Relato erótico

El tercer vertice

Charo
1 de octubre del 2018

Leyendo la revista Clima, un contacto le llamó la atención, era una pareja joven que buscaban a un chico para montarse un trío. El texto le sedujo y se puso en contacto con ellos. No se arrepintió.

Víctor – Madrid
Realmente, no me han gustado nunca las citas a ciegas, pero tras la experiencia que me ocurrió hace algún tiempo, estoy dispuesto a cambiar de opinión. El contacto decía, poco más o menos:”Te buscamos a ti, joven que arde en deseos de encontrar algo distinto. Somos Alfredo y Virginia, y estamos ansiosos de encontrar el tercer vértice de nuestro triángulo”. Era realmente un texto corto, pero me resultó subyugante. Era… ¿como lo diría? Intrigante, quizá sea la palabra. Así que me decidí a escribir. No estaba muy seguro de qué me iba a encontrar, pero hacía tiempo que deseaba explorar mi faceta bisexual. Me gustan las mujeres, pero hay algo en los hombres que me excita. Quizá aquella fuera la ocasión de, tal vez, probar suerte.
Aunque no las tenía todas conmigo, debo confesarlo. De todas formas, en principio podría guardar las formas porque en el triángulo habría una chica. Ya vería, una vez “metido en faena”, si me decidía, o no, a “probar” otros placeres. Contestaron mi carta. Ya tenía la dirección y la hora en la que habíamos quedado.
Me duché, con ansiedad, y me dirigí al domicilio que me habían indicado. Estaba algo lejos, así que tomé un taxi. Era un barrio de clase media-alta, de edificios nobles y habitados mayormente por profesionales liberales. La casa a donde me dirigía era una vivienda unifamiliar, de agradable aspecto exterior. Llamé a la puerta, al tiempo que mi corazón llamaba en mi pecho con notable velocidad. Me abrió un chico como de 28 ó 30 años. Me dedicó una sonrisa deliciosa, intuyendo quien era, y se presentó. Yo también lo hice. Nos dimos la mano, y parecía que había electricidad entre ambos. Yo estaba muy nervioso, pero él parecía sumamente tranquilo. Diría, incluso, que disfrutaba un tanto con mis nervios. Realmente Alfredo estaba como un tren. Vestía un batín oscuro, pero dejaba ver una silueta delgada, sin asomo de vello en el pecho, con una media melenita de color negro y ojos castaños claro. Era de facciones angulosas pero en absoluto aceradas, armoniosamente dispuestas.
– ¿Y… Virginia? – me atreví por fin a preguntar.
– Ahora viene, no te preocupes, está terminando de ducharse.
Me volvió a sonreír. Aquel joven me estaba poniendo cachondo. Notaba que por allí abajo algo se me movía, pero no quería que se notara, así que me senté, cruzando las piernas para que no se viera mi incipiente erección.
-¿Has tenido alguna experiencia en tríos? -me preguntó Alfredo, sin abandonar aquella maravillosa sonrisa.
– Pues… no, la verdad, ésta es la primera vez.

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-Ya me parecía – contestó el chico -Pero no te preocupes, verás cómo te lo vas a pasar en grande.
La puerta se abrió y en el marco se destacó la silueta de Virginia. Era una chica de poco más de 20 años, con una melena rubia, sedosa y larga, facciones muy regulares y lindas, y un cuerpo que, según se adivinaba bajo un batín semitransparente, podía ser la perdición de más de un hombre. Las caderas eran torneadas, pero no exageradamente, los pechos se adivinaban medianos, sin esa exuberancia que hace de algunas mujeres auténticas vacas. Pues sí que estaba la cosa bien.
El chico era de exposición y la chica, no digamos. Virginia se acercó y me dio dos besos en la cara. Había algo en aquella chica que me producía un extraño morbo. A estas alturas mi rabo estaba a punto de estallar y ya no sabía qué hacer para que no se me notara. Fue Alfredo quien dio la solución.
-Creo que debes hacer algo con “eso” – y señalaba hacia mi paquete – Vas a tener algún torcimiento de testículo, o algo así. Pasa a la habitación y vete desvistiendo, si te parece. Después entraremos nosotros.
Me pareció bien, sobre todo porque no sabía dónde meterme. Entré en el cuarto. Era un dormitorio con una gran cama redonda. Me quité la ropa y me metí en la cama, tapándome con las sábanas. No había pasado un minuto cuando Virginia y Alfredo entraron. Se habían despojado de los batines y ella aparecía con braguitas, sujetador y ligueros.
Verdaderamente era una real hembra. Él llevaba solo un minúsculo slip, que apenas contenía un monstruoso paquete que pugnaba por escapar de tan estrecha cárcel. Bajo las sábanas, mi polla estaba a tope, segregando líquido preseminal.
Virginia se me acercó y me besó en los labios. Su lengua me penetró muy adentro, prácticamente hasta la campanilla. Metió una mano bajo las sábanas y atrapó mi rabo, que palpitaba casi a la misma velocidad que mi corazón. Alfredo se colocó detrás de Virginia y comenzó a sobarla. La chica bajó con sus manos las sábanas y me dejó desnudo ante los dos. En el acto, comenzó a lamerme los pezones, mordisqueándomelos con gula y cierto sadismo. Deslizó la lengua por mi torso, suavemente, amorosamente, hasta llegar al vello púbico. Allí lamió a ambos lados, en los muslos, antes de sumergir mi rabo, que reventaba, en su sensual boca. ¡Que maravilla! Estaba deseando metérsela por el coño. En aquel momento ni me acordaba de Alfredo. Aquella chica lo llenaba todo en mí. Alfredo, desde atrás, le había bajado las braguitas a la chica, solo un poco, lo suficiente para que imaginar que le estaba refregando su rabo por la hendidura del culo. Virginia seguía haciendo un gran trabajo en mi polla. La chupaba a todo lo largo, le daba mordisquitos en el glande, metía la punta de su lengua por el ojete de la verga, después la sumergía entera, hasta el final de mis 20 centímetros, dentro de su boca, húmeda y cálida.

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De repente la chica giró sobre el eje de mi polla y se puso boca arriba. Entendí el mensaje, sobre todo cuando se abrió de piernas y me mostró las braguitas que aún conservaba puestas por delante. No me hice de rogar. Me deslicé hacia adelante, dispuesto a hacerle un 69. Mientras, Alfredo se la había metido por el culo. La vista que yo iba a tener de su rabo iba a ser magnífica. Mi boca estaba a escasos centímetros del sexo de la chica.
Entonces ella se deslizó las bragas piernas abajo y cuál no sería mi sorpresa cuando me encontré una pollita, no demasiado grande, pero ciertamente una pollita, donde debía haber un coño. ¡Era un chico aquella chica! ¡Virginia era otro Alfredo! Miré al Alfredo auténtico, que me sonrió pícaramente.
-¿Serás nuestro vértice? -dijo masajeándose su inmenso aparato, que brillaba por los jugos.
Tras un instante de vacilación, no pude contenerme. Estaba empalmado y deseando seguir y me metí aquella pollita de la ex Virginia en la boca. En cuanto se puso en erección no resultó ser tan pequeña. Por lo menos 16 centímetros debía de medir. La sensación fue muy placentera. La chupeteé a todo lo largo y después me detuve en el glande, brillante y vibrante. La chica debía estar a punto, porque se corrió justo cuando yo tenía la polla bien adentro. Me atraganté al principio con aquel líquido viscoso, pero me di cuenta de que tenía un sabor muy agradable y me lo tragué todo. No había terminado de saborear el néctar de la chica cuando me di cuenta de que tenía en la misma puerta de mi boca la enorme polla de Alfredo, que la había sacado del culo de la ex Virginia. Lo miré y me sonrió pícaramente.
– ¿Te atreves con la hermana mayor? – me dijo.
Por toda respuesta le di un lametón con la lengua aún viscosa de la leche del transexual. Alfredo dio un respingo y me la metió en la boca de una sola vez. Con gran trabajo conseguí, poco a poco, meterme aquellos 25 centímetros en la boca. Noté como la punta me llegaba a la garganta. Fue una sensación maravillosa. Mientras la otra se trabajaba mi polla, yo estaba para reventar y exploté en su lengua, con la que paladeó mi esperma hasta la última gota. Alfredo me largaba emboladas, follándome la boca. Yo chupaba el vástago, me detenía cuando podía en el glande, jugueteaba con el ojete. Pude un momento sacarme la verga para chupetear los huevos, hermosos y apenas sin pelo.

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Cuando noté que el hombre se iba a correr, yo me apresuré. Coloqué su polla justo encima de mi lengua, convenientemente fuera de la boca y se derritió allí, un trallazo tras otro. Antes que se perdiera lo más mínimo, engullí con gula toda aquella inmensa cosecha de semen, no sin antes paladearlo y comparar su sabor con el de la otra leche, de la que aún me quedaban restos en la boca. Ambas eran deliciosas, pero esta última sabía más a hombre que la otra, no sé si me explico. No fue la última vez que los tres compusimos aquel muy peculiar triángulo, cosa que ya contaré.
Saludos.

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