Relato erótico
El trabajo ideal
La vida en el pueblo era muy aburrida y el trabajo en el campo muy duro. Quería ir a la ciudad y encontró un trabajo de criada para un matrimonio mayor. Era lo que buscaba.
Marisa – Santiago de Compostela
Cansada de vivir en el pueblo y trabajar en el campo busqué un trabajo en la ciudad. Encontré una casa para ir a servir. En ella vivía un matrimonio bastante mayor, ricos, y necesitaban una sirvienta durante todo el día. Me alegré mucho de poder dejar el campo y poder trabajar en la ciudad, estaba encantada de la vida.
Cuando llegué, la señora Carmen me entregó un vestido de sirvienta que debía ponerme. Me quedaba que ni pintado, un poco corta la falda pero muy bonito. El señor de la casa estaba fuera y tardaría en llegar, así que la mujer me indicó todo lo que debería hacer. Todo me pareció muy fácil, barrer, fregar, quitar el polvo… todas las tareas del hogar. Sobre las cinco de la tarde la mujer me indicó que iba a salir porque todos los días a esa hora se iba al club de las jubiladas y se pasaba la tarde con sus amigas. Me dijo que el señor no tardaría en llegar, que no tuviera miedo, que no me haría nada que yo no quisiera y que le obedeciera en todo. Me extrañaron un poco sus palabras pero no quise preguntar y únicamente asentí con la cabeza.
Mientras estaba limpiando el polvo de la cómoda me pude fijar por el espejo que el vestido me quedaba de perlas, me apretaba las tetas y me las hacía más grandes. Nunca había tenido novio ni había conocido a ningún chico y esas cosas nunca me habían llamado la atención, pero ese vestido me hacía más mujer. También me di cuenta de que si me agachaba hacia delante, se me veían las bragas y me ruboricé un poco. Volví a levantarme y a mirarme al espejo, nunca me había fijado en mi cuerpo y ahora me daba cuenta de que ya era una mujer.
Me acaricié los pechos para comprobar su tamaño y me extrañó el sentimiento que me recorrió el cuerpo, sentí un escalofrío en él, pero sobre todo en mi pubis, que por momentos fue subiendo de temperatura. Mi mano rozó la falda y fue levantándola hasta llegar a mis braguitas me las quité y las tiré al suelo. Ahora podía tocarme sin problemas. Mi cuerpo fue excitándose por momentos. Cuando iba a llegar a mi clítoris oí la puerta que se abría, me aterroricé y salí corriendo hacia la cocina para hacer como si estuviera fregando. Había llegado el señor, un hombre de unos 65 años, calvo y bajito, pero a simple vista me pareció buena persona.
– ¡Hola! Tú debes de ser Marisa -me dijo nada más entrar en la cocina- Ven al comedor, quiero hablar contigo.
Asentí con una sonrisa. Cuando llegó al comedor se sentó en el sofá y me indicó que me quedara delante de él, me pidió que me diera la vuelta, me di una vuelta y volví a quedarme enfrente de él.
– Me han dicho que eres obediente.
– Si señor, haré todo lo que usted me diga- le contesté para que quedara tranquilo de mi deber hacia él.
– Ya veo, ya veo… estás muy bien -pronunció como si pensara para sus adentros- Quiero que recojas tus bragas del suelo y me las des -indicó muy serio y con voz ronca.
Yo me quedé perpleja. No recordaba las bragas y ahora no podía ni moverme de la vergüenza.
– ¡Vamos, obedece! -mandó con voz más fuerte.
Yo no sabía lo que iba a suceder, tenía miedo de que me echara el primer día, intenté suplicarle que no lo hiciera.
– Señor, lo siento de verdad, no se por que lo he hecho, pero no me eche usted, haga conmigo lo que quiera, yo le obedeceré en todo, soy su criada.
– No te preocupes, ven aquí y siéntate en mis rodillas, bonita.
Me dijo mientras yo me quedaba un poco sorprendida de lo bien que se lo había tomado todo. Pensé que era muy buena persona y que solo quería hacerme el bien. No dudé en sentarme en sus rodillas, pero una vez que lo hice me cogió de la cintura y me tiró hacia él, noté un bulto extraño debajo de su pantalón que aumentaba por momentos y me aplastaba el culo, ya que también me había subido la falda para que mi piel tocara su ropa.
Empezó a mover mi cintura de un lado para otro y esa cosa aumentó de tamaño por momentos. Yo no sabía lo que hacía pero tenía miedo de que me riñera y no puse impedimento. Tenía una respiración muy agitada y no sabía exactamente el motivo de su excitación.
Quitó sus manos de mi cintura y yo empecé a moverme sola igual que él había hecho antes conmigo. Su pantalón ardía contra mi sexo y yo empezaba a sentir algo que nunca había sentido. Se me escapó un gemido que no sabía que podía realizar, el roce de su pantalón vaquero tan caliente me producía una excitación que no sabía muy bien a que se debía. Me apoyé hacia delante con las manos en la mesita de enfrente del sofá donde estábamos sentados y seguí moviendo con más rapidez mi cintura. Ahora empecé a oír con claridad como el señor gemía sin parar, como cuando mis padres follaban en la habitación.
– ¡Vamos nena, arrodíllate y mámamela! -murmuró extasiado de placer.
Yo cada vez más mojada sin saber por que creí que lo mejor era obedecer como había dicho que haría, me arrodillé enfrente de él y me quedé mirando su pantalón, que parecía que fuera a explotar. No quería creer lo que había debajo de él, pero lo sabía perfectamente, y me di cuenta de que quería que me la metieran. Sin saber cómo, mis manos se fueron hacia el pantalón para intentar liberar aquel miembro que iba a explotar de un momento a otro. Le desabroché los pantalones y le acaricié el bulto que le hacía el calzoncillo, le bajé las dos prendas y por fin apareció una verga enorme. Tenía un tamaño gigantesco.
Me la metí en la boca y oí como el viejo suspiraba de placer. Me gustó que lo hiciera y seguí chupando y chupando su gran miembro; era gordo y lleno de anillas. Mi boca subía y bajaba sin parar, me di cuenta que me encantaba hacerlo y de que yo me estaba poniendo más cachonda a cada momento. Por fin oí como chillaba y sin darme tiempo a nada, me saltó toda su leche en la cara.
– ¡Chúpala a cuatro patas, zorra! – me gritó y yo obedecí sin pensarlo.
Me puso más cachonda que me llamara zorra y me tragué todo su semen mientras le limpiaba su miembro.
Su voz subía de tono a cada momento y sus órdenes me excitaban por segundos. Obedecí sabiendo lo que iba a hacer. Quería que ese viejo me la metiera por el culo. Noté como su lengua salivosa mojaba mi orificio anal para aclimatarlo a lo que le esperaba.
Mientras tanto, con la otra mano me desabrochaba la cremallera del vestido y me dejaba completamente desnuda, únicamente con las medias que llegaban hasta mis muslos, dándome un aire de puta increíble. Pensar que era una puta me ponía más cachonda y quise que me la introdujera toda dentro de mí.
– Te voy a clavar todo mi rabo y quiero que chilles de dolor como una zorra cuando te la clave, guarra.
Yo no sabía por qué utilizaba ese lenguaje pero no me importó nada, me excitaba y no sabía el motivo. Había sido una penetración tan grande que había estrellado mi cabeza contra el cabezal del sofá.
No podía incorporarme de los golpes que me arremetía cada vez que introducía su gran polla en mi cuerpo y tampoco podía parar de chillar por el gran dolor que me producía aquello.
– No te preocupes, pronto notarás placer y me suplicarás que no pare.
Me dijo babeándome a la oreja, mientras sus manos me pellizcaban y sobaban los pezones. No lo podía creer pero tenía razón, porque al momento ese dolor intenso fue pasando a placer extremo y me sorprendí de que sin pensarlo mi voz a gritos le pidiera que no parara. Él reía sin parar y seguía sobándome las tetas. Mis gemidos eran tan fuertes que en vez de cansar al viejo, le excitaban cada vez más. Parecía que no fuera a aguantar tanto pero era algo increíble que follara tan bien. Incluso me gustaba que fuera tan viejo y baboso, me excitaba mucho más.
– ¡Voy a correrme, gírate y chúpala como a ti te gusta! -me indicó.
Me giré hacia él, que estaba de pie y se la chupé esperando su leche como el niño hambriento espera su papilla. Noté su semen cayendo por mis mejillas y con mi lengua intenté relamerlo todo. Yo miraba al amo con cara de celo y él gemía sin parar de reírse.
– ¡Vamos mi zorra, obedece al amo y cabálgame!
Me dijo mientras se tumbaba boca arriba dejando, verticalmente su gran cipote peludo. Yo necesitaba mucho más y quería acabar la faena. Me tiré encima y fui lamiéndole entero, desde sus orejas, pasando por sus pezones, hasta llegar a su erguida polla. Se la chupaba mientras lo miraba y veía como gemía sin parar. Cuando ya estaba a punto, me levanté y me puse de cuclillas encima de él. Tenía la punta de su cipote rozándome el coño chorreante, lo rozaba y él se enfurecía de que no me la metiera, pero a mí me gustó ver que ahora yo era la que dominaba y que ahora era yo la señora y él el perro.
– ¿Te gusta verdad?- preguntaba yo con cara de placer y esperando enloquecer de placer al viejo.
– ¡Vamos, clávatela, clávatela ya de una vez, te lo ordeno!- gritaba
– ¿Quieres que me la meta dentro, verdad?- seguía preguntando yo mientras le rozaba el glande con mi coño ardiendo. Te voy a dar lo que quieres, te daré mi cuerpo para que experimentes y gimamos los dos de placer, pero eso te costará caro- seguía diciendo yo mientras jugaba con su polla.
– ¡Te daré todo lo que quieras, todo, todo!- gritaba confundido.
Y por fin bajé de golpe mi cintura y me incrusté con fuerza todo su miembro caliente y duro. Empecé a moverme con rapidez y noté que ahora el que gemía fuerte era él. Me di cuenta de la fuerza que tenía mi cuerpo y todo lo que podía sacar con él. Pensé que follar con el viejo me gustaba, que le podía sacar todo lo que quisiera tratándole bien y que mi coño lo agradecería porque, a pesar de sus años, funcionaba como cualquiera.
Lo que yo no sabía era que todo había sido una trampa, que yo estaba destinada en esa casa a acabar haciendo lo que estaba haciendo y que por detrás del cristal del comedor la señora miraba sin parar, pero eso será otra historia…
Besos.