Relato erótico
El secreto de Isabel
Su amiga Isabel la llamo para ir a dar una vuelta y tomar un café. Llegaron al barrio de Chueca, cuando de pronto la lluvia empezó a caer con fuerza. Entraron en un local y cuando se dieron cuenta vieron que era un local de lesbianas. Pidieron una copa, y entonces Isabel aprovecho para hacerle una confesión a su amiga.
Paula – Bilbao
Hace frío. Hoy me ha llamado Isabel y hemos quedado para tomar café. Somos viejos amigos, la nuestra es una de esas relaciones que de sinceras casi provocan dolor. Nos conocimos en la facultad de Informática y desde ese momento hemos compartido durante años muchas cosas. Isabel tiene el pelo castaño, es alta, bien proporcionada, tiene buenas tetas y culito con forma de manzana.
Esa tarde tras encontrarnos en la glorieta de Bilbao y aprovechando que la lluvia daba una tregua decidimos darnos un paseo. Era una preciosa y bucólica tarde de invierno, fría y gris. Comenzamos por ponernos al día e nuestras últimas aventuras laborales, sentimentales y familiares. Sin darnos cuenta nuestro lento deambular nos llevó a la deriva hasta la zona de Chueca. De pronto la lluvia decidió que era un buen momento para hacerse presente y comenzó a caer agua como si fuera la primera vez que lo hiciera.
Casi cegados buscamos refugio en el primer local que vimos con una mesa vacía. Resultó ser un cafetín pequeño y coquetuelo cuyos escasos parroquianos nos miraron asustados, como quien despierta sobresaltado, al vernos entrar precipitadamente en el local.
Mientras nos acomodábamos, una solicita camarera nos interrogó sobre lo que nos gustaría tomar y la calma volvió a aquel lugar. Desde siempre he sido un voyeur, diría que casi de forma innata, así que una vez acomodados realicé una inspección visual de forma inconsciente. Reparé en que en la barra dos chicas con sendos tatuajes en sus brazos además de atender al orden y pulcritud de la vajilla se cuchicheaban al oído o se daban furtivos besos en el cuello, mientras la chica que nos había atendido las miraba desde el otro lado de la barra con fingida pose de amante celosa.
Al fondo del local dos chicas repasaban sus apuntes, lo que inmediatamente me hizo recordar los añorados días de estudiante y otra chica más, sola, en la mesa más cercana a la nuestra daba cuenta de un humeante bebedizo que parecía ser café negro y fuerte. Me llamó la atención porque era muy guapa, media melena, rubia, ojazos verdes y un cuerpo menudo. Realmente atractiva.
Isabel se encontraba en ese momento contándome su última salida a la montaña cuando noté que sin dejar de hablarme desviaba su atención hacia la mesa que ocupaba la chica solitaria de ojos verdes. Pese a que siguió actuando con naturalidad no pude dejar de percibir su turbación.
“¿Qué te ocurre?” –pregunté “¿Te encuentras mal?”
“No es nada” –me respondió “Es sólo que…”
“¿Me lo quieres contar?” –dije, notando como un cierto nerviosismo se iba apoderando de mi amiga.
“Jamás he hablado de esto con nadie…” –comenzó a decir. “Sucedió hace muchos años y era algo que creí olvidado, pero cuando esa chica se me ha insinuado, lo he vuelto a recordar”.
Isabel con dieciocho años se encontraba estudiando en el Liceo Francés. En aquellos lejanos años este centro era pionero por su liberalidad y aires renovadores. Se conocieron en una clase de dibujo y se hicieron amigas. Natalie también tenía unos hermosos ojos verdes y un bonito cuerpo, no tardaron en hacerse inseparables.
Sucedió una tarde en que al volver del colegio se encontraron con que los padres de Natalie habían salido y no había nadie en la casa. Merendaron algo y luego hicieron las tareas escolares como de costumbre. Al terminar Natalie propuso jugar a disfrazarse. Abrieron los armarios y comenzaron a buscar.
Ambas habían desarrollado ya y sus cuerpos mostraban unas curvas sensuales muy apetecibles. Mi amiga fue la primera en comenzar a desnudarse. El sujetador apenas podía contener sus hermosos pechos y sus braguitas se introducían con malicia entre los cachetes de su culito. La lencería de blanco algodón necesitaba aumentarse como poco en una talla más. Natalie no llevaba sujetador y al despojarse de su jersey descubrió unos pechos pequeños con unos puntiagudos pezones excitados por el roce con la prenda. Llevaba unas diminutas braguitas transparentes que dejaban ver los carnosos labios de su sexo.
Isabel eligió un entallado vestido negro de tul con amplio escote y grandes aberturas en los costados. Al mirarse en el espejo comprobó que la lencería blanca contrastaba horriblemente por lo que decidió que estaría mejor sin ella. Para completar el conjunto se puso unas medias negras de seda que tomó de un cajón.
Natalie por el contrario se vistió con una camisa de su padre y unos pantalones que le venían grandes pero que se sujetaban con unos tirantes. Completó la indumentaria con una corbata y una americana. Luego tomando un frasco de gomina se peinó como si fuera un chico y se pintó un pequeño bigote con el lápiz de ojos.
Ambas estaban muy excitadas con el juego y mi amiga sintió como el flujo que salía de su sexo humedecía sus muslos. Natalie fue al equipo de música y el aire se inundó con una sensual melodía que Isabel oía por primera vez. Comenzaron a bailar por separado, dejándose llevar, casi parecían flotar, sus cuerpos se movían rítmicamente mientras se iban aproximando cada vez un poquito más hasta que ya enlazadas comenzaron una insinuante danza plena de erotismo.
Natalie buscó los labios de Isabel y con delicadeza introdujo la lengua en su boca. Permanecieron fundidas en un largo beso mientras aquella extraña música hacía que se aceleraran los latidos de sus corazones.
El deseo y la lujuria flotaban en el ambiente. Con destreza Natalie desabrochó el vestido de Isabel que cayó a sus pies. Sus sonrosados pezones aparecieron impúdicamente erectos como una obscena invitación para ser glotonamente saboreados. Milagrosamente no rasgaron el vestido pero estuvieron muy cerca de sucumbir de placer debido a los mordiscos y chupetones con que Natalie les obsequió.
Isabel con los ojos cerrados se dejó caer de espaldas en la cama separando sus piernas perfectamente contorneadas por las medias de seda mientras Natalie comenzaba a besar su pubis y sus manos magreaban sus duros senos. La lengua de Natalie comenzó a jugar con el clítoris de mi amiga que suspiraba abandonada al placer, su sexo hinchado palpitaba de deseo y a cada lametón Isabel se contraía de placer. Debido a su grado de excitación el orgasmo no tardó en llegar.
Todavía aturdida Isabel desnudó a Natalie que en un arrebato de lujuria frotaba su sexo contra el muslo de mi amiga. Apartando sus braguitas, Isabel introdujo su dedo pulgar en el húmedo coñito de Natalie y a la vez el dedo corazón en su culito y comenzó a frotar uno contra otro por dentro, como muchas veces se había hecho ella misma al masturbarse, sin dejar de mordisquearle sus tersos y menudos pechos. Natalie no reprimió sus gritos de placer mientras disfrutaba de un orgasmo que tampoco se hizo esperar.
Recogieron todo para que nadie descubriera su excitante travesura que volvió a repetirse muchas veces. Su relación terminó motivada por un nuevo traslado del padre de Natalie que era diplomático. Isabel tardó mucho en recuperarse de la separación y prefirió enterrarla en el fondo de su corazón hasta aquella lluviosa tarde en que me lo contó. Su confidencia, marco un antes y un después de nuestra amistad, pero otro día os contaré en que consistió el “cambio”.
Un beso para todos y todas los calientes lectores de Clima.