El técnico de la lavadora

Estrenaban su nueva casa y parecía que los electrodomésticos se habían confabulado para no funcionar. El último técnico que acudió a su casa fue el de la lavadora. Era un hombre alto, con un cuerpo musculado y que no dejó indiferente a nuestra amiga.

Verónica – Málaga
Acabábamos de mudarnos a nuestra nueva casa y teníamos la impresión de que nada funcionaba. Hubo que llamar a todo tipo de técnicos. Fueron días duros, en los que todo estaba patas arriba. Los recordaría con terror si no fuera porque en aquellos días tuve uno de los encuentros más dulces de mi vida.
Vi venir al hombre de la lavadora a través del ventanal. Me llamó la atención la forma de caminar, sin apenas mover las caderas y balanceando los brazos musculosos. El miró hacia arriba y nuestras miradas se encontraron.
Cuando llamó al timbre le abrió mi marido. Le acompañó hasta la cocina y le indicó el lugar donde estaba la lavadora. Yo anduve por la casa hasta que mi marido me anunció que el hombre se había marchado sin arreglar el aparato y que volvería el viernes con la pieza que necesitaba.
Sin saber porqué aquel viernes esperé la llegada del hombre con ansiedad. Busqué mil excusas para que mi marido saliera de casa, pero no encontré ninguna. Cuando llegó el hombre de la lavadora abrí la puerta y no pude remediar admirar la anchura de sus hombros.
Me resigné a que mi marido no saliera, pero procuraba ir de vez en cuando a la cocina para ver al hombre trabajando. Me pidió un par de veces que le acercara una herramienta. Tocó mis dedos de manera imperceptible y yo me notaba cada vez más agitada.
Desmontó la lavadora y la volvió a montar. La probaba y no iba. Y yo deseaba que no se fuera nunca para poder volver a tocar sus dedos.
Al final, mi marido se aburrió de esperar y decidió ir solo a unas gestiones que teníamos que hacer.
Cuando vi desde la ventana que mi marido doblaba la calle en el coche me dirigí a la cocina. Milagrosamente la lavadora estaba desaguando
– Señora, ya está arreglada
– Ha tardado usted mucho – dije yo
– Ya me he dado cuenta de que usted estaba impaciente porque acabara. – Y sonrió.
Se agachó y comenzó a recoger su caja de herramientas
– ¿Quiere usted tomar algo? – pregunté yo, retrasando el momento de su marcha
Se volvió hacia mí y me contestó:
– Quizá, pero primero dígame si puedo usar el lavabo

Cuando volvió del cuarto del baño yo me encontraba en el salón vacío de muebles, pero lleno de cajas a medio abrir, bultos y paquetes. Estaba muy nerviosa. Miré el reloj y mentalmente calculé que faltaba al menos hora para que mi marido terminara las gestiones.
Se acercó a mí, con sus caderas estrechas, sus hombros anchísimos y su mirada oscura y brillante. Yo estaba junto a unas cajas apiladas. Paco, que así se llamaba, flexionó los brazos y se quitó el polo con el anagrama de su empresa. Tenía un torso liso y musculoso, sin apenas vello. Se desabrochó el pantalón y el sonido de la cremallera de su pantalón de pana bajándose me pareció el sonido más erótico que había oído en mi vida. Sentí una punzada en el chocho.
Hacía calor. Yo llevaba un vestido ligero de tirantes. Paco se acercó despacio y puso sus enormes manos en mis hombros. Me gustó el contacto de su piel. Me besó en el cuello mientras bajaba los tirantes por mis hombros. Acariciando la tela y la piel trémula que había debajo, hizo resbalar el vestido que quedó enrollado en mis caderas. Cogió con delicadeza mis pezones y siguió besándome el cuello. Seguíamos de pie. Me atreví a poner mis manos en su espalda. La recorrí desde la nuca hasta el borde el pantalón.
Me besó en los labios y en ese momento me olvidé de mi marido, de mí misma y de que se trataba de un desconocido. La suave presión de sus dedos en mis pezones, hicieron que toda yo empezara a temblar.
Deslicé mis manos por debajo y las pasé despacio por su culo, haciendo presión para que cayera su pantalón. A veces, cuando estoy triste y cansada recuerdo aquel culo que se reflejó en el amplio espejo de la pared del salón desnudo. Era el culo de hombre más perfecto que he visto nunca. Redondo, lleno, liso, y duro. La visión de su culo aumentó mi ritmo cardiaco y el deseo de ser penetrada por él. No paraba de besarme los labios y el cuello, sin dejar de acariciar mis pezones y mis caderas en movimientos circulares que casi me mareaban.
Yo misma me quité las braguitas y me senté sobre las cajas apiladas. Separé las piernas y esperé al hombre. Miré su sexo inhiesto. Tenía una curiosa forma. Más ancho en la base y más estrecho en la punta.
Cuando me clavó la polla, casi desfallezco. En el espejo podía ver las contracciones de sus nalgas cada vez que me follaba.
Entretanto sentía su polla en forma de pirámide entrando y saliendo de mí. En cada embestida, la amplia base entraba entera en mi vagina cada vez más dilatada, cada vez más mojada. Mis pechos golpeaban su pecho y deseé que aquello no acabara nunca.

– Necesitarás una toalla – dijo él cuando mis jadeos se hicieron más intensos, el sudor perlaba mi labio superior y los músculos que rodean mi coño se contraían a punto del orgasmo.
Como pude, estiré la mano hacia una de las cajas y saqué una toalla de baño. La puse bajo mis piernas, entre el hombre que se arrodillaba ante mí y mis piernas temblorosas. Llegué al orgasmo cuando Paco apretó con sus manos mis nalgas y, desde muy dentro de mí, inició movimientos fuertes y rápidos. Me corrí. Me corrí a chorros, de forma torrencial, me vacié como un manantial sin fin. Mi chocho era como una pequeña manguera.
Paco se apartó y me acercó la polla a la boca. No tardé ni un segundo en agarrarla y metérmela en la boca. Tenía el sabor de mi chocho y esto me puso muy caliente. Le cogí los huevos con una mano y mientras los masajeaba, con la otra le masturbaba el cipote.
Paco agarró mi cabeza con las dos manos y empezó a follarme la boca con fuerza. A mi marido no se lo permitía, ya que me daban arcadas, pero con aquel tío, todo me parecía bien.
De pronto noté como un chorro de leche caliente llenaba mi boca y bajaba por mi garganta. Quise apartarme pero, me tenía cogida con fuerza. Cuando acabó de correrse, acercó su capullo a mis labios para que se lo lamiera y lo limpiara. Lo hice sin rechistar.
Cuando terminé, se vistió y me dijo:
-Me voy, creo que ya he arreglado todo lo que no “funcionaba”. Si quiere repetir algún día, le he dejado mi tarjeta sobre el mármol de la cocina.

Dicho esto, se fue.
Me levanté rápidamente, fui al baño y me di una ducha rápida. Olía a macho y no podía permitirme que mi marido sospechara nada. Cuando salía del cuarto de baño, me encontré de frente con mi marido. Le dije que el lampista se había ido hacia rato, y que todo funcionaba.
Aquella noche, dormí como un bebe. Hacía tiempo que no tenía un orgasmo tan satisfactorio. Creo que cuando terminemos de organizar todo lo de la mudanza, le llamaré. Un polvo como el que eché, me apetece repetirlo.
Un saludo de una mujer infiel.