Relato erótico

El placer estaba cerca

Charo
30 de marzo del 2019

Está casado y aunque nunca se lo ha explicado a nadie le vuelven loco las mujeres maduras o muy maduras. Hace unos años que está liado con una mujer mayor y sin planearlo ha descubierto una “mina” en su propia escalera.

Alex – Ciudad Real
Me llamo Alex, tengo 37 años y estoy casado. Cuando las cosas tienen que pasar, pasan y no se sabe por qué. Pero una cosa es segura, si uno anda en el ambiente de los negocios se le van a presentar muchos negocios, si andas cerca de algún deporte, se presentará también, pero si andas de ligue con maduras o muy maduras como en este caso, también se presentará, porque uno va tomando la forma de conversación que les gusta y se va largando y ellas van entrando. El que crea que lo que digo está exento de verdad que haga la prueba.
Yo conozco tipos de 40 y pico de años que ligan en forma desmesurada con las chavalas de 20 o 21 años, porque saben lo que les gusta, saben como hablarles y qué decirles para que en la mente de ellas se borre la diferencia de edad, y solo piensen en que delante de ellas está el ser soñado.
A mi me está pasando lo mismo con las “mayorcitas”, o como dice mi suegra, con las muy maduras. Con la primera que tuve experiencia fue justamente a quien me follo desde hace casi cinco años, y con la que una vez a la semana o cada diez días tenemos una buena sesión de sexo. No crean que porque ella tiene casi 74 años no tiene deseos, los tiene y los manifiesta en este caso a mí, para que tengamos unas folladas antológicas. ¿Qué le veo? Nada, es el morbo de saber que es ella la que me chupa la polla, a la que le chupo el coño y le follo el culo.
Últimamente me ha pedido que le permita hacerme una paja cada dos o tres días y que me corra en sus bragas, que luego se las pone y disfruta de mi leche el día entero. Pero no es de ella de quien quiero hablarles hoy sino de nuestra vecina Mercedes, que ha enviudado hace ya tres años y cuenta en la actualidad con 71 años. Como verán no diré que es una belleza sino que Mercedes es una señora que se conserva bien para su edad, gusta de ir a la peluquería una ó dos veces a la semana, sale a tomar el té con amigas, o se pasa el día mirando la tele a veces hasta las 2 ó las 3 de la madrugada, sola.
Hace unos días salió a la terraza envuelta en el batín de siempre, yo me encontraba tomando el sol, y comenzamos una conversación acerca de lo bonito del día y de lo bien que sería estar en la costa a esa hora, cuando noté que su batín tenía dos botones desabrochados y se veían sus piernas a lo que agregué:

– El día es muy hermoso, pero no tanto como sus piernas, la felicito.
– ¡Ah… vaya mirón, eso no se hace! – exclamó.
– Que no lo hagan los tontos vale, pero si la casualidad me quiere regalar esa hermosura para mis ojos, no voy a decir que no.
– ¿Tal vez quieres hacerme creer que tengo bonitas piernas todavía?
Entonces miré su cara y me di cuenta que había enrojecido, con ese color tan típico que le queda en las mejillas a mi amante cuando se calienta, y entonces acercándome, le dije en tono meloso:
– No solo son hermosas sino que además parece que terminan en unas regias caderas.
– ¿Estás seguro?
– Pues no, claro que no, hasta que no vea bien no puedo atestiguar, pero me parece que si.
Sus manos se restregaban la una contra la otra, mientras pensaba y dándose vuelta para irse, giró la cabeza y dijo;
– Pero aquí, donde todo el mundo nos ve, no te voy a mostrar las piernas.
Y salió caminando hacia su casa. Yo lo tomé como una invitación, me fui tras ella y en cuanto cruzamos la puerta, la aferré de la cintura y mi polla, ya dura, se pegó a su cuerpo.
– ¡No! – exclamó – ¿Que haces? ¡Déjame!
No le presté atención y mis manos fueron subiendo su ropa hasta la cintura. “
– ¡Ya está, ya está, más no, por favor! – decía.
Su cara era una grana y sus manos se aferraban a las mías, yo le besaba el cuello y los hombros.
– ¡No sigas, no sigas…! -insistía.
Sus bragas las tenía en mis manos, pero las suyas se comenzaban a aflojar.
– No, por favor, no…
Su voz se hacía más queda cada vez, entonces subí una mano y cogí una de sus tetas, que aseguro que no estaba para nada caída sino que estaba gorda y durita, a lo que ella soltó un gemido.
Mi polla pugnaba por entrar dentro de sus piernas y ella fue cediendo.
– Despacio, despacio, no me lastimes.
Mis manos parecían pulpos, tocaban sus pechos, luego sus piernas hasta que, rodeándola desde atrás, se la puse entre las piernas.
– ¡Agh! Despacio, por favor -insistía, añadiendo de pronto – ¿Por qué no vamos al dormitorio?

Así, abrazados, entramos en el dormitorio. Saqué su batín y quedó en sujetador y bragas, se giró, quedamos frente a frente y nos besamos en la boca. Era como una ventosa hacía años y años según me dijo luego, que no se besaba con un hombre con tantas ganas. Entonces ella abrió algo sus piernas y mi polla se alojó entre ambas.
– ¡Oh, que gusto sentir esto de nuevo, que gusto!
Entonces le saqué el sujetador y la braga y un pubis totalmente blanco apareció ante mí. Caí de rodillas para chupar aquella almeja madura que tanto prometía.
– ¡No, no hagas eso, no, es una porquería, no, no quiero! – sus manos intentaban apartar mi cabeza, pero ya mi lengua había llegado a su clítoris – ¡No, por favor, no lo hagas!… aaah… no, no, no te pares… oooh… que gusto me das, sigue, sigue que quiero sentir esto, sigue… aaaah…me viene mi amor, me corro… siiií….ooooh… ¡
– ¿Nunca te lo habían hecho? -le pregunté.
– ¡No, jamás! ¿Y por qué te dio por hacerme eso?
– Porque tu coño me gustó horrores cuando lo vi y sentí deseos de comérmelo.
– ¡Gracias! – dijo dándome otro beso con lengua.
Desde ahora, algo nos unía, me situé entre sus rodillas, separé sus piernas y me dispuse a hacerla gozar pasándole la punta de mi polla por la raja, lo que la hacía retorcerse de goce, hasta que me dijo:
– ¡No aguanto más, métemela, fóllame por favor hazme tuya, desde hoy seré tu mujer cuando quieras y donde quieras… métemela … así…así… más… quiero sentirte, macho mío!
Luego la puse a cuatro patas y la ensarté otro poco y cayó rendida. Mi última caricia al verla con el culo para arriba, fue darle un beso negro que la sorprendió. Luego se giró y comenzamos una conversación.
– Dime la verdad – le dije – ¿Desde cuando no tenías sexo?
– Por lo menos dos años antes de morir mí marido y hace tres que falleció.
– ¿Y no sentías deseos?
– A veces cuando salía y veía algún hombre apuesto, me corría una electricidad por el cuerpo pero a mi edad eso es fácil de controlar.
– Y hoy cuando empezamos a conversar ¿creíste que llegaríamos hasta la cama hoy mismo? – pregunté.

– Al principio no, pero después me di cuenta que tenia unas ganas bárbaras y me pareció que tú también entonces me decidí y traté de que me siguieras para dentro del apartamento.
– ¡Picara!
– Si, pero con la forma de hablarme y de decirme cosas es fácil calentar a una mujer que como yo hace tanto que no estaba en una cama con un hombre, además me pareció ver que tu cosa se ponía grandota y me calenté más. Ahora dime ¿me lo vas a seguir haciendo después de hoy?
– Si tú quieres, sí.
– ¡Como no voy a querer! Cuando quieras, a la hora que sea me tocas el timbre desde abajo y te espero con la puerta abierta. Voy a ser la envidia de todas mis amigas.
– ¿Acaso se lo piensas contar?
– ¡Claro que sí, para que me envidien! Porque de todas, la que menos posibilidades de conseguir un hombre apuesto como tú, era yo, y ahora se van a relamer. Un día de estos voy a organizar un té y serás mi invitado para presentarte a todas.
– Vale, pero piensa que todavía te falta hacer un montón de “deberes”.
– ¡Tú me los enseñas y yo los hago!
No había transcurrido una semana de que estuve con Mercedes cuando nos cruzamos en el vestíbulo del edificio y me dijo que el próximo viernes, era la reunión con sus amigas, a las 18 horas. Ese día inventé no sé qué excusa y salí de casa un poco antes, hice como que entraba en el ascensor, pero di la vuelta y toqué su timbre. Estaba radiante, a sus 71 años se había “trajeado” como para una fiesta con falda acampanada, color vino, blusa negra con puntilla en las mangas, desprendidos los dos botones de arriba, un bello collar de perlas, zapatos de tacón no muy altos y lo primero que dije cuando la vi fue:
– ¡Guauuu… que bombón! – y le di una palmada en el culo aunque me quedé con una de sus nalgas agarrada.
– ¡Oh, que atrevido! – y se rió, dándose la vuelta para darme un beso que me aspiró hasta el aire de los pulmones.
Inmediatamente se me levantó la polla y se la hice sentir, apretándola contra mi, frente a frente, de modo que mi verga” le llegaba al estomago. Mis manos fueron a su falda, y se la levanté.

– Quédate quieto que aún no han llegado, mi vida y hasta que no lleguen yo quiero acariciar esa colita.
– ¡Picarona! ¿Pero qué es esto? ¿Llevas bragas? ¡Ah, no! Vas y te las sacas urgente, antes de que vengan tus amigas.
– Pero mi amor, ¿como voy a estar sin bragas?
Sin dudarlo se las quité allí mismo, y de pasada le acaricié un poco el coño, de pie contra la pared.
– ¡No seas loco, que si vienen… aaaaah… me ha entrado toda… sí, déjala así… oooh… que gustoooo…!
Diciendo esto me agarró los huevos y se los acercó a su coño exclamando:
– ¡Que gusto, que gusto…!
Entonces llamaron a la puerta, se arregló el vestido y a paso rápido, fue a abrir.
– ¡Hola Raquel! ¿Cómo estás, mi amor? ¡Qué alegría verte y que hayas venido, ven, ven, que te presento a Alex que ya llegó!
– Hola.
– Hola Alex, ¿qué tal? ¡Mucho gusto en conocerte!
– Igualmente.
– Pero tú me dijiste, Mercedes, que era un buen mozo pero te quedaste corta… ¡es un tío guapísimo!
– Basta, basta, que me lo creo.
– Sentémonos – invitó Mercedes, al tiempo que yo cogía a ambas por la cintura y las conducía al living. La charla era muy amena, cuando de nuevo llamaron a la puerta. Era Isabel, la otra amiga. Después de las presentaciones nos reunimos los cuatro en torno a la mesa, y Mercedes me pidió que la ayudara con el servicio, por lo que pidiendo permiso nos fuimos a la cocina. Yo estaba bastante caliente con las veteranas, y mientras Mercedes preparaba las bandejas, subí su falda y se la clavé de nuevo:
– ¡Eres un encantooo…!
– ¿Ves…? Si llevaras bragas no sería posible.
– Claro tienes razón, pero estoy que ardo de deseos de que me lo hagas bien.
Entonces la levanté, la senté en el borde de la mesa de la cocina, le separé las piernas y puse mi boca en aquel coño de pelos blancos como la nieve y ella no se aguantó el sonoro gemido, así que puse mi dedo índice en su boca en señal de silencio, y la dejé más caliente aun. Volvimos al living y Raquel, que tiene 75 años, rubia oxigenada, de cuerpo delgado y elegantona dijo:

– Estaba por llamar a la policía, por la tardanza – y descruzó las piernas dejándolas algo separadas, como para que se viera algo de sus muslos.
– ¡Te libre dios que llames a la policía cuando yo tardo estando con él! – dijo Mercedes – Ojala me demorara siempre así con él – y me hizo una caricia en la mejilla, que se la devolví con un beso en la palma de su mano.
Isabel estaba sentada frente a mi, cruzada de piernas y mostraba un hermoso par. Tenía 71 años, era viuda hacía 5 y según Mercedes, ningún otro hombre hasta el momento. Raquel hacía más de 10 años que era viuda y algo tuvo en este tiempo.
– Pero dime Mercedes ¿de dónde sacaste este ejemplar masculino? – dijo Raquel.
– Sí, de verdad, cuéntanos – añadió Isabel.
– ¡No lo vais a creer! -Contestó ella entre risas -Es mi vecino de escalera.
– ¡Cabrona! – dijeron al unísono, separaron sus piernas y las elevaron algo dejando ver Raquel que llevaba una braga blanca. Yo me levanté y les di un beso a todas de agradecimiento, comenzando por Mercedes, lógicamente, y la besé en los labios, está claro. Cuando lo fui a hacer con Raquel, la iba a besar en la cara, pero ella me cogió con ambas manos el rostro y me besó en la boca, diciendo:
– La ley es igual para todos.
Isabel hizo lo propio, pero yo no me aguanté, puse una mano entre sus piernas al besarla y ella las abrió, lo que me sorprendió al comienzo, pero prolongué el beso, y mi otra mano fue a las piernas de Raquel, que tampoco me rechazó.
Entonces Mercedes me invitó a sentarme con ellas en el sofá de tres cuerpos del living, y quedé casi al medio. A un lado estaba Raquel, al otro lado estaba Isabel y frente a mí sentada en el suelo, Mercedes. Abracé a las dos mientras Mercedes me acariciaba las piernas, y sus manos subían en busca de mi entrepierna. Incliné mi cabeza hacia atrás, mientras Raquel me desprendía la camisa e Isabel me besaba en la boca, como si me hiciera respiración artificial.

De repente sentí que la mano de Mercedes se apoderaba de mi polla y me la sacó, a lo que Raquel gritó;
– : ¡Que pollón más tremendo!
El resto ya os lo podéis imaginar.
Saludos a todas las lectoras de “cierta edad”.

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