Relato erótico

El sexo mejor con morbo

Charo
10 de abril del 2019

Reconoce que es un hombre vicioso y que el sexo lo vuelve loco. Estaba visitando webs de contactos en internet y se decidió a poner un anuncio. Buscaban un chico bien dotado para su mujer.

Jordi – GERONA
Hola amigos de Clima, soy un marido libertino que desearía, a través de vuestra revista, entrar en contacto con otras parejas y maridos libertinos para intercambio de experiencias. Nunca antes os había escrito y a la vez que os deseo suerte, paso a contaros una de nuestras últimas aventuras vividas el año pasado, que pienso puede interesar a algunos de vuestros lectores, y si se puede también insertar juicio y opinión, aclarar que no es lo mismo libertino que cornudo.
Tras haber insertado un anuncio en internet recibimos, unos días después, una respuesta de Francia. Buscábamos parejas o chico para ella y nos escribió Pierre, un joven del sur de Francia, cerca de nosotros que somos de Gerona. Decía tener 22 años, 1,79 de estatura, 71 kg, poca experiencia y que deseaba conocernos. Lo hablé con Inés, mi mujer, cuyo temor era que quizás el chico fuese algo joven, pero se convenció al decirle que el chico quería tener y ganar experiencia, y que esa era la mejor forma.
Inés, como digo mi mujer, tiene un aspecto joven, de mentalidad abierta y en cuanto a su físico mide 1,69 m, pesa 57 kg y se mantiene muy bien y en forma porque va todos los días al gimnasio. Su edad, algo que no se debería preguntar, es de 14 años mayor que Pierre. Es morena, melena corta con mechas rubias y claras, de culo y pecho muy bien y lo mejor, pienso yo, su gran simpatía.
A los ocho o nueve días Pierre ya nos había contestado. La carta la recibí yo pues iba a mi nombre y como libertino, soy yo quien suele organizar este tipo de encuentros. Os diré que estoy en la cuarentena, que soy de talla normal, aspecto normal, que viajo mucho y hablo varios idiomas.
Pierre decía que deseaba conocernos, que se podía desplazar a Gerona y sobre todo nos decía que le encantaba la idea, que era una de sus grandes fantasías estar con una mujer mayor que él y esta a su vez, acompañada. Enviaba una foto suya, tomada con Polaroid, donde se veía este joven francés, con cara y aspecto libidinoso, con un enorme rabo y la inscripción en el dorso que decía, “Espero que le guste a tu mujer, 20,5 cm x 6 cm y parafraseando la ingesta de alcohol “a consommer sans moderation” que pienso no necesita traducción.
Organizamos la cita y como era Semana Santa, decidimos nosotros ir a verle a él. Inés, para la ocasión, se había puesto una blusa transparente que dejaba ver un discreto sujetador, del mismo color, y una falda de gasa hasta media pierna haciendo juego, medias negras, con liguero incorporado y botas altas. A la hora convenida sonó el teléfono de nuestra habitación del hotel. Pierre nos estaba esperando. Inés se terminó de arreglar y estaba muy guapa. Yo la veía muy sexy y muy atractiva, bien maquillada y perfumada. Este joven, con madera de viciosillo, no había quedado con ninguna jovencita y había que estar hasta en el mínimo detalle por lo que, antes de ponerse su abrigo largo, Inés me preguntó:
– ¿Qué tal estoy?
La miré de arriba abajo y le dije:

– ¡Muy bien, quítate el tanga y vamos!
En recepción nos presentamos a Pierre y tras los saludos y besos de rigor, nos dirigimos al coche para ir al restaurante a cenar y como me di cuenta de que Pierre estaba algo tenso, algo nervioso, para ir distendiendo la atmósfera, empezamos a hablar de cosas simples y bromear algo. En el restaurante, aprovechando que Inés se había ausentado unos minutos, le pregunté a Pierre que qué le parecía ella.
– ¡Súper, genial, es una mujer como a mi me gustan! – contestó excitado – ¿Y crees que yo le habré gustado? – me preguntó entonces.
No tuve tiempo de responderle porque ella volvía pero aprovechando que estábamos en un lugar discreto, le dije a Inés:
– ¡Enséñaselo!
Ante la cara de asombro del chico, ella se fue subiendo la falda y de repente abrió las piernas completamente, enseñándole a Pierre su precioso chocho que éste pudo ver en su totalidad. Hay que decir que esta preciosidad de chocho había sido objeto de cuidados y mimos para la ocasión. Lo presentábamos casi completamente depilado, con una tira de pelitos de dos centímetros vertical y todo lo demás depilado. Como es normal en un marido libertino, yo mismo se lo había arreglado. Pierre se quedó algo atónito y luego me miró sonriente.
Estuvimos un poco más en el local hasta que decidimos irnos. Les dije que iba a buscar el coche al parking, que me esperasen en la puerta. Tardé unos minutos y de regreso les vi hablando muy animadamente. Bajé del coche y en voz alta, haciendo el típico gesto de abrir la puerta trasera del coche, con un gran saludo, dije:
– ¡El coche de los señores!
Fue una invitación para que los dos subieran detrás. Arranqué y de camino al hotel, pasamos por una calle muy tranquila, con una enorme farola que iluminaba muy bien parte de la calzada, y que estaba protegida por unos setos.
– Los señores perdonarán – dije – Pequeña parada técnica.
Paré el coche bajo la farola, desapareciendo detrás de los setos. Pierre aprovechó la ocasión, pasó su brazo por los hombros de Inés y la llevó hacia él. Sus caras se acercaron. El fue en busca de su boca. Inés respondió. Sus bocas se unieron, con suavidad primero, luego con ardor. Desde donde yo estaba no se veía muy bien, pero pude distinguir como, con su mano libre, Pierre le iba subiendo la falda. Ahora ella lo rodeaba con sus brazos y no le soltaba la boca.
Él seguía subiendo la falda e iba en busca de algo a tientas, pues ella no le dejaba apartarse de su cara. Mi visión no era nítida pero, aunque no quería acercarme más, pude ver como ella, aún sin hablar, comprendió el mensaje de la mano que iba en busca de algo y de repente se recostó mejor y subió al asiento su pie derecho dejando toda su entrepierna libre y ofrecida de par en par.

Me di cuenta que en ese momento, esa mano libre dejó de buscar y se quedó parada en una zona que la sombra me impedía ver con claridad. Pero salí de mi escondite cuando, a lo lejos, vi un señor solo que avanzaba hacia nosotros y que parecía ser el típico que se recoge tras unos tragos con los amigos. Subí al coche. Dentro solo se oían suspiros y con la luz de cortesía, que se encendió, pude ver con claridad que sus lenguas se buscaban y que Pierre le ocultaba completamente a Inés su chocho bajo su mano, que se lo tapaba por completo. Pierre cruzó su mirada conmigo y siguió besándola. Ella no se inmutó. Fue todo muy rápido, accioné el seguro de las puertas, metí la llave en el contacto y puse la luz de cortesía. El trasnochador, que se dirigía por nuestra acera, estaba ahora a nuestra altura. Pierre e Inés seguían a lo suyo. Este hombre se detuvo y ante semejante espectáculo, se acercó para mirar por las ventanillas. Las caras de Inés y de Pierre no se podían ver porque se estaban besando de lo lindo y no se separaban, pero mi querida mujer ofrecía una panorámica espectacular de su chocho.
Me di cuenta que, con la vista, este espectador espontáneo buscaba mejor ángulo de la entrepierna de mi mujer pues Pierre estaba tan ensimismado con la boca que no movía la mano y ocultaba gran parte de la imagen. Alargué mi mano, toqué un poco la de Pierre y este la retiró. El espectador se acercó más si cabe al cristal y su rostro dibujó una enorme sonrisa.
Ella estaba con las piernas abiertas y ofrecía una imagen voluptuosa de su chocho que, contrariamente a lo que se podía pensar, la mano de Pierre no se había estado quieta pues se podía ver con claridad que lo tenía muy abierto y bastante húmedo, como de haber sido acariciado e incluso de haber tenido recientemente algún dedo en su interior. Estuvimos así unos minutos y en vista de que este individuo no se iba, arranqué el coche y nos fuimos. Ello seguían abrazados, se oían pequeños gemidos, susurros, por el retrovisor solo podía ver sus caras juntas, sus bocas que no se separaban y los lengüetazos que se daban.
Cuando llegamos al hotel Pierre nos dijo que iba a buscar una botella de champagne y que nos alcanzaba. En la habitación brindamos y me pareció ver en Pierre una nueva imagen, más tranquilo, más relajado. Me miraba con complicidad, la miraba a ella y sonreía.
– Por nuestra amistad – propuso y brindamos de nuevo.
Estábamos los tres de pie en la habitación, yo me dirigí al fondo y puse algo de música del hilo musical. Como un imán, ellos se unieron y se pusieron a bailar. Ella apoyó su mejilla en el pecho de Pierre y él, sin más rodeos, le acercó la boca y la besó. Se besaban con pasión mientras él bajaba sus manos para colocaras en su cintura y empezar a subirle la falda dejándole todo el culo al aire. Él posó sus manos sobre sus nalgas, ahora desnudas, y empezó a manosearlas. Y dejaron de moverse.

Ella le soltó el cinto de los pantalones y se los deslizó, le metió mano en los calzoncillos y separándose de su boca lanzó una exclamación. Acababa de descubrir algo que le había gustado.
Se acostaron sobre la cama, él le abrió la blusa y con gran entusiasmo se puso a besarle las tetas, cogiéndoselas con las dos manos. Le basaba una y luego la otra y después volvía, y también le metía la lengua en la boca, que ella abría para recibirla. Los gemidos se oían en toda la habitación. Ella entonces alargó la mano y se la metió debajo de los calzoncillos. Unos movimientos, unos manoseos y se vio la punta de ese glande enorme que salía por encima de la tela. El se acercó a ella para darle más facilidad, ella le bajó el calzoncillo y su mano fue directa a sus cojones. Se los manoseaba, se los cogía, se los apretaba con ardor y fuerza, y él se puso como un burro. Pierre le subió la falda y en un movimiento uniformemente orquestado que solo los amantes saben sincronizar, él la cabalgó y se colocaron en un espléndido 69 que daba gusto ver.
Mi bella Inés estaba espléndida, con la mano firme en los cojones dirigía el rabo a su antojo y se lo metía y sacaba de la boca, se lo volvía a meter y era consciente del movimiento y gemido que Pierre hacía cuando, teniéndolo por los cojones cogido, le mordisqueaba amorosamente el glande. En esta postura, mi guapa mujer no puede tragar mucho pero más de la mitad de ese enorme rabo sí que se comía cada vez. Por su parte él resultó ser un pequeño maestro en la materia. Se apoyaba en los codos, brazos y rodillas y apenas la rozaba. Y aunque le abrió las piernas en ningún, momento usó las manos, solo la lengua pasándola por las piernas y ella, cediendo, quedó abierta de par en par, ofrecida como una flor mientras él le pasaba la lengua por toda la raja.

Ella gemía, abría las piernas desmesuradamente, se movía cada vez más bruscamente hasta que empezó a jadear y contorsionarse. Era un signo evidente para un marido libertino que había que detener ya o sería demasiado tarde. Y lo hice pero el resto ya os lo contaré en una próxima carta.
Saludos y hasta pronto.

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