Relato erótico

El poder de una mirada

Charo
3 de julio del 2019

Estaba en un bar, sus ojos se cruzaron con los de una chica que había en una mesa cercana. Ambos evitaban mirarse pero una “corriente eléctrica” surgió entre los dos. Pago el café y se marchó, fuera llovía a cantaros.

Joan – Barcelona
Durante unos segundos pude adivinar una mirada fugaz suya, levanté la vista pero ella evitó mis ojos, así permanecimos durante unos cuantos minutos, jugando al gato y al ratón, contemplándonos mutuamente pero sin mirarnos a los ojos, rehuyendo el encuentro de nuestras miradas.
Era ya demasiado tarde, debía irme, el trabajo me reclamaba, así que me levanté, dejé el importe del café sobre la mesa y me dirigí hacia la puerta, pasé por su lado y entonces la miré directamente a los ojos y ella no evitó mi mirada.
Tomé el pomo de la puerta y por unos instantes dudé entre irme o quedarme y decirle algo. Sin embargo escogí la primera opción, salí de nuevo a la calle y de pronto todo volvió a la normalidad, los sonidos volvieron y me adentré en la monotonía del día. Lo más lógico habría sido que no volviera a ver a aquella chica nunca más, pero la vida da muchas vueltas y el destino te depara sorpresas insospechadas.
Habían pasado ya un par de semanas desde nuestro encuentro, era un viernes típico de invierno, gris plomizo, frío y lluvioso, había salido a tomar unas cervezas con unos amigos pero me encontraba algo cansado así que decidí irme a casa, las campanas del reloj de la Iglesia acababan de dar las dos de la mañana.
Mi casa no estaba lejos, pero la lluvia formaba una especie de cortina que no te permitía ver más allá de dos metros, aceleré el paso pues no llevaba paraguas y me estaba empapando. De pronto, al dar una esquina de la callejuela que conduce al Mercado de Las Flores me tropecé con una chica, no me dio tiempo a disculparme, cuando levanté la vista la vi, era ella, sus ojos también me reconocieron, ninguno de los dos decía nada, solo nos mirábamos, los dos solos en la calle, empapándonos bajo la lluvia, sin decirnos ni una sola palabra.
En ese momento me pareció la criatura más hermosa sobre la faz de la tierra y di un paso hacia ella, mis labios se acercaron a su boca y la bese, ella respondió a mi beso con naturalidad, nuestras lenguas se fundieron en un baile sensual y húmedo, mis manos acariciaban su nuca y las suyas mi cintura.
Así permanecimos entrelazados durante mucho tiempo, cuando nuestras bocas se separaron ella sonrió, y dijo:
– Será mejor que vayamos a algún sitio, estamos calados hasta los huesos.
– Ven, vivo aquí al lado. – Y la tomé de la mano para que me siguiera.
En el corto camino a casa no intercambiamos palabra alguna, puede resultar extraño, pero así fue, caminábamos entrelazados y ella apoyaba su cabeza en mi hombro.
Llegamos a casa y le ofrecí algo de beber, rehusó el ofrecimiento.
– Estoy muerta de frío y empapada, creo que nos vendría bien una ducha caliente y poner a secar la ropa, ¿no te parece? – dijo con un hermosa sonrisa.
– Sí, tienes toda la razón – le dije mientras me acercaba a ella y le quitaba un mechón de pelo de su frente, para, a continuación, besarla.

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Los dos unidos, entrelazados, fuimos desplazándonos poco a poco hacia el cuarto de baño, tropezando con los pocos muebles que encontramos a nuestro paso, desnudándonos torpemente el uno al otro. Su piel era muy pálida, parecía una hermosa pintura de algún pintor de la escuela holandesa, su tacto extremadamente suave y sensible, algunas pecas salpicaban su bello torso, sus pechos voluptuosos, turgentes y sus pezones increíblemente grandes, sus caderas anchas, rotundas y su pubis aparecía ante mi completamente depilado, como si de una inocente niña se tratara. Era una criatura deliciosa.
Nuestros cuerpos disfrutaban del agua caliente que caía sobre nosotros, nuestras bocas y manos se dedicaban a explorar el cuerpo del otro. La besaba en el cuello, mis manos recorrían su espalda bajando hacia sus caderas, sus pechos se apretaban contra mí, su boca lamía el lóbulo de mi oreja y sus manos acariciaban mis glúteos.
El agua relajaba nuestros cuerpos y el vapor daba sensualidad al momento, nuestros besos se volvían más lujuriosos, lamíamos, besábamos, mordíamos nuestros labios, nuestras lenguas exploraban cada rincón, bebíamos el uno del otro con auténtica pasión. Las caricias se volvieron más atrevidas, mis manos acariciaban sus pechos, amasándolos, jugando con sus ya erectos pezones, lamiendo y chupándolos. Sus manos tomaron mi sexo, acariciándolo dulcemente, recorriéndolo lentamente en toda su longitud una y otra vez, practicándome una maravillosa masturbación.
Mi mano derecha bajó por su vientre hasta llegar a su sexo, recorriéndolo en toda su longitud, notando el sensible tacto de sus labios vaginales, descubriendo su clítoris aún oculto, su boca lamía mi cuello y un ligero gemido me indicó que mis caricias le gustaban. Mis dedos comenzaron a explorar más íntimamente, separaban sus labios vaginales para descubrir la hermosa flor que éstos ocultaban, su vulva era sonrosada y se encontraba ya muy lubricada.
Mi dedo pulgar comenzó a acariciar su clítoris, notando como poco a poco iba aumentando de tamaño y mostrándose más y más visible, mientras, con otro dedo comenzaba a penetrarla cuidadosamente. Mi dedo se movía en su interior a ritmos acompasados, acariciando sus sensibles paredes que lo absorbían.
Nos besamos de nuevo, su lengua serpenteaba en el interior de mi boca, la humedad de su sexo iba en continuo aumento, decidí usar un segundo dedo para penetrarla, los dos eran atrapados por sus músculos vaginales, su clítoris ya estaba completamente erecto y sensible y sus gemidos aumentaban de tono. Retiré mi mano de su sexo y mis labios bajaron por su vientre hasta su Monte de Venus, lamiendo cada milímetro de su piel, separó más sus piernas y mi boca bajó hasta su chochito, mi lengua lo lamió profundamente, abriéndolo ligeramente en cada lamida, su sabor era salado y su olor intenso, mis manos ayudaron a ir más allá, mi lengua recorrió su clítoris y mis labios puestos en forma de O lo succionaron, sus manos acariciaban mi cabello, crispándose cuando su placer era mayor.

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Mientras mi boca se ocupaba de su hermoso y mágico botón comencé nuevamente a penetrarla con dos de mis dedos, sus contracciones eran cada vez mayores, sus gemidos más intensos, y de pronto lo noté, le llegó un orgasmo intenso acompañado de un gemido ronco, lamí y bebí su esencia como bebe aquél que está sediento. Sus dedos tiraron de mi cabello hacia arriba, me separé de su pubis, los dos de pie nuevamente, me beso, notando en mis labios y boca su propio sabor íntimo.
Ahora eran sus labios los que bajaban por mi cuello, se apoderaban de mis pezones y los lamían, incluso los mordían y estiraban juguetonamente, sus manos acariciaban mi espalda y mis costados. Su lengua recorría mi vientre, surcaba las proximidades de mi ombligo, lo lamía y penetraba apasionadamente. Su boca bajaba, sus manos acariciaban mi culo. Sus manos tomaron mi sexo, sopesándolo, con una cogió mi polla y con la otra, acariciaba y masajeaba los huevos, noté la punta de su lengua en mi glande y una pequeña descarga eléctrica recorrió mi espina dorsal.
Comenzó a masturbarme, sus labios se apoderaron de mi glande, sorbiéndolo, volviéndome loco con su lengua, colocó sus manos de nuevo en mis nalgas y de esta manera era ella la que controlaba mis embestidas a su boca, sus labios se abrieron más y mi polla entró más profundamente en su interior, cada vez un poquito más, hasta que entró completamente, sus labios se cerraban en torno a mi polla, esta dulce tortura se repitió durante varios minutos.
Me estaba llevando al éxtasis, pero yo no quería terminar aún. El agua seguía cayendo sobre nosotros, la cogí de sus hombros y la obligué a ponerse en pie para fundirnos en un nuevo y apasionado beso. Hice que apoyara su espalda en la pared de la ducha, ella abrió sus piernas y con sus manos tomó mi tremendamente excitada polla para colocarla a la entrada de su chocho, introduje tan solo la punta y me quedé quieto, contemplándola, pero ella quería más, lo quería todo, puso sus manos en mis caderas y empujó con fuerza, consiguiendo que casi la penetrara completamente, un leve gemido salió de su garganta, me retiré levemente de su interior para volver a penetrarla, en esta ocasión hasta lo más profundo de sus entrañas, mientras, mi boca devoraba sus pezones.
Así permanecimos largo tiempo, acoplados el uno en el otro, dejando que el agua caliente y el vapor cubriera nuestros cuerpos, haciendo el amor de forma cadenciosa y lánguida en unas ocasiones y de forma ruda y rápida en otras, besándonos y lamiéndonos como dos animales en celo, su sexo me atrapaba y me exprimía, nuestros cuerpos se tensaban y crispaban.
Tomó una de mis manos y la besó, introdujo uno de mis dedos en su boca y lo lamió de la manera más lujuriosa que jamás he visto, y, a continuación llevó mi mano a sus nalgas. No me dijo nada, no necesitaba hacerlo. Mi mano se perdió entre sus glúteos buscando penetrar su hermoso culo, mi dedo presionó su entrada y su anillo lo atrapó, comencé a moverlo en su interior, notando como mi pene penetraba su sexo a través de la fina pared que los separaba.

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Mi dedo se desplazaba en su interior con asombrosa facilidad, así que decidí utilizar un segundo dedo, lograrlo fue algo más difícil pero conseguí que se dilatara lo suficiente para conseguirlo, una vez superado esto mis dedos se desplazaban en su interior con suavidad y seguridad, horadando su interior a la vez que mi sexo penetraba su chocho. Moví mis caderas con fuerza, logrando una penetración profunda e introduciendo a la vez con firmeza mis dedos en su interior, de sus entrañas salió un profundo gemido, sus uñas marcaron mi espalda.
Mientras me besaba sus manos bajaron hasta mi polla, sacándolo de su interior y acariciándolo con dulzura. Tomó un bote de gel y vertió una considerable cantidad en sus manos, comenzó a masajear y a lubricar mi sexo, para luego aproximarlo a su entrada posterior que mis dedos acababan de abandonar, colocó mi glande en la entrada de su culo y muy lentamente la fui penetrando, su anillo anal comprimía todo mi rabo cerrándose sobre él, los primeros momentos fueron difíciles, nuestros movimientos lentos para conseguir que su cuerpo se acostumbrara a mí y que su dilatación aumentara, mi mano izquierda masajeaba a la vez su clítoris. Poco a poco, centímetro a centímetro, me introducía más y más en su interior, cada vez nos encontrábamos más cómodos y disfrutábamos más. Decidí dar un último paso más, puse sus manos tras mi nuca y coloqué las mías bajo sus muslos, levantándola del suelo de la ducha y dejándola tan solo apoyada en la pared de ésta y en mí. La penetración ahora era más profunda, cada vez nuestro ritmo era más rápido, nuestros gemidos aumentaban a cada embestida, el clímax estaba cerca.
Sus uñas arañaban mis hombros y de pronto mientras nos besábamos, ella se tensó completamente, clavó incluso sus dientes en mi labio hasta hacerle sangre y noté como una inequívoca humedad mojaba mi vientre, yo tampoco podía retrasarlo más y segundos más tarde estallaba en su interior explotando de placer.
Continué dentro de ella durante algún tiempo más mientras disminuía mi erección, acariciándonos y besándonos a la vez que el agua seguía corriendo por nuestros cuerpos.

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Esa fue aquella noche tan especial, una noche en la que casi no hubo palabras, una noche en la que solo hubo pasión, una noche que surgió de unas miradas, unas miradas que en ocasiones lo dicen todo.
Ahora es mi novia y ambos recordamos con morbo el día que nos conocimos.
Un beso para todos.

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