Relato erótico
En la playa nudista
Sus padres celebraban el aniversario de boda y querían hacer un viaje. Le dijeron que podía ir con ellos, pero nuestro amigo creyó que estarían mejor solos. Su madre tenía una amiga de toda la vida y le propuso que fuera a su casa de la costa para pasar esos días. Aceptó y con ella y su marido conoció los placeres de una playa nudista y algo más.
Rubén – Palma de Mallorca
Tengo veinte años, me llamo Rubén y vivo en Palma de Mallorca. Dicen que tengo un aspecto aniñado, pelo rubio, mido 1,78 y tengo buen físico.
Mi madre tiene una amiga desde que eran jovencitas, eran como hermanas. Se llama Teresa, tiene 55 años y está casada con Jorge, de 62. Teresa, a pesar de estar muy gorda, es una mujer muy atractiva y muy alegre. Siempre está de broma. Se ríe de todo pero también, de ella misma, de sus enormes tetas, de su culazo, de sus brazos casi tan gordos como sus muslos…
Todo lo contrario de su marido. Jorge es un hombre alto y fuerte, todo músculos, nada de grasa, serio y muy poco hablador. Lo que voy a contar empezó el año pasado, durante las vacaciones de verano.
Al ser el aniversario de bodas de mis padres, habían programado un viaje y a pesar de que ellos querían que yo les acompañara, me pareció más lógico que fueran los dos solos. Cuando Teresa se enteró ella y su marido, me dieron la razón y me invitaron a pasar el mes de vacaciones en su casa de la costa. Yo nunca había convivido con ellos pero, desde el primer día que nos instalamos en su casa de verano, empezaron las sorpresas.
De acuerdo en que hacía calor pero yo no entendía que fuera necesario que Jorge llevase solamente un simple y minúsculo tanga por casa, con el culo al aire, y Teresa con una camiseta larga hasta el principio de sus muslos, y bragas. Estaba claro que no llevaba sujetador por como se le movían los enormes pechos y como se le marcaban los también grandes pezones. Yo no tenía ninguna práctica en el tema del sexo. A lo sumo me la había pelado cinco o seis veces viendo revistas porno pero ahora confieso que todo y siendo Teresa muy distinta de las mujeres de las fotografías que yo miraba con mi verga en la mano, su desnudez y el baile de su carne me producía tal efecto que mi polla se me puso tiesa a tope. Pero el problema no había hecho más que empezar. Me dijeron que, al acabar de instalarnos en el apartamento, iríamos a la playa. Cuando acabé de colocarlo todo en la habitación que me habían destinado, me puse el bañador y salí al salón. Allí estaban esperándome, él con el tanga y ella con su camiseta. Bajamos al garaje, entramos en el coche ellos dos delante y yo atrás, y salimos de la población.
– Mira, Rubén -me dijo Teresa girándose y apoyando un brazo en el respaldo de su asiento con lo cual media tetorra apareció por el abombado escote de la camiseta-
Nunca se lo hemos dicho a nadie porque seguro que no lo entenderían, pero somos unos enamorados del naturismo, te habrás dado cuenta de que nunca comemos carne, no bebemos alcohol ni fumamos, pero también nos gusta ir desnudos, por eso ahora nos dirigimos a una playa nudista, fuera de la población. Esperamos que no te moleste ni mucho menos escandalice.
No dije nada. No podía decir nada. Ver a Jorge desnudo por completo me era, hasta cierto punto, indiferente pero a Teresa… No podía creer que aquello fuera posible, que se atreviera a mostrar a todo el mundo sus bultos, su enorme corpachón. Pero me equivocaba pues sí que se atrevió. Cuando llegamos al aparcamiento de la playa nudista, Jorge paró el coche, bajamos y allí, sin perder tiempo, él se sacó el tanga dejando al aire una magnífica polla, mucho más grande de lo que yo hubiera supuesto. Era más del doble de la mía, tanto en longitud como en grosor y eso que no la tenía dura. Yo intenté imitarle pero no podía, me moría de vergüenza. Entonces ella, levantando los brazos, se sacó la camiseta. Nunca pensé que dos pechos pudieran ser tan grandes, tan aparatosos. Los tenía redondos como dos globos inmensos, se apoyaban sobre un vientre salido perforado en su centro por un ombligo metido en la carne profundamente y cuando, a continuación, se sacó la braga casi no se le veía el coño, cubierto por la masa de carne.
A pesar de todo pude ver que lo llevaba afeitado por completo ya que sus gordos labios sí que aparecían por debajo del repliegue de la barriga. Pero si antes había tenido vergüenza de quedarme desnudo ante ellos ahora me aterraba sacarme el bañador y es que mi polla, al ver el cuerpo desnudo de Teresa, se me había puesto tiesa como nunca, dura como el hierro.
– Venga, cariño – me dijo al ver mi titubeo – Aquí no te dejaran estar con bañador.
– Es que yo… – balbuceé.
– ¿No ves que se le ha empinado la polla al verte en pelotas? -dijo él
Teresa se me acercó, apartó mis manos de mi entrepierna, donde yo las había puesto para taparme la erección, y de un golpe me bajó el bañador. Mi pollita saltó como un resorte y tras dar dos o tres bandazos en el aire, quedó perpendicular a mi cuerpo, apuntando el enorme vientre de Teresa.
– No sé de qué te ríes, Jorge – le dijo- Para mí es un piropo que a un chavalito joven se le empine por mi culpa – y pasando un brazo por mis hombros, añadió – Vamos, cariño, deja a Jorge con sus bromas.
Este simple gesto hizo que toda su carne desnuda se pegara a la mía, que una de sus tetazas se aplastara contra mi brazo y que mi polla vibrara buscando una erección ya casi imposible de superar.
Cuando entramos en la playa, muy poco concurrida, la verdad sea dicha, me dijo al oído mientras señalaba con la mano mi tiesa verga:
– Y esto que te ocurre no te preocupes que ya buscaré yo un momento para arreglártelo.
No entendí lo que quería decir pero cuando me sacó el brazo del hombro eché a correr para tirarme al agua para refrescar mis sentidos y rebajar la erección. Ya más tranquilo fui donde estaban ellos pero al llegar no vi a Jorge.
– Ha ido con unos amiguetes al chiringuito -me dijo- Siempre lo hace, pero al menos este año no me dejará sola estando tú conmigo.
Me tendí sobre la toalla, a su lado. Miré de reojo aquellos impresionantes montículos que eran sus mamas y su vientre admirando su sentido de la libertad personal, su ausencia de vergüenza y su desprecio por la opinión de los demás.
– ¿Te importaría ponerme crema anti solar por la espalda? -me dijo- Estoy muy blanca y el sol pica bastante.
No me atreví a decirle que no pero sólo de pensar que iba a tocar todo aquello, mi polla empezó a ponerse dura.
Cuando mis dedos comenzaron a pasar la crema por sus hombros, mi erección ya volvía a ser total. Lentamente fui llenando su espalda, luego los riñones, pero me paré al llegar a sus redondas y abultadas nalgas. Nunca había visto un culo tan gordo y menos desnudo.
– No tengas vergüenza – me dijo – Sigue, tócame el culo sin miedo.
Lo hice, primero con cierto temor pero luego, excitado a tope, sintiendo un placer extraño en mis ingles, se lo masajeé con ganas, sobándoselo cada vez más fuerte, con más presión. Entonces ella separó los gordos muslos y en voz más baja me dijo:
– Pasa la mano entre ellos, eso es así… despacio, despacio… ¿Sigue… estoy mojada por ti, como tú estás trempando por mí… oooh… mete los dedos… muévelos… eso es… sí, me voy a correr… aaah… mi vida, que gusto me das… que gustooo… oooh…!.
Yo no sabía exactamente lo que estaba haciendo. Bueno sí, sabía que estaba masturbando a mi primera mujer que, para más morbo, era amiga de mi madre. Estuve un rato con la mano metida entre sus muslos, una mano mojada por completo como si ella se hubiera meado en ella. Entonces se dio la vuelta. Cogió mi cara con las dos manos y rozó mis labios con los suyos diciéndome:
– Gracias mi amor, me has dado mucho placer y ahora te daré yo el que te he prometido antes.
Me hizo tender boca abajo a su lado, pasó una mano bajo mi vientre y agarrándome la tiesa polla, comenzó a masturbarme con extrema lentitud. Pronto me di cuenta de que no era lo mismo pelártela tú que te la pelaran. El gusto era mucho mayor, más intenso. En un momento dado y sin dejar de mover la mano, con la otra echó una teta hacia mí dejando su gordo pezón muy cerca de mi boca.
– Lámelo – me dijo – chúpamelo.
Haciéndolo, me corrí con un placer como nunca había sentido. Mi leche bañó mis muslos y la mano, así como la toalla. Más tranquilo, me levanté y me fui al agua para refrescarme y poner en orden mis ideas. Mientras nadaba lo único que saqué en claro es que una mujer me había enseñado lo que era el placer y que sería tonto no seguir aprendiendo de ella. Cuando volví a acercarme a ella, Jorge aún no había vuelto. Me senté a su lado y nos miramos sonriendo.
– ¿Volveremos a repetirlo, verdad? – me atreví a preguntarle tras unos instantes de duda.
– Tantas veces como quieras y podamos – me contestó – Y cosas mejores que estas que hemos hecho.
– ¿Dejarás que te… que te folle? – pregunté notando como me sonrojaba.
– ¡Claro que sí, cariño, claro que sí, vas a follarme, vas a hacerme muy feliz! – replicó acariciándome con disimulo mi ahora arrugada pollita.
Jorge no volvió hasta la hora de comer. Había estado jugando al dómino con los amigos de todos los veranos y no se había preocupado por la hora sabiendo que yo estaba haciendo compañía a su mujer. Fuimos hacia el coche, nos pusimos los bañadores y llegamos a casa, donde nada más llegar y sabiendo cual era su costumbre, nos quedamos los tres en pelotas. Así comimos y mientras Jorge iba a echarse una siesta, ella y yo, en el sofá, vimos la tele. Yo había tenido todo el rato una erección fortísima ya que ver como al servir los platos, las tetorras de Teresa bailaban ante mis narices me producía una excitación de muerte. Sentado a su lado, mi verga permanecía tiesa, apuntando al techo. Ella alargó la mano y me la cogió empezando a masturbarme con lentitud. Yo quise llevar la mía a su coño pero, apartándomela, me dijo que le besara y chupara los pezones, cosa que hice con mucho gusto para los dos ya que ella no paraba de gemir. De pronto me soltó la polla, apartó su teta de mi boca e inclinándose lo que pudo, se metió mi rabo en la boca empezando a chupármela como si quisiera tragársela entera.
Yo tenía un gusto terrible y me mordía los labios para no gemir y despertar a Jorge. Pensé que me iba a correr en su boca pero no me dejó ya que, tan rápidamente como había hecho antes para chupármela, se colocó en el mismo suelo, a cuatro patas y en voz muy baja, me dijo:
– ¡Cariño, venga, métemela en el coño… fóllame… hazme tuya… fóllame que ya no puedo más!
Nunca pensé que mi primera follada de verdad sería con Teresa y a cuatro patas como los perros, pero tengo que reconocer, ahora que me la he tirado ya muchas veces, que debido a su gordura es la postura ideal para que le entre toda. Así empezó la relación más sensacional de mi vida. Nos hemos convertido en amantes y ahora me la tiro siempre que su marido está fuera o cuando ella viene a mi casa sin que estén mis padres.
Un saludo para todos.