Relato erótico

Ella cambió y como

Charo
3 de febrero del 2019

Su buen amigo y compañero de trabajo le explicó, confidencialmente, que su mujer era una reprimida en el sexo. Del sexo oral no quería ni hablar, para ella el “misionero” era suficiente. También le comentó que le gustaría montar un trío con él.

Esteban – Bilbao
Quiero contaros una experiencia que he vivido con la mujer de un buen amigo. Tengo 45 años y estoy divorciado. Tengo varias “follamigas” pero nadie importante instalado en mi vida. Físicamente estoy en forma, ya que hago gimnasia (me ayuda a relajarme de las tensiones de mi trabajo) y hace unos años dejé de fumar.
Un buen amigo mío, César, trabaja conmigo. Los dos tenemos un puesto de responsabilidad y nos ganamos bien la vida. Tiene 39 años y su mujer Carmen, tiene 38, es morena, mide 1’60 y está muy bien proporcionada. Prácticamente, desde que entró, hizo una gran amistad conmigo. Hemos salido de copas y de putas, cosa esta última que le gusta muchísimo. Lo que ha pasado, quizá ha sido por conocer en exceso su intimidad ya que César me ha contado pormenores de su vida. Por eso sé que Carmen no había tenido más hombre que él.
César me contó que ella no quería chupársela y tampoco dejaba que él le comiera el coño. Solo le permitía follarla en la postura tradicional, aunque a veces ella se ponía sobre él; esto, añadió, le había obligado a ir cada semana a casa de una antigua amiga a la que, por supuesto, pagaba por follarla. Yo, para ser sincero, había deseado a Carmen más de una vez. Cuando, iba a cenar a su casa, había intentado ver mejor su anatomía. En una ocasión le estuve viendo toda la raja ligeramente difuminada por una braga transparente. ¡Cuantas veces deseé lamerle el coño! Y entonces, en ese ambiente de secreta cachondez, César me confesó que le gustaría hacer un trío pero puntualizando que, por supuesto, con dos hembras y un macho.
– Estoy seguro de que a mi mujer, le comería el coño antes una tía que un tío -me decía- No sé, a lo mejor empujándola un poquito…
– Creo que ves demasiadas películas porno – le contestaba yo.
Una tarde, el pasado año, me los encontré haciendo unas compras, la piropeé diciéndole lo guapa que estaba.
– Gracias -me contestó- Tu amigo no me ve así, dice que a tanta vaca él no se atreve a torearla.
– Si no se atreve él a torearte -le dije en tono de broma- puedo hacerlo yo.
Carmen, colgándose de mi brazo, le dijo a su marido:
– ¡Ya sabes que Esteban es mi tipo de hombre!
La rodeé de las caderas con ganas de que me sintiera. Nos apretamos riendo.
Ese año yo no había pensado ir a la fiesta de la empresa pero a última hora fue César quien me animó a asistir.

No sé que tienen ciertas señoras que cuando van a fiestas, se colocan la ropa de forma especial. Ellas dicen que para agradar a sus maridos pero yo creo que es para poner cachondos a los maridos de sus amigas. Todas iban que daba gloria verlas. Yo me senté entre César y otro amigo. Frente tuve a Carmen, que vestía pantalón y una blusa transparente, todo de color negro. Durante la cena charlamos de todos los temas pero fue Manolo quien sacó el del sexo. Decía que él era muy liberal en esos temas y que quería que su mujer fuera, sobre todo, feliz en la cama.
– ¿Y si para hacerla plenamente dichosa tuvieras que meter a otro tío en la cama con vosotros dos? – le preguntó otra chica.
– Hombre, no iba a meter a uno cualquiera, tendría que ser un tío de toda confianza para los dos, pero vamos, lo que yo propondría es que mejor que un chico, poner una chica – añadió él.
Nos echamos todos a reír.
La fiesta continuó después de la cena. Fuimos haciendo grupitos para ir a tal o cual discoteca.
– Tú, que no estás emparejado, rápido lo haces, aunque sea con Rosa – me dijo César refiriéndose a una vieja secretaria, a punto de la jubilación, añadiendo que follar con aquella señora tenía un morbo especial, que era soltera y tenía unos muslos cojonudos.
En la discoteca hicimos el oso un buen rato. Todos bebieron más de la cuenta pero yo, aunque hice también el papel de beber, tiré casi toda la bebida. También observé que Carmen bebía más de lo acostumbrado y sabía, por César, que ella se ponía muy cachonda cuando llevaba alcohol de más. Bailé con ella varias veces y con otra chica para despistar. En más de una ocasión restregué mi entrepierna ligeramente en su culo. Ella trataba en todo momento de que mis acometidas no se notaran e íbamos bailando, hacia el otro lado de la pista.
Hubo un momento en que le cogí el culo con las dos manos y le hice sentir mi tremenda erección.
– ¡Vámonos, vámonos con todos! – me dijo soltándome.
La cogí de un brazo y la retuve por unos momentos, pidiéndole perdón con la excusa de estar medio borracho. Cuando acabó la fiesta, César se empeñó en tomar la última en su casa. Yo me quería ir pero Carmen también insistió en que fuera con ellos.
Una vez en su casa, nos sentamos en el salón mientras ella traía algo de comer. César seguía bebiendo.
– Lo que vamos a hacer es seguir bailando. ¡Pon música, Esteban! – me dijo cogiendo a su mujer y moviéndose por el salón abrazado a ella.
Le acariciaba la espalda bajo la fina blusa y le daba besos suaves en los labios a los que ella respondía.

– Bueno, yo me voy que esto se pone un poco tierno -les dije-
– ¡No, no, espera, baila tú con Carmen mientras yo corto un poco de jamón! – exclamó César.
Intenté negarme pero fue ella quien me echó los brazos al cuello. Nos movimos tratando no rozarla. No quería que ocurriera lo de la discoteca.
– ¡Vaya forma de bailar! – exclamó él al vernos – ¡No me extraña que no ligues, apriétala, aunque sea mi mujer!
La cogió por detrás haciendo con Carmen un bocata de hembra. Mi polla ahora se restregaba en su entrepierna, creo que sin ningún impedimento.
– ¡La vamos a asfixiar! – dije tratando de cortar aquella situación.
Me separé y me fui al sofá con una tremenda erección. No tardé en sentir risas en el pasillo. Me asomé y vi como llevaba cogida a su mujer, camino de la habitación.
– ¡No te vayas, cuando acabe nos tomamos la última copa! – me dijo él.
Cuando la puerta se cerró, me acaricié la polla y fui al baño a “descargar”. Apenas me fumé un pitillo cuando se oyó de nuevo la puerta, pero cuando yo esperaba ver a mi amigo, apareció Carmen envuelta en una bata, con el cabello alborotado.
– Tu amigo se ha dormido ¿es que conmigo no cuenta nadie? -dijo.
Se soltó el nudo de la bata y se destapó. Iba con unas braguitas negras de puntillas y el sujetador haciendo juego.
– ¿Estabas esperando esto, verdad? – añadió.
Tragué saliva. Se me acercó. Puse mi mano derecha en su cadera y la atraje hacia mí besándole el ombligo. Ella me acarició la cabeza mientras yo recorría su generoso culo con ambas manos. Recorrí la raja con la punta de los dedos y cuando le destapé el culo, apartando las bragas, ella trató de bajárselas por delante. Me agaché y le di un beso en pleno monte de Venus pero ella me sujetó la cara.
– ¡No! – exclamó – ¿Qué haces loco? – le metí los dedos en el coño y le besé la ingle. – Se ha dormido antes de metérmela – me dijo
Me levanté y me bajé los pantalones. Ella me cogió la polla y apretó mientras me ofrecía la boca semi abierta. Nos besamos apasionadamente. Ella acercó mi polla a su coño y yo ayudé a colocarla. De un solo golpe se la metí. Gimió abriendo la boca y levantó la pierna colocándola sobre el reposabrazos del sillón.
– ¡Fuerte… aaah… más, más….! – exclamó.

La follé durante unos segundos, mirándonos a los ojos. De repente se la saqué y le di la vuelta. Ella se temió lo peor y exclamó:
– ¡No, no, por el culo no… por favor!
Le metí la polla en el coño a estilo perro. Le acariciaba los pechos a la vez que le lamía la espalda. Carmen se meneaba como una pantera mientras decía:
– ¡Sigue, cabrón… aaah… me voy a correr… dámelo tú… dámelo… hasta dentro… aaah… más… más… aaah… me corro….!
Me quedé tenso soltándole toda la leche acumulada y me eché sobre ella.
Mi polla fue saliendo de su bien dilatado coño mientras yo le seguía besando la espalda y los hombros.
– Sabía que tarde o temprano esto iba a ocurrir – me dijo – Muchas veces, aunque no lo pareciera, me he puesto caliente al adivinar que tú me deseabas.
Le recorrí el cuello con mis besos y mi polla empezó a coger volumen por sus continuas caricias en mis huevos. Sin decirme nada, Carmen cogió una toallita de esas húmedas, pasándomela por el capullo.
– Hacer esto no es lo que más me gusta – me dijo – pero quiero hacerlo todo.
Se agachó y después de pasar la lengua por toda la verga, empezó una soberbia mamada que solo acabó cuando la separé ya que deseaba correrme otra vez en su coño.
Me eché sobre ella, que previamente se había tumbado en el suelo y se frotaba el coño, mirándome la polla y lamiéndose los labios. La follé lentamente hasta que le dije:
– Mari, quiero otra cosa tuya.

– ¡Si, lo que quieras, pídeme lo que quieras! – contestó excitada.
– Hace tiempo que he soñado en follarte por el culo – dije.
– ¡Me vas a matar, es muy gorda para que puedas hacérmelo! – replicó
Le fui relajando el ano con los dedos, luego le di la vuelta, y le restregué la polla por toda la raja y de vez en cuando, le follaba el coño. Le coloqué el capullo en el ano y apreté. Lanzó un gemido. Se la saqué y volví otra vez, hasta que cuando se quiso dar cuenta, tenía pegados mis huevos al coño. Salí y entré lentamente.
Ella jadeaba a la vez que se pasaba la mano por el coño y me decía:
– ¡Que bueno, que bueno, dámela por el culo, aaah.

Ahí, sí, ya, te corres, te corres… más… más…!
Me quedé parado sobre ella, Carmen se frotaba a mano llena el coño y yo le acariciaba los pechos. Así se corrió de una manera soberbia. Nos besamos un buen rato.
– Mañana no podré sentarme por tu culpa – me dijo cogiéndome la polla – pero haz que se cumpla mi sueño – añadió besándome en el cuello.
– ¿Y cuál es ese sueño? – pregunté.
– ¡Quiero más… quiero hacerlo hasta que me duela todo!
La eché sobre el sofá y comencé a lamerle los muslos…
Acabamos destrozados y satisfechos. Nunca me hubiera imaginado que aquella mujer, presumiblemente “estrecha”, fuera una “fiera” en cuanto se tocaban las teclas adecuadas.
Volveré y os contaré como ha ido todo después de esta velada.
Un saludo.

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