Relato erótico

Él se lo buscó

Charo
12 de septiembre del 2019

Está casada y nos cuenta que precisamente en aquellos momentos las cosas funcionaban bien. Iniciaron una discusión que fue subiendo de tono poco a poco y al final su marido le dijo que se quedaba a dormir en el sofá. La cosa duró varios días hasta que…

Silvia – Tarragona
Me llamo Silvia, tengo 35 años de edad y mi relato es de lo más sencillo y verídico. Fui infiel, y por deprecio.
Cuando todo parecía transcurrir bien, una noche de discusión hizo que acabáramos peleándonos como dos posesos, tanto que, mi marido se fue a dormir varios días al sofá del comedor dejándome sola en la habitación. Después de las dos primeras noches sola yo necesitaba tener sexo y siempre, antes de dormirnos, le iba a rogar a mi marido que viniera a la habitación, que ya no podíamos estar enfadados y que lo necesitaba, me sentía sola.
Trabajo seis días a la semana, él solo cinco y a pesar de que llego cansada a casa, necesito como toda mujer tener algo entre mis piernas, pero la respuesta fue la misma, y ya llevábamos cinco días. Llegué a una conclusión: – Si no logro que me folle esta noche, mañana le doy mi coño al mecánico de mi trabajo que, al fin y al cabo, cada día me tira los tejos y se nota que le gusto.
Esa noche me bañé, me rasuré mi cosita, me puse la bata que es la favorita de mi marido y me rocié del perfume que más le gusta. Nada me puede fallar, esta vez dice que sí, pensé.
Al terminar de salir del baño me dirigí a donde él ya estaba dormido y comencé como a él le gusta, le bajé con cuidado el pantalón del pijama, le comencé a acariciar la polla y cuando estaba lista para ponérmela en la boca y hacerle la mejor mamada que yo había planeado, me dijo:
– ¡Déjame dormir y vete a tu habitación!
No supe como tuve valor de no decirle o hacerle algo. Humillada me levanté de su lado y solo pensé en mi venganza. Dormí muy poco esa noche pues estaba planeando como iba a ser mi plan para el día siguiente.
Para trabajar usamos uniforme, yo tengo más de tres pantalones y hay uno en especial que me queda súper sexy, o eso es lo que me dicen, ya que es el primero que tuve y me queda un poco apretado. Las bragas o el tanga se transparenta un poco y según mis compañeros dicen que les dejo muy poco para la imaginación.
Como por la mañana salgo antes que él, me puse un tanga, mi pantalón sexy y me dispuse a ponerle los cuernos a mi marido. Salí y como él seguía dormido, solo le di un beso en la mejilla y pensé:
– Si tienes suerte, no pasará nada, pero si no… será por tu culpa.
Me fui contenta pero más nerviosa que nunca. Llegué temprano al trabajo, pinché mi tarjeta y me dirigí a mi lugar de trabajo. Muchos fueron los que me miraron al pasar y claro, empezó a correr la voz como ya es costumbre. Con cualquier excusa se acercaban los compañeros a mi zona de trabajo para hacerme alguna pregunta, pero yo los sorprendía mirando mi culo respingón. Ese día les dejaba que se recrearan mirándome, e incluso tiraba alguna cosa adrede para poder agacharme y así podían ver bien mi culo.
Se iba acercando la hora de salir y me empezaba a resignar diciéndome:
– Bueno, mi marido ha tenido suerte, no le voy a poner los cuernos como pensaba.
Pero creo que todavía no acaba de pensar eso cuando oí una voz que hizo que se me mojara mi rajita.
– Buenas tardes… ¡que buena estás!

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No quise girarme pues sabía quien era, y solo le respondí con un atrevido movimiento de cadera y diciéndole:
– ¿Te gustan?
Se me acercó hasta pocos centímetros de mi trasero. Miré a mí alrededor si nadie nos miraba y me incliné muy a propósito rozándole la polla. No se la noté muy grande, pero tenía que aprovechar mi única oportunidad. No le miré la cara ni mucho menos su reacción, solo oí que con voz entrecortada me decía:
– ¡Encanto, me queda a la medida justa!
Sentí un refregón más duro y cuando puso sus manos sobre mi cintura me levanté y mirando a todos lados, le dije:
– ¿Qué te pasa… estás loco?
Se puso de mil colores y no sabía que decir, hasta que susurró:
– Perdón, lo hice por impulso, mil disculpas…
A punto estaba de retirarse muy apenado pero rápidamente pensé en una respuesta que le gustara.
– ¿Estás loco? – repetí – Aquí nos pueden ver, llévame a un lugar donde estemos solos y te dejo que me hagas lo que quieras… pero aquí no.
Me miró con ojos como platos. ¿Qué hice?, pensé yo. No contestaba nada y deseé que no me hubiera entendido. Ojalá y mejor que se fuera y lo olvidara todo.
– Te espero en el restaurante de la esquina diez minutos después de salir del turno, y espero no sea una broma de mal gusto – dijo y se fue.
Esa última media hora se me hizo eterna pensando, ¿qué hago, voy o no voy? Pensé en no ir. Mejor me voy derecho sin desviarme, a mi casa a esperar a mi marido y que él me quite la calentura, me dije. Pero pronto reaccioné. ¿A esperar a mi marido…. para qué? ¿Para recibir otro desprecio como el de anoche… para esperar otro rechazo de su parte? Por coraje o por no sé qué, me fui al lugar donde me citó el otro. Iba a aparcar cuando vi que él se bajaba de su coche y se dirigía al mío. Al llegar a mi lado me preguntó:
– ¿Puedo subir?
– Sí – le conteste temblorosa – Pero solo tengo diez minutos.
– Suficientes para que me repitas lo que me dijiste hace rato – contestó.
Respiré profundo, me armé de valor y le dije:
– Pues sí, lo que oíste… solos te dejo que me hagas lo que quieras, eso fue lo que dije – confesé y cerrando mis ojos, me crucé de brazos.
– Pues estamos solos, preciosa, tenemos diez largos minutos y no los voy a desperdiciar – me dijo.
Fue lo último que escuché, pues enseguida me tomó de las mejillas y me plantó un beso sabor a pastilla de menta.

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Yo solo, con los ojos cerrados, pensaba en el desprecio de la noche anterior por lo que le correspondí rodeando su espalda con mis manos y su respiración agitada me excitó muy rápido y más el saber que no era mi marido, sino un desconocido, un amante… Eso me puso súper caliente. Por fin dejó de besarme la boca y se bajó a mi cuello diciendo no sé que cosas, a las que yo no ponía atención, pues solo miraba alrededor por si alguna persona se acercara al coche.
Tanto me besó el cuello que tuve que recordarle que no quería ninguna huella por ahí, chupetes o mordidas. Entonces él bajó para morderme suavemente mis pechos por encima de la blusa y de repente sentí que me levantaba la blusa y dejaba mis tetas a su disposición. En este momento me miró y me preguntó:
– ¿Se puede?
No le contesté, él bajó con cuidado mi sujetador y me succionó mis pechos como un bebé con hambre. Ahora yo ya no podía más, al verme con mis pechos fuera y un hombre gozando de mi cuerpo. Mi rajita estaba que creo que echaba espuma y le dije:
– Sácatela, que quiero sentarme en esa cosa que se te dibuja en el pantalón.
Los dos nos desnudamos de la cintura para abajo casi a un mismo tiempo. Tiró el asiento del pasajero los más que para atrás, lo reclinó un poco y se recostó y solo dijo:
– Listo.
Como pude me cambié del asiento del conductor y con muchas ganas de sentirme penetrada me acomodé encima de él, y al momento que sentí como me lo apuntaba con su mano temblorosa y ansiosa por ensartarme, encontró rápidamente mi entrada. Yo, por mi parte, solo cerré los ojos y me dejé caer de un solo golpe pues ya mi sexo estaba demasiado húmedo, y noté como se me metía su polla, que recuerdo yo muy bien, un poco más gruesa que la de mi marido, pero más dura. Nos estremecimos los dos y solo yo pensaba en vengarme, bien montada, bien abierta de piernas y bien penetrada en esa incómoda posición. Lo abracé alrededor de su cuello mientras él me rodeaba la cintura con sus manos y me ayudaba a subir y bajar con más fuerza y rapidez. Ahora se nos olvidó por completo el cuidarnos de la gente. No sé si nos miraban o no. Yo mantenía mis ojos cerrados y sentía con mucho placer las embestidas que me propinaba aquel macho, fuertes, rápidas… Por fin tenía una verga que me hacía volver a sentir placer en medio de mis piernas. Se me vuelve a mojar de solo recordar.
Por suerte todo pasó muy rápido y pronto oí sus gemidos diciendo:
– ¡Ya… me corro… dentro de ti… serás mía… aaah…!.
Me olvidé de todo y rápidamente me la saqué, sintiendo como descargaba su semen caliente en los vellos mojados de mi coño.

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– ¡Nooo…! – gritó – ¿Por qué te la sacaste? Quería correrme dentro de ti, para poder decir que fuiste mía.
No le contesté nada y traté de ponerme mi ropa rápidamente, pero antes cogí su pantalón para limpiarme un poco su semen y mis jugos y le dije:
– Ya te puedes ir, tengo que volver a casa ya voy un poco tarde.
Al terminar de cambiarse, miro una gran mancha de semen y líquidos sobre su rodilla y solo me dijo:
– Anda, dame un besito y mañana lo hacemos en un hotel más tranquilamente, te lo prometo.
Solté una carcajada burlona y pensé, que mi misión estaba cumplida diciéndome que esto fue por ti querido marido. Y le contesté a mi amigo:
– Ya no habrá ningún mañana por mucho tiempo, pero si nada cambia en casa yo te buscaré.
Hasta otra.

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