Relato erótico
En sábado y trabajando
Tenía trabajo acumulado y decidió ir a trabajar aquel sábado por la mañana. Estaba solo, pero de pronto entró el jefe “supremo”. La saludo y al cabo de un rato le dijo si quería tomar un café. Mientras esperaban que la cafetera se calentara, se dio cuenta de que el jefe le miraba el culo con detenimiento. Lo que paso después…
María – Mahón
Me llamo María, tengo 24 años y según dice mi novio estoy muy buena. Tetas medianas, buen culo y piernas largas.
Un sábado en la oficina, lo peor que te puede tocar, pero yo no tenía más remedio, tenía demasiado trabajo pendiente y el viernes me vi obligada a comentárselo a mi jefe, así que tras conseguir el acceso allí estaba
Ese día no me había arreglado especialmente, al fin y al cabo iba a estar allí sola, unos vaqueros ajustados, y unas botas altas con medio tacón, arriba llevaba una blusa celeste, encima de ella un jersey (en la oficina sin calefacción hace frio) y en la silla vacía de al lado reposaba mi abrigo.
Llevaba un par de horas allí trabajando cuando al levantarme a por un café me quede sorprendida.
-Buenos días María.- Me dijo mientras traspasaba la puerta
-Bu.. buenos días Carlos- Saludé extrañada al jefe, él no era mi jefe, era “el jefe”, del mío y de todos los que allí estábamos, ¿qué hacía allí un sábado un tío como él que no aparecía por la oficina más que dos horas al día antes de irse al gimnasio? Y es que aunque tenía una fama de cabrón de la hostia, eso no podía negárselo, se le notaba que se cuidaba, y aun así a sus 44 años, se podía decir que era un madurito sexy, cabello oscuro, con esas canas que sin nevar todo el pelo le dan un aire interesante. Hombros anchos, e incluso en sábado, con un gusto para vestir impecable.
Después de mi sorpresa inicial, rompimos un poco el hielo, al fin y al cabo era sábado, y a él se le veía mucho menos serio, incluso se atrevió a bromear acerca de que cuando me había visto en la oficina pensaba que yo era una becaria. Al final nos fuimos a tomar el café juntos, y allí en la salita y mientras esperábamos en la maquina, pude comprobar con cierta satisfacción que mi culo era su centro de atención. Era mi jefe y no quería nada con él, pero me divertía, y porque no decirlo, que un tío así me deseara me gustaba, me hacía sentirme bien, así que al agacharme para coger el café, dejé mi culo bien expuesto, y no sujete la parte de atrás para dejarle una vista de mi tanga, aunque cuando me gire no tuve la satisfacción de ver ninguna reacción por su parte.
Tras ese encuentro inicial, todo fue más normal, se metió en su despacho y yo me quedé a lo mío, pero al cabo de un par de horas me llamó a su despacho, me dijo que podía hacer el trabajo allí, que no me molestaría, pero que los dos solos en la oficina y no poder ni vernos le parecía muy triste. Así que allí estaba sentada en el despacho del jefe, allí si había calefacción, y no tardé en quitarme el jersey, y pronto me empecé a poner nerviosa, al darme cuenta de que solo yo estaba trabajando, él, estaba leyendo el periódico en su ordenador, y no dejaba de mirarme, hasta que se acercó más y empezó a hablarme, empezó a preguntarme al principio por cómo me sentía en el trabajo, que había estudiado, como era el día a día en la oficina (por un momento pensé que me iba a empezar a preguntar por los compañeros para usarme a modo de espía) aunque pronto empezó a preguntarme unas cosas más personales, por mis actividades por mi novio… y cuando me quise dar cuenta, tenía una de sus manos en mi muslo, yo allí me sentí en el cielo, un tío así y deseándome, pero entonces empecé a pensar en mi novio, y pensé en decirle – Disculpe… pero… ¿podría quitar su mano de mi muslo?-.
Sin embargo no lo hice… y apenas una hora después, me encontraba de rodillas con una polla que olía y sabía a colonia entrando y saliendo de mi boca con ganas.
Y entonces, mi jefe se convirtió simplemente en eso… un jefe, un cabrón, no me quería a mí, quería a una tía a la que usar.
Me separó de su polla y me ayudó a levantarme, agarró y pellizcó uno de mis pezones, mi blusa y mi sujetador hace rato que no estaban, y mis botas y mi pantalón los había seguido de cerca, sin embargo el había insistido en que me volviera a poner las botas, y allí estaba, con ellas y con mi tanguita blanca mojada, mientras el conservaba aun puesta su camisa desabrochada, que me dejaba ver ligeramente sus abdominales, (eran menores de lo que había esperado, pero me siguió calentando mucho) y su corbata que estaba casi suelta colgando de su cuello. Entonces me hizo darme la vuelta y me pego un azote con fuerza y otro…
Me iba a quejar cuando me metió dos de sus dedos en la boca hasta provocarme una arcada, me volvió a azotar varias veces, perdí la cuenta mientras yo chupaba sus dedos, hasta que me bajó el tanga sin contemplaciones, y ya sin dificultades empezó a follarme el coño desde el principio con un ritmo fuerte, salvaje, agarrándome ahora de las caderas.
-¡Si! ahora eres mi cerda, y vas a ser mi esclava cuando yo quiera.-
-¡Siiiii fóllame cerdo, clávamela.- Sabia que le iba a costar mantener un ritmo tan intenso, pero era magnifico.
Mis tetas balanceándose, mis manos apoyadas en su escritorio, mi cara con los ojos entrecerrados, mis pies aun en las botas de puntillas a duras penas y mis nalgas, transmitiéndole vibraciones a todo mi cuerpo en cada choque, cada vez que el volvía a clavármela en el coño.
Ahora yo era su yegua, y me pegó una embestida brutal, apoyando todo su cuerpo me tiró sobre la mesa. Noté dolor en el chocho de aquella embestida salvaje, mis manos cedieron y caí sobre el escritorio, ahora mis piernas no llegaban al suelo y colgaban ridículamente, mientras él me embestía con fuerza.
Sus gemidos de esfuerzo me volvían loca, me gustaba, y allí estaba, agarrada a la mesa, gimiendo como una guarra, con la puntera de mis botas golpeando la mesa una y otra vez, toc toc toc. Mientras, me follaba como un animal, entonces me di cuenta de que se estaba corriendo, de ahí su reacción salvaje, y eso me excitó muchísimo.
-¡Más! ¡más joder! No pares… Le chillé fuera de mí, sin embargo paró, soltó la corbata y se dejo caer en su silla, así que yo que estaba a punto, sin cambiar la postura me masturbé el clítoris furiosamente hasta notar como todo mi cuerpo temblaba y yo agonizaba de placer.
Quedé rendida, con el coño chorreando, menos mal que tomo la píldora porque si no el muy cabrón podría haberme dejado preñada, no había dicho ni mu de usar condón.
El no tardo en irse, y yo no pude continuar el trabajo, tenía demasiadas cosas en la cabeza, ¿cómo iban a ser ahora el resto de días en la oficina? Y que iba a hacer con mi novio… había metido la pata hasta el fondo solo por tener el coño lleno.