Relato erótico

El sexo cambió

Charo
5 de marzo del 2019

Habían celebrado una fiesta de cumpleaños y estaban agotados. Su marido, estaba especialmente cariñoso e inicio unas caricias que, macaron su sexo desde aquel día.

Mireia – Barcelona
Fue en nuestro segundo año de matrimonio y nuestro cuarto de tener relaciones sexuales. El sexo nunca ha sido aburrido con Nacho, él siempre logra complacerme con su imaginación para fabricar sorpresas, situaciones, momentos especiales, lugares mágicos, juguetes eróticos, posiciones nuevas y divertidas en las que ambos nos disfrutamos al tocar y al ver mutuamente nuestros cuerpos y nuestros genitales.
Había sido un día largo y pesado, nuestro hijo cumplía justo un año. Por fin se había quedado dormido tras horas y horas de reír, jugar, llorar, brincar, etc. Era el día de su cumpleaños. Nacho y yo habíamos planeado cuidadosamente su primera fiesta con un gran pastel, piñatas, globos, dulces, payasos y muchos juegos para los niños invitados.
Ya se había ido todo el mundo y me dirigí a la habitación principal, al entrar, Nacho me abrazó y me besó tiernamente en cada uno de mis párpados, mientras sus manos masajeaban mi espalda. Recosté mi cabeza sobre su robusto pecho y me dediqué a disfrutar sus caricias tan relajantes. Nuestros cuerpos estaban completamente pegados, pero mi cansancio no me permitió darle importancia a su semi erección.
– ¿Por qué no te das un baño calentito para que descanses mejor?
Me dijo al oído mientras me ayudaba a desvestir bajando el cierre de mi vestido, liberando así mis firmes y redondas tetas y dejando al descubierto mis enormes aureolas coronadas por mis aún encogidos pezones de color rosado.
Casi sonámbula, continué desprendiéndome de mi ropa restante hasta quedar totalmente desnuda.
-¿No te quieres bañar conmigo? – Le pregunté casi delirando.
El agitó su cabeza en negación, al tiempo que hacía muecas de niño malcriado. Conforme el agua tibia fue corriendo por mi cuerpo me fui sintiendo mejor. Le di la razón a Nacho. Después del baño, mi descanso era inevitable. Tras un último enjuague me di cuenta que había olvidado mi albornoz. Me sequé a medias y envolví la toalla alrededor de mi cuerpo, la cual cubría desde mis senos hasta apenas debajo de mis culo. Cogí otra toalla y envolví mi pelo. Me cepillé los dientes y empecé a ponerme mi crema facial cuando sentí las manos de Nacho tocar mis piernas y nalgas al tiempo que levantaba la toalla que apenas me cubría dejando mi trasero al descubierto. Fue una agradable sorpresa y pensando que Nacho solamente quería masajearme como preparación para dormir, disfruté lo que creí sería un momento breve. ¡Que equivocada estaba!
Ya terminaba y Nacho no perdía el tiempo. Sentí cada una de sus manos tomar mis glúteos y abrirlos lentamente, experimenté una extraña excitación al sentir como mi ano se estiraba y quedaba expuesto ante su mirada. Me apoyé con ambas manos sobre el lavabo y puse mi culo como ofreciéndolo. Cerré los ojos al sentir su lengua rozar mi culo. Varias veces antes habíamos intentado tener sexo anal, pero fracasábamos al hacerse presente un dolor insoportable que me obligaba a no seguir.

Sin embargo, a veces mientras follábamos conmigo arriba, él estimulaba mi ano con un dedo y en más de una ocasión llegó a meter la mitad, como resultado terminaba corriéndome en los más intensos orgasmos. Pero una cosa era el dedo y otra dejar que su verga de 20cm me taladrara el agujero.
Nacho siguió comiéndome con frenesí, primero sentía su lengua por fuera de mi ano, pero en cuestión de minutos, sus manos abrían violentamente mis nalgas y ayudado de la lubricación prestada por su saliva, su lengua fue encontrando camino hacia los interiores de mi recto. Era una sensación que me agradaba. No era la primera vez que se dedicaba a chupar mi ano, pero en esta ocasión mi excitación iba creciendo y me resistía a que me sacara la lengua, la cual me llenaba de un placer indescriptible. Mi orificio iba dilatándose y su tibia lengua entraba con mayor facilidad. Nacho soltó uno de mis glúteos mientras seguía con su lengua. De repente sentí su liberada mano buscando entrar en mi vagina. Al sentir el cosquilleo del roce de sus yemas, arqueé mi cintura lo que provocó que mis nalgas se pararan más, dándole acceso a mis dos cavidades. Empezó con un dedo, lentamente entrando y saliendo, la sensación era maravillosa, mientras su lengua en mi ano me hacía vibrar, su dedo me hacía estremecer. Metió un segundo dedo y la excitación aumentó, con el tercero creí enloquecer. Los retorcía dentro de mí al entrar y salir. Su lengua me penetraba unos centímetros.
Mis toallas se habían caído al suelo y estaba desnuda, con mis tetas y pelo sueltos. Ya me encontraba semi acostada en el lavabo con mi pelo alborotado y las nalgas completamente al aire. El placer era inmenso al sentirme penetrada con sus dedos por delante y su lengua por atrás. De pronto, Nacho puso la punta de su dedo pulgar en mi orificio trasero sin dejar de mover los tres dedos que tenía en mi coño y que me arrancaban suspiros y gemidos. Al sentir su dedo, no puse resistencia. Agregó saliva para aumentar la lubricación y lentamente fue metiéndomelo. Hubo un dolor leve pero soportable, lo compensaba el placer de la doble penetración. Una vez dentro, lo dejó inmóvil y se dedicó solamente a mover lentamente los dedos en mi vagina. Al cabo de unos segundos, yo empecé a contraer mis nalgas para sentir el placer que su pulgar me daba en el interior de mi recto, empezó a mover su mano con todos sus dedos, incluyendo el pulgar, hacia adentro y hacia afuera. El placer era tanto que no pude evitar gritar. Podía sentir perfectamente el grosor de sus dedos taladrar mi vagina al igual que su inmenso pulgar abrir mi ano para llenarlo de satisfacción.
Sacó sus dedos y me sentí vacía, quería seguir sintiendo esa penetración. Mi cerebro se enfocaba principalmente en la penetración anal, quería continuar experimentando ese placer tan sublime, pero también quería sentir el placer de su verga en mi vagina. Me sentí torpe y no supe que hacer. Yo quería que fuéramos a la cama a terminar pero al mismo tiempo quería seguir sintiendo placer en mi ano. Nacho volvió a abrir mis glúteos y se dedicó a bañarme con su saliva y a darme lengüetazos en mi ano. En breve, me cogió de las caderas y me pidió que me diera la vuelta. Al obedecerle, mi vulva quedó frente a su cara, me levantó una pierna y procedió a ponérsela encima de su hombro.

Yo me apoyé sobre el mueble del lavabo y me dediqué a gozar. Empezó por acariciar los hinchados labios de mi vagina con la punta de su lengua, en cuestión de unos breves momentos, y sin dejar de lamer mi clítoris, mi marido volvió a mi ano. Esta vez con su dedo medio. La lubricación era efectiva, lejos de sentir dolor, solamente sentía un inmenso placer. ¡Que sensación tan exquisita sentir su lengua dedicada a mi chochito y clítoris mientras su dedo a mi ano! Estallé en un orgasmo brutal.
Ese orgasmo solo logró que mis deseos sexuales aumentaran. Fui arrodillándome al tiempo que mis manos lo empujaban para que se pusiese de pie y puso sus manos en mi cabeza, cogí su endurecido miembro y tras darle un beso en la punta, proseguí a frotarlo por toda mi cara. Acerqué su verga a mi boca pero la esquivó y agitando sus caderas lateralmente empezó a golpear mi cara con su polla mientras yo trataba de pescarla con mi boca pero sin meter las manos. Al sentir que iba perdiendo el juego, me fui a sus testículos, me prendí a ellos y él, en señal de rendimiento, se quedó quieto. Los acariciaba, lamía con mi lengua y succionaba con mis labios, mientras él suspiraba. Me retiré para alcanzar su glande y tras besarlo, proseguí a acariciarlo con mi lengua y me la metí en la boca. Fui deslizando hasta lo más profundo de mi garganta, mi excitación aumentó más. Sentí como su cadera empezó a moverse como si me estuviera follando por la boca. Decidí ayudarlo con una mano y con mi lengua. Me detuvo y me dijo que fuéramos a la cama, al levantarme nos envolvimos en un intenso beso en el que nuestras lenguas se entrelazaron.
Llegamos junto a la cama, me proponía a acostarme pero me hizo doblar con los codos en la cama quedando “en cuatro”, con mi culo apuntando hacia él. Con una mano en su verga, y la otra en mi cadera, la dirigió hacia mi hoyo. Me penetró de una sola embestida y una vez dentro, empezó a embestirme. Mi excitación estaba llegando al máximo, sus huevos chocaban contra mi clítoris, el placer que me provocaba era infinito. Aun no terminaba mi reclamo cuando la sentí deslizarse entre mi vagina rápida y deliciosamente hasta el fondo, lo cual me arrancó un fuerte gemido. 3, 4, y 5 poderosas embestidas y de pronto su pulgar en mi ano. Esta doble penetración terminó por hacerme gritar.
De nuevo subió mi excitación hasta el punto justo antes del clímax. Llevé una mano a los pezones y proseguí a magrearlos y pellizcarlos, dispuesta a recibir mi orgasmo, el cual no se hizo esperar. El placer de su verga en mi vagina y su dedo gordo en mi culito me hicieron explotar en un orgasmo. Mientras mi cuerpo se estremecía en espasmos, mi marido seguía embistiéndome con fuerza, tanto con su polla como con su dedo pulgar. Sin embargo yo quería más, era demasiado placer como para desperdiciarlo. Tanto él como yo estábamos gozando en total plenitud.
Volviendo a dejar ambas cavidades vacías, le insistí que me la metiera.
Oportunidad que no desaprovechó, en seguida sentí su glande en la entrada de mi culo.

Fue entrando lenta pero continuamente, seguía entrando y me parecía infinita, me fui relajando hasta que sentí sus testículos tocar mis labios vaginales. Entonces supe que la tenía completamente dentro.
No estaba segura exactamente cómo definir lo que su polla me hacía sentir, era una sensación nueva, esa completa penetración anal me parecía la prueba máxima de nuestra unión y la consumación de nuestro amor: nuestra entrega máxima. Estaba descubriendo uno de los placeres extremos del sexo y lo estaba disfrutando “profundamente”.
Giré mi cabeza y mirándolo a los ojos le dije con toda la ternura:
– Gózame… soy tuya. Muévete.
Lentamente empezó a sacarla hasta la mitad para de inmediato metérmela hasta el fondo. Esas embestidas no eran otra cosa que placer, un profundo y genuino placer. Poco a poco fue aumentando el ritmo y la fuerza de sus bombeadas mientras que yo me perdí en el abismo de la lujuria y me dejé hacer. En un momento, tratando de reponer su aliento se quedó quieto con su polla en lo profundo de mi recto, me incorporé con su ayuda y enredé mis brazos alrededor de su nuca. Él rodeaba todo mi cuerpo con sus caricias, con mucho énfasis en mis tetas y mis endurecidos pezones. Lentamente bajó una de sus manos hasta alcanzar mi clítoris el cual también estaba completamente erecto.
Con la otra mano se fue hacia tetas mientras hacía que su tranca se clavase en leves embestidas en mi trasero y buscando mis labios nuestras lenguas entraban en un juego de caricias en movimientos arbitrarios. Yo me sentía completamente abrigada por su cuerpo y poseída por su sexo. Mi ano estaba completamente dilatado y acostumbrado al grosor de su pene, cada movimiento que hacía me llenaba de placer.
Me soltó suavemente y regresé a mi posición en cuatro. Esta vez completamente en el suelo pues con el ajetreo nos habíamos retirado involuntariamente de la cama. Apoyé mi frente en el suelo y arqueando mi cintura mis nalgas se respingaron dándole acceso a mis dos cavidades a su antojo. A mí me era igual cual de mis dos hoyos escogiera para follarme. Mientras movía mis caderas como remolino desatado, me di cuenta que podía apretar mi ano y oprimir su verga. Cuando hacía esto, el gemía de placer y me pedía que siguiera. Nos acoplamos en el ritmo y mientras me follaba dándome embestidas hacia adelante, yo correspondía empujando mis nalgas hacia él al mismo tiempo que comprimía mi agujero en turno, ya fuese mi culito o mi rajita.
A esas alturas yo ya llevaba unos cuantos orgasmos, lo justo era que él se corriera donde más placer me había dado.
– Lléname el culo. – Le dije complaciente y ansiosa de sentir su leche caliente en mis entrañas.
Me tenía bien sujetada de la cadera cuando tras varias salvajes embestidas, Nacho empezó a bufar como toro embravecido al tiempo que su verga se sentía más dura y más grande.

Me tenía ensartada por el culo desde hacía largo rato. De repente empecé a sentir los espasmos de su verga. Confieso que el recto no tiene el mismo grado de sensibilidad que mi chocho, pero aún así pude perfectamente disfrutar de lo caliente de su semen que me irrigaba y bañaba las paredes del recto. Su eyaculación fue casi eterna. La fuerza, la potencia y la velocidad de sus embestidas acompañadas de lo caliente de su esperma, hicieron que yo me corriera una vez más aumentando placer a su miembro con cada una de mis contracciones.
Los dos nos dejamos caer y quedamos acostados en la alfombra de nuestra alcoba. Tras besarnos suavemente me dijo que acabábamos de descubrir otra forma de hacerlo. Yo estaba de acuerdo con él.
Besos para todos.

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