Relato erótico

El roce hace el cariño

Charo
6 de diciembre del 2019

Descubrió, de pronto, lo buena que estaba su vecina. Vive en unas casas adosadas y es normal que los vecinos se relacionen. Aquel día estaba lavando el coche y ella se acercó para charlar con él.

Jorge – Madrid

Me llamo Jorge y vivo en la periferia de Madrid desde hace algunos años. Tengo 35 y voy a contaros, un hecho real que comenzó hace escasos meses. La verdad es que siempre me he dedicado a la familia sin interesarme por otras aventuras ya que todo marcha bien entre nosotros. Vivimos en un barrio tranquilo con casas separadas por una valla, un jardín delante y un amplio patio en la parte trasera de la casa. El garaje da a la calle y yo me paso horas a veces en él haciendo mis cosas. Ocurre a menudo que algún vecino se acerca a charlar un rato y sus mujeres participan de vez en cuando.
Un buen día, después de lavar el coche y cuando estaba secándolo, se acercó mi vecina Encarna y con toda normalidad, empezamos a hablar. La conversación se fue alargando, pues parecía que ella tenía todo el tiempo del mundo. Me dijo que su marido llegaba tarde y ella no tenía nada que hacer. Yo, mientras seguía hablando, quise terminar mi trabajo y comprobé los niveles de aceite. De pronto noté algo raro y tuve que mirar el fondo del coche, teniendo que acostarme en el suelo para ver la parte baja del motor. En ese momento mi vecina se acercó a ver lo que pasaba, dejándome ver sus hermosas piernas e incluso la mini braga que llevaba.
Me levanté a por una herramienta y volví a acostarme para poder continuar mi trabajo. Otra vez se acercó Encarna y mirando para arriba, me ofreció otra hermosa vista de aquella maravilla de piernas, moviéndose un par de veces para que yo pudiera ver todos los detalles. Notó que yo había perdido concentración en lo que estaba haciendo y me dirigió una sonrisa un tanto pícara. Cuando se fue, porque llegaba su marido, yo traté de asimilar lo que había pasado. ¿Estaría Encarna provocándome para ver mi reacción o sería simplemente una casualidad?
A pesar de todo, desde ese momento empecé a pensar en ella y no podía apartar de mí el recuerdo de aquella tarde en el garaje. Encarna tiene 30 años, es rubia y con un cuerpo impresionante. Nunca le había prestado tanta atención pero ahora, cada vez que la veía, me daba cuenta de lo buenísima que estaba mi vecina. La observaba por la ventana, sin que ella me viera y poco a poco me sentí como un imbécil espiando a una mujer casada hasta que decidí olvidarlo.

Un día se acercaron ella y su marido, a charlar un rato y terminamos jugando una partida al billar en la parte baja de la casa. Noté que Encarna estaba muy guapa con una minifalda y un top muy ceñido. Se podían notar sus pechos a la perfección y que no llevaba sujetador. Después de una hora, mi mujer se fue. Tenía algo que hacer en la cocina. Al rato mi mujer gritó que el móvil del marido de Encarna estaba sonando y nos quedamos los dos esperando que volvieran. Ella quiso continuar jugando y yo accedí. Se ponía un poco apartada de la mesa y se inclinaba hacia delante dejándome ver todo y más de lo que había visto en el garaje. Me di cuenta que esta vez Encarna no llevaba bragas. Miraba hacia atrás mientras jugaba, para ver si yo la miraba. Como traté de disimular al principio, repitió una y otra vez la posición para asegurarse de que yo había visto lo que me estaba enseñando. Volvió su marido, terminamos la partida y nos despedimos. Mi cabeza empezó otra vez a dar vueltas pensando en ella.
Ya no podía apartarla de mi pensamiento. Era tan guapa, estaba tan buena y encima, provocándome de esa manera. De nuevo empecé a espiarla por la ventana, cada movimiento que hacía, cada paseo que daba. Para mi Encarna era ya una obsesión. Ella acabó por darse cuenta y un par de días más tarde entró en una habitación con vistas a nuestro lado y se cambió de ropa justo enfrente de la ventana. Pude ver sus hermosos pechos y parte de su cuerpo desnudo, lo cual me excitó tremendamente. Lo hizo con calma, despacio y dándose la vuelta para ofrecer una vista completa. Seguro que sabía que estaba mirándola. No pude aguantar más y empecé a poner en marcha un plan para poder tener a Encarna a solas conmigo y continuar la aventura. Tenía que asegurarme que mi mujer y su marido no desconfiaran de nada, pues las consecuencias podrían ser desastrosas. Mi cerebro funcionó a pleno rendimiento, ideando situaciones que parecieran reales y que me dieran la oportunidad de verme con Encarna a solas.
No podía perder un día de trabajo porque mi mujer se enteraría. No podía ir a su casa cuando estuviera sola, pues los vecinos lo ven todo. Por más planes que hacía, siempre había un riesgo. Pero Encarna era ya un tormento para mí. En medio de todo esto, quiso la casualidad que me encontrara con ella en el aparcamiento del supermercado. Nos saludamos y sonriendo me dijo que se había dado cuenta de que la estuve mirando cuando se cambiaba de ropa. Dijo que se había olvidado de correr la cortina, pero que me perdonaba y me dio un beso. Esto me dejó sin fuerzas y sin saber qué hacer. Fue tanta la impresión que me causó el beso inesperado de Encarna que, por un momento, no supe ni donde había dejado mi coche. Me olvidé de lo quería comprar y me vine a casa. Mi mujer había salido y me fui derecho a la ventana por si podía ver a Encarna.
En ese momento llamaron a mi puerta. Fui a abrir. Era Encarna. Me parecía imposible pero era ella. Me dijo que su marido no estaba y si podía ir un momento a cambiarle una bombilla que se le había dejado sin luz en el pasillo. Acepté, cogí una escalera y la acompañé.

Al verla caminar delante de mi con minifalda y aquel cuerpazo, sentí unos deseos tremendos de abrazarla y sentir aquel cuerpo, aquellos pechos y tocar aquellas piernas que tanta locura me estaban produciendo. Entramos, cambié la bombilla, se me acercó, me cogió de la mano y me llevó a la habitación que se veía desde mi casa.
– Ahora vas a ver lo que no pudiste ver el otro día – me dijo.
Se quitó la ropa y me mostró su cuerpo completamente desnudo diciéndome:
– No me negarás que es mejor verme así que mirándome de lejos, además no hay peligro de que te sorprendan espiándome.
No pude contenerme y me abalancé sobre ella, besando sus pechos y acariciando su cuerpo con tal furia que llegué hasta a hacerle daño. Me separó lentamente y me dijo que no podíamos continuar porque no tardaría en llegar su marido.
– ¡Estoy loco por ti! – le dije – ¡Deseo terriblemente hacerte el amor, estoy perdiendo el sentido por ti!
– Yo también lo deseo y me hace mucha ilusión – me contestó – pero no es el momento.
Pasaron algunos días y Encarna seguía su rutina. Yo espiaba todos sus movimientos, haciéndome ilusiones y deseando más que nunca verme con ella a solas. Sabía que jugaba pádel y llegué a enterarme cuando entrenaba. Me acercaba al lugar y con disimulo la miraba desde lejos. Un día me acerqué a ella, le dije que pasaba por allí y si le importaba que viera el entrenamiento. Me dijo que no había problema y allí me quedé observándola. El verla jugar con su corta falda de deporte, enseñando aquellas piernas y aquel cuerpo, era el delirio para mí.
Aquella maravilla de mujer me había hecho perder el sentido. Terminado el entrenamiento, hablamos un momento, mientras las otras chicas recogieron sus cosas y se fueron. Me dijo que ella iba a la ducha y si quería podía esperarla. Acepté y mientras ella estaba en la ducha se fue casi todo el mundo, menos el hombre que cuida las instalaciones que estaba haciendo algo en el otro lado del campo y aproveché para acercarme y hablar con ella. No podía entrar en aquella parte que era donde se cambiaban las chicas, pero como no había nadie, me armé de valor y entré. Encarna salía de la ducha, desnuda, en busca de la toalla. Me adelanté y me ofrecí a secarla yo mismo. Ella aceptó y con toda suavidad fui recorriendo todas las partes de aquel cuerpo tan tremendamente bonito. Me detuve al llegar a la entrepierna viendo y acariciando su bonita raja por un momento. Ella se estremecía y me decía que continuara. Acaricié sus piernas, sus pechos y todo su cuerpo, besándola y abrazándola con todas mis fuerzas. Había llegado el momento y Encarna no pudo contenerse. Noté como suspiraba y se quedaba rígida por un instante. Era el orgasmo tan intenso que no se daba cuenta donde estaba.

Al rato, comprobando que no había nadie, me dijo que era mi turno. Comenzó a quitarme la ropa y hacer lo mismo conmigo. Yo tenía una erección tremenda y acordamos no desperdiciar el momento. Hicimos el amor locamente. Creo que fuera del recinto se podían oír los suspiros de Encarna, pero era tanta la pasión que ni eso nos preocupaba. Estuvimos un buen rato abrazados.
Me dijo que lo había deseado desde hacía mucho tiempo, que su marido estaba sumamente ocupado y que no la dedicaba bastante atención. Nos fuimos de allí antes de ser descubiertos. Queríamos usar aquel recinto más veces, pues en casa era demasiado arriesgado.
A partir de aquí todo cambio un poco. Yo seguía mi rutina normal pero con Encarna en mi mente y deseando encontrarme de nuevo con ella. Al mismo tiempo tenía que cuidar que todo quedara entre nosotros. Era un secreto que solo ella y yo podíamos compartir. Había que encontrar nuevos lugares para vernos y ella puso algo de su parte.
Ya os contaré lo que vaya ocurriendo. Un saludo.

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