche, ya que su marido tampoco estaba, nos volvimos a encontrar en su casa. Le comí el coño lo que quiso y me la follé, con pleno placer para ambos aunque ella continuó, siempre que mi postura se lo permitía, metiéndome ahora los dos dedos en el culo. Durante el mes siguiente nos vimos ocho veces, siempre coincidiendo con la ausencia de su marido. Nos lo pasábamos de maravilla, admitiendo mi ano tres de sus dedos, ya que ella insistía en ello, pero agradeciéndoselo en el fondo porque así, penetrado analmente, con mi ano dilatado, mis orgasmos eran de campeonato.
– Hoy te espero en casa – me dijo al encontrarnos en la parada del bus.

Significaba que su marido no estaría y podríamos, una vez más, dar rienda suelta a nuestros deseos. La verdad es que yo estaba encoñado por aquella mujer. El día que no nos podíamos ver por la noche, me la pelaba pensando en ella, en su cuerpo desnudo, en su manera de correrse, en sus caricias y en sus besos.
Por la noche, después de haberle comido yo el coño en el sillón y encontrándonos en su cama, nos colocamos para hacer un 69. Empecé a lamerle el coño mientras ella me chupaba la polla con sus dedos bien metidos en mi ano. De pronto me los sacó y noté como sus manos me acariciaban las nalgas, separándomelas todo lo que podía. A mí me importaba muy poco lo que me hiciera mientras no dejara de mamarme la polla de aquella manera tan maravillosa.
– ¡Lámeme el culo también, por favor, cariño! – me dijo levantando las piernas y cruzándolas sobre mis hombros, aprisionándome con ellas.
En esta postura no sólo todo su coño estaba al alcance de mi lengua, abierto y mojado, sino también el agujero marrón de su culazo. Justo cuando le di la primera lamida, algo muy grueso apretó mi ano. Pensé que Merche estaba intentando meterme cuatro dedos pero eso no era posible ya que sus manos seguían separándome las nalgas mientras su boca absorbía mi polla. Aquello duro volvió a apretar. No pude evitar un grito. El dolor era muy vivo. Intenté apartarme pero los muslos de Merche, me lo impidieron y también unas manos fuertemente agarradas a mis caderas. Un nuevo empujón y algo muy grueso brotó en mis entrañas. Logré girar un poco la cabeza y mi asombro fue total. Un hombre alto y fuerte, de unos 45 años, totalmente desnudo, me estaba dando por el culo.
– Tranquilo Javier – me dijo Merche – Es Santiago, mi marido, para él te he ido abriendo el culo durante estos días en que me has follado. No negarás que te han gustado mis dedos así que más te gustará la dura polla de un buen macho. Sigue comiéndome el coño y el culo que yo te chuparé la polla y ya verás cómo te mueres de gusto cuando te corras.
No podía hacer nada más que obedecerla pues la polla del marido ya estaba entera dentro de mí. El dolor era muy vivo pero soportable, así que volví a chuparle la almeja mientras ella se tragaba mi verga y su marido entraba y salía de mi culo cada vez a más velocidad. El resultado de todo eso fue que, antes de lo que yo esperaba, y justo cuando Merche se corría en mi cara, me llegó el orgasmo. Fue increíblemente brutal. Como había dicho Merche momentos antes, creí morirme. Incluso perdí por un momento, el conocimiento que recobré cuando una descarga caliente me llenó el recto. Mi primer amante masculino me había hecho suyo. Cuando Santiago salió de mí y pude tenderme en la cama, al lado de su esposa, les miré a los dos. La primera en hablar fue Merche que, sin dejar de acariciarme la arrugada polla, me dijo:
– Mi marido y yo nos entendemos mucho en el sexo, él es bisexual y a mí me gustan los jovencitos como tú. Nuestro deseo desde largo tiempo insatisfecho, era tener un amante que conviniera a los dos.

Cuando te conocí me gustaste mucho, eres atractivo, simpático y tienes una buena polla. Sólo faltaba ver como reaccionarías si alguien te tocaba el culo. Y respondiste tan bien que se lo comuniqué a Santiago. Ahora tú tienes la palabra.
Miré a Santiago. Era un tipo espléndido, alto, fuerte y con una polla que, incluso arrugada, me costó creer que hubiera entrado en mi culo. Pensé en el dolor que me había causado pero también en el placer mortal que me había dado. Miré a Merche que me observaba expectante y le pregunté:
– ¿Seguirás siendo mía, sólo mía?
– Sólo tuya y de mi marido – contestó – Me follarás cuando quieras pero tú serás también de mi marido.
Acepté. Mi placer había sido demasiado grande para dejar de sentirlo. Desde entonces ya no hemos de esperar a que el marido esté de viaje. Voy a casa de Merche cuando me apetece estar con ella y follamos como locos. Si está el marido follamos los tres, bueno yo me follo a la mujer y él me folla a mí, y si alguna vez es ella la que está ausente, Santiago se lo hace conmigo.
Un beso.

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