Relato erótico

El placer de observar

Charo
7 de noviembre del 2018

Hacia unos meses que su novio la habia dejado y de momento no lo habia superado. Estaba segura de que no quería volver con él pero, a veces, lo echaba en falta. Se asomó a la ventana y en la casa de enfente vio a una pareja abrazándose y besándose.

Silvia – San Sebastian
Estoy sola en mi cuarto a oscuras, mirando a través de la ventana el piso que tengo enfrente. Hace frío en la calle, estamos en noviembre y el cielo esta oscuro a pesar de ser solo las seis y media de la tarde. Tengo veinticinco años, soy morena y creo que atractiva. Hace cinco meses rompí una relación de más de dos años con mi antiguo novio y durante este tiempo tengo que admitir que he estado con dos chicos, no porque quisiera volver a tener una relación sino por venganza y despecho hacia mi ex. Él me dejó, entre otras causas, porque era fría en la cama, porque no le daba lo suficiente. Creia que después de estar trabajando como una esclava más de ocho horas al día, me apetecía nada más verle, abrirme de piernas y ser penetrada como una estrella porno. Las cosas no son así y está claro que no fue solo por eso por lo que todo acabo. Pero desde luego todo ha terminado. Creo.
Mirando a la calle pensaba en él, no sé por qué y arrimé un poco más mis piernas al radiador. Estaba sentada en mi cama, perezosa, cansada y asqueada de mi trabajo. Había sido un día más, un día cualquiera del que seguro no me acordaré. Un día de esos donde lo mejor es echarse a dormir y esperar a que la mañana siguiente te despierte con una sorpresa. Pero la sorpresa quizás pueda llegar esta noche.
En el bloque de frente, en el tercero, en una ventana, una luz se encendió de pronto y alguien entró, abriendo una puerta. Una chica rubia, más o menos de mi estatura, caminaba seguida de un chico. El chico pegado a su espalda la cogía de la cintura acariciándola por detrás dulcemente, subiendo poco a poco hasta sus pechos los cuales apretaba con las dos manos por encima de la ropa. Ella reía desinhibida al sentir el contacto y giró su cuello buscando la boca de él. Ambos se besaron mientras el chico la seguía tocando y apretando contra él.
Reconozco que la escena que estaba viendo me sorprendía y angustiaba al estar invadiendo la intimidad de otras personas, pero no aparté los ojos de su ventana.
De repente ella se apartó del chico echándole a un lado, cerrando la puerta del cuarto, manipulando lo que debía ser el pestiño. Él se quedó quieto mirándola de pie, con una sonrisa de oreja a oreja mientras ella se sentaba sobre una cama. Su ventana tiene las cortinas blancas y la persiana estaba subida, la luz del interior de la habitación provocaba que lo que acontecía dentro de la misma se viera envuelto como con un aire fantasmal pero a la vez claro y brillante.
Ella vestía un jersey blanco y una minifalda roja y sentada sobre la cama se quitó las bragas deslizando las mismas suavemente entre sus piernas, provocando que el chico se abalanzase sobre ella. La chica sin embargo le lanzó un puntapié que a punto estuvo de darle, haciéndole de nuevo retroceder.

Sin duda estaba jugando con él, eso me empezó a excitar. No sé porque me empecé a acariciar, no sé porque les espiaba, nunca me había pasado algo así, pero lo hacía y me empecé a mojar. El interior de mi cuerpo, todo se excita y mi sexo se hincha como hacía mucho que no lo hacía.
Mi vecina, que seguía sentada sobre la cama se tumbó hacia atrás abriendo sus piernas todo lo que podía, lo que le permitía la minifalda, dejándolas suspendidas en el aire y con un dedo, le dijo al chico que se acercase. El chico obedeció colocándose de rodillas en el suelo y ella con la mano sobre su pelo le indicó donde tenía que dirigirse. El hundió su cara entre las piernas de ella, desapareciendo la mitad de su cabeza dentro de la minifalda. Y yo me mordí los labios al ver al chico en semejante postura, tan solicito, tan sumiso. No lo resistí y decidí meter mi mano dentro de mis diminutas braguitas. Estaba cada vez más empapada y mi dedo no encontró resistencia cuando lo introduje entre mis labios. Al mismo tiempo sentí la necesidad también de una lengua lamiendo mi pequeño higuito, pero tristemente esta no estaba disponible.
La chica, concentrada en lo suyo, se dejaba hacer y apretaba los dientes acariciando el pelo del chico, el cual parecía estar haciendo bien su trabajo porque ella, con las dos manos, agarraba su cabeza, hundiéndola contra su entrepierna con bastante fuerza, casi ahogándole.
Los ojos de la chica la delataban, tenía los párpados cerrados. Sin duda la muy perra estaba gozando de verdad. No sé cuanto tiempo él estuvo comiéndole su coñito pero llegó un momento en que ella apoyó sus pies sobre los hombros del chico y lo empujó, apartándole.
El chico, aún de rodillas, se quedó quieto sin importarle tal reacción de la chica, observando para mi desesperación como su boca chorreaba y se relamía los labios con la lengua como si hubiese disfrutado de la comida. Yo estaba a mil viéndole así, tan disponible y obediente. Y mi vecina desde luego también parecía muy satisfecha, ya que le limpiaba la saliva y los fluidos con la palma de la mano, restregándoselos por toda la cara.
El chico parecía que seguía teniendo hambre y cogiendo la mano de ella le lamió un dedo y lo chupaba. Ella negó despacio con la cabeza y le obligó a que se pusiera de pie.
Yo no paraba de tocarme, rozarme, restregarme la yema de los dedos en mi higuito viendo tan increíble espectáculo. ¡Que rabia no poder estar en su lugar!.
Mi vecina, sin lugar a dudas era la que tenía el control de la situación y decidió ahora devolverle el favor al muchacho agarrándole de los bolsillos de los pantalones. Atrajo su cuerpo situándole a escasos centímetros de ella. Su cabeza estaba justo a la altura de la bragueta del chico que, quieto, se dejaba manejar sin ningún tipo de pudor. Debía saber lo que le esperaba. Y yo también lo sabía. Y me pasaba la lengua por los labios, comenzando a babear como una perra.

La chica le desabrochó el pantalón y se lo bajó un poco, lo justo para que se vieran unos slips negros con un enorme bulto en el interior, al menos de perfil hacia mi observé un bulto considerable. El chico estaba sin duda bastante animado después de lamer la almejita de la rubia.
Mi vecinita no se hizo de rogar y por el agujero que tenía el calzoncillo sacó un trozo cilíndrico de carne de más de quince centímetros, quizás dieciocho, no sé, pero desde luego un buen trozo de polla que agarró firmemente con una mano. El chico quieto, de pie, observaba desde arriba lo que ella pretendía hacer con su salchicha y miraba como ella con la boca abierta y la lengua fuera, empezaba a lamerle la punta despacio.
Muy despacio lamía el glande, se lo metía en la boca y lo sacaba como si chupara un chupa-chups, hasta que al fin se lo introdujo y empezaba lentamente a chuparlo, a succionarlo como si sorbiera de una pajita dentro de un vaso de refresco de limón. La cara del muchacho era un poema por los gestos que hacía. Se notaba que disfrutaba como un condenado. Ella, impasible, seguía chupa que te chupa, succionando y volviendo a chupar mientras el chico abría la boca echando la cabeza hacia atrás. Debía estar en la gloria el bendito.
Yo, mientras, me seguía masajeando mi rajita introduciéndome un dedo, dos, volviéndome loca de envidia, de rabia, de ganas de tener un nabo cerca de mi, para introducírmelo lentamente.
Para sorpresa del chico, decidió parar, quedándose quieta con el rabo del chico a escasos centímetros de su boca, temblando, mientras desafiaba este las leyes de la gravedad al permanecer en paralelo al suelo. El chico sin duda, parecía desilusionado, como yo, pero esto no duró mucho y una vez más mi rubia vecina me volvió a sorprender, mostrándome la extraordinaria capacidad que tenía su garganta.
Sin manos y solo con su boca decidió, ni corta ni perezosa, con una facilidad más que sobresaliente, engullir el pollón del muchacho y muy lentamente con un descaro y gracia digna de un fakir, empezó poco a poco a tragárselo. Unos segundos en los que yo me masturbé como una loca, con un ansia, una rabia y desenfreno que provocaron que me corriera sobre mi cama y empañase con mi aliento el cristal más de lo normal. Sentía palpitar mi sien, mi lengua, mi pecho, mi cuerpo entero ante tal increíble visión, asombrada de lo que estaba viendo desde mi cama, desde mi habitación con una envidia desesperada e insana. Definitivamente todo un espectáculo en directo y volví una vez más a quietar el vaho con la palma de mi mano.
Un escaso minuto después, mi asombrosa vecina decidió mostrarme de nuevo la verga del chico y muy suavemente con la boca abierta la dejaba al descubierto reluciente, brillante y dura, en todo su esplendor y magnitud. Con una espesa capa de saliva que goteaba hacia el suelo. El chico jadeaba, extasiado, rojo y ciertamente sudoroso por supongo el esfuerzo de contenerse las ganas de correrse en la boca de mi vecinita “devora rabos”.

Yo, al igual que él, aun permanecía absorta y excitada y con dos dedos dentro de mi chochito, donde mi clítoris aún permanecía duro, más incluso que la polla que mi vecina tiene delante de sus ojos agitándose con los latidos desbocados del pobre corazón del chico.
Lamentablemente el pobre no tuvo tiempo de recuperarse como es debido y mi vecinita volvió a la carga, empujándole sobre la cama, y colocándose a continuación encima de él. Con su mano cogió el nabo que hacía escasos segundos tenía dentro de su boca y se lo introdujo donde yo tenía dos de mis cinco dedos, en el mismo sitio donde yo debería tener otro. Y aunque despacio al principio, empezó a subir y bajar sobre el mismo, disfrutando de la sentada, una y otra y otra más para desesperación y goce del chico, que por la expresión de su rostro, le estaba volviendo loco.
Yo angustiada y desesperada la veía cabalgar sobre la verga de su amante con absoluto desenfreno mientras él le agarraba con las dos manos los pechos que aunque no muy grandes, el chico apretaba como si su vida dependiera de ello. Yo, alucinando en colores, seguía dándome caña desesperada con los dedos, pellizcándome los dos pezones, aullando como una perra en celo sin poder apartar las pupilas de la ventana donde mi vecina, la amazona, cabalgaba contra el viento.
De repente, ante mi asombrosa mirada, mi vecina sacudió dos bofetones al chico en la cara, una en cada mejilla, quedando el chico paralizado con las manos abiertas en el aire. Esto debía haberle hecho daño con tanto bote y mi vecina, menudo genio. Sin embargo, ella se olvidó pronto del incidente y comenzó a botar de nuevo, como una loca arriba y abajo, como si de una venganza se tratara. El también reaccionó al sentir de nuevo como los labios vaginales volvían a devorar su espléndida verga sin ninguna piedad.
Ella, dirigiendo el cotarro, dominaba los tiempos de ejecución, sacando el máximo partido para desesperación del chico. Primero imponía un ritmo despacio, luego hacía círculos con sus firmes nalgas, para finalmente saltar literalmente sobre él, dejando firmemente pegadas sus rodillas alrededor de la cintura del muchacho para que no escapase. Por los gestos que ponía, por las veces que intentaba incorporarse para quitarla de encima ante tan increíble galopada, gimiendo y apretando los dientes para escapar y salir de debajo de las piernas de mi vecina, observé que mi tierno muchacho, estaba a puntito de irse. Y yo también, pero a diferencia de él, yo no aguanté y me corrí una vez más, empañando el cristal de mi ventana, dejando mis flujos pegados al cristal al restregar los dedos sin querer sobre la superficie lisa y helada de mi transparente barrera.
Al final el chico consiguió su objetivo y la giró colocándose encima de ella cuando a punto estaba de reventar y sacando su dura polla de su chocho, eyaculó sobre su tierno y excitante cuerpo una cantidad asombrosa de esperma ante las risas de ella, que se estiraba sobre la cama como una princesa malvada que ha conseguido al fin lo que tanto deseaba.

El chico babeaba mientras dejaba escapar las últimas gotas de su espeso y caudaloso río de leche, golpeando su nabo sobre el vello púbico de ella.
Mi vecina, espatarrada sobre la cama, decidió ayudarle y estirando su brazo agarró su ahora flácido pene, agitándolo suavemente, meneándolo con cariño y ternura intentando exprimirlo del todo para que nada se quedase dentro.
El chico, cansado, retiró la mano de ella, tumbándose a su lado. Derrotado, extenuado pero sin lugar a dudas satisfecho, apoyó su cabeza en el hombro derecho de mi vecina la cual girándose, le acarició la cara, con ternura y cariño, para rematar ante mi sorpresa con un suave beso en los labios del chico. No si al final mi vecinita tendría corazón y todo. Después, desnuda se dirigió a la ventana y ante mi mirada oculta en las sombras, bajó la persiana desapareciendo su increíble presencia de mi vista y desapareciendo los cuerpos desnudos de los dos amantes, dejándome literalmente a oscuras y sola. En mi cuarto, otra vez.
Días después la volví a ver, pero eso ya será otra historia que contar.
Besos, querida Charo,

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